miércoles, 25 de enero de 2012

Del olvido a la memoria institucional

“Un esfuerzo por pasar del olvido a la memoria institucional, que seguramente constituirá uno de sus mayores legados a las nuevas generaciones de dominicanos.”

Conocí a Roberto hace unos 12 años en Santiago de Chile cuando llegó a visitar a su hija, María del Carmen, con quien yo estudiaba la maestría en Economía que ofrecen los jesuitas. En aquel entonces no tenía idea de quién era, pero recuerdo que en esa ocasión trabamos una conversación larga, intensa, y amena sobre la realidad política y económica de su país y del mío. Por algún tiempo intercambiamos mensajes y opiniones sobre temas de interés mutuo, aunque con los años eso fue espaciándose cada vez más.

La semana pasada lo volví a encontrar, esta vez en su querida Santo Domingo. Otra vez conversamos mucho, ahora movidos por la coyuntura electoral que atraviesan los dominicanos. Supe además que desde hace unos años es el Director del Archivo General de la Nación, cargo que ha desempeñado con muchísima creatividad y entrega. Recuperar los documentos históricos de República Dominicana desde la época colonial se ha convertido en su cruzada personal. Un esfuerzo por pasar del olvido a la memoria institucional, que seguramente constituirá uno de sus mayores legados a las nuevas generaciones de dominicanos y extranjeros.

Al despedirnos me regaló uno de sus más recientes libros, “La rebelión de los capitanes: viva el rey y muera el mal gobierno”. En el prólogo, escrito por uno de sus alumnos, encontré esta frase que lo describe muy bien: “Roberto Cassá es profesor universitario e investigador histórico y uno de los principales exponentes del materialismo histórico en la República Dominicana. Juicioso escritor y ensayista, ha escudriñado en sus numerosos trabajos prácticamente todos los ámbitos de la historia dominicana”.

El último día que estuve en la isla le robamos un rato a la agenda que teníamos, y con algunos colegas fuimos a visitar el Archivo General de la Nación. Francamente no pude creer todo el trabajo que han desarrollado en tan pocos años. Hay allí una enorme inversión financiera, institucional, política y humana.

No solamente es impresionante el nivel de sofisticación en las técnicas para recuperación de documentos, sino el esfuerzo amplio de formación de profesionales jóvenes que hoy tienen, literalmente en sus manos, la delicada tarea de recuperar con mucha paciencia la historia de las instituciones de su país. Además, con mucho sentido de futuro han complementado toda esta inversión con iniciativas de ley para dejar sentadas las bases que permitan seguir ampliando este esfuerzo a escala nacional.

Fotos de Santo Domingo a principios del siglo XX, de los gobiernos de Juan Bosch y Balaguer, correspondencia del período colonial, periódicos de distintas épocas, la vida y asesinato de las hermanas Mirabal, fueron solamente algunas de las cosas que pude ver muy a la carrera. Actualmente están trabajando en la recuperación del Archivo de la Presidencia de la República que corresponde al gobierno del General Rafael Trujillo, período histórico largo y doloroso, que sigue teniendo una influencia grande en formas y comportamiento político de los dominicanos.

Salí de allí con sana envidia y mucha satisfacción. Envidia porque quisiera que los guatemaltecos hiciéramos una inversión parecida de recuperación sistemática de toda la evidencia escrita y gráfica de nuestras instituciones. Porque como leí en un diario dominicano de 1941, “preferimos sufrir por la verdad antes que la verdad sufra con nuestro silencio”.

Satisfacción porque ¿quién mejor que un tipo como Roberto para echarse a hombros semejante tarea?, siendo que él ha vivido y crecido profesionalmente como usuario de esa misma documentación que le fue confiada para recuperar, cuidar y poner al servicio de su país y más allá. Pero además, porque entiendo que esta iniciativa ha contado con el apoyo decidido del actual Presidente de la República. Ese es un ejemplo concreto de cómo la memoria institucional puede ser valorada y promovida al más alto nivel político. ¡Bien por los dominicanos!

Prensa Libre, 26 de enero de 2012.

jueves, 19 de enero de 2012

El túnel haitiano

“El campo haitiano es muy parecido al resto de América Latina. Vegetación exuberante en algunas partes, erosión en otras. Ríos, pequeñas parcelas, agricultores, pequeñas aldeas.”

Siempre quise visitarlo. Por varias razones. Desde una perspectiva analítica, porque es un país que muchas veces citamos como caso extremo de precariedad en latinoamérica. El ejemplo clásico del Estado fallido. Ese lugar casi surreal en donde todo hace falta: instituciones, infraestructura física, capital social, mercados.

Desde una dimensión más bien política, mi interés aumentó después de haber participado en el proceso de aumento de capital del Banco Interamericano de Desarrollo. Como suele suceder, muchas veces eventos externos e inesperados determinan cursos de acción y acuerdos finales. En este caso, el terremoto de Haití del 2010 se convirtió en el rostro más tangible de la novena capitalización de dicho banco. La emergencia nos puso a todos los países miembros a pensar colectivamente en la manera como podíamos ayudar al socio más débil de la cooperativa durante la próxima década.

La oportunidad finalmente llegó la semana pasada y pude visitarlo. Desde el aterrizaje comenzó el aluvión de estímulos. Aunque trataba de imaginarlo, es una realidad difícil de digerir y aceptar. La miseria humana de Puerto Príncipe provoca una sensación de desasosiego general. De encierro, de trampa de pobreza, de círculo vicioso, de callejón sin salida, de no saber por dónde comenzar.

La ciudad entera, sus calles y viviendas, alcantarillados, el derruido palacio nacional con su bandera ondeando muda y dignamente en el jardín, los campamentos de refugiados por toda la ciudad, caminos llenos de polvo, mucho polvo, basura por todas partes, el campamento logístico de las Naciones Unidas. Todo asemeja un país en guerra. Quizás con menos tiros, pero donde las consecuencias son básicamente las mismas: destrucción, desesperanza, sofoco, muerte.

Hasta este punto de la misión de trabajo la sensación que tenía era una mezcla de angustia y frustración. Si esa es la capital del país, no puedo imaginar lo que vamos a encontrar en el campo – me repetía. Y en efecto no pude. No pude porque el paradigma que tenemos es que el campo es sinónimo de rezago en comparación con las ciudades.

Pero cuando finalmente salimos al suroeste del país, esa pequeña península que se mete al mar frente a las costas de Cuba, la historia fue otra. Salir de Puerto Príncipe nos tomó un buen rato, pero valió la pena. El paisaje comenzó a ser más familiar, los espacios se ampliaban, como indicando un modesto sendero para atajar las inmensas necesidades que tiene ese país.

El campo haitiano es muy parecido al resto de América Latina. Vegetación exuberante en algunas partes, erosión en otras. Ríos, pequeñas parcelas, agricultores, pequeñas aldeas. Allí los desafíos son más conocidos: caminos rurales, sistemas de irrigación, servicios de extensión, asociatividad de los pequeños productores, seguridad alimentaria, acceso a mercados. En fin, cosas mucho más manejables que el laberinto de Puerto Príncipe.

Tampoco es que sea fácil. Por una parte, el país no cuenta con las instituciones necesarias para desarrollar lo rural. La ausencia del Estado es evidente – como en muchas otras partes de nuestro continente – y la construcción de capital social entre pequeños productores rurales es un trabajo lento y pendiente.

El individualismo y la desconfianza no son exclusivos de la ciudad. Aunque fue en la capital donde vi vendedores callejeros colocados en fila, pero separados por algunos metros unos de otros. Como levantando diariamente una pequeña barrera invisible. Así es –me decía un intérprete del creole que nos acompañó durante la visita–, somos producto de nuestra historia. A veces nos cuesta confiar.

Aunque estoy seguro que mi lectura es incompleta, lo cierto es que volví del campo haitiano con un poco de más esperanza. Con una sensación de ´por aquí es la cosa´, de luz al final del túnel.

En todo caso, y guardando las distancias, creo que hay muchas lecciones que destilar para Guatemala de lo que está pasando en el lado oeste de La Española. Allá, igual que aquí, tenemos dos realidades. Allá, tanto como aquí, el desarrollo y destino del país está amarrado al desarrollo y destino rural.

Prensa Libre, 19 de enero de 2010.

jueves, 12 de enero de 2012

¿Qué dice el menú?

“(…) sostenibilidad fiscal, protección social y desarrollo rural, aparecen como temas centrales para el equipo que está por estrenarse.”

Hasta hace unos pocos años, entrar a comer a un restaurant nuevo – a menos que se tuvieran referencias previas – era un juego de ruleta rusa. No se sabía qué platos iba a encontrar en el menú, ni tampoco el precio de los mismos. Más de una vez tocaba pasar el rato colorado de tener que levantarse de la mesa sin ordenar nada, y salir nuevamente en busca de algo más a hoc a gustos y posibilidades.

Algo similar ha pasado con esta última elección de gobierno. Como nunca antes en la era democrática reciente, nos habíamos dado el lujo de tener dos equipos de gobierno en funciones por dos meses. Un gabinete oficial y un gabinete sombra, este último anunciado con mucha anticipación, y por lo mismo puesto a trabajar desde antes que comience su período oficial, esperando solamente el pitazo de salida para recibir las llaves de la oficina.

Ese simple pero significativo hecho nos dio información, comenzó a mandar mensajes a un electorado que, otra vez, se vuelve a esperanzar ante la posibilidad de que, con el fin de un ciclo político y el inicio de uno nuevo, algunos temas puedan retomarse con energías renovadas. A otros más escépticos, el interregno vivido en noviembre y diciembre pasados fue como haber tenido el menú en la puerta del restaurant, para poder ver platos y precios antes de entrar. Y debo confesar que en algunos casos ha despertado alguna dosis de optimismo, porque vemos pequeñas islas de oportunidad para seguir avanzando en la modernización del Estado.

Es curioso cómo a veces la clase política y la administración pública nos hace creer que el país está dando pasos cortos, modestos, pero hacia adelante. Hago una lectura rápida de un par de señales en el área socio-económica, porque ese es el pequeño metro cuadrado en el que me toca desenvolverme profesionalmente.

Por ejemplo, los nombramientos en carteras como Finanzas – tanto a nivel de ministro como de viceministros – y la Secretaría de Planificación Económica, dan razones para pensar que la complementariedad que debiera existir entre ambos entes vuelve a ser una posibilidad en el futuro inmediato. Hay varias coincidencias en ambos equipos: comparten una visión de desarrollo con equidad así como el papel del sector público en dicho proceso.

Más importante aún, también comulgan de la necesidad de seguir dando la batalla por una reforma fiscal en el país, que cumpla varias funciones: dotar al Estado de más recursos para atender problemas urgentes como la seguridad ciudadana, nuevas inversiones físicas y más inversión social; modernizar los sistemas tributarios, dándole un sentido de eficiencia y de progresividad; avanzar en los sistemas de planificación económica, eficiencia y transparencia y rendición de cuentas del gasto público.

De igual forma, la claridad con la que se nos ha hablado de un nuevo ministerio que atienda temas de desarrollo social también sugiere que las redes de protección a grupos vulnerables, y la política social en un sentido más amplio, tendrá un espacio real de institucionalización y de convertirse en política estratégica del Estado guatemalteco en los siguientes años. En otras palabras, tendrá la posibilidad de migrar a un nivel superior, dejando de ser un simple apéndice de iniciativas individuales o pequeños programas inconexos, unos más exitosos que otros.

En materia de desarrollo rural, el nombramiento de un comisionado presidencial para temas rurales, así como la asignación presupuestaria del ministerio sectorial, indican hacia una renovada ventana de oportunidad, para discutir e implementar acciones sobre un tema postergado pero estratégico para la reducción de la pobreza y la exclusión en que viven muchos de nuestros paisanos: el desarrollo rural.

Finalmente, la conformación del equipo de trabajo del MINECO indica el retorno a temas de competitividad y promoción de una agenda exportadora. Eso es positivo en tanto llena un vacío dejado por la administración saliente. El país necesita mayores tasas de crecimiento, y el gobierno debe asignara ello cuadros técnicos y políticos que trabajen de manera complementaria al resto de áreas prioritarias.

Así pues, sostenibilidad fiscal, protección social, competitividad y desarrollo rural, aparecen en el centro del equipo que está por estrenarse. O al menos eso es lo que se puede leer hasta hoy en la carta que han colocado a la entrada del palacio nacional de la cultura. Falta ver cómo preparan y sirven los platos, y qué sabor de boca nos dejan al final.

Como guatemalteco no puedo sino desear que tengan éxito, y confiar en la capacidad y compromiso que muchos de ellos han demostrado, desde las diferentes arenas profesionales en las que se desenvolvían hasta hace muy poco. Ahora ¡a cocinar!

Prensa Libre, 12 de enero de 2012.

jueves, 5 de enero de 2012

¿En qué están nuestros jóvenes?

“Los jóvenes son el futuro, dice el refrán. Una frase tan romántica como perversa, que bien puede dar sentido de esperanza como simplemente significar trasladar la responsabilidad de una generación a otra.”

Los jóvenes son el futuro, dice el refrán. Y Guatemala, como buena parte del continente latinoamericano, es un territorio de población joven. Luego debiéramos estar llenos de futuro, de sueños y planes, todos promisorios, todos llenos de energía y utopías. ¿Es así?

La juventud es barro húmedo entre los dedos. Es inexperiencia pero también es muchas ganas de hacer cosas nuevas. Por ratos es comportamiento errático pero generalmente bien intencionado. Es campo fértil para sembrar y cosechar casi de inmediato. En una escala mayor, es una oportunidad de corrección social, de cohesión, fuente de crecimiento económico, potencial de innovación y desarrollo.

Y por si fuera poco, en la Latinoamérica actual es un fenómeno social que trae su propio pan bajo el brazo. El bono demográfico es la manera en que técnicamente se ha bautizado a sociedades en las que la proporción de población en edad de trabajar continuará creciendo más rápidamente que la población dependiente en edad escolar o en edad de retiro. Es decir, por algunos años habrá potencial de aumentar el ingreso por habitante.

Paradójicamente, en un país de jóvenes, cuando uno se pregunta cosas tan sencillas como ¿qué hacen nuestros patojos? ¿qué los inspira? ¿qué los preocupa? ¿qué los mueve? ¿cómo viven su sexualidad? ¿cómo encuentran empleo? ¿en qué usan su tiempo libre? ¿qué los hace migrar, meterse a maras, o usar drogas?¿hay diferencias entre los jóvenes de la capital y los de las cabeceras?...generalmente hablamos de oídas. Los datos son escasos, y los análisis a nivel de país lo son más todavía.

Por eso me dio mucho gusto cuando Bienvenido Argueta me escribió hace unos días para contarme que la otra semana harán públicos los resultados de la “Primera encuesta nacional de juventud en Guatemala”. Creo que, otra vez, dio en el clavo, coordinando un nuevo esfuerzo amplio, esta vez para sacarles una radiografía social a los guatemaltecos entre 15 y 29 años.

Estuve hojeando rápidamente algunos cuadros generados a partir del módulo de empleo. Como en todo, hay hallazgos que uno puede anticipar por simple intuición, como que más escolaridad genera mayores posibilidades de estar empleado, o que los jóvenes en situación de pobreza están más propensos a comenzar a trabajar que el resto de sus pares en mejores condiciones económicas.

Sin embargo, también hay aquel otro grupo de resultados que sorprenden por su capacidad de interpelar mitos. Por ejemplo, que las redes sociales (amigos y familia) son, de lejos, la principal fuente para encontrar empleo, no solamente el primero sino también los subsiguientes. Esto es un serio cuestionamiento al funcionamiento de nuestro mercado laboral, pero también pone en evidencia la desigualdad de oportunidades que prevalece en el país. Constata aquella frase infame de “no es tanto cuánto sabes sino a quién conoces”.

De igual manera, las respuestas diferenciadas que dan los jóvenes sobre por qué no buscan trabajo indican con mucha claridad la necesidad de diseñar políticas públicas distintas para cada segmento socioeconómico. Incompatibilidad entre trabajo y estudio, falta de interés o necesidad son las razones de los jóvenes en estratos más altos. Embarazo, cuidados de personas ancianas o niños, y quehaceres del hogar son las respuestas más recurrentes entre los más pobres.

Los jóvenes son el futuro, dice el refrán. Una frase tan romántica como perversa, que bien puede dar sentido de esperanza como simplemente significar trasladar la responsabilidad de una generación a otra, y continuar dejando a los jóvenes desatendidos porque todavía no es su momento, porque todavía no son adultos. Esa percepción es equivocada.

Los jóvenes son futuro pero al mismo tiempo son presente. Viven hoy, trabajan hoy, sueñan y se frustran hoy, se entusiasman o defraudan hoy, igual que usted y yo. Por lo mismo, debiéramos emplearlos a fondo, no solo como objetos, sino también como sujetos de la vida social. Que opinen, que sean escuchados al momento de tomar decisiones que les afectan, que cometan errores y asuman su responsabilidad, que su participación política obligue el recambio en nuestros liderazgos.

Ojalá y este modesto esfuerzo por darnos información estadística actualizada sirva para reanimar el interés y compromiso que todos debiéramos tener hacia la juventud. Ojalá y esos datos sean puestos inmediatamente a disposición de todos aquellos que directa o indirectamente trabajan con dicho grupo. Solamente así nos ayudará a responder la pregunta ¿en qué están nuestros jóvenes?

Prensa Libre, 5 de enero de 2012.