jueves, 25 de julio de 2013

¿Y después de la pobreza qué?


“Exigen reformas políticas que les den instrumentos para hacerle auditoría a sus gobernantes y pedirles rendición de cuentas, o las llaves del cuarto si es necesario.”

A un año de haber asumido el puesto de presidente del Banco Mundial, el médico y antropólogo Jim Yong Kim se hace una pregunta solamente: ¿y después de la pobreza qué?  Retórica en apariencia, pero solamente en apariencia.  Hay que ponerla en su contexto y en boca de quien la dice. 

Porque sale del actual líder de una institución que ha pasado por varias fases, que ha cambiado de piel, porque así es el desarrollo: dinámico.  Un banco que ha financiado obras de infraestructura de todo calado y en prácticamente todos los sectores de la economía.  Que años más tarde se dio cuenta de que había que procurar la estabilidad macroeconómica como fuente y puntal básico del crecimiento y desarrollo económicos.  Que luego dio el campanazo cuando salió del clóset predicando por el mundo entero que el desafío más importante que tenía la humanidad era la reducción de la pobreza.  Y que cuando quiso dar el salto cualitativo hacia la promoción de la igualdad de oportunidades, la sacudida de la crisis internacional lo ha obligado a colocar temas más urgentes sobre el tapete, como la generación de empleo.   

En medio de esa trayectoria institucional, este médico y antropólogo surcoreano, criado y educado en EEUU, se sincera y manda dos mensajes que bien pueden ser decodificados como la impronta que quiere dejar en su paso por el banco. 

Por una parte,  la preponderancia que da a lo que él mismo llama un “enfoque científico” para hacer desarrollo.  Llevando conocimiento de un lado a otro del planeta, de una sociedad a otra, de un país a otro, de una realidad a otra.  Seguramente influenciado por su vida anterior de académico en Harvard y Darmouth College.  El ejercicio de abstracción y de análisis para poder destilar lecciones que puedan ser aplicadas en dos o más lugares distintos.  Encontrar las regularidades que naturalmente existen a los problemas del desarrollo.

No como una vuelta a la “talla única” para solucionar de manera estándar los problemas, sino más bien como un esfuerzo para evitar reinventar la rueda cada vez que cambia un gobierno.  En otras palabras, ahorrar tiempo y dinero a los ciudadanos contribuyentes y sus respectivos gobiernos, creando bienes públicos regionales y globales.  Un banco del conocimiento, como siempre se han vendido. 

Y por la otra, el cuestionamiento al paradigma global de superación de la pobreza.  Kim Yong se atreve y nos reta a imaginar un 2030 sin pobreza extrema, pero también cuestiona la capacidad de los gobiernos de atender las demandas sociales de los no pobres. 

Algo que de hecho ya está sucediendo pues, en el caso de América Latina al menos, la era de la post pobreza comienza a asomar la cabeza: en Chile, en Brasil, en México, y seguramente otros seguirán esa tendencia.  Las clases medias comienzan nuevamente a movilizarse y demandar ya no solamente una magra transferencia de recursos monetarios para no caer en pobreza alimentaria. Quieren variedad y calidad de servicios, Estados nacionales más presentes.  Exigen reformas políticas que les den instrumentos para hacerle auditoría a sus gobernantes y pedirles rendición de cuentas, o las llaves del cuarto si es necesario.  En una palabra, la clase media exige más movilidad social. 

La pregunta es ¿estará el banco listo para acompañar procesos de reingeniería política de tal envergadura?  Como reza el refrán: su boca es su medida, presidente.

Prensa Libre, 25 de julio de 2013.  

jueves, 18 de julio de 2013

Nuestro tiempo circular


“La única explicación posible a esa circularidad es que el problema no son las personas sino de las reglas del juego, pero las reglas del juego las tienen que cambiar las personas.”

Bien nos dicen en todas partes del mundo que somos un pueblo diverso y de contrastes.  Por una parte, de una historia, cultura y tradiciones milenarias.  Por la otra, con una memoria política de cortísimo plazo.  Como que todo se nos olvida – o nos resbala, ¡no sé qué pueda ser peor! –. 

La suma de ambas cosas probablemente sea la explicación a esa pasmosa paciencia con la que enfrentamos problemas tan recurrentes y tan predecibles, abriendo la puerta para que sigan sucediendo, y sigan sin solución, así hasta el infinito.  Si tuviéramos más historiadores económicos que documentaran, con nombres y apellidos por favorcito, las discusiones que nos han consumido durante los últimos 30 años, nos daríamos cuenta de que nos movemos, como en la obra de Borges, en una suerte de tiempo circular, alrededor de dos o tres temas fundamentales.   

Así, la DC peleaba con la UCN y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  El PAN peleaba con el FRG y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  El FRG peleaba con la GANA y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  La GANA peleaba con la UNE y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  La UNE peleaba con el PP y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  El PP pelea(ba) con el LIDER y el sector privado organizado por intentar reformas fiscales.  (Este es probablemente el párrafo que –tristemente – he podido escribir más rápidamente en todas las columnas de opinión.  Como dicen lo patojos: puro copy-paste, find-replace). 

La única explicación posible a esa circularidad es que el problema no son las personas sino de las reglas del juego, pero las reglas del juego las tienen que cambiar las personas.  Reglas de juego de nuestro sistema de partidos políticos, del funcionamiento del Congreso de la República, de la Junta Monetaria, y de la gestión de las Finanzas Públicas del país.

¿Cómo hacemos entonces para salir de esa circularidad? ¿Debiéramos intentarlo? ¿Quién debiera tomar las riendas y conducir un proceso de reformas? 

Evidentemente no podemos descansar en la flora y fauna que compone nuestra clase política pues no tienen interés alguno para hacerlo.  Ellos nacen, crecen, se reproducen y se pasan la estafeta – porque nunca mueren – gracias a esas mismas reglas del juego. 

Por otra parte, nuestras universidades, reserva intelectual de la sociedad, también recrean un ecosistema muy particular.  En unos casos optando abiertamente por no participar en ningún tipo de discusión de la vida nacional, en actitud de “uy chish”.  En otros casos, porque la política interna los consume y distrae de su función principal que es generación de conocimiento fresco y formación de cuadros profesionales con calidad.  Y en otros casos simplemente porque la búsqueda de su identidad y nicho ideológico no termina de cuajar, es decir, andan como pollos sin cabeza, incapaces de decir “por aquí debe ser la vaina”. 

Nos está haciendo falta entonces un actor desde la clase media.  ¿Por qué ese grupo? Porque es el verdadero doliente de todas estas disfuncionalidades del Estado, y porque es, al día de hoy al menos, el principal beneficiario de la democracia.  El problema es que no aparece por ningún lado.  No termina de cuajar.  Al menos no con la fuerza, sistematicidad y solvencias técnica y moral que se necesita.     

Prensa Libre, 18 de julio de 2013. 

¡No nos demos paja!


“La realidad es que el campesino no es prioridad ni sujeto en el modelo de desarrollo de Guatemala.”

La última noticia que aparece en medios con relación a la ruralidad y su relación con el Estado es la conformación de un (sic) “gabinete de desarrollo rural integral”.  Una decisión de difícil lectura y credibilidad política.  ¿Por qué?  Bueno, pues simple y llanamente por las evidencias que hemos tenido hasta el momento.  Déjeme retroceder el casete y recapitular un poco. 

La actual administración arrancó como aquellos caballos de Derby, ni bien dio el 14 de enero salieron despetacados y comenzaron a mandar señales de un voluntarismo político que no veíamos en mucho tiempo.  Estatuto de Roma, reforma fiscal, ministerio de desarrollo social, reformas a la constitución, legalización de las drogas, comisionado presidencial para el desarrollo rural, en fin, todo apuntaba a que había una posibilidad real de entrarle a temas de fondo. 

¿Qué pasó en el camino? La realidad se interpuso a los planes.  Tortuguismo institucional –con el Congreso a la cabeza–, oposición de grupos tradicionales y emergentes de poder económico, señalamientos de corrupción en la administración pública, y revueltas sociales en el interior del país.  Todo junto enrareció el ambiente lo suficiente como para irle quitando dientes, una a una, a las buenas intenciones que traía el gobierno.    

En cuenta las propuestas de desarrollo rural que, por supuesto, encontraron desde la conformación del mismo gabinete una oposición ideológica (porque no estoy seguro que llegue a conceptual), no digamos en ciertos estratos de la sociedad que todavía ven un grupo de machetes, caites y azadones juntos y les tiemblan las canillas porque creen que allí viene de nuevo el Decreto 900 en su versión 2.0. 

Economía campesina, agricultura familiar, programas de compras públicas para pequeños productores, servicios de extensión, microfinanzas rurales, transferencias públicas al campo, son todos instrumentos de política pública ampliamente utilizados en otros países.  Lo vemos en México, en Colombia, en Perú, en Brasil, en Chile, en Argentina.  Aquí todavía no. 

En esta santa meca del conservadurismo preindustrial, todo eso todavía hiede a comunismo solapado.  Y por lo tanto, hay que traerse abajo cualquier intentona que trate de poner al pequeño productor en el centro de la agenda política de cualquier gobierno.  La realidad es que el campesino no es prioridad ni sujeto en el modelo de desarrollo de Guatemala.  ¡No nos demos paja!, como dicen los patojos.  No lo ha sido ni lo será por un buen tiempo.  En el mejor de los casos es visto como un simple usuario de los enclenques apoyos de nuestra política social, en espera que suceda como las candelas, y el crecimiento económico les chorree (un par de gotas, por supuesto). 

Si a esa apresurada fotografía de la psique chapina sumamos la coyuntura política, la lectura es más cuesta arriba aún.  Estamos finalizando el segundo año de gobierno.  En otras palabras, en tres o cuatro meses más entraremos en el año de la consolidación de lo poco que se haya podido hacer durante la actual administración.  Así funciona nuestro ciclo.  Año 1 para aprender y medir fuerzas, año 2 para comenzar a impulsar agenda, año 3 para consolidar y año 4 para soñar con la reelección o preparar maletas y buscar chamba.

Me temo mucho que la oportunidad para la transformación del campo se pasó.  Aunque vuelvan con renovados aires a querer montar un esfuerzo de coordinación interinstitucional y le pongan el nombre y el apoyo técnico que quieran.  La realidad se ha impuesto y no hay muchas razones para esperanzarse.  No con este gobierno, al menos.  Ojalá me equivoque.  Nada me daría más gusto.  

Prensa Libre, 4 de julio de 2013.