jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Acuerdos o recuerdos de paz?

“A inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.”

Ayer se cumplieron 14 años de la firma del último de los acuerdos de paz. Léase bien: el último de los acuerdos, porque el primero tiene fecha 25 de julio de 1991. Y si el punto de partida fuera el inicio de las conversaciones entre las partes, probablemente rozaríamos ya el cuarto de siglo. En otras palabras, a tres cuartas partes de nuestra población el capítulo del conflicto armado interno que les tocó vivir fue su fase de negociación, acuerdos, e implementación de lo pactado.

Una lógica lineal, en donde yo recuerdo más aquello que me acaba de suceder, haría pensar que los Acuerdos de Paz debieran estar dentro de los referentes históricos que se guardan con mayor frescura en la mente de nuestra población adulta (no digamos nuestros dirigentes políticos). Y si eso fuera así, debieran ser usados como referentes, lo mismo que otros esfuerzos de diálogo nacional igualmente valiosos – el Pacto Fiscal es otro ejemplo.

Pero no es así. Del contenido de todos los acuerdos, probablemente el dato que ha podido inmortalizarse con mayor efectividad es el relativo a la carga tributaria del país. El famoso, mágico y elusivo 12% al que todos nos referimos cada poco, cuando se discute el papel del Estado y los recursos que necesita para cumplir con sus funciones.

Irónicamente ni siquiera recordamos con precisión la cifra de muertos, desaparecidos y desplazados. Salvo aquellas familias – la mía es una de ellas – en donde todavía tenemos en la sala de la casa la foto y presencia de uno de aquellos jóvenes idealistas, que supieron tenerlos bien puestos y creyeron – equivocadamente o no, la historia será quien los juzgue – salir a la calle a solidarizarse, protestar e intentar transformar una realidad que les parecía injusta y abusiva con los derechos de la mayoría.

Hoy escuchamos en tarimas gritos y discursos delirantes que, cuando no son epidérmicos para la magnitud del problema social que tenemos entre manos, ponen en evidencia un minimalismo e inconsistencia conceptual, que francamente solo se puede explicar por una sola razón: a inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.

La coyuntura actual nos hace pensar que bien valdría la pena desempolvarlos y agitar nuevamente la discusión nacional que plantearon aquellos acuerdos, llevarlos un poco más lejos del sitio de internet de la SEPAZ, los cambios diarios de la rosa en el Palacio Nacional de la Cultura, o el cumpleaños de cada 29 de diciembre. En esa letra están identificados con mucha claridad y precisión, probablemente los principales grandes temas que hoy todavía nos afligen: seguridad, empleo, crecimiento económico, reducción de pobreza, institucionalidad democrática, derechos humanos, reforma del sector justicia, derechos de los pueblos indígenas, papel de la sociedad civil, poblaciones desarraigadas y excluidas, entre otros.

Pero además, el proceso de paz guatemalteco tiene la ventaja de que todavía los jóvenes podrían interactuar vivamente con la mayoría de personajes que los tejieron. Ese es otro gran activo que nos debiera ser de gran utilidad, más allá de la letra muerta y los análisis publicados que pueden contar solamente una parte del proceso.

Fue un esfuerzo valioso, amplio, lento, doloroso, lleno de sobresaltos, pero que definitivamente resume y demuestra una capacidad de diálogo y convivencia pacífica de los guatemaltecos. Capacidad de sentarnos a una misma mesa a pesar de nuestras profundas diferencias de origen; de identificar una agenda estructural, bajándola del campo de las generalidades y buenas intenciones a un plano un poco más tangible, con deducción de responsabilidades más claras y un cronograma más o menos preciso.

En fin, no me cabe la menor duda que las causas de muchos de los problemas identificados en los Acuerdos de Paz siguen vigentes, como tampoco es secreto que otros nuevos retos han aparecido desde entonces, y que seguramente necesitaríamos una segunda generación de acuerdos nacionales que tuvieran la capacidad de reconocer esos nuevos problemas que hoy nos agobian.

Creo que el diálogo sigue siendo la mejor avenida por la cual transitar para poder seguir viviendo en sociedad y en democracia. En todo caso, aprovecho para darles las gracias a todos ustedes, hombres y mujeres, que trabajaron en primera, segunda o tercera fila en el proceso de paz. Dejaron un legado valioso, que hoy debemos tratar de no convertir en simples recuerdos de paz.

Apreciado lector, ¡que tenga un buen inicio de año!

Prensa Libre, 30 de diciembre de 2010.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Viviendo con un dólar al día

“Aquel famoso Servicio Social o las Misiones, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las disparidades que componen nuestro país.”

Mira este video en YouTube. Ese fue todo el mensaje que leí en el correo electrónico que me mandó mi hijo Javier. Se me había perdido hasta que hace un par de días di con él y finalmente pude abrirlo. Después de ver el primero vi que no solamente eran una serie de mini documentales, sino que hasta tenían un sitio web en donde poder leer más información que explicaba la génesis y desarrollo del proyecto.

Al final de la mañana, lo que debió tomarme un par de minutos se convirtió en una zambullida de más de dos horas por el internet, viendo, escuchando, leyendo, reflexionando. Así es la vida. Las lecciones aparecen donde menos lo esperamos.

“Living on One Dollar-A-Day” es la historia de un grupo de cuatro estudiantes universitarios del Claremont McKenna College en California, quienes un buen día dispusieron salir de su zona de confort y tener la experiencia de vivir justamente así: con menos de un dólar diario. Es decir, vivir en pobreza extrema.

Para hacerlo decidieron dedicar sus vacaciones de verano del 2010. Durante nueve semanas tuvieron una inmersión total en un mundo y condiciones de vida que para muchos seguramente solo se compara con haber tenido ido y regresado a Marte, o bien haberse transportado en la máquina del tiempo un par de siglos atrás. Escogieron nada menos que la comunidad de Peña Blanca en la región del Lago de Atitlán.

Pero el cuento no termina allí, la idea iba más allá de la sola experiencia de vivir en condiciones precarias y administrar un presupuesto ínfimo. Además decidieron producir un documental, que después les permitiera tratar de explicar a sus pares cómo es que vive la gran mayoría de nuestros agricultores indígenas.

Cada uno de los videos va contando en pequeños capítulos las aventuras que tuvieron que pasar. Instalarse en una vivienda mínima, piso de tierra, cocinar a leña, adecuarse a una dieta de frijol y arroz (¡a veces aguacate y banano!), disciplinarse financieramente para vivir dentro del presupuesto asignado (un dólar por cabeza), aprender algo español y cackchiquel, enseñar un poco de inglés, tomar un microcrédito (¡y repagarlo a tiempo!), aprender el juego del regateo en el mercado local, cultivar la tierra, involucrarse con la comunidad y construir así un pequeño capital social que les sirvió de ventana para ese microcosmos.

El proyecto me hizo recordar otras experiencias similares que se practicaban en centros educativos en Guatemala hace algunos años. Aquel famoso “Servicio Social” o las “Misiones”, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las enormes disparidades que componen nuestro país. Dicho sea de paso, sigo creyendo que la vivencia es una herramienta mucho más poderosa para construir lazos y acercar extremos.

Para fortuna nuestra, hoy parecen reverdecer estas ideas y poco a poco más y más jóvenes se organizan en proyectos de sensibilización y transformación social. Creo que es algo muy bueno y debiera fomentarse aún más. Hay que dejarlos despertar y procurarles canales sanos y propositivos para que desfoguen su innata rebeldía ante aquello que perciben como injusto. Es, además, una forma de reconstruir tejido social y crear puentes de confianza y entendimiento entre mundos y realidades muy distintas.

Devuelve la ilusión y la esperanza ver la fuerza interior y el entusiasmo que desprende de los ojos de jóvenes como Zach, Chris, Sean y Ryan, y muchos otros guatemaltecos que están haciendo cosas interesantes para entender y tratar de transformar lo que no les gusta. Haber acercado la lente de la cámara, el estómago, el cerebro y el corazón, a una realidad que para tantos es cotidiana o simplemente invisible, esforzándose por traducirla en lenguaje de juventud, seguramente es una experiencia que los dejará marcados por muchos años.

Lo invito a que se de una vuelta por su sitio web y vea cada uno de los videos y diarios que han colgado allí (http://onedollaraday.weebly.com/index.html). Le garantizo que serán minutos muy bien invertidos para abonar un poco más esa atmósfera reflexiva de fin de año. ¡Gracias patojos, hicieron un excelente trabajo!

Prensa Libre, 23 de diciembre de 2010.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Reflexiones de fin de año

“Cuatro cosas que no son del otro mundo, pero que por ahora y a ratos nos parecen tan lejanas y míticas como el mismo Olimpo.”

El fin de año es uno de esos ritos de pasaje muy propicios para la reflexión sobre lo actuado, pero también para la planificación del futuro próximo. Este año, además, coincide con una coyuntura política que necesariamente nos obliga a repasar el rumbo que lleva el país. Faltan pocos meses para que nuevamente hagamos el ejercicio democrático formal de acudir a las urnas, reafirmándonos así que la democracia – aunque plagada de imperfecciones – sigue siendo el arreglo social más adecuado para construir nuestro desarrollo.

Si nos preguntaran hoy a todos los guatemaltecos cuáles son prioridades nacionales que el gobierno (saliente y entrante) debieran enfrentar, los principales retos o amenazas, oportunidades ó grandes temas, que demandan la atención de nuestras elites, posiblemente la lista no estaría muy lejos de lo siguiente: seguridad de que volveré vivo a casa cada día; condiciones físicas para hacer producir el changarro y poco a poco crecer económicamente; contar con una escuela y centro de salud para los patojos; y saber que si por alguna razón me va mal, hay una red mínima de protección que no me dejará caer al vacío de la miseria. Cuatro cosas que no son del otro mundo, pero que por ahora y a ratos nos parecen tan lejanas y míticas como el mismo Olimpo.

La seguridad ciudadana y combate al crimen organizado muy probablemente hoy sea número uno en la lista. Es un clamor generalizado, no solamente en Guatemala sino desde México hasta Costa Rica. Y esto no es retórica sino más bien un llamado de atención para que se le preste la importancia mayúscula que merece. Ha quedado claro que ninguno de nuestros débiles Estados en centroamericanos – mucho menos cualquier equipo de gobierno de turno – tiene ni tendrá la capacidad institucional, humana y financiera para hacer frente a tamaño reto.

Es una amenaza supranacional, que demanda el concurso paciente y sostenido de muchos actores en nuestra sociedad, así como la actuación coordinada con otros Estados. Así lo han reconocido líderes mundiales en distintos foros, al reconocer que el animal tiene dos cabezas. Por una parte, una oferta, canales de comercialización, y capacidad de fuego cada vez más sofisticados; y por la otra, una demanda creciente e insatisfecha, que pone todos los incentivos para procurar una tajada de tan jugoso negocio. Verlo de otra manera es miopía y más de lo mismo.

La consolidación fiscal es otro gran tema, eterno e inconcluso, que ya casi nos define como país en el concierto internacional. A Guatemala se la pinta bajo tres colores: pobre, desigual, y con poca capacidad de sus elites para movilizar recursos propios y financiar su propio desarrollo.

Nótese que se habla del tema fiscal en un sentido amplio. Claro reconocimiento que el nudo ciego no es solo de impuestos. La relevancia del tema es tal, que ya está en boca y tinta de representantes de todo el espectro político. Cualquiera que pretenda plantearse como una opción seria en las próximas elecciones deberá hablarnos con franqueza sobre su visión del financiamiento y rol del Estado guatemalteco.


Otro gran reto es la recuperación – primero – y ampliación – después – de nuestra maltratada infraestructura productiva. Es evidente que necesitamos crecer. Las tasas que traemos durante los últimos años no alcanzan ni para los pañales de los chirices que parimos cada año, mucho menos para ahorrar y pensar en inversiones de más largo aliento.

Y quien mejor para generar crecimiento que nuestro sector privado (micro, pequeño, mediano y grande), provisto de unas condiciones mínimas que lo hagan competitivo. En buen chapín eso significa recuperar carreteras, puentes y agua potable, que fueron dañadas por los desastres naturales.

Pero también hay espacio y necesidad de pensar en nuevas obras para la siguiente década. Hay financiamiento disponible en la banca internacional y multilateral, hay leyes que facilitan alianzas entre el gobierno y el empresariado, hay un interés declarado de nuestros principales socios comerciales en traducir ideas en proyectos regionales, y poder así relanzar una visión de mercados integrados.

Finalmente no podemos dejar olvidadas a nuestras grandes mayorías. Es absolutamente esencial continuar en la profundización de nuestras redes de protección social para atender mínimamente las paupérrimas condiciones en que sobreviven muchos. Nuestros indicadores de pobreza y desigualdad, aunque cifras viejas, dan cuenta de unas condiciones que necesitan atenderse con la urgencia del grito de la desnutrición infantil e inseguridad alimentaria en el oriente del país, con la profundidad y persistencia que revelan los niveles de pobreza del norte y noroccidente, y con los niveles de desigualdad económica y social que arroja cualquier comparación entre la región metropolitana y cualquier otra parte del territorio nacional.

Cuatro grandes retos, cuatro patas de la misma mesa sobre la cual podremos sentarnos en paz, a convivir como miembros de una misma familia guatemalteca; o sobre la cual echaremos los dados y nos daremos a la suerte. Menuda responsabilidad tienen nuestras elites, ojalá den la talla.

Prensa Libre, 16 de diciembre de 2010.

Empleo: más preguntas que respuestas

“El empleo es condición sine qua non para que la gran mayoría de hogares guatemaltecos tengan casa, comida, educación y salud.”

El día de ayer salió una nota en la sección económica muy interesante. El título era “Prevén esatbilidad en el empleo”, y básicamente resumía un estudio hecho por una empresa de recursos humanos llamada Manpower. Haciendo una encuesta a 620 empresarios a nivel nacional, en diferentes sectores de actividad económica, destaca las expectativas que dichos agentes tienen con relación a posibles despidos y contrataciones que harían en el siguiente trimestre.

De allí derivan una medida llamada “tendencia neta del empleo”, que no es más que la resta entre los empleos y despidos que se prevén para el período en cuestión. Guatemala aparece con una tendencia neta de empleo del 9% para el primer trimestre del 2011. Aunque los datos que se presentan son bastante agregados en cuanto a distribución geográfica, tamaño de muestra, y sectores de actividad, es posible resaltar un par de tendencias.

La primera es que la región más rezagada del territorio nacional sigue siendo la Norte, resultado que refuerza las cifras de pobreza, en donde esa misma región es de las más pobres del país. Es decir, no solamente son pobres, sino que además no se está generando mayor empleo.

La segunda tendencia es que aparentemente el mayor dinamismo proviene del sector construcción, seguido muy de lejos por el sector agrícola y de transporte y comunicaciones. El sector servicios, por su parte, es el que menos empleo generaría. Resultado relevante cuando se piensa en el tipo de mano de obra que cada sector contrata, y por ende en el nivel salarial que podría llegar a tener las nuevas plazas. En promedio se esperaría que el sector servicios demandara un trabajador más cualificado, más productivo, y por consiguiente con un salario mayor.

Finalmente, en una comparación con otros países en donde también se realizan encuestas similares. Guatemala aparece a la cola en la tendencia neta de empleo (9%) para 2011 muy por debajo de otros países de la región como México (16%), Costa Rica (19%) ó Panamá (22%).

Pero además de los resultados obtenidos de la encuesta, es pertinente ir un paso más allá y reflexionar en un sentido más amplio sobre este mercado tan importante para el bienestar de la sociedad en su conjunto. El empleo es condición sine qua non para que la gran mayoría de hogares guatemaltecos tengan casa, comida, educación y salud. En otras palabras, son muy poquitos aquellos hogares privilegiados, que pueden prescindir de que – cuando menos – uno de sus miembros trabaje, y poder darse el lujo de vivir de rentas generadas por otros factores de la producción.

Por consiguiente, este tema debiera ser un tema central en la política pública nacional. Debiéramos estar inundados de análisis del mercado laboral guatemalteco. Por ejemplo, caracterizaciones del perfil del empleo para diferentes grupos de edad, étnicos, para cada departamento del país. Debiéramos poder predecir con mucha certeza las probabilidades de encontrar empleo para nuestros jóvenes, dependiendo de la cantidad y calidad de escolaridad que tienen. Las mediciones del empleo en el país tendrían que ser tan regulares y sistemáticas como la página del horóscopo en cada periódico.

Sin embargo no es así. Por el contrario, este estudio de Manpower y quizás el que hace ASIES son de lo poco que circula para medio tomarle el pulso al mercado laboral. Nuestras últimas encuestas oficiales de empleo son del 2004. ¿Increíble o no?

Conocer las expectativas de generación de empleo es importante, es verdad y no lo discuto. Pero también es cierto que no podemos seguir basando nuestra lectura de un mercado tan importante como el laboral de una forma tan miope, sin más referente que una pequeña muestra privada de empresarios y sus “espíritus animales” – como diría Keynes – con respecto a la creación o destrucción de plazas de trabajo.

Además de salir a preguntar a empresarios lo que piensan con respecto al siguiente trimestre, nuestro Instituto Nacional de Estadística debiera estar haciendo el mismo esfuerzo y con esa misma regularidad, para salir a tocar la puerta de nuestros hogares para que nos cuenten qué es lo que les ha pasado cada 10 ó 12 semanas.

Para terminar, me gustaría complementar la opinión de la ejecutiva de esta empresa cuando nos recuerda la importancia de (sic) “desarrollar la calidad del recurso humano y que se aprovechen los talentos y habilidades para que los trabajos no se vayan a otros países”. Eso es una parte – muy importante por cierto – del mercado.

La otra parte tiene que ver con la calidad de los puestos de trabajo que se generan para atraer mucho de nuestro capital humano que ya está formado y que tristemente sale centrifugado de la región por falta de oportunidades o, peor aún, porque habiéndolas, nuestro mercado laboral no sabe hacer un match adecuado entre plazas y talentos.

En todo caso, discusiones de este tipo solamente se pueden tener con más y mejor información estadística. De otra manera es como sacar el dedo por la ventana para tratar de pronosticar si va a llover en el territorio nacional.

Prensa Libre, 9 de diciembre de 2010.

¿Hay algo más después de las transferencias condicionadas?

“Para lograr efectos más permanentes sobre la calidad de vida de los pobres, la discusión va más allá de las capacidades limitadas que tiene un simple programa de TCE.”

Estamos a poco más de diez meses del evento electoral. A medida que transcurran las semanas, diferentes temas comenzarán a salir al aire. Visiones de lo que debiera hacerse, de las grandes prioridades nacionales. Esa discusión es muy sana, es el juego de la democracia, en donde diferentes visiones entran en competencia para tratar de ganarse el derecho de orientar por un tiempo la gestión pública.

Algunas discusiones se encenderán de acuerdo a la capacidad de jalar votos. Otras, aunque sean temas de fondo, no tendrán mayor realce y se perderán entre canciones y bulla. Natural miopía electoral. Lo importante es que, en medio del fragor de la discusión, los ciudadanos hagamos un esfuerzo renovado por tratar de poner argumentos sobre la mesa, y tratemos, tanto como sea posible, de construir discusiones sobre bases técnicas.

Uno de los grandes temas que seguramente será discutido es el enfoque que la actual administración ha seguido en materia de política social y de manera específica el programa de transferencias condicionadas en efectivo (TCE). Y para ello es muy importante preparar y documentar adecuadamente argumentos, evidencia, lo que ha funcionado en Guatemala y en otros países, así como aquello que merece mayor reflexión y necesidad de ajustes.

En ese sentido, el año pasado salió una publicación del Banco Mundial titulada “Conditional cash transfers: reducing present and future poverty”. Un documento que debiera ser consumido por cualquiera que tenga interés en el tema y busque tener una visión panorámica sobre la rápida expansión y logros de este instrumento de política pública, así como de los retos que enfrenta a futuro.

De una manera sistemática explica la forma y razones por las que estos programas se han expandido alrededor del mundo, especialmente en América Latina donde virtualmente cada país de la región tiene en funcionamiento un programa de este tipo. Pero además, el documento es amplio para discutir con evidencia empírica tanto efectos positivos como limitaciones que estas intervenciones tienen para la reducción de la pobreza y su transmisión intergeneracional.

Hay mucha evidencia acumulada y documentada a nivel mundial en cuanto a beneficios de las TCE. Por ejemplo, ganancias importantes en focalización hacia los grupos más pobres de la sociedad, aumentos en el nivel de consumo de los hogares beneficiarios, reducciones en niveles de pobreza – y en algunos casos de desigualdad económica –, han inducido a los hogares beneficiarios a demandar y utilizar servicios públicos de salud y educación. Todas estas son áreas en las que los programas de TCE parece que han hecho un buen trabajo.

Sin embargo, también es cierto que la evidencia es menos contundente cuando se va un paso más allá y se intentan observar impactos más profundos en el bienestar de las personas, tales como el estado nutricional y capacidad de aprendizaje de los niños, ó – incluso en aquellos programas que ya tienen muchos años funcionando –, en la posibilidad de insertar a los beneficiarios de las TCE en mercados laborales que les permitan generar retornos económicos por esa inversión que han hecho en capital humano – es decir, un ingreso mayor al de sus padres o al que estarían condenados a obtener sin mayor escolaridad o un estado de salud deficiente.

Para lograr estos efectos más permanentes sobre la calidad de vida de los pobres, la discusión va más allá de las capacidades limitadas que tiene un simple programa de TCE. Es decir, el instrumento hace una parte del trabajo, y de allí en adelante debe ser complementado con otro tipo de intervenciones que completen el círculo de efectos positivos en el bienestar de las personas.

Al final del día la literatura nos permite rescatar al menos tres lecciones de esta última década y media de programas de transferencias condicionadas alrededor del mundo. La primera lección es que son intervenciones que alivian transitoriamente la restricción presupuestaria de hogares en situación de pobreza, elevando su nivel de consumo.

La segunda lección es que tienen un gran poder de inducir demanda de servicios públicos, y por tanto imponen un reto importante a los ministerios sectoriales (salud y educación) para que agilicen su capacidad de respuesta por lo menos en cuanto a cobertura se refiere.

La tercera lección es que los efectos de mediano plazo, que ya se observan en otros programas más consolidados, sugieren la necesidad de pensar en las TCE como un primer eslabón de una cadena de intervenciones mucho más amplia y compleja en materia de protección social.

Lo rescatable de toda esta discusión en el contexto que vivirá Guatemala durante las próximas 35 semanas es que hay material suficiente para discutir técnicamente el tema, y poder así aprovechar el momento electoral para reflexionar sobre la arquitectura de nuestra política social con una perspectiva de mediano plazo.

Prensa Libre, 2 de diciembre de 2010.

¿Brecha ó dieta digital?

“Ahora comienza a hablarse de dieta digital, en referencia a la necesidad de aprender a dosificar y estar en control de la internet y otras tecnologías digitales.”

El domingo pasado apareció en el New York Times un reportaje titutlado “Growing up digital, wired for distraction”. A través de entrevistas con un par de maestros, un director de escuela, tres o cuatro niños, y algunos científicos, la nota reflexiona sobre los efectos de la avalancha digital sobre nuestros niños y jóvenes.

Si bien toma como ejemplo a un grupo de jóvenes adolescentes en escuelas de Estados Unidos, el mensaje es claro y universal: “los jóvenes siempre han estado expuestos a distractores y distintas formas para perder el tiempo. Pero los computadores y teléfonos celulares, y la cadena de estímulos que a través de ellos obtienen, han impuesto un reto importante para la concentración y el aprendizaje”.

No es muy difícil imaginarse los eslabones de esta cadena de estímulos. Nuestros jóvenes (e incluso adultos) usan cotidianamente cosas como Facebook, YouTube, Twitter, juegos de video, texting, email, o simplemente hablar por celular. Los que tenemos hijos seguramente hemos escuchado más de una vez la frase “pero ¿cómo hacían ustedes para vivir sin celular y computadoras?”. Para ellos es simplemente inconcebible un mundo en el que yo no pueda actualizar mi estado, subir una foto o un video, textear a mis amigos o bajar música del internet. El mundo así funciona y punto. Lo demás es casi como cavernario.

Sin embargo, estas bondades de la era de la conectividad aparentemente también imponen costos en el desarrollo de nuestros niños y jóvenes. Un grupo de neurocientistas de la German Sport University en Alemania estudiaron a niños entre 12 y 14 años, para medir los efectos de video juegos y programas de televisión en el aprendizaje. Encontraron que los videojuegos reducían significativamente la calidad de sueño y la capacidad de recordar vocabulario mucho más que la televisión.

Al parecer, uno de los principales riesgos que la nueva era digital impone sobre el desarrollo cerebral de nuestros niños y jóvenes es que los mantiene haciendo muchas cosas a la vez, sujetos a estímulos cambiantes, premiando el cambio por sobre la capacidad de concentrarse en una sola actividad. Esto se pone de manifiesto de manera muy clara en la escuela, en donde los maestros tienen cada vez más que usar métodos ingeniosos para mantener la atención de chiquillos habituados al “multi-tasking” (hacer muchas cosas simultáneamente).

Además, todos estos nuevos estímulos son (literalmente) permanentes. Es como si no tuvieran switch de apagado. Siempre se puede enviar un correo electrónico o navegar por la internet, incluso de madrugada. Ello provoca que cada vez haya menos tiempos de descanso para el cerebro en el día a día.

De acuerdo a estudios conducidos en la Harvard Medical School, estos espacios de tranquilidad cumplen una función fundamental para el cerebro. Son el equivalente al sueño para el cuerpo. Los períodos de descanso son críticos para que el cerebro sintetice información y haga conexiones entre ideas.

El tema ha adquirido tal relevancia que ahora comienza a hablarse de dieta digital, en referencia a la necesidad de aprender a dosificar y estar en control de la internet y otras tecnologías digitales. Es decir, tratar el tema como cualquier otra actividad que puede generar adicción y dependencia. Por ejemplo, balanceando el uso del tiempo en internet – mucha evidencia demuestra que los jóvenes usan las computadoras en casa fundamentalmente para entretenimiento y no para aprendizaje –, apagar celular, y desconectarse de facebook cuando se hacen tareas, son algunas de las recomendaciones básicas para recuperar el control en el uso del tiempo.

En un sentido más amplio hay que reconocer que la era digital está abriendo, por lo menos, dos importantes brechas. Por un lado, compitiendo con sistemas tradicionales de enseñanza, que encuentran cada vez mayor dificultad en mantener el ritmo del cambio, y con ello capturar la atención de jóvenes ávidos de estímulos y formación. En otras palabras, estamos obligados a repensar métodos de enseñanza para mantener la atención y motivación de una juventud que hoy transita entre el mundo virtual y el real en nanosegundos.

Y por el otro, en países como Guatemala, hay que añadir que la brecha tecnológica también tiene efectos en términos de equidad de oportunidades. Somos una sociedad joven, en donde una inmensa masa de población no tiene acceso a la décima parte de recursos y herramientas tecnológicas que en otras latitudes ya son consideradas como elementales. Ello indiscutiblemente ampliará brechas de productividad, y por consiguiente tendrá efectos en los retornos a la educación y perfiles de ingreso laboral de nuestra mano de obra. Todo ello muy fácilmente se traducen después en altos índices de desigualdad económica.

Prensa Libre, 25 de noviembre de 2010.

Maestros, padres y capital humano

“Mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo.”

Todos estamos de acuerdo con que todos nuestros niños y niñas tengan acceso a un aula en donde formarse. La gran mayoría de nuestra población tiene eso claro hoy día. Es por eso que los padres buscamos la mejor educación a nuestro alcance para nuestros hijos. Y es por eso mismo que los gobiernos generalmente encuentran menor resistencia para dirigir recursos públicos hacia educación que hacia otras áreas.

En ese proceso de aumentar nuestro capital humano hay dos grandes retos: cobertura y calidad educativa. Por un lado están el aula, los pupitres, el bolsón de útiles escolares, el número de maestros, los libros de texto, son todos elementos que con relativa facilidad se pueden ver, cuantificar, y por tanto evaluar si se han alcanzado ciertas metas. Esta es la pelea por la cobertura.

Por otro lado está el conjunto de habilidades críticas que nuestros niños y jóvenes deben adquirir para poder insertarse en una sociedad y mercado laboral que demanda y retribuye cada vez más en función de lo que saben hacer y cada vez menos en función de los títulos alcanzados. Tales dimensiones del proceso educativo son de mucho más difícil medición. No se pueden tocar tan fácilmente como una escuela o un cuaderno. Esa es la pelea por la calidad educativa.

Lo interesante aquí es observar como prácticamente todos los países siguen más ó menos la misma secuencia. Primero se preocupan por abrir muchas escuelas, luego por garantizar los insumos que maestros y estudiantes requieren, y en un tercer momento caen al debate de lograr calidad en la educación. Vamos de lo más básico e inmediato a lo más complejo y de más largo plazo.

Sin embargo, la verdad es que la gran mayoría de personas no tenemos mucha idea de cómo procurar educación de calidad. Nos guiamos por señales incompletas – prestigio social de ciertas disciplinas, renombre de algunos centros educativos y maestros –. Vemos sujetos (nuestros niños y jóvenes y sus maestros), vemos insumos (aulas y útiles escolares), y vemos productos finales (profesionales exitosos o mediocres). El problema es que al momento de ver el producto final generalmente ya es muy tarde.

Lo que no podemos ver muy claramente es el proceso. Esa mezcla esfuerzo del maestro, dedicación del alumno, apoyo en el hogar, y una infraestructura adecuada para transformar capacidades potenciales en habilidades desarrolladas y aplicadas por el estudiante. Mucho menos aún sabemos cuánto pesa cada uno de esos factores en el producto final que se espera de la educación. Una pregunta para nada trivial cuando lo que está en juego es el retorno a una inversión de muchos años.

Por sentido común intuimos algunos de los factores que pueden determinar el éxito de las personas. Por ejemplo, nos parece que los maestros deben jugar un papel importante. ¡Será para menos, si nuestros hijos pasan interactuando con maestros la parte más productiva de sus días!

Pero además, no hay que perder de vista que el maestro es solamente uno más de muchos otros elementos. El nivel de ingreso de la familia a la cual pertenece la niña o el niño, así como el nivel de educación de sus padres son factores que esconden una dinámica mucho más profunda y compleja, que explica rendimientos diferentes entre estudiantes que atienden la misma escuela y son educados por el mismo maestro.

De hecho, algunos estudios documentan que mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo. De allí se desprenden dos mensajes importantes: primero, para lograr calidad educativa, la calidad de los maestros es condición necesaria pero no es suficiente.

Y segundo, la responsabilidad que tienen padres y madres en el proceso de enseñanza de sus hijos es algo que no se puede ni debe desaprovechar. Para cerrar el círculo de calidad educativa, productividad, competitividad, crecimiento económico y desarrollo social, hay que descubrir y potenciar “todo lo demás” que rodea al niño.

Hacer una apología de la calidad de nuestros maestros es ignorar los muchos otros problemas estructurales que hacen más inclinada la pendiente del logro educativo para ciertos grupos de la población en Guatemala. La pobreza, violencia y desintegración familiar, el bajo nivel educativo de nuestra población adulta, la desnutrición, son todos lastres muy pesados que tienen un efecto en nuestros jóvenes. La calidad educativa es una tarea que no comienza ni termina en la escuela.

Prensa Libre, 18 de noviembre de 2010.

Quito y su centro histórico

“La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos.”

A más de 2,800 metros sobre el nivel del mar, Quito es una de las ciudades más altas del continente. Para quien no está acostumbrado, se le recomienda que al llegar tome las primeras horas con actividad relativamente suave. La fatiga producto de la escasez de oxígeno es un malestar típico con que esta ciudad, de poco más de 2.3 millones de habitantes, recibe al extranjero. Hay que darle tiempo al organismo de irse aclimatando.

Hace 32 años, junto a Croacia, Quito fue declarada patrimonio de la humanidad. Según nos contó su alcalde, en parte ello se debe a la crisis por la que atravesaba la Real Audiencia de Quito en el siglo XVI y XVII, lo cual impidió que los gobernantes de entonces tuvieran la capacidad económica y política de derrumbar obras de arquitectura de la época. Hoy, esos 600 edificios constituyen un tesoro, testigo mudo de la vida colonial de aquel país.

Sin embargo, y como ha sido el destino casi indefectible de las principales ciudades latinoamericanas, durante la segunda mitad del siglo XX entró en un severo deterioro. Dejado al descuido, abandonado por las clases medias y altas, quienes se mudaron a la parte norte de la ciudad, el centro histórico se volvió cueva de rateros, comercio informal, edificios hediondos y muy deteriorados, calles sucias, caóticas y poco señalizadas. En fin, el centro de Quito se convirtió en cualquier cosa menos en un lugar vivible.

Durante la década de los años noventa la municipalidad inició un esfuerzo de mediano plazo, con el objetivo de recuperar el centro histórico. Y fue así como desde entonces ha desarrollado una agenda muy compleja de transformación urbana. Han restaurado edificios coloniales que estaban convertidos en palomares, cantinas y baratillos.

Negociaron una relocalización pactada con más de seis mil comerciantes informales que habían hecho de las calles un mercado de quinta categoría. Habilitaron parques, pequeños centros comerciales para diferentes grupos socioeconómicos. Las iglesias de jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos han sido reabiertas al público, y las plazas han vuelto a ser espacios para todos los vecinos y visitantes.

Veinte años después, el ambicioso proyecto de recuperación del centro histórico de Quito es una realidad que se puede palpar. Y lo que más entusiasma es escuchar a sus habitantes hablar con mucho orgullo de lo que se han logrado. Tanto así que se han trazado una nueva agenda que contempla proyectos de mucha más envergadura.

La actualización de su catastro, obras de saneamiento y purificación del agua, la construcción de la primera línea de metro subterráneo, regularización de barrios marginales, la reubicación del aeropuerto para poder atender mejor al millón de turistas que visitan la capital ecuatoriana todos los años, son solamente algunos de los proyectos en los que las autoridades municipales están trabajando.

Y así como Quito, esfuerzos de recuperación de centros históricos se están llevando a cabo en otras ciudades ecuatorianas y varios países latinoamericanos como Perú, Uruguay, México y Brasil. En definitiva son ejercicios de planificación urbana que se hacen necesarios para hacer de las urbes lugares con un mínimo de calidad de vida.

La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos. Todos estos proyectos de recuperación comparten elementos comunes. Comienzan con obras básicas de infraestructura, para poder cerrar ciertas brechas de servicios básicos entre su población. A veces financiadas con recursos del gobierno central, a veces con recursos municipales. Más recientemente con modalidades de concesión y-o participación público privada.

Luego pasan a fases de promoción del desarrollo económico local para procurar fuentes de empleo e ingreso. Y después se centran en intervenciones de desarrollo social y reconstrucción de tejido ciudadano para poco a poco ir devolviendo un sentido de pertenencia e identidad a los habitantes del lugar.

Pero además, estos esfuerzos son una gran caja de resonancia que puede favorecer la cooperación entre países de ingreso medio. Las latinoamericanas son ciudades con retos y recursos más o menos similares. Ello nos debe facilitar encontrar soluciones creativas a los muchos retos que desprenden de la urbanización.

Por de pronto, mandarle un fuerte abrazo y sinceras felicitaciones a los Quiteños por haber hecho de su ciudad un espacio cada vez más público, vivible, y lleno de cultura. ¡Adelante!

Prensa Libre, 11 de noviembre de 2010.

Tomando el pulso de las microfinanzas (II)

“Guatemala tiene mucho camino recorrido en el sector, pero también enfrenta retos muy concretos para potenciar aún más ese mercado cautivo que espera tener acceso a mayores y mejores productos financieros.”

En octubre del año pasado escribí una columna de opinión titulada “Tomando el pulso de las microfinanzas” en la cual comentaba el informe “Microscopio global sobre el entorno de negocios para las microfinanzas”. Dicho trabajo es elaborado por The Economist Intelligence Unit con el apoyo de FOMIN (BID), Corporación Andina de Fomento (CAF) y la IFC del Banco Mundial. Este año repito el ejercicio porque me parece útil comparar la evolución del sector desde el 2009.

El Microscopio es un esfuerzo que arrancó en el 2007. Construye un indicador que ordena a los países de acuerdo al nivel de desarrollo del sector de las microfinanzas. Para ello toma en cuenta tres categorías principales: marco regulatorio, clima de inversión y desarrollo institucional.

En aquella época era solamente para países de la región de América Latina y el Caribe, pero desde el año pasado se ha ampliado para incorporar a otras regiones del mundo como África Subsahariana, Este y Sur de Asia, Europa del Este y Asia Central y Oriente Medio y Norte de África.

En cuanto a marco regulatorio se analiza principalmente la capacidad del gobierno para supervisar el sector. En cuanto a clima de inversión se observan factores como estabilidad política, sistema judicial, transparencia de las instituciones de microfinanzas (IMF). Y en desarrollo institucional se considera la variedad de servicios ofrecidos por las IMF y el nivel de competencia del sector.

Al igual que el año pasado, Perú aparece como el mejor país evaluado del total de 54 países que componen la muestra. El mejor ubicado en Centro América es El Salvador (6), seguido por Nicaragua (13), Honduras (18), Guatemala (19) y Costa Rica (29).

El último país en la clasificación del Microscopio es Venezuela. Dentro de las razones que cita el informe anual están (sic) “distorsiones del entorno competitivo por causa de la fijación de tasas de interés y de la participación de entidades públicas subsidiadas, (…) deterioro del entorno macroeconómico y regulatorio, y la ausencia de una definición clara de microfinanzas, normativa y supervisión específicas”.

En el contexto centroamericano, el movimiento más drástico en el índice lo tuvo Nicaragua, quien el año pasado se ubicó en la posición 7 y este año descendió a la 13. Es el país que perdió la mayor cantidad de puntos debido a (sic) “los efectos negativos del movimiento No Pago sobre el marco regulatorio y las condiciones de financiamiento para las IMF.”

De las tres áreas que evalúa el índice, Guatemala obtiene el mejor puntaje en desarrollo institucional (puesto 7 de 54), seguida por clima de inversión (27 de 54) y finalmente marco regulatorio (32 de 54). El área en la que más posiciones retrocedimos con respecto al 2009 fue marco regulatorio, cayendo de la 26 a la 32.

La principal observación que el reporte hace a Guatemala tiene que ver con el marco regulatorio y supervisión. La ausencia de una legislación adecuada para atender al sector – algo que desde hace varios años se ha venido señalando, pero que por alguna razón no encuentra tracción suficiente en el parlamento. Consecuencia de lo anterior es que tenemos una reducida capacidad de supervisión hacia las instituciones no bancarias que atienden el sector, aún cuando son las IMF quienes han hecho una parte sustantiva del trabajo de profundización del mercado.

Paralelo al Microscopio se publicó un pequeño informe titulado “Microfinanzas en América Latina y el Caribe: el sector en cifras”, el cual hace un recuento de los principales indicadores de desempeño del sector en la región. Allí se citan las 20 mejores IMF de América Latina y el Caribe, evaluadas en tres dimensiones: alcance, eficiencia y transparencia. Guatemala vuelve a aparecer con dos instituciones: FONDESOL en el puesto 13, y Fundación Génesis Empresarial en el puesto 18. ¡Felicitaciones a ambos equipos por mantenerse en la lista!

Termino con la misma reflexión de hace un año: índices como Microscopio son valiosos porque ilustran las tendencias, los atributos, las cualidades, que internacionalmente se consideran valiosas en la industria microfinanciera moderna. Al final, estamos en un mundo globalizado, y por lo mismo somos observados y evaluados con una vara internacional.

Es verdad que Guatemala tiene mucho camino recorrido en el sector, pero también tiene una agenda muy concreta para potenciar aún más ese mercado cautivo que espera tener acceso a mayores y mejores productos financieros. Por lo tanto debemos seguir insistiendo y cuestionando qué piensan los jugadores locales al respecto – MINECO, REDIMIF, banca comercial, Comisión de finanzas del Congreso de la República, Junta Monetaria –. ¿Cuál es nuestro plan de acción para desarrollar esta industria nacional?

Prensa Libre, 4 de noviembre de 2010.

jueves, 28 de octubre de 2010

Más izquierda o menos izquierda

“Domésticamente el PT ha tenido la visión y decisión política para implementar transformaciones institucionales, permitiéndonos con ello repensar el rol redistributivo del Estado.”

Brasil es posiblemente el país con más peso político y económico en la América Latina de hoy. Después de haber estado por muchos años al borde del despegue, finalmente ocupa el lugar preponderante en la región y el mundo que se merece. Pero además, acompañado de un horizonte despejado que ofrece un espacio para que consolide y profundice su senda de desarrollo actual.

Todo ello se debe a una conjunción de varios factores favorables que han hecho entrar al país en una suerte de círculo virtuoso. Para comenzar han sabido explotar un liderazgo político fuera de serie. La presidencia de Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) demostró una capacidad de proyectarse en el plano internacional como una opción de izquierda madura, adaptada a los tiempos modernos, siempre respetuosa de la institucionalidad democrática, alejada del populismo, y además capaz de tomar ventaja de un mercado global que le fue favorable la mayor parte del tiempo – incluso durante los años más difíciles de la última crisis económica internacional –.

Domésticamente el PT ha tenido la visión y decisión política para implementar transformaciones institucionales profundas, permitiéndonos con ello repensar el rol redistributivo del Estado. Además, hay que recordar que dicho esfuerzo tiene la legitimidad que otorga haberlo llevado adelante en una de las sociedades más desiguales del planeta – como bien sabemos, ¡no es lo mismo redistribuir oportunidades en Suecia o Finlandia que en Brasil o Guatemala! –. El resto de América Latina, y el mundo en desarrollo en general, no olvidará que el relanzamiento de las redes de protección social ha sido posible gracias a dos décadas exitosas de Progresa/Oportunidades, Chile Solidario y Bolsa Familia.

Incluso ahora, el momento electoral por el que atraviesa la democracia brasileña manda varias lecciones que debemos recoger otros países de la región. Por ejemplo, la primera vuelta ha dejando en claro que el mito de hacer cola para llegar a la Presidencia puede estar equivocado. Si bien funcionó en el caso de Lula, las últimas encuestas sugieren que es menos claro que vaya a cumplirse para el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) – José Serra es también otra institución con una larga trayectoria en la vida política de aquel país.

Pero también es verdad que liderazgo político y popularidad no se pueden endosar. Aunque la candidata del oficialismo, Dilma Rousseff, lleve la delantera, ni por asomo ha sido una copia al calco de la casi idolatría que ciertos sectores de Brasil mantienen por el presidente saliente. Lo que sí es verdad es que están sentadas las bases para una participación activa y decisiva de las mujeres en la política de aquel país, visto que dos de los tres candidatos más votados en primera vuelta son mujeres.

Por otro lado, quedan tres lecciones para la nueva izquierda latinoamericana: primero, al igual que en Chile y Uruguay, las opciones de izquierda pueden repetir en el gobierno por medios democráticos. No deben pensarse como flor de un día. Segundo, la izquierda modernizante de la región finalmente ha encontrado un justo medio en donde se logra redistribuir oportunidades sin necesidad de matar la gallina de los huevos de oro: el crecimiento económico. Y tercero, el hecho que las opciones políticas de segunda vuelta sean social democracia ó PT, es reflejo de una sociedad que hoy se debate con comodidad suficiente entre más o menos izquierda.

Finalmente, en un sentido más amplio, queda claro que una receta electoral exitosa para un partido en el gobierno pasa por combinar una serie de elementos: un sólido liderazgo político, una coyuntura económica favorable, y una política social que acerca al Estado a las grandes mayorías. Es decir, aquellos a quienes en principio deben servir las instituciones públicas para hacer viable y sostenible un sistema democrático.

Aunque quizás sea prematuro aventurar un juicio histórico, y guardando las distancias propias de cada realidad, es posible que la izquierda brasileña esté pasando por sus veinte años de gloria, parecidos a los que tuvo la Concertación en Chile. El tiempo dirá. Por de pronto, el siguiente capítulo se escribirá el próximo domingo, cuando el pueblo vuelva a salir a las urnas a elegir entre sus dos izquierdas.

Prensa Libre, 28 de octubre de 2010.

lunes, 25 de octubre de 2010

¿Por qué no encuentro trabajo?

“¿Por qué es que hay muchas personas desempleadas al mismo tiempo que hay muchas plazas de trabajo disponibles?”

Hay pocos reconocimientos que despiertan tanta expectativa en el mundo entero como el premio Nobel. Desde 1901 se entrega dicho galardón a aquellos hombres y mujeres que hayan hecho contribuciones significativas en diferentes campos del conocimiento como física, química, psicología o medicina, literatura y paz. En 1968 se incluyó una nueva categoría, cuando el banco central de Suecia estableció el premio para las ciencias económicas.

A partir de entonces, casi todos los grandes nombres que resuenan en Economía están en la lista de premiados: Samuelson, Solow, Tinbergen, Kuznets, Leontief, Stigler, Buchanan, Coase, Becker, North, Lucas, Sen, Heckman, Akerlof, Kydland y Prescott, Phelps, Krugman, Ostrom, son solamente algunos de ellos.

Sus contribuciones han sido amplias y en muchos casos revolucionarias. Con ideas de crecimiento económico, costos de transacción, teoría monetaria y fiscal, capital humano y desarrollo, econometría, comercio y finanzas internacionales, comportamiento del consumidor y de la firma, etcétera, todos estos hombres y mujeres han estimulado la mente de millones de economistas alrededor del mundo.

Hay también algunos datos anecdóticos del premio que vale la pena conocer. Desde que se instauró ha habido 67 galardonados en 42 años – 22 han sido para una sola persona, 15 se han dado a dos, y 5 han sido compartidos entre tres premiados –; solamente hemos tenido una mujer premio Nobel en Economía: Elinor Ostrom, quien en 2009 compartió el reconocimiento con Oliver Williamson, en reconocimiento a sus contribuciones en temas de gobernanza; el más joven en recibir el galardón tenía 51 años – Kenneth Arrow en 1972 – y el más viejo tenía 90 años – Leonid Hurwics en 2007.

Este año la Real Academia de Ciencias de Suecia seleccionó a los profesores Peter Diamond del Massachusetts Institute of Technology, Dale Mortensen de Northwestern University y a Christopher Pissarides de la London School of Economics, (sic) “por sus análisis de mercados con fricciones de búsqueda”. Los tres premiados tienen una larga trayectoria de investigación y docencia en temas relacionados con mercados laborales. De hecho, son conocidos por su modelo Diamond-Mortensen-Pissarides (DMP) para estudiar fenómenos como los determinantes del desempleo.

El análisis de mercados con costos (fricciones) de búsqueda permite responder preguntas como ¿por qué es que hay muchas personas desempleadas al mismo tiempo que hay muchas plazas de trabajo disponibles? En otras palabras, ¿cómo es que compradores y vendedores en un mercado no pueden llegar a un acuerdo (precio y cantidad) de manera inmediata? En este caso se refieren a oferentes y demandantes de mano de obra (trabajo).

La explicación que dan los galardonados tiene que ver con los costos de búsqueda, tanto para las empresas al tratar de reclutar personal, como para los trabajadores al intentar encontrar la plaza de trabajo. A diferencia de un mercado en donde el producto es el mismo – por ejemplo el mercado de naranjas – en el mercado del trabajo el producto varía caso a caso. Las capacidades de las personas son diferentes y por ende su productividad también lo es. De igual forma las plazas de trabajo son distintas de una empresa a otra (incluso aunque sea la misma empresa en dos localidades diferentes), y por tanto las competencias laborales que se buscan son distintas.

Esta complejidad hace que la solución clásica de mercado, en donde compradores y vendedores se encuentran de forma inmediata, sin incurrir en costos adicionales para encontrarse uno al otro, y con información perfecta, simplemente no se cumple. De allí el atractivo de la teoría desarrollada por el modelo DMP y sus extensas aplicaciones e implicaciones de política.

Es muy probable que la selección de los galardonados este año haya estado condicionada por la coyuntura internacional, ya que la tímida recuperación del crecimiento económico no ha venido acompañada de mayor generación de empleo. Estudiar los mercados laborales vuelve a estar de moda, no solamente en la enseñanza de la Economía sino en la agenda de política pública.

En Guatemala, a pesar de tener una población mayoritariamente joven, y que desde muy temprana edad comienza a vender su fuerza laboral, lo laboral ha sido un tema poco estudiado. Quizás mucho tiene que ver por falta de información estadística confiable, pero también por una desconfianza y hermetismo hacia el tema producto de nuestra historia reciente.

En ese sentido, debiéramos aprovechar el momento para que centros de pensamiento, algunas dependencias del Estado dedicadas a la planificación estratégica, y el mismo Instituto Nacional de Estadística, dialogaran y construyeran una agenda de trabajo a mediano plazo. Entender y seguir de manera regular el comportamiento de nuestro mercado laboral es básico para el diseño de la política económica y social en el país. En él radica la fuente principal de ingresos de los hogares guatemaltecos, y por ende se constituye en el principal mecanismo de redistribución de todo lo que producimos.

Prensa Libre, 21 de octubre de 2010.

Nueva globalización para un mundo nuevo

“En palabras de Strauss-Kahn, para el hombre de la calle, una recuperación sin empleo no significa mucho.”

Dos veces al año representantes de los accionistas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional se reúnen para discutir sobre diferentes temas de interés global. Usualmente son Ministros de Hacienda y Presidentes de Bancos Centrales quienes, ejerciendo el cargo de Gobernadores ante las instituciones financieras internacionales, representan a sus respectivos países.

En dichas reuniones intercambian puntos de vista sobre los retos que presenta la coyuntura mundial, y también gestionan apoyos técnicos y financieros. Por su parte, la alta administración de tales organismos, aprovechando la oportunidad de tener congregados a todos los Gobernadores, les da algunos mensajes generales sobre tendencias de desarrollo y gestión económica.

En esta ocasión el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, se dirigió a la Asamblea con un discurso en el cual reflexiona sobre cuatro riesgos que tiene el mundo en los siguientes dos o tres años. Pero además, lanzó una hipótesis con respecto al nuevo modelo de crecimiento mundial.

El primer riesgo: la deuda pública. Es claro que ante la crisis los gobiernos, especialmente los de economías avanzadas, se endeudaron de forma atípica, producto de una merma en sus ingresos tributarios ocasionados por el bajo crecimiento económico, programas de rescate financiero y de estímulo fiscal. Antes de la crisis su coeficiente de endeudamiento con respecto al producto interno bruto era de 75%, ahora es de 110% (en el caso de Guatemala habríamos pasado de un 20% a un 23% entre 2008 y 2010). De manera que el reto es revertir dicha tendencia, consolidar las cuentas fiscales y garantizar su sostenibilidad a mediano plazo.

El segundo riesgo: un crecimiento económico que no resuelva el problema micro. La gran preocupación que se tiene hoy es que observamos una tímida recuperación económica, que no está siendo acompañada por generación de puestos de trabajo. Sabemos muy bien que la falta de empleo por períodos prolongados impacta de manera directa e irreversible en el capital humano de las nuevas generaciones, las cuales dependen en mucho del nivel de ingresos de los adultos.

Esto es particularmente cierto en países en desarrollo, donde la seguridad social todavía es mínima ó inexistente, y por lo tanto el ingreso mensual – o diario – de los hogares es prácticamente el único recurso para cubrir los costos de educación y salud de nuestros niños y jóvenes. En palabras de Strauss-Kahn, “(…) para el hombre de la calle, una recuperación sin empleo no significa mucho”.

El tercer riesgo: que lo urgente vuelva a relegar lo importante. Una vez apagado el incendio, la agenda preventiva a las causas del fuego usualmente pasan a segundo plano. En este caso las llamas aparecieron en el sistema financiero y por lo tanto más y mejor regulación financiera no basta. Debe acompañarse de una capacidad de supervisión más ágil, así como del diseño de mecanismos de resolución de crisis futuras.

El cuarto riesgo: olvidarnos del valor de cooperar. A medida que transcurre el tiempo, naturalmente los gobiernos pasan a prestar más y más atención a las demandas domésticas. Con ello han resurgido viejos temores de utilizar las divisas como instrumento de recuperación. El llamado que hace el FMI en este punto es a una “mayor cooperación por el lado monetario y en el sistema monetario internacional.”

Pero además de los cuatro riesgos que plantea el Director Gerente del FMI, lo que me pareció más provocador fue la visión que lanzó a la Asamblea de Gobernadores sobre el modelo de crecimiento a futuro. Strauss-Kahn se aventura a anunciar el fin de un largo ciclo de dos siglos, iniciado durante la Revolución Industrial. Un período en el que el paradigma dominante era que prosperidad y poder geopolítico estaba determinado por acceso diferenciado a tecnología.

En sus palabras, hasta hace doscientos años “(…) la fortaleza de una nación se medía por su población, principalmente porque la tecnología era casi la misma para todos”. Con la Revolución Industrial dicho esquema cambia, permitiendo diferenciación entre países gracias al tipo de tecnología al que tenían acceso.

Sin embargo, en las próximas décadas es posible que la tecnología vuelva a estar disponible para casi todo el mundo. Y con ello, podríamos regresar a una situación en la que un país grande muy probablemente será más fuerte que un país pequeño.

Las implicaciones para países pequeños y con baja presencia tecnológica – como somos la mayoría de centroamericanos – están a la vista. Dado que definitivamente no competimos por tamaño de nuestros mercados, quedan dos caminos. Por una parte, nos corresponde seguir apostando a la tecnificación de nuestra mano de obra. Y por la otra, explotar de manera sostenible nuevos nichos de interés global como conservación y manejo sostenible de recursos naturales.

Para Centro América, un campo de paradigma como éste no supone nada nuevo en su agenda de desarrollo. Más bien, las reflexiones del Director Gerente del FMI refuerzan la idea de seguir procurando inversión pública y privada en más y mejor salud y educación para nuestra gente. Para otros países de la región puede significar una oportunidad y responsabilidad históricas.

Prensa Libre, 14 de octubre de 2010.

jueves, 7 de octubre de 2010

El índice de oportunidades humanas

“El nivel de educación de los padres y le lugar de nacimiento siguen siendo predictores muy fuertes de las oportunidades futuras.”

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una presentación titulada “Un nuevo enfoque para la política social: midiendo el acceso a las oportunidades”. El expositor principal fue Marcelo Giugale del Banco Mundial y como comentaristas tuvo a Robert Kaufman, profesor de Rutgers University y Jeni Klugman del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

La discusión estuvo centrada alrededor de un nuevo índice de desigualdad que ha comenzado a generar el Banco Mundial, el cual tiene que ver con el concepto de “igualdad de oportunidades”. Sobre este tema el banco ha venido trabajado desde hace algún tiempo a través de proyectos de investigación publicados en un par de libros y artículos, incluso en el mismo “World Development Report” del año 2006.

Una discusión muy relevante para un continente como América Latina, en donde están 10 de los 15 países más desiguales del mundo, y en la cual claramente las cifras de crecimiento económico y reducción de pobreza de los últimos veinte años reflejan dos tendencias. Por una parte, un modesto crecimiento económico durante los noventas, que luego se acelera en la primera década del siglo XXI.

Por la otra, una reducción de pobreza muy volátil durante los noventas, que se acentúa durante estos últimos diez años. En otras palabras, la lucha contra la pobreza en la región está teniendo lugar y da muestras de avance. Seguramente no al ritmo que uno quisiera, ni en todos los países, pero mejoramos y eso es lo importante.

Sin embargo, las cifras de desigualdad son mucho menos alentadoras. De hecho, estamos por encima de regiones incluso más pobres que la nuestra (Africa Subsahariana), no digamos de países con mayor nivel de desarrollo (OECD). Esto es interesante, porque de alguna forma nos indica que la desigualdad tiene otra lógica. Que no necesariamente va de la mano del patrón de crecimiento económico ó de reducción de pobreza. La desigualdad parece tener raíces en temas de tipo institucional y de las oportunidades que como sociedad estamos dándole a nuestras nuevas generaciones.

La idea principal que subyace al concepto de igualdad de oportunidades que nos presenta el Banco Mundial es descrito con una pregunta muy ilustrativa: ¿cuáles son aquellas circunstancias personales, sobre las cuales un niño o niña no tienen ningún control o responsabilidad, y que determinan su nivel de acceso a determinados servicios básicos? Aquí es importante resaltar dos cosas. Primero, el énfasis en observar solamente niños o niñas, edad en la cual las circunstancias “heredadas” tiene un mayor peso en la vida. Y segundo, la correlación que existe entre tener acceso a determinados servicios básicos y la probabilidad de tener “éxito” (desarrollarse plenamente) en la vida.

De allí deriva el Índice de Oportunidades Humanas (IOH), el cual intenta medir qué tanto circunstancias personales (lugar de nacimiento, riqueza familiar, raza, género, educación de los padres, número de hermanos) impactan la probabilidad de que un niño acceda a los servicios necesarios para desarrollarse (acceso a agua potable, saneamiento, electricidad, terminar a tiempo el sexto grado de primaria).

La aplicación de este índice a datos de Latinoamérica arroja algunos resultados muy interesantes. Cito tres que me parecieron provocadores. Primero, los países con mejor IOH no comparten el mismo modelo de desarrollo (Chile, Uruguay, México, Costa Rica y Venezuela), lo cual sugiere que hay muchas formas de procurar equidad.

Segundo, el nivel de educación de los padres y le lugar de nacimiento siguen siendo “predictores” muy fuertes de las oportunidades futuras que una persona gozará. Un resultado que debe llamarnos mucho a la reflexión porque destila un determinismo perverso y una incapacidad como sociedad de darle oportunidades y movilidad social a las nuevas generaciones.

Tercero, cuando se ordenan de mayor a menor los índices de cada país de la región se observa una tendencia continua que se rompe con Centro América (salvo Costa Rica). Claramente hay un rezago muy fuerte en los centroamericanos con respecto al resto. Nos urge entonces escarbar más a profundidad para entender mejor la naturaleza de la desigualdad de oportunidades en estos cuatro países.

Para finalizar, me parece imperativo que los centroamericanos sigamos promoviendo discusión y debate sobre temas de equidad. Así como hemos avanzado en nuestra comprensión de otros temas igualmente importantes como el crecimiento económico y la reducción de pobreza, ahora necesitamos darnos el tiempo para comprender mejor nuestras fuentes de inequidad.

En ese sentido comparto la visión que ofrece el IOH cuando nos dice que (sic) “…mientras que la igualdad es controversial, la equidad cuenta con apoyo unánime a lo largo del espectro político”. Rompe con el típico “trade off” entre crecimiento económico y redistribución de riqueza. Y para países como Guatemala, encontrar conceptos que acercan posiciones políticas es un activo que como sociedad debemos aprovechar al máximo.

Si le interesa el tema, le recomiendo el sitio www.worldbank.org/lacopportunity.

Prensa Llibre, octubre 7 de 2010.

jueves, 30 de septiembre de 2010

¿Metas o aspiraciones del mileno?

“Apostarle demasiado a la cooperación internacional para salir del atraso es arriesgado y no garantiza un final feliz. Es mucho mejor negocio tratar de hacerlo con recursos propios.”

Fue en septiembre de 2000 cuando 189 países miembros de las Naciones Unidas adoptaron la Declaración del Milenio. Un documento que incluía compromisos y metas para la erradicación de la pobreza, la promoción del desarrollo social y la protección del medio ambiente. Desde entonces, mucha de la cooperación internacional, así como ejercicios de planificación económica y social de gobiernos de países en desarrollo gravitó alrededor del avance de lo que en adelante se ha conocido como los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Dentro de los ODM que más han resonado está reducir en un cincuenta por ciento la proporción de personas que viven en pobreza extrema, la proporción de personas que sufren hambre, y de aquellos que no tienen acceso a agua potable. También hemos escuchado de una meta para que niños y niñas – por igual – sean capaces de completar el nivel de educación primaria y tengan igual acceso a todos los niveles de educación. Otra tiene que ver con reducir la mortalidad materna e infantil en dos terceras partes, y revertir la propagación del HIV-SIDA, malaria y otras enfermedades.

En aquel momento se fijaron un horizonte de quince años pero con una particularidad: el año que sería tomado como base sería 1990. Es decir, se daban 10 años “de ventaja” para no arrancar enteramente de cero. Para aquel entonces el año 2015 quedaba muy lejos, quizás lo suficiente para facilitar compromisos de quienes en ese momento tenían a su cargo la conducción política de sus respectivos países.

Hoy es el 2010 y estamos a menos de 60 meses de la línea de llegada. Ya se comienza a generar alguna ansiedad y sentido de urgencia. Tanto que durante la Asamblea de Naciones Unidas que tuvo lugar la semana pasada en New york se dedicó un espacio para la evaluación de los ODM.

A pesar de ser una aspiración noble y bien intencionada para toda la humanidad, los ODM tampoco han estado exentos de crítica. Algunos han señalado que las metas son demasiado ambiciosas para algunas regiones del mundo. Por ejemplo, en el caso de África Sub Sahariana, de acuerdo a su trayectoria de desarrollo social tendría que dar un giro espectacular para poder cumplir tales compromisos.

Sin embargo, también se reconoce que los ODM han tenido otros efectos colaterales positivos. Por ejemplo, revertir una tendencia de reducciones en ayuda internacional tras el fin de la Guerra Fría. Así también, han contribuido a cambiar el paradigma de la cooperación internacional para el desarrollo, antes anclado más en insumos – e.g. cantidad de centros de salud construidos – que en resultados – e.g. reducir la tasa de mortalidad materna –. Personalmente creo que si estas dos externalidades fueran el único saldo que nos dejara los ODM, ya se le habría hecho un gran favor al mundo en desarrollo.

Dentro de los informes que circularon previo a la cumbre de Naciones Unidas hay un artículo elaborado por el Centro para el Desarrollo Global, cuyos autores fueron Benjamín Leo y Julia Barmeier. Se lo recomiendo. En poco más de quince páginas trata de salirle al paso a una crítica que se ha hecho al monitoreo de avances y retrocesos en ODM: concentrarse en tendencias agregadas (globales o regionales), minimizando con ello comportamientos diferenciados a nivel de país. Construyen un índice relativamente sencillo que evalúa la trayectoria en el cumplimiento de los ODM a nivel nacional, y se lo aplican a un grupo de 139 países, fundamentalmente aquellos de renta baja y media.

Dentro del grupo de países de renta baja la revelación es Honduras, punteando en primer lugar. Y dentro de los coleros están Burundi, la República Democrática del Congo, Afganistán y Guinea Bissau. En el grupo de países de renta media aparecen China, Ecuador y Túnez como los mejores y Bulgaria, Gabón y las islas Marshall como los más rezagados. Guatemala forma parte del grupo de mejor desempeño entre los países de renta media.

Los resultados generales del análisis dejan dos buenas noticias y plantean dos tareas pendientes. Las buenas nuevas son que el indicador con mejor desempeño en toda la muestra de países es el de igualdad de género; por otra parte, los países de renta baja (países más pobres) tienen un buen desempeño en el indicador de reducción de pobreza extrema. Las tareas pendientes tienen que ver con mejorar el desempeño relativo a HIV-SIDA y mortalidad materna.

Aunque quedan algunos años para el 2015, ya se pueden observar ciertas tendencias. Algunas de ellas corroboran lecciones ya recogidas en la literatura del desarrollo desde hace varios años. Menciono tres: primero, países en conflicto ó con altos índices de violencia tendrán más dificultad para cumplir con los ODM; segundo, cada vez es más clara la relación positiva que hay entre desarrollo, calidad institucional, crecimiento económico, y niveles de ingreso; y tercero, apostarle demasiado a la cooperación internacional para salir del atraso es arriesgado y no garantiza un final feliz. Es mucho mejor negocio tratar de hacerlo con recursos propios.

Prensa Libre, 30 de septiembre de 2010.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La década ganada

“Hoy podemos echar mano de lo que está cocinándose bajo el crecimiento económico peruano, la recuperación de espacios públicos de los colombianos, las redes de protección social uruguayas, la reducción de pobreza y desigualdad brasileña ó la profundización democrática costarricense.”

Cuando éramos estudiantes de universidad recuerdo cómo nuestros maestros y los principales analistas políticos y económicos nos hablaban de la década de los ochentas, refiriéndose a ella como “la década perdida”. Era el tiempo en que Latinoamérica daba el trago amargo de haberse puesto a juguetear con su gestión macroeconómica. Eran años de mucha intolerancia y un establishment claramente anti democrático. Días de palabras proscritas como progreso social, pobreza, reformas fiscales, redistribución del ingreso y derechos humanos. En el caso de Centro América, fue una época en que la región literalmente se desangraba por sus ideas políticas – tristemente hoy lo ha vuelto a hacer pero por razones más baratas y viles como la droga y el crimen organizado –.

Afortunadamente ha corrido agua bajo el puente, y hemos logrado superar varios de los problemas de entonces. Tanto así que el mundo nos ve de otra manera. Algunos incluso aventuran a decir que estamos ante “la década de América Latina”. En la actualidad prácticamente toda la región abraza la democracia como sistema político; los conflictos armados son parte de un capítulo duro y doloroso, pero que ya nadie considera como opción para llevar adelante transformaciones sociales y económicas aún pendientes; el crecimiento económico, aunque todavía modesto y volátil, poco a poco se ha ido quedando en nuestros países y contribuye a mejorar el nivel de vida de nuestra población; la gestión macroeconómica prudente nos parece hoy una obviedad, cuenta de ello es que La Gran Recesión no hizo tanto daño como en otras partes del planeta.

A propósito de los avances que hemos dado en las últimas décadas, la edición de The Economist de esta semana ha publicado un especial sobre América Latina. Francamente vale la pena leerlo despacio. Toma bastante bien la temperatura a nuestros países y sus principales retos de desarrollo.

En una de sus secciones el reporte aborda la agenda de progreso social en la región. Comienza por reconocer la reducción de pobreza que América Latina ha experimentado en los últimos años, explicando dicho avance básicamente por tres factores: crecimiento económico, control de la inflación, y programas sociales focalizados a los más pobres. Es cuando menos interesante el análisis que hace con respecto al crecimiento de la clase media baja en varios de nuestros países, tema que da para amplia discusión y debate.

Sin embargo, también enciende luces de alerta temprana sobre los nuevos desafíos que hoy se dibujan sobre nuestra agenda social. Por ejemplo, diseñar programas de reducción de pobreza urbana que sean tanto o más exitosos que los de pobreza rural; el desafío de lograr calidad educativa, dado que prácticamente hemos superado el reto de la cobertura en ciertos niveles; la reforma al gasto público, para darle más progresividad y capacidad de atención a la amplia masa de economía informal; así como la consolidación de nuestros incipientes sistemas de protección social.

En síntesis, aunque hay signos de avance, ello no es razón para ser autocomplacientes. Más bien, si de algo debemos cuidarnos los latinoamericanos es de no quedarnos atrapados en esos equilibrios de “baja intensidad”, en donde por una parte la crisis no llega a niveles que provoca procesos de transformación profunda; y por la otra, la inercia de un crecimiento mediocre y un Estado con poco músculo tampoco detonan círculos virtuosos de prosperidad y progreso.

Afortunadamente contamos con casos exitosos que ya han abierto brecha en diferentes áreas de desarrollo político, económico y social de la región. A diferencia de la década de los años noventa, cuando solamente teníamos el referente del milagro económico chileno, hoy podemos echar mano de lo que está cocinándose bajo el crecimiento económico peruano, la recuperación de espacios públicos de los colombianos, las redes de protección social uruguayas, la reducción de pobreza y desigualdad brasileña ó la profundización democrática costarricense, por citar algunos ejemplos.

Si estos cambios positivos se generalizan, es posible que en unos cuantos años podamos hablar de una “década ganada” para América Latina. Ello pasa por promover más integración y cooperación sur-sur, que permita una activa polinización cruzada entre nuestros pueblos. Ese es un camino muy efectivo para acortar tiempo y brecha en países como Guatemala, que todavía tienen importantes rezagos por atender y revertir.

Prensa Libre, 16 de septiembre de 2010.

Nuevo fondo

“Así son las emergencias en países institucionalmente débiles. Alborotan hormigueros a cual más, pero solo lo suficiente para recuperar el endeble equilibrio pre crisis.”

Muchos tenemos la sensación que Guatemala pasa por uno de sus momentos más bajos en la historia reciente. Tratando de ser objetivo no podría decir cuánto de tal percepción se amplifica por la integración de ciertos segmentos de la sociedad que tenemos la capacidad de discutir en tiempo real e inocularnos mutuamente opiniones, fuentes de información y estados de ánimo.

De cualquier manera, el impasse político, la inseguridad ciudadana y los eventos naturales nos mantienen a raya y en boca de los principales medios de comunicación mundial. Lo peor de todo es que cuando creímos por fin haber tocado fondo, ¡zángana!... pues fíjese que siempre no. Hace muy poco fue la primera tormenta tropical de la temporada que vino “acuachada” con la erupción de un volcán y hundimientos en pleno centro de la ciudad. Pusieron a todo mundo a correr como pollos sin cabeza. Y no había terminado de asentar el polvo cuando aparece un invierno record.

Francamente somos como de libro de texto. Guatemala parece caso de estudio de un libro que salió al mercado un libro titulado “The Black Swan”, en alusión a aquellos fenómenos que tienen muy poca probabilidad de que ocurran, pero que cuando llegan a suceder tienen efectos profundos en las condiciones de vida de las personas. De verdad que la tentación de leer el momento por el que atraviesa el país como nuestro cisne negro es muy grande – y no me refiero solamente en lo climático –.

Pero más allá de ponernos a calcular probabilidades, lo más grave es que en su gran mayoría, todos son desastres para los que tenemos conciencia plena de lo que van a implicar y a quienes van a afectar más profundamente. Como dice una nota de la BBC al citar el último informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres, publicado por Naciones Unidas y el Banco Mundial: “(…) las comunidades más vulnerables sufren una parte desproporcionada de las pérdidas. (…) Los hogares pobres también suelen tener una menor capacidad de respuesta puesto que carecen de capacidad para movilizar o acceder a los activos necesarios para paliar las pérdidas (…) y rara vez tiene cobertura mediante seguros o sistemas de protección social.”

A eso habría que sumar el natural aumento poblacional acompañado de ninguna o muy poca planificación urbana y territorial, generando asentamientos en zonas de mucha vulnerabilidad como son las laderas y riberas de ríos. Claro está que muchas veces no es por falta de visión de mediano plazo sino por una razón mucho más elemental: la urgente necesidad de tener un techo (¡de la calidad que sea!). Así es la pobreza que vive la mitad de nuestra gente.

En el mediano plazo los restos están a la vista: levantar fondos para reconstrucción de la infraestructura, mitigar daños en la producción agrícola y agroindustrial a fin de contener aumentos en desempleo y prepararnos para nuevas crisis de seguridad alimentaria. Todo suena como a agua mojada. Todas son recomendaciones que ya se conocen desde hace tiempo. Entonces la pregunta interpelante es ¿por qué demonios no podemos salirnos del libreto de crónica de una muerte anunciada?

Entre tanto, la gritería de nuestras elites y liderazgos sigue siendo la misma: que si tantos puentes rotos, que si tramos carreteros mal construidos, que si aldeas y caseríos incomunicados, que si insuficiencia de recursos para atender emergencia, que si el mejor mecanismo es el presupuesto o más deuda externa, que si mejor antes interpelamos a fulano o a mengano, que si esto ayuda a tal o cual candidato, que si la cúpula tal o la conferencia cual protestan pero no proponen. Así son las emergencias en países institucionalmente débiles. Alborotan hormigueros a cual más, pero solo lo suficiente para recuperar el endeble equilibrio pre crisis.

De la seguidilla de eventos críticos destila una única y triste conclusión: incomunicación generalizada en el país – física, institucional, política y social. Diálogo de sordos. Y así es muy difícil poner en pie nación alguna. No se escucha con claridad el mensaje de nuestros liderazgos, aún y cuando tenemos dos grandes oportunidades para convocar a la unidad nacional y enrumbar nuevamente a Guatemala: la reconstrucción y la lucha frontal contra el crimen organizado. ¿Será que todavía nos falta tocar un nuevo fondo?

Prensa Libre, 9 de septiembre de 2010.

Éxito rural, reto urbano

“La pobreza y desigualdad urbana tiene una naturaleza muy diferente, quizás más compleja, que la pobreza y desigualdad rural.”

No es difícil imaginarse a Guatemala como un pequeño Brasil. Su diversidad climática, étnica, niveles de pobreza y desigualdad, el rol de sus elites económicas, y un pasado compartido de difícil transición democrática, hacen que ambos países tengan mucho de qué hablarse uno al otro; y en el caso de Guatemala, mucho que aprender de lo andado por el gigante de Suramérica.

Un pequeño ejemplo de ello lo tenemos en nuestra política social, en donde los guatemaltecos también hemos apostado al concepto de transferencias condicionadas en efectivo como herramienta para la reducción del a pobreza. En Brasil el programa Bolsa Familia ha recibido un particular impulso institucional y político desde el año 2003 con el gobierno del Presidente Lula. Desde entonces ha hecho significativos esfuerzos por ampliar su cobertura e impacto social, convirtiéndolo en pieza clave para la función redistributiva de aquel Estado. Hoy tiene prácticamente garantizada su continuidad en la siguiente administración que los brasileños elegirán el mes próximo.

En esa línea, hace algunas semanas apareció un reportaje publicado en la revista The Economist, discutiendo de forma prospectiva el programa insignia de la política social en aquel país. Vale la pena compartir algunos mensajes porque mucho de lo que allí se dice puede perfectamente trasplantarse a cualquier otra nación latinoamericana que esté utilizando instrumentos similares para atender a su población más pobre.

Las bondades y debilidades de Bolsa Familia están a la vista. Pero además son debatidas abierta y ampliamente, lo cual suma a favor de la transparencia y apropiación del concepto por parte de la sociedad. Los números duros revelan que dicha intervención ha contribuido en menos de 10 años a reducir el índice de desigualdad de Gini de 0.58 a 0.54, ha acelerado un proceso de reducción de pobreza y desnutrición rural – fenómeno que ya venía dándose desde la década de los noventa –, y además no ha representado un costo demasiado alto para el erario público – más o menos 0.5% del PIB.

A pesar de ello, la discusión parece estar puesta hacia el nuevo y principal reto que tiene el programa: cómo hacerlo igualmente efectivo en un contexto de pobreza urbana. Por ejemplo, hoy se discute si las transferencias condicionadas en las ciudades han dejado a muchos hogares pobres en una condición relativamente peor que la que tenían antes, cuando eran usuarios de un conjunto de transferencias gubernamentales tales como programas contra la desnutrición infantil, subsidio a combustibles para cocinar, transferencias para adolescentes, entre otros.

De igual forma se debate sobre los impactos sobre trabajo infantil, en donde aparentemente el programa no ha sido tan efectivo, ni en el campo ni en la ciudad. Pero sobretodo en contextos urbanos, en donde el monto de la transferencia que se da a los hogares parece insuficiente para cubrir lo que los niños podrían ganar haciendo trabajos informales en las calles.
En resumen, los brasileños tienen ya una idea bastante acabada en cuanto a beneficios y retos que Bolsa familia deberá enfrentar en los próximos años. La intervención ha sido exitosa en términos de reducción de la desigualdad y pobreza. Sin lugar a dudas ha beneficiado a los hogares más necesitados del ámbito rural. Ha cerrado brechas campo-ciudad en cuanto a escolaridad y desnutrición infantil. Y todo ello a un costo relativamente bajo comparado con la cobertura y el impacto socioeconómico alcanzados.

Sin embargo, evidencia acumulada de varios años de monitoreo y evaluación ya alerta sobre la necesidad de hacer ajustes para reconocer características diferentes entre la población más pobre, particularmente la que vive en centros urbanos. Hay que revisar el sistema de incentivos que tiene el programa para sacar a más y más niños fuera de las calles y llevarlos hacia escuelas y centros de salud.

Ha quedado claro que la pobreza y desigualdad urbana tiene una naturaleza muy diferente, quizás más compleja, que la pobreza y desigualdad rural. Por tanto, los ajustes que se darán en el área urbana probablemente apuntarán a volver “más competitivos” los beneficios de Bolsa Familia con respecto a otras fuentes alternativas de ingreso. Incluso quizás sea necesario complementar con otro tipo de intervenciones que vayan más allá de la transferencia de dinero.

De cualquier manera, si hubiera que resumir en una línea programas como este, diríamos que son un éxito rural y un reto urbano.

Prensa Libre, 2 de septiembre de 2010.

jueves, 26 de agosto de 2010

Política fiscal, pobreza y desigualdad

“La porción de gasto dedicado a asistencia social en la región parece ser mucho más costo-efectiva que la parte asignada a seguridad social.”

El Inter American Dialogue publicó esta semana su tercera nota de política Síntesis, titulada “La política fiscal y los pobres en América Latina”. Un documento que en poco más de tres páginas esboza con gran nitidez los rasgos más sobresalientes de la política fiscal en la región, identificando las principales causas de su fracaso para reducir pobreza y desigualdad.

Lo hace de dos maneras. Por una parte, comparando a la región con los países miembros de la OCDE, con lo cual logra un efecto de claroscuro que llama a la reflexión sobre lo que podría llegar a ser el músculo fiscal latinoamericano. Y por la otra, citando cifras y estudios todos relativamente recientes y de autores diversos y reconocidos, dando así autoridad suficiente a la línea de argumentación.

Por el lado de los ingresos fiscales la radiografía revela, entre otras cosas, una incapacidad muy grande para redistribuir; bajos niveles de recaudación (a pesar de contar con tasas impositivas no muy distintas a otras regiones del mundo); importantes agujeros negros de deducciones, exenciones y vacíos legales; incapacidad de desplazar la carga de ingresos tributarios desde los hogares pobres y de clase media hacia los hogares más ricos; y una seria debilidad para recaudar impuestos individuales sobre la renta (e.g. mientras que la OECD recauda por este concepto cerca del 9 por ciento del PIB, América Latina ligeramente supera el 1 por ciento).

Por el lado del gasto los problemas tampoco son menores. A pesar de haber aumentado su nivel en las últimas décadas, los beneficios de dicho gasto – ya sea en forma de servicios o de transferencias de ingreso – no están llegando a la población más pobre. Sobre este último punto es interesante el análisis que hace sobre los recursos públicos dedicados a educación, señalando dos problemas fundamentales: bajos niveles de calidad y deficiente focalización. Alarman los datos con respecto a beneficiarios del gasto en educación por cada nivel educativo, de lo cual se deduce que es urgente trabajar en la progresividad, sobre todo en el caso de educación media y superior.

Para terminar, el reporte cierra con una discusión que es central para la definición del papel redistributivo del gasto público, y que pasa por el rol que juegan las transferencias públicas. Dichas transferencias típicamente vienen en forma de seguridad social (pensiones ó seguro al desempleo) ó de asistencia social (transferencias condicionadas o no condicionadas).

Contrario al imaginario que muchos comparten, la porción de asistencia social no solamente alcanza un magro 15% del gasto en transferencias públicas, sino que además evidencia niveles aceptables de focalización hacia los estratos socioeconómicos más bajos. Lo opuesto sucede en el caso de la seguridad social, en donde no solamente son quintiles superiores de población los más beneficiados, sino que además por su capacidad de movilización social y presión política logran imponer rigideces que hacen más difícil la implementación de reformas. En suma, la porción de gasto dedicado a asistencia social en la región parece ser mucho más costo-efectiva que la parte asignada a seguridad social.

Después de leer el documento quedé con un sabor de boca agridulce. Sin decirlo de forma explícita, deja en el ambiente dos mensajes muy sutiles. El primero tiene que ver con el profundo poder y valor que tiene el cabildeo en la construcción y conducción de los Estados – particularmente los latinoamericanos, que adolecen de una crónica debilidad institucional, muchas veces en un contexto de sociedades segmentadas, así como de procesos políticos que impiden pensar el quehacer público con una perspectiva de mediano plazo –.

El segundo mensaje, todavía más sutil, se deduce de hacer un rápido análisis de procesos fallidos y exitosos de reforma en la región, en donde el hilo rojo de procesos exitosos ha sido la construcción de confianza entre actores con capacidad de un efectivo cabildeo político. Parece que es allí en donde reside en última instancia la posibilidad de transformación o estancamiento indefinido de cualquier agenda.

La historia de la región demuestra una y otra vez que siempre se puede construir una línea argumental técnicamente fundamentada, sin que ello garantice reforma alguna. De la misma manera, con un efectivo cabildeo ejecutado por operadores políticos conscientes de su entorno idiosincrático, hasta la más débil de las propuestas coge vuelo. Pan para nuestro matate.

Prensa Libre, 26 de agosto de 2010.

lunes, 23 de agosto de 2010

¿Pensar y escribir para quién? (Marcela Gereda)

Mis héroes son los campesinos, la gente de a pie.

Hace algunos días conversaba con un amigo y reconocido antropólogo, entre otras cosas hablámos de la urgente necesidad que tenemos intelectuales y gente de ciencias sociales de democratizar y desmonopolizar el conocimiento.


Es muy característico de las ciencias sociales pensar para sí misma. No llegar a dar explicaciones a la gente, con la que y sobre la que describe fenómenos sociales. Al igual que muchos artistas posmodernos, muchos científicos sociales son elitistas. Vemos en centros de investigación enormes anaqueles de publicaciones que no las lee ni Dios.


En un país como el nuestro, deberíamos de pensar para todos. Hacer investigación no sobre la subalternidad sino con la subalternidad. ¿De qué sirven las grandes publicaciones si las leen sólo los intelectuales?, ¿puede el periodismo alternativo ser un vehículo para democratizar y desmonopolizar el conocimiento?


Para dar vida a un texto, partimos de la necesidad urgente de que las ciencias sociales tengan un terreno para hablar a la sociedad en toda su amplitud. Parto de la necesidad de incorporar el arte y la cultura como herramienta explicativa de lo que somos y de por qué las cosas son como son.


Con el periodista polaco Ryzard Kapuscinsky, creemos que es fundamental que un periodista esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo, vive en muy duras y terribles condiciones y si no las entendemos y compartimos, no tenemos derecho a escribir.


Todo lo que dicen los medios debe ponerse a prueba por la experiencia y la reflexión. Para explicar, para informar de una verdad se tiene qué tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros ni escudos protectores, sobre aquello de lo que se habla.


Me encanta intentar combinar los registros de la antropología en un espacio periodístico. Es decir, la observación participante. Para comprender una cultura ajena hay que internarse y asentarse en su tierra. Sólo así podrá captarse esa “otredad”. Para ello hace falta estar dispuesto a movernos, a ser nómadas, a saber regalar sonrisas.


Hoy leemos la gran mayoría de los periódicos y sentimos que todo es una gran tomadera de pelo. Hay una parte de las historias que parecen estar ausentes. Nos hacen falta los personajes del campo, la vida marginal. Pareciera entonces que los periódicos y telenoticieros hablaran de un cuerpo incompleto, donde falta una mitad. Entonces sucede que las historias que nos llegan ignoran a una población, que es la mayoría.


En un tiempo de oscuridad, en el que nos relacionamos casi sólo como mercancías, donde todo se legitima y da continuidad a la máquina perversa que es el mundo que habitamos, creo que lo que nunca olvidaremos de los periódicos es lo que hay en ellos de buena literatura y de buena crítica cultual. Es desde ahí que podemos rescatar los destellos que descubren el lado oculto de la vida. Y volver a intentar relacionar la cultura como patrón de conducta a través de una historia y no como una invención postiza.


Muchas veces no escribimos de grandes acontecimientos, ni de personajes poderosos, aunque unos y otros estén presentes como sombras. Mis héroes son los campesinos, la gente sencilla, la gente de a pie, los pescadores, los artesanos, los panaderos, la gente que vive cada día como un fin en sí mismo.


Hay mentiras a medias y verdades a medias. Las que se repiten una y otra vez parecen convirtiéndose en verdades. De lo que hay que huir es de creer que se posee la verdad absoluta. Y de las posturas científicas que adoran la verdad y la estadística. La verosimilitud no es una media, no se obtiene de la estadística.


Dice Walter Benajamin que la condición de escuchar consiste en olvidarse de uno: “cuanto más olvidado de sí mismo está el que escucha, tanto más profundamente se imprime el relato en el que lo escucha”.


Para quienes buscamos dar una explicación a nuestro tiempo, ¿podemos asumir el desafío de amar la escritura y no a nosotros en la escritura, de amar el arte y no lo que hay de nosotros en arte, buscar desmonopolizar el conocimiento y escribir y pensar para los otros

elPeriodico, 23 de agosto de 2010.

jueves, 19 de agosto de 2010

Bienes públicos para el campo

“Algunos años más tarde y tres o cuatro crisis bajo el cincho, hemos aprendido que las condiciones estructurales de nuestro país obligan a pensar en mezclas más balanceadas entre la acción pública y la iniciativa privada.”

Ayer salió publicada una pequeña nota de prensa en la que se comenta sobre la reactivación del Sistema Nacional de Extensión Agrícola (SNEA) del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA). Es una de esas noticias que salen chicas y usualmente pasan desapercibidas, pero que reflejan cambios conceptuales importantes en la forma de imaginar nuestro Estado y el diseño de las políticas públicas. Por esa razón creo que vale la pena dedicarle un poco de tinta.

La nota dice que el SNEA se reactivará – después de 14 años de no funcionar – con una inversión de 20 millones de quetzales, con lo cual se podrá dar asistencia gratuita a pequeños y medianos agricultores a través del apoyo de 800 técnicos agrícolas y la instalación de agencias en diferentes municipios del país. En la actualidad ya se han instalado 37 en Zacapa, Chiquimula, Baja Verapaz y El Progreso. Para fines del 2010 se espera llegar a 87 y para el 2011 a 214 agencias en total.

Básicamente los servicios de extensión agrícola son una forma de aplicar la investigación científica a las prácticas agrícolas a través de educación y asesoría técnica. El grupo objetivo es la población rural y los técnicos (extensionistas) son profesionales de diferentes disciplinas tales como agronomía, administración de negocios y mercadeo de productos.

La premisa que subyace a dichos servicios es que a través de la aplicación de técnicas y conocimiento científico moderno se puede elevar la productividad – es decir, mejorar cantidad y calidad producida – de los pequeños agricultores. Con ello se proveen los medios para generar mayor ingreso y empleo rural conducentes a un mejoramiento en las condiciones de vida del campo.

En el caso de Guatemala, la provisión pública de dichos servicios de extensión se abandonó hace una década y media. Eran aquellos los años en que nuestro país escuchaba muy atentamente las recomendaciones del Consenso de Washington. Tiempos en los que prevalecía un clima para replantear (reducir) el papel que el Estado en la Economía. Hoy, algunos años más tarde y tres o cuatro crisis bajo el cincho, hemos aprendido que las condiciones estructurales de nuestro país obligan a pensar en mezclas más balanceadas entre la acción pública y la iniciativa privada.

De manera que la idea de recuperar ahora la provisión pública de los servicios de extensión puede que tenga sentido. Además, porque tenemos en la actualidad la posibilidad de promover espacios de cooperación con la comunidad científica nacional. Contamos con muchos campus regionales de diferentes universidades tanto privadas como pública a lo largo del país. Lógicamente ese debiera ser un aliado natural del SNEA porque ofrece institucionalidad, capital humano cualificado y conocimiento rural base para relanzar dicho sistema.

Sin conocer detalles de la arquitectura que las autoridades del MAGA han pensado para relanzar este sistema, lo importante debe ser rescatar las lecciones aprendidas a lo largo de nuestra historia reciente. En otras palabras, hay que tratar de entender el espíritu de la reforma anterior que llevó al abandono por parte del Estado por tantos años.

Claramente el punto flaco de todo bien público está en un adecuado sistema de incentivos que garantice calidad. En el caso de los servicios de extensión la calidad es lo que los agricultores más pequeños y vulnerables necesitan para poder competir en un mercado abierto y globalizado. En ese sentido, promover la competencia entre extensionistas puede que sea una forma de lograrlo, aunque no necesariamente la única.

En una perspectiva más amplia, lo fundamental debiera ser preservar el principio de subsidiariedad, según el cual la autoridad central asume su función subsidiaria cuando participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse eficientemente en el ámbito local o más inmediato. Es decir, en tanto dichos servicios no puedan ser proveídos con calidad y pertinencia de manera privada, el acceso debe garantizarse a través de instancias superiores de organización social.

Ello, por supuesto, no implica de forma alguna que la única y exclusiva fuente de provisión sea el gobierno central. Hay en nuestro Estado niveles inferiores y más cercanos a las comunidades que con el tiempo y un adecuado fortalecimiento institucional deben llegar a hacerse cargo de las necesidades de sus poblaciones.

Por de pronto es bueno recobrar conciencia de dos cosas. Primero, que el ámbito rural necesita urgentemente bienes y servicios públicos como los servicios de extensión agrícola. Y segundo, que el Estado puede y debe jugar un papel asegurando una adecuada provisión de los mismos.

Prensa Libre, 19 de agosto de 2010.