jueves, 30 de octubre de 2014

Inversión y participación

“(…) dejar de estar tapizando el país de poli-deportivos y salones de usos múltiples, y pasar a inversiones públicas más complejas que puedan tener un efecto multiplicador mucho mayor en la economía local.”

Ciertas discusiones en Guatemala son recurrentes.  Temas que van y vienen con regularidad sin que se modifiquen sustantivamente los argumentos.  Uno es el salario mínimo y el otro es el presupuesto nacional.  Este segundo tema cada tres o cuatro años se hace acompañar de discusiones sobre cantidad y calidad del gasto público y la conveniencia o inconveniencia de una reforma tributaria. 

Hace unos días pude ver en YouTube una discusión en el programa que dirige Dionisio Gutiérrez, a la cual asistieron los economistas Eduardo Velásquez, Hugo Maúl, Abel Cruz y Paul Boteo.  El tema que los convocó fue el estado de la política fiscal en Guatemala.  Como era de suponerse, algunos temas cajoneros aparecieron a lo largo de la discusión.  Por ejemplo, si tenemos o no una carga tributaria suficiente, si la calidad del gasto público es el adecuado, si la participación de los impuestos directos versus los indirectos es la óptima, si el papel de la política fiscal está garantizando un modelo de desarrollo a mediano plazo, etc. 

El tema dio para mucha discusión y más de alguno hubiera esperado un nivel de disenso mucho mayor al que de hecho se dio entre los puntos de vista de los invitados al programa.  Probablemente porque casi todos han tenido experiencia en la administración pública, con lo cual su visión refleja en buena medida ese “baño de realidad nacional” al tener que diagnosticar y hacer propuestas de política pública. 

De hecho, hacia el final de la discusión se plantearon algunos grandes consensos, sobre los cuales bien valdría la pena continuar profundizando una discusión por demás urgente en el país.  Resalto dos que me parecieron fundamentales.    

En primer lugar, la necesidad de enmarcar la discusión fiscal en un acuerdo mucho más amplio que debe orientar hacia el tipo de economía y sociedad que deseamos alcanzar.  Es decir, la transformación de la estructura productiva de Guatemala.

Este consenso no es menor, pues de alguna manera es un reconocimiento de la importancia que tiene el diálogo social para identificar aquellos sectores y territorios que debieran ser promovidos con miras a generar un mayor nivel de actividad económica, que como consecuencia podría generar mayores niveles de creación de empleo y de ingresos al tesoro nacional. 

Además señala hacia la importancia que tiene la planificación de la inversión pública para aumentar su cantidad pero también su calidad; y hacia la necesidad de reconstruir las capacidades dentro del sector público para evaluar proyectos de inversión, y diseñar mejores contratos cuando las obras son ejecutadas por el sector privado.

Es al mismo tiempo un reconocimiento del valor que puede tener la descentralización, a la vez que señala la urgente necesidad de fortalecer la capacidad de propuesta a nivel municipal y departamental, para dejar de estar tapizando el país de poli-deportivos y salones de usos múltiples, y pasar a inversiones públicas más complejas que puedan tener un efecto multiplicador mucho mayor en la economía local. 

Y en segundo lugar, llamó la atención el consenso que parece estar emergiendo, no solamente entre estos cuatro analistas sino en círculos más amplios de la sociedad guatemalteca, sobre la necesidad de aumentar la participación política de caras nuevas, voces calificadas, y con manos limpias, de manera tal que se pueda sanear un poco la actividad política, hoy tan desprestigiada y devaluada.  Definitivamente la fiscalidad no puede tratarse desde una óptica exclusivamente técnica sino que debe enmarcarse en las reglas del sistema político, que también necesita ser repensado en su arquitectura básica porque simplemente ya está agotado. 

En este esfuerzo que muchos estamos haciendo por observar la coyuntura, estudiar la estructura, y tratar de hacer propuestas de política, las dos sugerencias que hacen estos cuatro economistas van ciertamente en la dirección correcta.  Inversión –privada y pública– y participación política son dos de los principales puntos de entrada para comenzar a desatar el nudo de nuestro rezago. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Vuelta a los franceses

“(…) el trabajo de estos dos economistas franceses está motivado por el interés y la necesidad social de evitar o minimizar los efectos indeseables de la desigualdad extrema.”

Los franceses parecen haberse puesto de moda en la ciencia económica. 

Primero Thomas Piketty lanza un bombazo con su libro “Capital en el siglo XXI” en donde hace un análisis histórico de la desigualdad en los países desarrollados.  Entre muchas otras cosas, nos entrega evidencia histórica que va en contra de la tesis de Kuznets de mediados del siglo XX, la cual proponía que a medida que los países se desarrollaban la desigualdad tendría un comportamiento en forma de U invertida: aumentando en una primera fase para luego comenzar un proceso de reducción –es decir, de mayor equidad–.  Sin embargo, los datos de los últimos cincuenta años sugieren que los países desarrollados han vuelto a tener niveles de desigualdad similares a los que tenían a principios del siglo pasado.  En otras palabras, las ganancias de equidad se han esfumado.  

Luego la semana pasada nos llega la noticia que el Premio Nobel en Economía del 2014 le fue otorgado al también francés Jean Tirole por sus “análisis sobre poder de los mercados y regulación”.  Un merecido reconocimiento para un académico que durante los últimos treinta años se ha dedicado al estudio y comprensión de los mercados en los cuales predominan unos pocos oferentes (oligopolios), un punto intermedio, y por cierto mucho más realista, al análisis de libro de texto de competencia perfecta versus monopolios. 

La agenda de investigación de Tirole durante los años ochenta y noventa reviste particular importancia por cuanto coincide justamente con los años de las recomendaciones emanadas de la Economía de la Oferta –aplicada principalmente por los gobiernos de Reagan y Tatcher en Estados Unidos e Inglaterra– así como por la agenda de reforma estructural que surgió del llamado Consenso de Washington hacia finales de dicha década e inicios de la siguiente.  Eran los años en los que el gobierno estaba en franco retroceso en su participación dentro de la economía y se apostaba más bien a la capacidad de los mercados como mecanismo para alcanzar mayor eficiencia y crecimiento económico. 

Fue también en esa época que se puso de moda la economía de la regulación como reacción a muchísimos procesos de privatización de empresas estatales.  Y con ello cobraron relevancia conceptos como captura del regulador.  Sobre todo en mercados altamente especializados, en donde unas pocas firmas oferentes y el regulador manejan un nivel de información que ningún otro agente dispone, aumentando el riesgo de colusión entre ambos, a consecuencia de la capacidad de la industria de convertirse en futuro empleador del actual regulador. 

Un problema que se hace mucho más agudo en sociedades con poca institucionalidad, en donde el servicio civil no es la norma sino la excepción, donde el paso por puestos de gobierno es de muy corta duración, y donde el tamaño del mercado interno es igualmente pequeño, con lo cual los reguladores y las firmas reguladas son tan pocas que las oportunidades de desarrollo profesional y económico para el regulador son muy limitadas.   

En un cierto sentido el trabajo de estos dos economistas franceses está motivado por el interés y la necesidad social de evitar o minimizar los efectos indeseables de la desigualdad extrema.  En el caso de Piketty explicado por el comportamiento de rentas del factor capital que son mucho más altas que las del resto de la economía.  En el caso de Tirole, a partir del poder excesivo que pueden adquirir unos pocos agentes económicos en detrimento del bienestar social.  Bien por los franceses.  

miércoles, 15 de octubre de 2014

El hambre que nos debiera avergonzar

“Si bien es cierto es un logro loable para China, también pone en evidencia que como humanidad no hemos sido capaces de generar procesos similares en todas las regiones.”

Así como en Washington convergen las instituciones de Bretton Woods, Roma es una suerte de “hub” agroalimentario.  Allí tienen su sede tres instituciones de las Naciones Unidas: el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA). 

Como es de suponer, uno de los mandatos que reciben estas instituciones por parte de sus respectivos directorios es procurar trabajar de manera conjunta tanto como sea posible.  Y parte de ese esfuerzo colaborativo es la publicación anual “El Estado de la Seguridad Alimentaria en el Mundo” (SOFI, por sus siglas en inglés), el cual fue presentado el lunes pasado en la sede de FAO con ocasión del 41 período de sesiones del Comité Mundial de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA).   

Dentro de los principales resultados del reporte destacan los importantes avances en la reducción de la inseguridad alimentaria en el mundo durante las últimas dos décadas –para ser más precisos desde la medición de 1990-1992–.  Aún así, actualmente todavía 1 de cada 9 individuos en el planeta (805 millones de personas) se van a dormir cada día sin haber comido lo necesario. 

Evidentemente queda mucho trabajo por hacer, no solamente a nivel de apoyo humanitario sino desde una perspectiva mucho más amplia de generación de condiciones que permitan a campesinos aumentar su producción, productividad y con ello su capacidad de abastecimiento.  Después de todo, el 98% de las personas que padecen inseguridad alimentaria viven en países en desarrollo, y tres cuartas partes de dicha población habita en el espacio rural, en donde la agricultura a pequeña escala sigue siendo una de las principales fuentes de generación de ingresos y medios de vida. 

El otro rasgo que llama la atención es que, una vez más, China explica buena parte de los cambios en la inseguridad alimentaria en el mundo.  De hecho, dos terceras partes de los avances registrados desde los años noventa se explican por el desempeño de este país.  Si bien es cierto es un logro loable para China, también pone en evidencia que como humanidad no hemos sido capaces de generar procesos similares en todas las regiones. 

De hecho, mientras que el África Subsahariana ha aumentado el número de personas con hambre, América Latina aparece como una región con un éxito relativo en materia de seguridad alimentaria, aunque por supuesto existen todavía importantes grupos de población que continúan sin poder superar tal situación.

Como es de esperar en reportes de esta naturaleza, la crítica a las estadísticas no se ha hecho esperar, a pesar de que al día de hoy no tenemos otra fuente equivalente para contrastar los resultados.  De ahí la necesidad de seguir insistiendo en invertir cada vez más en generar estadísticas nacionales y perfeccionar metodologías de cálculo.  En este caso para inseguridad alimentaria, pero la misma recomendación aplica para muchas otras dimensiones del desarrollo humano. 

En un plano más general, lo interpelante es que en pleno siglo XXI, con tanto desarrollo tecnológico y capacidad de producción, almacenamiento y distribución de casi cualquier cosa, todavía tengamos que estar contando personas con hambre.  Es algo de lo que tenemos que sentirnos profundamente avergonzados.  Algo (¡o mucho!) estamos haciendo mal como humanidad.  

Si usted tiene interés en el documento lo puede encontrar en el siguiente vínculo de internet:

miércoles, 8 de octubre de 2014

A los futuros candidatos

“Conocer lo que piensan en lo fiscal, social y productivo nos dará ya una muy buena idea de quienes son ustedes, en qué creen, cómo piensan, y qué podemos esperar de un eventual gobierno suyo.”

Algunos probablemente pensaran que estoy arando en el mar.  Aunque así fuera creo que de todas formas vale la pena escribir esta reflexión.  Motivada por un sincero deseo de ver en mi país a una clase política con un nivel de discusión con mayor contenido, perspectiva, pero sobre todo compromiso con su sociedad.  Pero también para que quede en el record que siempre –y cada vez más– habremos ciudadanos interesados en que nuestro sistema político funcione, nuestros partidos políticos nos representen, en que surjan cada vez más expresiones de participación política plural y desde la base, y que nuestro Estado provea más y mejores servicios para todos sin excepción.      

Así que para todas las y los futuros candidatos a cargos de elección popular, pero principalmente a los que aspiren llegar a la presidencia y vicepresidencia de la República, he ido preparando una pequeña lista de preguntas. 

Primero, me gustaría conocer qué piensan hacer respecto de la debilidad fiscal crónica que padece Guatemala.  ¿Piensan hacerse de la vista gorda y solamente gestionar la crisis o hay una propuesta clara de cómo fortalecer los ingresos fiscales y la calidad del gasto público? ¿Hay en sus alforjas una reforma tributaria? ¿Qué tipo de relación piensan mantener con la banca multilateral? ¿Cuál es su posición respecto de la tributación directa? ¿Cómo piensan mejorar este tortuoso proceso de elaborar y aprobar el presupuesto nacional? 

En el campo social, ¿qué piensan hacer para mejorar la calidad de los docentes? ¿Hay posibilidades de hacer mediciones anuales del desempeño de los colegios privados y públicos, de manera tal que los padres de familia puedan hacer elecciones más informadas sobre dónde invertir en la educación de sus hijos? ¿cuál es su visión de la educación superior y su financiamiento, de la investigación y su financiamiento? Y en la salud, ¿qué podemos esperar de nuestros servicios de hospitales y centros de salud?  ¿Qué piensan hacer con el IGSS?  ¿Cómo piensan ampliar la cobertura hacia los poblados más alejados? ¿Qué entienden por protección social?  ¿Les parece que los programas de transferencias condicionadas en efectivo siguen siendo útiles? ¿Cómo diferenciarán intervenciones urbanas versus rurales?

Finalmente hablando un poco de fomento a la producción, crecimiento económico y generación de empleo: ¿Cómo creen que Guatemala podría crecer más de lo que históricamente ha crecido durante los últimos cuatro gobiernos? ¿Cuál es su visión del desarrollo rural? ¿Hay espacio para la agricultura familiar en su agenda? ¿Creen en los servicios de extensión y asistencia técnica provistos por el Estado? ¿Qué piensan de la banca de desarrollo? ¿Cómo creen que se pueden generar más empleos formales para absorber a toda esa masa de jóvenes que anda pululando entre la informalidad, la migración y el subempleo?

Eso sí, para todo lo anterior, les agradecería una respuesta concreta.  Es decir, con indicadores que nos sirvan a todos los ciudadanos para poder medir su nivel de cumplimiento y compromiso real con la transformación de Guatemala. 

Sé que hay muchas otras cosas de las que podemos conversar, pero por ahora creo conocer lo que piensan en lo fiscal, en lo social y en lo productivo, nos daría ya una muy buena idea de quienes son ustedes, en qué creen, cómo piensan, y qué podemos esperar de un eventual gobierno suyo.  Y como falta casi un año para la primera vuelta electoral, pues no tienen excusa de que el cuestionario los tomó por sorpresa.  Seguramente tendrán muchísimas horas tarima y varios foros y debates en donde tendrán ocasión de abordar estos y otros temas. 

Sepan que los estaremos observando con lupa.  Que haremos un escrutinio de cada una de sus palabras, y que seguramente volveremos con más preguntas y críticas.  Nuestro trabajo como ciudadanía y votantes es interpelarlos, y el de ustedes como futuros solicitantes de empleo en el gobierno es respondernos. ¡Ojalá alguno nos convenza!    

miércoles, 1 de octubre de 2014

El gigante y su cola

“Después de haber pasado por períodos de autoritarismo político y volatilidad macroeconómica, finalmente parece haber encontrado la fórmula para crecer, incluir y estabilizar.”

Un gigante siempre se hace notar por su tamaño.  Y si tiene cola con mucha mayor razón.  Cualquier cosa que haga, cualquier reacción brusca que tenga, se hace sentir en su entorno.  Algo así sucede ahora con Brasil, el gigante latinoamericano que desde hace ya década y media nos ha mantenido con la atención puesta sobre su sistema político y desempeño económico.    

El gigante tiene el cuerpo más grande de todos nosotros.  Es la primera economía y tiene el mercado interno más grande de toda América Latina.  Después de haber pasado por períodos de autoritarismo político y volatilidad macroeconómica, finalmente parece haber encontrado la fórmula para crecer, incluir y estabilizar.  

Su creciente clase media –cada vez más exigente de bienes públicos de calidad–, el proceso de reducción de la pobreza y el cierre de brechas entre los más ricos y los más pobres constatan que han tomado muchas decisiones correctas.  Su política social se convirtió no solamente en una inmensa red de protección sino que además se podía conjugar con el poderoso músculo del Estado para generar actividad económica en los estratos más bajos de la población. 

Así da cuenta el uso de su política de fomento productivo, la cual ha dado un espacio importante a la agricultura familiar como actividad económica viable.  También hay que decir que como pocos, el Estado brasileño puede darse el lujo de montar programas de una escala tal que generen una demanda interna suficiente para dinamizar a productores pequeños que de otra manear no tendrían mayor espacio de inserción económica y progreso.  De cualquier manera, es un caso de cómo el mercado interno puede jugar un papel estabilizador e igualador en momentos en que el contexto internacional está agotado o incierto. 

Pero a ese gigante también le creció junto al cuerpo una cola grande.  Que se explica por esa misma estabilidad política y crecimiento económico logrados durante los últimos años, y por la cada vez mayor interdependencia económica que experimenta el mundo de hoy.  Así, estabilidad, crecimiento  e interdependencia le han permitido al Brasil hacer un uso muy efectivo de su gran escala para aumentar su influencia en la arena internacional.    

De allí que un movimiento brusco del gigante se hará sentir en su entorno inmediato y quizás más allá.  Así nos lo indican temores de una eventual derrota del PT y el efecto que podría tener en la naturaleza del Mercosur y sus países miembros, reconvirtiéndolo de unión aduanera a simple zona de libre comercio. 

O en los mercados financieros que también están pendientes de lo que pase allá abajo, tal y como se observa con la volatilidad que ha tenido en los últimos días, con subidas y bajadas de la bolsa –especialmente las acciones de Petrobras–, así como con un alza en el precio el dólar.  Pero también en las tensiones que se dejan sentir sobre temas como autonomía de la banca central, control de la inflación, o disciplina fiscal en momentos de desaceleración. 

La elección presidencial del próximo domingo reviste toda esta significancia.  ¿Cómo se moverá el gigante y cómo arrastrará la cola?¿Será el PT capaz de seguirse pensando y ofreciendo a un electorado como el proyecto político de mediano plazo, o tendrá que ceder el timón a una mujer apoyada por el partido socialista?  Esas son algunas de las preguntas que los brasileños y el resto nos hacemos en los últimos días.