miércoles, 17 de junio de 2009

Algo hicimos mal (Discurso del Presidente Oscar Arias en la Cumbre de Las Américas de Trinidad y Tobago, 18 de abril de 2009)

“Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el presidente de los Estados Unidos de América, es para pedirle cosas o para reclamarle cosas. Casi siempre, es para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo.

No podemos olvidar que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos creara Harvard y William & Mary, que son las primeras universidades de ese país. No podemos olvidar que en este continente, como en el mundo entero, por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran más o menos iguales: todos eran pobres.

Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda. y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta. Ciertamente perdimos la oportunidad.

También hay una diferencia muy grande. Leyendo la historia de América Latina, comparada con la historia de Estados Unidos, uno comprende que Latinoamérica no tuvo un John Winthrop español, ni portugués, que viniera con la Biblia en su mano dispuesto a construir “una Ciudad sobre una Colina”, una ciudad que brillara, como fue la pretensión de los peregrinos que llegaron a Estados Unidos.

Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur, y hoy Singapur -en cuestión de 35 ó 40 años- es un país con $40.000 de ingreso anual por habitante. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos.

¿Qué hicimos mal? No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal. Para comenzar, tenemos una escolaridad de 7 años. Esa es la escolaridad promedio de América Latina y no es el caso de la mayoría de los países asiáticos. Ciertamente no es el caso de países como Estados Unidos y Canadá, con la mejor educación del mundo, similar a la de los europeos. De cada 10 estudiantes que ingresan a la secundaria en América Latina, en algunos países solo uno termina esa secundaria. Hay países que tienen una mortalidad infantil de 50 niños por cada mil, cuando el promedio en los países asiáticos más avanzados es de 8, 9 ó 10.

Nosotros tenemos países donde la carga tributaria es del 12% del producto interno bruto, y no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobremos dinero a la gente más rica de nuestros países. Nadie tiene la culpa de eso, excepto nosotros mismos.

En 1950, cada ciudadano norteamericano era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 ó 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra.

En mi intervención de esta mañana, me referí a un hecho que para mí es grotesco, y que lo único que demuestra es que el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un sistema de valores equivocado. Porque no puede ser que el mundo rico dedique 100.000 millones de dólares para aliviar la pobreza del 80% de la población del mundo -en un planeta que tiene 2.500 millones de seres humanos con un ingreso de $2 por día- y que gaste 13 veces más ($1.300.000.000.000) en armas y soldados.

Como lo dije esta mañana, no puede ser que América Latina se gaste $50.000 millones en armas y soldados. Yo me pregunto: ¿quién es el enemigo nuestro? El enemigo nuestro, presidente Correa, de esa desigualdad que usted apunta con mucha razón, es la falta de educación; es el analfabetismo; es que no gastamos en la salud de nuestro pueblo; que no creamos la infraestructura necesaria, los caminos, las carreteras, los puertos, los aeropuertos; que no estamos dedicando los recursos necesarios para detener la degradación del medio ambiente; es la desigualdad que tenemos, que realmente nos avergüenza; es producto, entre muchas cosas, por supuesto, de que no estamos educando a nuestros hijos y a nuestras hijas.

Uno va a una universidad latinoamericana y todavía parece que estamos en los sesenta, setenta u ochenta. Parece que se nos olvidó que el 9 de noviembre de 1989 pasó algo muy importante, al caer el Muro de Berlín, y que el mundo cambió. Tenemos que aceptar que este es un mundo distinto, y en eso francamente pienso que todos los académicos, que toda la gente de pensamiento, que todos los economistas, que todos los historiadores, casi que coinciden en que el siglo XXI es el siglo de los asiáticos, no de los latinoamericanos. Y yo, lamentablemente, coincido con ellos. Porque mientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los “ismos” (¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo…), los asiáticos encontraron un “ismo” muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo. Para solo citar un ejemplo, recordemos que cuando Deng Xiaoping visitó Singapur y Corea del Sur, después de haberse dado cuenta de que sus propios vecinos se estaban enriqueciendo de una manera muy acelerada, regresó a Pekín y dijo a los viejos camaradas maoístas que lo habían acompañado en la Larga Marcha: “Bueno, la verdad, queridos camaradas, es que mí no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones”. Y si hubiera estado vivo Mao, se hubiera muerto de nuevo cuando dijo que ” la verdad es que enriquecerse es glorioso”. Y mientras los chinos hacen esto, y desde el 79 a hoy crecen a un 11%, 12% o 13%, y han sacado a 300 millones de habitantes de la pobreza, nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías que tuvimos que haber enterrado hace mucho tiempo atrás.

La buena noticia es que esto lo logró Deng Xioping cuando tenía 74 años. Viendo alrededor, queridos Presidentes, no veo a nadie que esté cerca de los 74 años. Por eso solo les pido que no esperemos a cumplirlos para hacer los cambios que tenemos que hacer.”

¿Hay dos sociedades en Guatemala? (Edelberto Torres Rivas, elPeriodico, 7 de junio de 2009)

La raíz de la crisis guatemalteca no está (solamente) en la economía o en la política. En la situación actual, la crisis es la manera de cómo la sociedad, que es en esencia el conjunto de relaciones interpersonales, va produciendo en la gente la pérdida de las certezas naturales, de las conductas predecibles, del respeto a normas y valores que se internalizan en el hogar y en la escuela. El deterioro viene desde la época del conflicto armado –un brutal escenario sangriento con la mayor impunidad– y es visible en la manera en cómo “la vida en el país se ha vuelto insoportable en todos sentidos”, sobre todo para la gente de menos recursos: “inseguridad objetiva que ha producido una grave inseguridad subjetiva”: la sensación de estar siempre al borde de la muerte, o de caer en una mayor pobreza, de que el mañana será peor, en medio del abuso o la desatención de las autoridades, escasez de bienes públicos, efectos de discriminación y en general, malos tratos de los que están (ligeramente) mejor, además de hambre, huracanes, desigualdades, lluvias, deforestación, impunidad, drogas.

Se ha producido ya una situación de anomia colectiva, que es una dificultad para reconocer las normas y los valores que rigen la vida en comunidad. Hemos perdido la sensibilidad frente al dolor ajeno, ¿cómo se reacciona frente a la noticia de 3 niñas violadas y brutalmente asesinadas… o a la de 15 homicidios diarios?; nos movemos entre la indolencia moral y el cinismo de la indiferencia; nos refugiamos en las excusas más egoístas al decidir sobre la vida en sociedad, carecemos de sentido de futuro. A la explicable obsolescencia del horror del pasado, “se advierte un desvanecimiento del futuro como un horizonte con sentido”, algo esperado; hoy día se vive el presente con desesperación que alimenta imágenes sin futuro, o una visión negativa del mismo. ¿Por qué hacemos este diagnóstico sobre el guatemalteco promedio?

Porque creo que está (estamos) en crisis la personalidad del guatemalteco, su naturaleza íntima, que se forma en un “clima de ilegalidades y abusos, actos de fuerza que más que castigados, son premiados por la sociedad”. En la sociedad, el matón es el héroe; con un Estado que no nos sirve, ineficaz, y una élite de millonarios egoístas, sin planes para hoy o para mañana, indiferentes a los imperativos de la equidad con la que hay que desarrollar las relaciones laborales. Han sido muchos los ciudadanos, conocidos por honestos, como buenas personas, que hoy día al acceder a situaciones de mando y/o donde se manejan recursos públicos, practican la violencia, el abuso, el aprovechamiento ilegal. Es entonces cuando las facetas más negativas de su personalidad tienden a manifestarse. Sorprende, por ello, que las formas más inverosímiles de corrupción surjan cotidianamente y por todos lados de la actividad pública.

Es preciso calificar bien esto. Se trata de una incierta condición en que se ha generalizado la creencia de que todos los valores han perdido fuerza, se han relativizado. En situaciones de crisis generalizada el buen hombre cambia y es elementalmente corruptible, violento, arbitrario.
Abusa no porque necesariamente ha sido abusado sino porque si no lo hace, pierde. No es inmoral sino amoral, pues no opta sino actúa; los límites de lo legal o ético se borraron. El dinero fácil atrae y el número de los que delinquen va en aumento.

Vivimos en un clima donde lo penado es lo normal. Max Weber, pensando en sociedades que se retrasan como Guatemala, dice que “El dominio de la absoluta inescrupulosidad es la búsqueda de intereses egoístas para hacer dinero, que ha sido precisamente un rasgo muy específico de aquellos países cuyo desarrollo capitalista ha permanecido ‘rezagado’ de acuerdo con las pautas de desarrollo occidental” (La ética protestante y el espíritu del capitalismo).

Del funcionario público, cualquiera que sea su categoría, se espera desde la mala atención, la coima menor, hasta el acto más corrupto y arbitrario. Entiéndase bien, lo que estoy señalando es la fácil: “corruptibilidad” que en tiempos de descomposición social cambia al hombre honrado.
Se produce un efecto de proyección que es el mecanismo de defensa por el que el sujeto que delinque atribuye a otras personas los propios motivos, deseos o emociones. Se ha manoseado por tanto tiempo la independencia o la honradez de instituciones o personas que ya el ciudadano común no puede imaginar que aún existan. “Esa es la raíz de la crisis: la desconfianza total”.

Dos aspectos son síntomas graves: la “democratización” de la criminalidad y el aumento de los que no creen en el futuro. El número de personas que hoy día delinque va en aumento. De 330 pasamos a 615 actos de extorsión, en el primer trimestre de 2008 y 2009; un tercio de los alcaldes del país han cometido más de un delito en 2008; en 12 horas se roba un promedio de 30 autos; aumentan los asaltos en los barrios y crece exponencialmente el número de personas que no resisten las ofertas del narcotráfico. En dos encuestas recientes se pregunta sobre ¿cómo cree será su vida en 2 años más? Y el 60 por ciento dice “muy mal”; y ¿dentro de una década?, y responden que será peor. Esto revela una ausencia de futuro, un abyecto conformismo.
Aumentan los delincuentes y los pesimistas. Ya nos acostumbramos a leer, con falsa vergüenza, que ocupamos los índices internacionales más bajos en aspectos sociales, de educación y cultura, salud, bienestar, etcétera.

Las causas son muchas y quedan para una segunda parte. Ahora sólo quería afirmar que esta vez la crisis, por su gravedad, sólo es un oscuro y prolongado pasado. El país ha atravesado muchas dificultades, esta es la primera vez en que resulta difícil ver una salida. Una opción viable, posible, efectiva. En esta ceguera reside la magnitud de la crisis. Hay dos Guatemalas sin duda.
Hemos hablado de una de ellas.

La economía y la felicidad (Edelberto Torres Rivas, elperiodico, 14 de junio 2009)

Hay varias Gatemalas. ¡Debo reconocer que estoy harto de escribir y reflexionar sobre los temas de las desigualdades y la pobreza guatemalteca, sobre una realidad dolorosa y repugnante. ¿Ahí se agota la dimensión humana de esta Guatemala nuestra? No, existe afortunadamente otra Guatemala, a la que conocemos talvez con menos certidumbre. Los datos económicos nos ayudan a aproximarnos intelectivamente a pensar en la dimensión de felicidad que también ellos describen. Existe también una patria gozosa, una población a quien le sobran bienes y servicio, de gente satisfecha que se mueve entre el incesante despilfarro de unos y la tranquila indiferencia de otros (Lipovetsky). Hay un guatemalteco, que formado en la ética competitiva del mercado, y a quien los izquierdosos acusan de egoísta, solo es un ser pleno de satisfacciones, que con toda razón, solo piensa en sí mismo. Hay otra sociedad, la de la zona 10 y de los barrios elegantes, de restaurantes de cinco tenedores, que toman vinos Gran Brut, manejan Mercedes Benz, vacacionan y se hospitalizan en sitios lejos del país.

Existe esa Guatemala, formada por unas 10 mil familias cuya óptima existencia social reitera las diferencias que desde la colonia distanciaron a la aristocracia criolla, un puñado de gente feliz. Esa Guatemala limpia la forman, según otros cálculos, unas 120 mil personas, que según el Índice de Estratificación Social constituyen el 2.2 por ciento de la población total. Pueden ser menos o ser más; ni los censos ni las encuestan dicen la verdad, pero lo cierto es que esa élite no habita el sótano oscuro, hediondo y sin salidas del edificio de cinco pisos que en clave de metáfora alguna vez describí para la sociedad guatemalteca. No, ellos viven en el penthouse, en un grato ambiente de bienestar al que tienen pleno derecho. ¡Qué nadie se atreva a alterarlo!

Viven una vida económicamente segura, que mejora de año en año. Tienen fe en el futuro, sobre todo ahora que los nubarrones de la revolución se han ido. Algunos analistas que no los quieren y por eso mienten, indican que sólo tienen un ingreso per cápita anual de Q75 mil y que por supuesto es mucho más. Uno de ellos, entrevistado, reconoció que su ingreso personal era de Q2 millones. En la vida en sociedad es lógico que algunos tengan bastante y otros no tengan nada.
Es una ley natural y eso explica que el 97 por ciento de las empleadas domésticas no tengan el salario mínimo. No es posible calcular con certeza las decenas de miles de quetzales que gastan en perfumes, lociones, talcos y desodorantes, que en todo caso es tanto como el destinado para gastos médicos y comida para sus adorados “puppies”. Esta es una sociedad con mascotas y dueños felices. ¿Por qué condenar el uso de bienes que los envidiosos llaman “suntuarios”? Con el derecho que da el dinero, que a su vez da conocimiento se las arreglan para que del total de gastos del IGSS un 74.6 por ciento de sus gastos médicos les corresponda.

La matriz social en la que viven los ricos guatemaltecos tiene tres grandes bloques: derecho a la seguridad, que es el respeto a la vida y a la propiedad; mas de 100 mil guardias privados los protegen afuera y adentro del apartheid social en que habitan. La violencia de los pobres les amenaza pero no les alcanza. Luego, está el derecho a la ganancia de la inversión industrial, a los intereses del capital, a la renta de la tierra; estos recursos no deben ser cuestionados. El salario se negocia; pero los intereses y la renta no, pues se reciben por derecho propio y por eso, es el mercado el que los produce y el Estado que los protege, un Estado guardián: un poder político, subsidiario, que cumple así su función esencial. El tercer bloque es la política, que casi siempre practican por interpósita mano; influyen a través de sus funcionarios asalariados que pueden ser militares, licenciados, periodistas. Una ventaja que da el dinero es el “derecho-al-picaporte” y otra, que hoy día abundan mucho funcionarios amigables, talvez corruptos, pero son útiles para la marcha de los negocios. Todo sea para asegurar la economía de la felicidad.

Es cierto que en muchos índices sociales estamos mal, pero no en todo, pues tenemos el primer lugar en el mercado centroamericano de BMW, y después de 2005 tenemos 773 Mercedes Benz, 151 Jaguar y 158 Porsche con un valor promedio de US$30 mil, nuevos, brillantes. Una filosofía explica y justifica esos derechos. La conjunción entre fines del individuo y su cumplimiento social se realiza en el intercambio de bienes y servicios cuya eficacia reposa en la existencia de grupos dominantes, hereditarios, que perpetúan así el poder de que disponen.
Ojalá formaran, no tanto la clase dominante, cuanto la dirigente. El país necesita con urgencia de una élite que trace con optimismo una visión de futuro, que defina una posibilidad de cambio que sin exponer su bienestar pueda influir en el desarrollo nacional con algunas dosis de equidad.

Sí, en Guatemala hay una sociedad con gente optimista. Y afortunadamente, entre ellos se encuentran algunos intelectuales inteligentes, catedráticos, columnistas de la prensa o por la radio, que con objetividad nos ayudan a comprender porqué es malo el salario mínimo, los impuestos, los sindicatos y la misma política. Tienen suerte, la vida les sonríe. Son la parte feliz de Guatemala.

jueves, 11 de junio de 2009

Guatemala ante un cruce de caminos

Guatemala ha vuelto a ser centro de atención mundial. Lamentablemente esta vez por las razones equivocadas. Digo esto no solamente juzgando lo que recientemente nos han reportado medios de comunicación mundiales, información a la vista de cualquiera, con solo tener acceso a internet. Quizás “cualquiera” todavía es una palabra muy grande en nuestro país, dado que para muchos chapines el acceso a tecnología todavía es como Star Treck (viaje a las estrellas). Pero bueno, no es de oportunidades de lo que quiero comentar hoy, sino de la intensa reflexión que ha provocado el país en la comunidad internacional.

Durante los últimos días he podido atender tres eventos distintos, todos relacionados directa o indirectamente con el país. Todos han reunido a grupos diversos de personas, usualmente muy calificadas, y que comparten una característica común: o bien trabajan sobre Guatemala y la región centroamericana, o tienen que ver con temas similares a los que hoy consumen nuestra coyuntura (e.g. gobernabilidad, debilidad institucional, democracia, seguridad, etc.).

Centros de pensamiento, congresistas y burócratas del gobierno de los Estados Unidos, agencias multilaterales, organismos internacionales, grupos de presión, académicos universitarios, son solamente algunas de las voces que he podido escuchar recientemente. La percepción y conclusión es generalizada: Guatemala está ante un cruce de caminos, que claramente desborda a sus capacidades domésticas – institucionales, financieras, y humanas –, y donde el tema de seguridad (democrática) vuelve a ser el centro de gravedad.

La tentación de ver solamente la coyuntura, y tratar infructuosamente de explicarla, es muy grande. Por lo mismo, es bueno tomar distancia y dejar hablar a la historia reciente, recapturando tendencias de unos cuantos años para esta fecha. Ello nos permite identificar ciertos hitos que dan forma a la Guatemala contemporánea.

Después del retorno a la democracia formal de 1985, hecho tan recordado, sobretodo cuando enfrentamos crisis institucionales, los guatemaltecos nos hemos dado el espacio para pensar, ventilar discusiones, y avanzar sobre algunos cuantos temas estructurales.

Primero, la asignatura pendiente de aquel entonces (ochentas y noventas) era ponerle fin al conflicto. Fuimos capaces de montar un proceso de diálogo más o menos representativo, y firmamos unos acuerdos de paz, que en su momento se vieron como carta de navegación para los años venideros.

Segundo, en medio de nuestra gran pobreza económica, profundas inequidades, y permanentes esquemas de exclusión social y política, nos dimos cuenta de lo responsables que hemos sido la mayor parte del tiempo con respecto al manejo macroeconómico. Hecho que, sin duda alguna, nos quita un gran peso de encima, a diferencia de otros países vecinos que hoy ven seriamente limitadas sus capacidades de desarrollo por no haberse administrado con prudencia.

Tercero, después de la ortodoxia que emanó del Consenso de Washington, nos montamos en la ola internacional que reabrió el espacio a temas de reformas para el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. (Y debo decir además que, mientras todo esto pasaba, seguíamos acudiendo a las urnas, consolidando el ejercicio democrático formal, y alejando los fantasmas del fraude electoral).

Cuarto, hoy, tímidamente damos el siguiente paso para incorporar en nuestro léxico conceptos como desigualdad, inequidad, oportunidades, inclusión, política social, y todo ese diccionario que refleja la agenda moderna de desarrollo contemporáneo.

Ahora bien, este resumido tránsito por los grandes temas que hemos abordado en los últimos 20 años descansa sobre un hecho fundamental: participación democrática y decisión política. Probablemente el riesgo más importante que tenemos delante es que lentamente vamos cerrando la ventana de oportunidad a una visión y discusión integral y multifacética de nuestros problemas. Estamos cerca de caer en la tentación de proponer soluciones simplistas y monotemáticas a los grandes temas estructurales que nos mantienen en el atraso.

Sin darnos cuenta reaccionamos y recreamos condiciones para el retorno a una agenda de seguridad, parecida a la vivida en otras épocas. Ahora con un matiz ciudadano que la hace aparentemente legítima, razonable, y hasta necesaria en las condiciones de temor y desesperación que vive el ciudadano promedio.

Lo que entonces fue el pretexto de la guerra interna hoy parece reinventarse en un clamor popular genuino de seguridad ciudadana, por sobre y antes de cualquier otro objetivo nacional. Más que nunca estamos necesitando mucha responsabilidad política, visión de país, y acompañamiento de pueblos amigos, para que todo lo avanzado durante los últimos años no se vuelva una salida en falso.

(Prensa Libre, 11 de junio de 2009)

viernes, 5 de junio de 2009

Funes, recambio y trasvase

El lunes asumió Mauricio Funes la Presidencia de la República en El Salvador. Un cambio histórico, lleno de significado político tanto para la sociedad salvadoreña como para toda Latinoamérica. En opinión de algunos, estamos ante el clímax de un proceso de reconversión y maduración de la izquierda salvadoreña en armas, que en 1992 decidió continuar la lucha por medios políticos.

A diferencia del resto de movimientos insurgentes en Centro América, el FMLN es visto como un caso de éxito relativo por su capacidad de reinventarse y ganar el favor de la población en las urnas. Primero con alcaldías – San Salvador la más emblemática de ellas –, pero también con una representación importante en la Asamblea Legislativa, y ahora haciéndose de la Presidencia de la República.

La ceremonia de cambio de mando ya reveló algunos simbolismos interesantes. Mientras los Presidentes Chávez y Ortega fueron los grandes ausentes, Lula y Obama – este último representado en su Secretaria de Estado Hillary Clinton y en una referencia directa en el discurso del mismo Presidente Funes – marcaron la nota distintiva de lo que quiere ser un régimen progresista, consciente de su entorno político regional.

Desde una perspectiva regional, va cuajando la idea de que el nuevo gobierno salvadoreño tiene la posibilidad y potencial de renovar un liderazgo en el istmo, que pueda oxigenar dando la pauta para una sana coexistencia entre una izquierda militante y académica en el Ejecutivo, y una derecha como principal fuerza de oposición en el parlamento y en la principal alcaldía del país.

Lógicamente también se han hecho ya comparaciones y contrastes con el actual régimen en Guatemala. Esto es normal dado que históricamente nos unen fuertes lazos con El Salvador. La estructura económica, la geografía, y la coyuntura política son puentes naturales que han mantenido y hacen prever el fluido intercambio entre ambos países. Solamente el hecho de ser el segundo socio comercial de Guatemala, y haber vivido un conflicto armado tan intenso como el nuestro, le dan a El Salvador una relevancia que no goza ningún otro país vecino.

Pero además, a juzgar por las primeras señales que ha comenzado a enviar la administración Funes, se insinúan canales adicionales de comunicación que habrá que observar con mucha atención por el potencial impacto en la política nacional.

La nueva administración ha anunciado algunos de los temas que ocuparán su atención en el arranque, muchos de los cuales se traslapan claramente con la agenda de Guatemala. La reactivación económica con especial énfasis en la generación de empleo, el lanzamiento de un pacto fiscal que atienda el estado de las finanzas públicas, una declarada vocación hacia temas sociales – en donde curiosamente el Presidente Funes ha anunciado que será la primera dama quien esté a cargo de la Secretaría de Inclusión Social –, y la agenda de seguridad ciudadana, son solamente algunos ejemplos. Todos son temas que resuenan igualmente fuerte en nuestro país.

Aún así, existen diferencias fundamentales que vale la pena rescatar porque definitivamente marcarán lo que suceda a uno y otro lado del río Paz. Señalo dos que saltan a la vista.

Para comenzar, la administración Funes tiene como interlocutor en la oposición a una derecha que, al haber ejercido el poder político durante los últimos 20 años de forma ininterrumpida, tiene amplio conocimiento de la administración pública, y un nivel de articulación política cualitativamente distinto al de Guatemala.

Además, el Presidente Funes llega en una plataforma que no le pertenece, pero que con toda seguridad estará presente y muy de cerca en su quehacer diario, encarnada no solamente en la figura del vicepresidente – quién adicionalmente tendrá a su cargo la cartera de educación –, sino de una cuota importante de representantes a la Asamblea Legislativa y alcaldes.

Todo ello demandará del mandatario un esfuerzo adicional de negociación y búsqueda de consenso, primero a nivel interno en su propio partido, para después salir a buscar los apoyos que sean necesarios con la oposición, según sea el caso.

Queda por ver si todas estas coincidencias políticas, geográficas, históricas, e ideológicas, se logran trasvasar de alguna manera a Guatemala, aireando el debate nacional y convirtiéndose en una especie de relanzamiento para algunos temas que nuestra coyuntura doméstica ha pospuesto o ahogado.

(Prensa Libre, 4 de junio 2009)

¿Estado fallido o extraordinaria resiliencia?

La edición de la revista “The Economist” de esta semana publicó un artículo haciendo referencia a la profunda crisis política por la que atravesamos. De manera sucinta describe los principales hechos alrededor del asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg y la conmoción que han provocado en la sociedad guatemalteca.

Para un país pequeño y de poco peso relativo en la arena internacional como Guatemala, aparecer en una publicación de esta naturaleza sólo puede significar algo muy bueno o algo muy malo. Desafortunadamente en este caso es lo segundo. De hecho el artículo hace una aseveración que me parece un poco extrema, casi rayando en irresponsable. Llega a sugerir que somos, después de Haití, el país en el continente americano que está más cerca de ser un Estado fallido.

Pero en medio de tan desalentador diagnóstico llama la atención la asociación que hace entre la debilidad de nuestro Estado y el bajísimo nivel de recaudación fiscal que tenemos. Señala que “(sic) los ingresos fiscales llegan solamente al 11% del PIB, privando al gobierno de los medios para proveer servicios públicos básicos como seguridad, salud, y educación”. El mensaje implícito es bastante claro: todos esos bienes públicos que hoy nos hacen tanta falta, como son seguridad, justicia, salud, y educación tienen un costo.

Por supuesto que podemos abrir la discusión en torno a si las características del país encajan en la definición de Estado fallido, o si solamente estamos en camino a serlo, etcétera, etcétera. Esa reflexión, aunque intelectualmente muy sabrosa, me parece de poco valor práctico en este momento. Aclaro que con ello no estoy sugiriendo tapar el sol con un dedo y negarnos a ver los problemas tan serios y complejos que tenemos.

Lo que sí valdría la pena cuestionar es si realmente se vale que nos metan en el mismo saco que a países como Somalia, Sudán, Etiopía, Haití o Timor Oriental. Porque las consecuencias que noticias como la anterior tienen en términos de la imagen del país son demoledoras. La percepción que crea en los mercados internacionales, y el efecto en términos de flujos de inversión, crecimiento económico, y generación de empleos, pueden ser significativos además de duraderos.

Claramente es un retroceso a muchos de los avances que hemos construido con mucho esfuerzo a lo largo de 25 años de democracia. En tres líneas de un artículo de prensa damos al traste con logros como los acuerdos de paz, o los períodos de crecimiento económico, incluso con nuestra reconocida prudencia en el manejo macroeconómico, y hasta con la reconstrucción (lenta si se quiere) del tejido social en la postguerra, entre muchas otras cosas.

Una publicación como esa debe obligarnos a reflexionar y cuestionarnos si somos en realidad un quasi-Estado fallido o más bien una sociedad de una resiliencia extraordinaria, ya que durante los últimos meses hemos vivido prácticamente todas las crisis de un libro de texto de desarrollo y el país sigue en pie.

Sin haber salido por completo de la crisis de precios en los alimentos nos tocó recibir la crisis de precios del petróleo. Luego nos tocó la crisis financiera internacional y la recesión económica internacional, que nos ha ocasionado una merma importante en los ingresos fiscales y pérdida de muchos puestos de trabajo. Desde hace dos semanas le sumamos una crisis de gobernabilidad, la más profunda desde el retorno a la democracia en 1985; y, como si todo aquello no fuera suficiente, hasta nos hemos atrevido a sugerir una purga parcial en nuestro propio sistema financiero.

Al final, me parece que antes de lanzarnos nosotros mismos, o peor aún permitir que otros se lancen, a echarnos el San Benito de “Estado fallido”, debiéramos poner las cosas en perspectiva, reconociendo no solamente lo que falta por hacer sino también lo mucho que hemos avanzado. Creo que está demostrada la resistencia de la sociedad guatemalteca que, aún en las condiciones menos favorables, se niega a entregar el país al caos y la debacle total.

(Prensa Libre, 28 de mayo 2009)

Para encauzar la crisis

En estos días no se puede pensar, escribir, ó comentar, de otra cosa que no sea la profunda crisis por la que atravesamos en Guatemala. Como bien lo han señalado columnistas y analistas locales e internacionales, parte de lo que hace extraordinaria la reacción del pueblo en las manifestaciones del domingo pasado es el contraste con la tradicional apatía y adormecimiento en el que nos habíamos acostumbrado a vivir. Porque con más de quince muertos diarios ninguna sociedad puede ufanarse de un estado emocional equilibrado ni mucho menos.

De manera que el problema estaba allí, delante nuestro como un barril de pólvora, y el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg lo hizo explotar, dando paso a un clamor de una parte importante de la población pidiendo justicia y ponerle un alto a la violencia. Después de haber vivido una de las semanas más convulsas en la historia reciente, la emotividad (a veces poco reflexiva) debe comenzar a ceder para dar paso a todo el trabajo racional que se nos viene encima.

Asentar el polvo de las emociones no quiere decir hacer a un lado las expresiones de participación ciudadana para exigir justicia. Al contrario, justamente para que logremos tal objetivo es que se deben enfriar los ánimos y actuar con la madurez que las circunstancias demandan. Los guatemaltecos hemos dado una gran muestra al mundo de madurez política. Las marchas del domingo pasado dan fe de nuestra capacidad de salir a las calles a expresar demandas y que no es confrontación lo que buscamos. Ese es un paso en la dirección correcta para la consolidación de la democracia y la reconstrucción y el fortalecimiento del Estado de Derecho.

Evidentemente todavía hace falta mucha información y evidencias con relación a las acusaciones hechas por el abogado Rosenberg. Por ello es necesario demandar y dejar trabajar a las instancias en quienes se ha delegado la difícil tarea de dar con los responsables de los crímenes señalados. Pero en ese dejar hacer también es fundamental una sana participación ciudadana que vigile y exija la transparencia y sobretodo la imparcialidad de las investigaciones en curso.

El estado de salud de nuestra gobernabilidad es delicado, y por ello hay algunos riesgos que debemos cuidar. En cuanto a la investigación misma, es fundamental no convertir las calles de la ciudad en tribunales de justicia, saltándonos trancas y dictando sentencias sin el debido proceso. Eso no solo es contradictorio a la misma demanda de justicia, sino que daría un golpe fatal a nuestras instituciones y a la vida en democracia. Por lo tanto, exigir la renuncia del Presidente puede resultar prematuro y hasta contraproducente.

Sin embargo, debemos enfrentar con realismo la debilidad de nuestro Estado, y para ello es preciso reconocer en el apoyo de la comunidad internacional una reserva de credibilidad que la sociedad exige en estos momentos, pero que debe progresivamente ser extendida a otros actores nacionales. En tal esfuerzo apoyos como el de la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea, así como distintos gobiernos amigos de Guatemala, manifestando su respaldo al Gobierno y la institucionalidad democrática, y exigiendo una investigación transparente e imparcial, contribuirán a darle cauce a la crisis.

Pero además hay que rechazar cualquier insinuación de oportunismo que pueda ver en esta coyuntura un espacio para socavar la gobernabilidad y promover caos. Con igual firmeza debemos detener insinuaciones de polarización entre la población. La demanda por justicia es legítima en sí misma. Por lo tanto, no podemos enlodarla con expresiones de discriminación étnica ó lucha de clases sociales, o como una confrontación de buenos contra malos. Eso es inadmisible además de irresponsable y peligroso en un momento donde justamente se debe procurar la unidad del país para atender un objetivo común: recuperar la seguridad ciudadana.

Igualmente hay que evitar el trasvasar una crisis política para convertirla, además, en una crisis económica. Está claro que las acusaciones que se han hecho en contra de Banrural deben ser investigadas, como debiera ser el caso ante cualquier acusación en contra de otra institución del sistema bancario. Pero eso no debe mezclarse con expresiones irresponsables que desinformen y pongan en riesgo la estabilidad del sistema financiero nacional. Socavar la credibilidad de un banco por una presunción no solamente es irresponsable sino además ilegal. Suficiente evidencia tenemos los guatemaltecos del daño que ocasiona el descalabro de instituciones financieras.

Los siguientes días serán determinantes para encauzar esta crisis. El objetivo inmediato debe ser dar con los responsables de tres horrendos crímenes y deducir responsabilidades por tales actos. El objetivo último debe ser fortalecer nuestro Estado de Derecho, consolidar nuestra democracia, y hacer de la participación ciudadana una norma de vida en sociedad. ¡Animo Guatemala!

(21 de mayo de 2009)