jueves, 16 de diciembre de 2010

Quito y su centro histórico

“La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos.”

A más de 2,800 metros sobre el nivel del mar, Quito es una de las ciudades más altas del continente. Para quien no está acostumbrado, se le recomienda que al llegar tome las primeras horas con actividad relativamente suave. La fatiga producto de la escasez de oxígeno es un malestar típico con que esta ciudad, de poco más de 2.3 millones de habitantes, recibe al extranjero. Hay que darle tiempo al organismo de irse aclimatando.

Hace 32 años, junto a Croacia, Quito fue declarada patrimonio de la humanidad. Según nos contó su alcalde, en parte ello se debe a la crisis por la que atravesaba la Real Audiencia de Quito en el siglo XVI y XVII, lo cual impidió que los gobernantes de entonces tuvieran la capacidad económica y política de derrumbar obras de arquitectura de la época. Hoy, esos 600 edificios constituyen un tesoro, testigo mudo de la vida colonial de aquel país.

Sin embargo, y como ha sido el destino casi indefectible de las principales ciudades latinoamericanas, durante la segunda mitad del siglo XX entró en un severo deterioro. Dejado al descuido, abandonado por las clases medias y altas, quienes se mudaron a la parte norte de la ciudad, el centro histórico se volvió cueva de rateros, comercio informal, edificios hediondos y muy deteriorados, calles sucias, caóticas y poco señalizadas. En fin, el centro de Quito se convirtió en cualquier cosa menos en un lugar vivible.

Durante la década de los años noventa la municipalidad inició un esfuerzo de mediano plazo, con el objetivo de recuperar el centro histórico. Y fue así como desde entonces ha desarrollado una agenda muy compleja de transformación urbana. Han restaurado edificios coloniales que estaban convertidos en palomares, cantinas y baratillos.

Negociaron una relocalización pactada con más de seis mil comerciantes informales que habían hecho de las calles un mercado de quinta categoría. Habilitaron parques, pequeños centros comerciales para diferentes grupos socioeconómicos. Las iglesias de jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos han sido reabiertas al público, y las plazas han vuelto a ser espacios para todos los vecinos y visitantes.

Veinte años después, el ambicioso proyecto de recuperación del centro histórico de Quito es una realidad que se puede palpar. Y lo que más entusiasma es escuchar a sus habitantes hablar con mucho orgullo de lo que se han logrado. Tanto así que se han trazado una nueva agenda que contempla proyectos de mucha más envergadura.

La actualización de su catastro, obras de saneamiento y purificación del agua, la construcción de la primera línea de metro subterráneo, regularización de barrios marginales, la reubicación del aeropuerto para poder atender mejor al millón de turistas que visitan la capital ecuatoriana todos los años, son solamente algunos de los proyectos en los que las autoridades municipales están trabajando.

Y así como Quito, esfuerzos de recuperación de centros históricos se están llevando a cabo en otras ciudades ecuatorianas y varios países latinoamericanos como Perú, Uruguay, México y Brasil. En definitiva son ejercicios de planificación urbana que se hacen necesarios para hacer de las urbes lugares con un mínimo de calidad de vida.

La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos. Todos estos proyectos de recuperación comparten elementos comunes. Comienzan con obras básicas de infraestructura, para poder cerrar ciertas brechas de servicios básicos entre su población. A veces financiadas con recursos del gobierno central, a veces con recursos municipales. Más recientemente con modalidades de concesión y-o participación público privada.

Luego pasan a fases de promoción del desarrollo económico local para procurar fuentes de empleo e ingreso. Y después se centran en intervenciones de desarrollo social y reconstrucción de tejido ciudadano para poco a poco ir devolviendo un sentido de pertenencia e identidad a los habitantes del lugar.

Pero además, estos esfuerzos son una gran caja de resonancia que puede favorecer la cooperación entre países de ingreso medio. Las latinoamericanas son ciudades con retos y recursos más o menos similares. Ello nos debe facilitar encontrar soluciones creativas a los muchos retos que desprenden de la urbanización.

Por de pronto, mandarle un fuerte abrazo y sinceras felicitaciones a los Quiteños por haber hecho de su ciudad un espacio cada vez más público, vivible, y lleno de cultura. ¡Adelante!

Prensa Libre, 11 de noviembre de 2010.

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