jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Acuerdos o recuerdos de paz?

“A inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.”

Ayer se cumplieron 14 años de la firma del último de los acuerdos de paz. Léase bien: el último de los acuerdos, porque el primero tiene fecha 25 de julio de 1991. Y si el punto de partida fuera el inicio de las conversaciones entre las partes, probablemente rozaríamos ya el cuarto de siglo. En otras palabras, a tres cuartas partes de nuestra población el capítulo del conflicto armado interno que les tocó vivir fue su fase de negociación, acuerdos, e implementación de lo pactado.

Una lógica lineal, en donde yo recuerdo más aquello que me acaba de suceder, haría pensar que los Acuerdos de Paz debieran estar dentro de los referentes históricos que se guardan con mayor frescura en la mente de nuestra población adulta (no digamos nuestros dirigentes políticos). Y si eso fuera así, debieran ser usados como referentes, lo mismo que otros esfuerzos de diálogo nacional igualmente valiosos – el Pacto Fiscal es otro ejemplo.

Pero no es así. Del contenido de todos los acuerdos, probablemente el dato que ha podido inmortalizarse con mayor efectividad es el relativo a la carga tributaria del país. El famoso, mágico y elusivo 12% al que todos nos referimos cada poco, cuando se discute el papel del Estado y los recursos que necesita para cumplir con sus funciones.

Irónicamente ni siquiera recordamos con precisión la cifra de muertos, desaparecidos y desplazados. Salvo aquellas familias – la mía es una de ellas – en donde todavía tenemos en la sala de la casa la foto y presencia de uno de aquellos jóvenes idealistas, que supieron tenerlos bien puestos y creyeron – equivocadamente o no, la historia será quien los juzgue – salir a la calle a solidarizarse, protestar e intentar transformar una realidad que les parecía injusta y abusiva con los derechos de la mayoría.

Hoy escuchamos en tarimas gritos y discursos delirantes que, cuando no son epidérmicos para la magnitud del problema social que tenemos entre manos, ponen en evidencia un minimalismo e inconsistencia conceptual, que francamente solo se puede explicar por una sola razón: a inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.

La coyuntura actual nos hace pensar que bien valdría la pena desempolvarlos y agitar nuevamente la discusión nacional que plantearon aquellos acuerdos, llevarlos un poco más lejos del sitio de internet de la SEPAZ, los cambios diarios de la rosa en el Palacio Nacional de la Cultura, o el cumpleaños de cada 29 de diciembre. En esa letra están identificados con mucha claridad y precisión, probablemente los principales grandes temas que hoy todavía nos afligen: seguridad, empleo, crecimiento económico, reducción de pobreza, institucionalidad democrática, derechos humanos, reforma del sector justicia, derechos de los pueblos indígenas, papel de la sociedad civil, poblaciones desarraigadas y excluidas, entre otros.

Pero además, el proceso de paz guatemalteco tiene la ventaja de que todavía los jóvenes podrían interactuar vivamente con la mayoría de personajes que los tejieron. Ese es otro gran activo que nos debiera ser de gran utilidad, más allá de la letra muerta y los análisis publicados que pueden contar solamente una parte del proceso.

Fue un esfuerzo valioso, amplio, lento, doloroso, lleno de sobresaltos, pero que definitivamente resume y demuestra una capacidad de diálogo y convivencia pacífica de los guatemaltecos. Capacidad de sentarnos a una misma mesa a pesar de nuestras profundas diferencias de origen; de identificar una agenda estructural, bajándola del campo de las generalidades y buenas intenciones a un plano un poco más tangible, con deducción de responsabilidades más claras y un cronograma más o menos preciso.

En fin, no me cabe la menor duda que las causas de muchos de los problemas identificados en los Acuerdos de Paz siguen vigentes, como tampoco es secreto que otros nuevos retos han aparecido desde entonces, y que seguramente necesitaríamos una segunda generación de acuerdos nacionales que tuvieran la capacidad de reconocer esos nuevos problemas que hoy nos agobian.

Creo que el diálogo sigue siendo la mejor avenida por la cual transitar para poder seguir viviendo en sociedad y en democracia. En todo caso, aprovecho para darles las gracias a todos ustedes, hombres y mujeres, que trabajaron en primera, segunda o tercera fila en el proceso de paz. Dejaron un legado valioso, que hoy debemos tratar de no convertir en simples recuerdos de paz.

Apreciado lector, ¡que tenga un buen inicio de año!

Prensa Libre, 30 de diciembre de 2010.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Viviendo con un dólar al día

“Aquel famoso Servicio Social o las Misiones, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las disparidades que componen nuestro país.”

Mira este video en YouTube. Ese fue todo el mensaje que leí en el correo electrónico que me mandó mi hijo Javier. Se me había perdido hasta que hace un par de días di con él y finalmente pude abrirlo. Después de ver el primero vi que no solamente eran una serie de mini documentales, sino que hasta tenían un sitio web en donde poder leer más información que explicaba la génesis y desarrollo del proyecto.

Al final de la mañana, lo que debió tomarme un par de minutos se convirtió en una zambullida de más de dos horas por el internet, viendo, escuchando, leyendo, reflexionando. Así es la vida. Las lecciones aparecen donde menos lo esperamos.

“Living on One Dollar-A-Day” es la historia de un grupo de cuatro estudiantes universitarios del Claremont McKenna College en California, quienes un buen día dispusieron salir de su zona de confort y tener la experiencia de vivir justamente así: con menos de un dólar diario. Es decir, vivir en pobreza extrema.

Para hacerlo decidieron dedicar sus vacaciones de verano del 2010. Durante nueve semanas tuvieron una inmersión total en un mundo y condiciones de vida que para muchos seguramente solo se compara con haber tenido ido y regresado a Marte, o bien haberse transportado en la máquina del tiempo un par de siglos atrás. Escogieron nada menos que la comunidad de Peña Blanca en la región del Lago de Atitlán.

Pero el cuento no termina allí, la idea iba más allá de la sola experiencia de vivir en condiciones precarias y administrar un presupuesto ínfimo. Además decidieron producir un documental, que después les permitiera tratar de explicar a sus pares cómo es que vive la gran mayoría de nuestros agricultores indígenas.

Cada uno de los videos va contando en pequeños capítulos las aventuras que tuvieron que pasar. Instalarse en una vivienda mínima, piso de tierra, cocinar a leña, adecuarse a una dieta de frijol y arroz (¡a veces aguacate y banano!), disciplinarse financieramente para vivir dentro del presupuesto asignado (un dólar por cabeza), aprender algo español y cackchiquel, enseñar un poco de inglés, tomar un microcrédito (¡y repagarlo a tiempo!), aprender el juego del regateo en el mercado local, cultivar la tierra, involucrarse con la comunidad y construir así un pequeño capital social que les sirvió de ventana para ese microcosmos.

El proyecto me hizo recordar otras experiencias similares que se practicaban en centros educativos en Guatemala hace algunos años. Aquel famoso “Servicio Social” o las “Misiones”, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las enormes disparidades que componen nuestro país. Dicho sea de paso, sigo creyendo que la vivencia es una herramienta mucho más poderosa para construir lazos y acercar extremos.

Para fortuna nuestra, hoy parecen reverdecer estas ideas y poco a poco más y más jóvenes se organizan en proyectos de sensibilización y transformación social. Creo que es algo muy bueno y debiera fomentarse aún más. Hay que dejarlos despertar y procurarles canales sanos y propositivos para que desfoguen su innata rebeldía ante aquello que perciben como injusto. Es, además, una forma de reconstruir tejido social y crear puentes de confianza y entendimiento entre mundos y realidades muy distintas.

Devuelve la ilusión y la esperanza ver la fuerza interior y el entusiasmo que desprende de los ojos de jóvenes como Zach, Chris, Sean y Ryan, y muchos otros guatemaltecos que están haciendo cosas interesantes para entender y tratar de transformar lo que no les gusta. Haber acercado la lente de la cámara, el estómago, el cerebro y el corazón, a una realidad que para tantos es cotidiana o simplemente invisible, esforzándose por traducirla en lenguaje de juventud, seguramente es una experiencia que los dejará marcados por muchos años.

Lo invito a que se de una vuelta por su sitio web y vea cada uno de los videos y diarios que han colgado allí (http://onedollaraday.weebly.com/index.html). Le garantizo que serán minutos muy bien invertidos para abonar un poco más esa atmósfera reflexiva de fin de año. ¡Gracias patojos, hicieron un excelente trabajo!

Prensa Libre, 23 de diciembre de 2010.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Reflexiones de fin de año

“Cuatro cosas que no son del otro mundo, pero que por ahora y a ratos nos parecen tan lejanas y míticas como el mismo Olimpo.”

El fin de año es uno de esos ritos de pasaje muy propicios para la reflexión sobre lo actuado, pero también para la planificación del futuro próximo. Este año, además, coincide con una coyuntura política que necesariamente nos obliga a repasar el rumbo que lleva el país. Faltan pocos meses para que nuevamente hagamos el ejercicio democrático formal de acudir a las urnas, reafirmándonos así que la democracia – aunque plagada de imperfecciones – sigue siendo el arreglo social más adecuado para construir nuestro desarrollo.

Si nos preguntaran hoy a todos los guatemaltecos cuáles son prioridades nacionales que el gobierno (saliente y entrante) debieran enfrentar, los principales retos o amenazas, oportunidades ó grandes temas, que demandan la atención de nuestras elites, posiblemente la lista no estaría muy lejos de lo siguiente: seguridad de que volveré vivo a casa cada día; condiciones físicas para hacer producir el changarro y poco a poco crecer económicamente; contar con una escuela y centro de salud para los patojos; y saber que si por alguna razón me va mal, hay una red mínima de protección que no me dejará caer al vacío de la miseria. Cuatro cosas que no son del otro mundo, pero que por ahora y a ratos nos parecen tan lejanas y míticas como el mismo Olimpo.

La seguridad ciudadana y combate al crimen organizado muy probablemente hoy sea número uno en la lista. Es un clamor generalizado, no solamente en Guatemala sino desde México hasta Costa Rica. Y esto no es retórica sino más bien un llamado de atención para que se le preste la importancia mayúscula que merece. Ha quedado claro que ninguno de nuestros débiles Estados en centroamericanos – mucho menos cualquier equipo de gobierno de turno – tiene ni tendrá la capacidad institucional, humana y financiera para hacer frente a tamaño reto.

Es una amenaza supranacional, que demanda el concurso paciente y sostenido de muchos actores en nuestra sociedad, así como la actuación coordinada con otros Estados. Así lo han reconocido líderes mundiales en distintos foros, al reconocer que el animal tiene dos cabezas. Por una parte, una oferta, canales de comercialización, y capacidad de fuego cada vez más sofisticados; y por la otra, una demanda creciente e insatisfecha, que pone todos los incentivos para procurar una tajada de tan jugoso negocio. Verlo de otra manera es miopía y más de lo mismo.

La consolidación fiscal es otro gran tema, eterno e inconcluso, que ya casi nos define como país en el concierto internacional. A Guatemala se la pinta bajo tres colores: pobre, desigual, y con poca capacidad de sus elites para movilizar recursos propios y financiar su propio desarrollo.

Nótese que se habla del tema fiscal en un sentido amplio. Claro reconocimiento que el nudo ciego no es solo de impuestos. La relevancia del tema es tal, que ya está en boca y tinta de representantes de todo el espectro político. Cualquiera que pretenda plantearse como una opción seria en las próximas elecciones deberá hablarnos con franqueza sobre su visión del financiamiento y rol del Estado guatemalteco.


Otro gran reto es la recuperación – primero – y ampliación – después – de nuestra maltratada infraestructura productiva. Es evidente que necesitamos crecer. Las tasas que traemos durante los últimos años no alcanzan ni para los pañales de los chirices que parimos cada año, mucho menos para ahorrar y pensar en inversiones de más largo aliento.

Y quien mejor para generar crecimiento que nuestro sector privado (micro, pequeño, mediano y grande), provisto de unas condiciones mínimas que lo hagan competitivo. En buen chapín eso significa recuperar carreteras, puentes y agua potable, que fueron dañadas por los desastres naturales.

Pero también hay espacio y necesidad de pensar en nuevas obras para la siguiente década. Hay financiamiento disponible en la banca internacional y multilateral, hay leyes que facilitan alianzas entre el gobierno y el empresariado, hay un interés declarado de nuestros principales socios comerciales en traducir ideas en proyectos regionales, y poder así relanzar una visión de mercados integrados.

Finalmente no podemos dejar olvidadas a nuestras grandes mayorías. Es absolutamente esencial continuar en la profundización de nuestras redes de protección social para atender mínimamente las paupérrimas condiciones en que sobreviven muchos. Nuestros indicadores de pobreza y desigualdad, aunque cifras viejas, dan cuenta de unas condiciones que necesitan atenderse con la urgencia del grito de la desnutrición infantil e inseguridad alimentaria en el oriente del país, con la profundidad y persistencia que revelan los niveles de pobreza del norte y noroccidente, y con los niveles de desigualdad económica y social que arroja cualquier comparación entre la región metropolitana y cualquier otra parte del territorio nacional.

Cuatro grandes retos, cuatro patas de la misma mesa sobre la cual podremos sentarnos en paz, a convivir como miembros de una misma familia guatemalteca; o sobre la cual echaremos los dados y nos daremos a la suerte. Menuda responsabilidad tienen nuestras elites, ojalá den la talla.

Prensa Libre, 16 de diciembre de 2010.

Empleo: más preguntas que respuestas

“El empleo es condición sine qua non para que la gran mayoría de hogares guatemaltecos tengan casa, comida, educación y salud.”

El día de ayer salió una nota en la sección económica muy interesante. El título era “Prevén esatbilidad en el empleo”, y básicamente resumía un estudio hecho por una empresa de recursos humanos llamada Manpower. Haciendo una encuesta a 620 empresarios a nivel nacional, en diferentes sectores de actividad económica, destaca las expectativas que dichos agentes tienen con relación a posibles despidos y contrataciones que harían en el siguiente trimestre.

De allí derivan una medida llamada “tendencia neta del empleo”, que no es más que la resta entre los empleos y despidos que se prevén para el período en cuestión. Guatemala aparece con una tendencia neta de empleo del 9% para el primer trimestre del 2011. Aunque los datos que se presentan son bastante agregados en cuanto a distribución geográfica, tamaño de muestra, y sectores de actividad, es posible resaltar un par de tendencias.

La primera es que la región más rezagada del territorio nacional sigue siendo la Norte, resultado que refuerza las cifras de pobreza, en donde esa misma región es de las más pobres del país. Es decir, no solamente son pobres, sino que además no se está generando mayor empleo.

La segunda tendencia es que aparentemente el mayor dinamismo proviene del sector construcción, seguido muy de lejos por el sector agrícola y de transporte y comunicaciones. El sector servicios, por su parte, es el que menos empleo generaría. Resultado relevante cuando se piensa en el tipo de mano de obra que cada sector contrata, y por ende en el nivel salarial que podría llegar a tener las nuevas plazas. En promedio se esperaría que el sector servicios demandara un trabajador más cualificado, más productivo, y por consiguiente con un salario mayor.

Finalmente, en una comparación con otros países en donde también se realizan encuestas similares. Guatemala aparece a la cola en la tendencia neta de empleo (9%) para 2011 muy por debajo de otros países de la región como México (16%), Costa Rica (19%) ó Panamá (22%).

Pero además de los resultados obtenidos de la encuesta, es pertinente ir un paso más allá y reflexionar en un sentido más amplio sobre este mercado tan importante para el bienestar de la sociedad en su conjunto. El empleo es condición sine qua non para que la gran mayoría de hogares guatemaltecos tengan casa, comida, educación y salud. En otras palabras, son muy poquitos aquellos hogares privilegiados, que pueden prescindir de que – cuando menos – uno de sus miembros trabaje, y poder darse el lujo de vivir de rentas generadas por otros factores de la producción.

Por consiguiente, este tema debiera ser un tema central en la política pública nacional. Debiéramos estar inundados de análisis del mercado laboral guatemalteco. Por ejemplo, caracterizaciones del perfil del empleo para diferentes grupos de edad, étnicos, para cada departamento del país. Debiéramos poder predecir con mucha certeza las probabilidades de encontrar empleo para nuestros jóvenes, dependiendo de la cantidad y calidad de escolaridad que tienen. Las mediciones del empleo en el país tendrían que ser tan regulares y sistemáticas como la página del horóscopo en cada periódico.

Sin embargo no es así. Por el contrario, este estudio de Manpower y quizás el que hace ASIES son de lo poco que circula para medio tomarle el pulso al mercado laboral. Nuestras últimas encuestas oficiales de empleo son del 2004. ¿Increíble o no?

Conocer las expectativas de generación de empleo es importante, es verdad y no lo discuto. Pero también es cierto que no podemos seguir basando nuestra lectura de un mercado tan importante como el laboral de una forma tan miope, sin más referente que una pequeña muestra privada de empresarios y sus “espíritus animales” – como diría Keynes – con respecto a la creación o destrucción de plazas de trabajo.

Además de salir a preguntar a empresarios lo que piensan con respecto al siguiente trimestre, nuestro Instituto Nacional de Estadística debiera estar haciendo el mismo esfuerzo y con esa misma regularidad, para salir a tocar la puerta de nuestros hogares para que nos cuenten qué es lo que les ha pasado cada 10 ó 12 semanas.

Para terminar, me gustaría complementar la opinión de la ejecutiva de esta empresa cuando nos recuerda la importancia de (sic) “desarrollar la calidad del recurso humano y que se aprovechen los talentos y habilidades para que los trabajos no se vayan a otros países”. Eso es una parte – muy importante por cierto – del mercado.

La otra parte tiene que ver con la calidad de los puestos de trabajo que se generan para atraer mucho de nuestro capital humano que ya está formado y que tristemente sale centrifugado de la región por falta de oportunidades o, peor aún, porque habiéndolas, nuestro mercado laboral no sabe hacer un match adecuado entre plazas y talentos.

En todo caso, discusiones de este tipo solamente se pueden tener con más y mejor información estadística. De otra manera es como sacar el dedo por la ventana para tratar de pronosticar si va a llover en el territorio nacional.

Prensa Libre, 9 de diciembre de 2010.

¿Hay algo más después de las transferencias condicionadas?

“Para lograr efectos más permanentes sobre la calidad de vida de los pobres, la discusión va más allá de las capacidades limitadas que tiene un simple programa de TCE.”

Estamos a poco más de diez meses del evento electoral. A medida que transcurran las semanas, diferentes temas comenzarán a salir al aire. Visiones de lo que debiera hacerse, de las grandes prioridades nacionales. Esa discusión es muy sana, es el juego de la democracia, en donde diferentes visiones entran en competencia para tratar de ganarse el derecho de orientar por un tiempo la gestión pública.

Algunas discusiones se encenderán de acuerdo a la capacidad de jalar votos. Otras, aunque sean temas de fondo, no tendrán mayor realce y se perderán entre canciones y bulla. Natural miopía electoral. Lo importante es que, en medio del fragor de la discusión, los ciudadanos hagamos un esfuerzo renovado por tratar de poner argumentos sobre la mesa, y tratemos, tanto como sea posible, de construir discusiones sobre bases técnicas.

Uno de los grandes temas que seguramente será discutido es el enfoque que la actual administración ha seguido en materia de política social y de manera específica el programa de transferencias condicionadas en efectivo (TCE). Y para ello es muy importante preparar y documentar adecuadamente argumentos, evidencia, lo que ha funcionado en Guatemala y en otros países, así como aquello que merece mayor reflexión y necesidad de ajustes.

En ese sentido, el año pasado salió una publicación del Banco Mundial titulada “Conditional cash transfers: reducing present and future poverty”. Un documento que debiera ser consumido por cualquiera que tenga interés en el tema y busque tener una visión panorámica sobre la rápida expansión y logros de este instrumento de política pública, así como de los retos que enfrenta a futuro.

De una manera sistemática explica la forma y razones por las que estos programas se han expandido alrededor del mundo, especialmente en América Latina donde virtualmente cada país de la región tiene en funcionamiento un programa de este tipo. Pero además, el documento es amplio para discutir con evidencia empírica tanto efectos positivos como limitaciones que estas intervenciones tienen para la reducción de la pobreza y su transmisión intergeneracional.

Hay mucha evidencia acumulada y documentada a nivel mundial en cuanto a beneficios de las TCE. Por ejemplo, ganancias importantes en focalización hacia los grupos más pobres de la sociedad, aumentos en el nivel de consumo de los hogares beneficiarios, reducciones en niveles de pobreza – y en algunos casos de desigualdad económica –, han inducido a los hogares beneficiarios a demandar y utilizar servicios públicos de salud y educación. Todas estas son áreas en las que los programas de TCE parece que han hecho un buen trabajo.

Sin embargo, también es cierto que la evidencia es menos contundente cuando se va un paso más allá y se intentan observar impactos más profundos en el bienestar de las personas, tales como el estado nutricional y capacidad de aprendizaje de los niños, ó – incluso en aquellos programas que ya tienen muchos años funcionando –, en la posibilidad de insertar a los beneficiarios de las TCE en mercados laborales que les permitan generar retornos económicos por esa inversión que han hecho en capital humano – es decir, un ingreso mayor al de sus padres o al que estarían condenados a obtener sin mayor escolaridad o un estado de salud deficiente.

Para lograr estos efectos más permanentes sobre la calidad de vida de los pobres, la discusión va más allá de las capacidades limitadas que tiene un simple programa de TCE. Es decir, el instrumento hace una parte del trabajo, y de allí en adelante debe ser complementado con otro tipo de intervenciones que completen el círculo de efectos positivos en el bienestar de las personas.

Al final del día la literatura nos permite rescatar al menos tres lecciones de esta última década y media de programas de transferencias condicionadas alrededor del mundo. La primera lección es que son intervenciones que alivian transitoriamente la restricción presupuestaria de hogares en situación de pobreza, elevando su nivel de consumo.

La segunda lección es que tienen un gran poder de inducir demanda de servicios públicos, y por tanto imponen un reto importante a los ministerios sectoriales (salud y educación) para que agilicen su capacidad de respuesta por lo menos en cuanto a cobertura se refiere.

La tercera lección es que los efectos de mediano plazo, que ya se observan en otros programas más consolidados, sugieren la necesidad de pensar en las TCE como un primer eslabón de una cadena de intervenciones mucho más amplia y compleja en materia de protección social.

Lo rescatable de toda esta discusión en el contexto que vivirá Guatemala durante las próximas 35 semanas es que hay material suficiente para discutir técnicamente el tema, y poder así aprovechar el momento electoral para reflexionar sobre la arquitectura de nuestra política social con una perspectiva de mediano plazo.

Prensa Libre, 2 de diciembre de 2010.

¿Brecha ó dieta digital?

“Ahora comienza a hablarse de dieta digital, en referencia a la necesidad de aprender a dosificar y estar en control de la internet y otras tecnologías digitales.”

El domingo pasado apareció en el New York Times un reportaje titutlado “Growing up digital, wired for distraction”. A través de entrevistas con un par de maestros, un director de escuela, tres o cuatro niños, y algunos científicos, la nota reflexiona sobre los efectos de la avalancha digital sobre nuestros niños y jóvenes.

Si bien toma como ejemplo a un grupo de jóvenes adolescentes en escuelas de Estados Unidos, el mensaje es claro y universal: “los jóvenes siempre han estado expuestos a distractores y distintas formas para perder el tiempo. Pero los computadores y teléfonos celulares, y la cadena de estímulos que a través de ellos obtienen, han impuesto un reto importante para la concentración y el aprendizaje”.

No es muy difícil imaginarse los eslabones de esta cadena de estímulos. Nuestros jóvenes (e incluso adultos) usan cotidianamente cosas como Facebook, YouTube, Twitter, juegos de video, texting, email, o simplemente hablar por celular. Los que tenemos hijos seguramente hemos escuchado más de una vez la frase “pero ¿cómo hacían ustedes para vivir sin celular y computadoras?”. Para ellos es simplemente inconcebible un mundo en el que yo no pueda actualizar mi estado, subir una foto o un video, textear a mis amigos o bajar música del internet. El mundo así funciona y punto. Lo demás es casi como cavernario.

Sin embargo, estas bondades de la era de la conectividad aparentemente también imponen costos en el desarrollo de nuestros niños y jóvenes. Un grupo de neurocientistas de la German Sport University en Alemania estudiaron a niños entre 12 y 14 años, para medir los efectos de video juegos y programas de televisión en el aprendizaje. Encontraron que los videojuegos reducían significativamente la calidad de sueño y la capacidad de recordar vocabulario mucho más que la televisión.

Al parecer, uno de los principales riesgos que la nueva era digital impone sobre el desarrollo cerebral de nuestros niños y jóvenes es que los mantiene haciendo muchas cosas a la vez, sujetos a estímulos cambiantes, premiando el cambio por sobre la capacidad de concentrarse en una sola actividad. Esto se pone de manifiesto de manera muy clara en la escuela, en donde los maestros tienen cada vez más que usar métodos ingeniosos para mantener la atención de chiquillos habituados al “multi-tasking” (hacer muchas cosas simultáneamente).

Además, todos estos nuevos estímulos son (literalmente) permanentes. Es como si no tuvieran switch de apagado. Siempre se puede enviar un correo electrónico o navegar por la internet, incluso de madrugada. Ello provoca que cada vez haya menos tiempos de descanso para el cerebro en el día a día.

De acuerdo a estudios conducidos en la Harvard Medical School, estos espacios de tranquilidad cumplen una función fundamental para el cerebro. Son el equivalente al sueño para el cuerpo. Los períodos de descanso son críticos para que el cerebro sintetice información y haga conexiones entre ideas.

El tema ha adquirido tal relevancia que ahora comienza a hablarse de dieta digital, en referencia a la necesidad de aprender a dosificar y estar en control de la internet y otras tecnologías digitales. Es decir, tratar el tema como cualquier otra actividad que puede generar adicción y dependencia. Por ejemplo, balanceando el uso del tiempo en internet – mucha evidencia demuestra que los jóvenes usan las computadoras en casa fundamentalmente para entretenimiento y no para aprendizaje –, apagar celular, y desconectarse de facebook cuando se hacen tareas, son algunas de las recomendaciones básicas para recuperar el control en el uso del tiempo.

En un sentido más amplio hay que reconocer que la era digital está abriendo, por lo menos, dos importantes brechas. Por un lado, compitiendo con sistemas tradicionales de enseñanza, que encuentran cada vez mayor dificultad en mantener el ritmo del cambio, y con ello capturar la atención de jóvenes ávidos de estímulos y formación. En otras palabras, estamos obligados a repensar métodos de enseñanza para mantener la atención y motivación de una juventud que hoy transita entre el mundo virtual y el real en nanosegundos.

Y por el otro, en países como Guatemala, hay que añadir que la brecha tecnológica también tiene efectos en términos de equidad de oportunidades. Somos una sociedad joven, en donde una inmensa masa de población no tiene acceso a la décima parte de recursos y herramientas tecnológicas que en otras latitudes ya son consideradas como elementales. Ello indiscutiblemente ampliará brechas de productividad, y por consiguiente tendrá efectos en los retornos a la educación y perfiles de ingreso laboral de nuestra mano de obra. Todo ello muy fácilmente se traducen después en altos índices de desigualdad económica.

Prensa Libre, 25 de noviembre de 2010.

Maestros, padres y capital humano

“Mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo.”

Todos estamos de acuerdo con que todos nuestros niños y niñas tengan acceso a un aula en donde formarse. La gran mayoría de nuestra población tiene eso claro hoy día. Es por eso que los padres buscamos la mejor educación a nuestro alcance para nuestros hijos. Y es por eso mismo que los gobiernos generalmente encuentran menor resistencia para dirigir recursos públicos hacia educación que hacia otras áreas.

En ese proceso de aumentar nuestro capital humano hay dos grandes retos: cobertura y calidad educativa. Por un lado están el aula, los pupitres, el bolsón de útiles escolares, el número de maestros, los libros de texto, son todos elementos que con relativa facilidad se pueden ver, cuantificar, y por tanto evaluar si se han alcanzado ciertas metas. Esta es la pelea por la cobertura.

Por otro lado está el conjunto de habilidades críticas que nuestros niños y jóvenes deben adquirir para poder insertarse en una sociedad y mercado laboral que demanda y retribuye cada vez más en función de lo que saben hacer y cada vez menos en función de los títulos alcanzados. Tales dimensiones del proceso educativo son de mucho más difícil medición. No se pueden tocar tan fácilmente como una escuela o un cuaderno. Esa es la pelea por la calidad educativa.

Lo interesante aquí es observar como prácticamente todos los países siguen más ó menos la misma secuencia. Primero se preocupan por abrir muchas escuelas, luego por garantizar los insumos que maestros y estudiantes requieren, y en un tercer momento caen al debate de lograr calidad en la educación. Vamos de lo más básico e inmediato a lo más complejo y de más largo plazo.

Sin embargo, la verdad es que la gran mayoría de personas no tenemos mucha idea de cómo procurar educación de calidad. Nos guiamos por señales incompletas – prestigio social de ciertas disciplinas, renombre de algunos centros educativos y maestros –. Vemos sujetos (nuestros niños y jóvenes y sus maestros), vemos insumos (aulas y útiles escolares), y vemos productos finales (profesionales exitosos o mediocres). El problema es que al momento de ver el producto final generalmente ya es muy tarde.

Lo que no podemos ver muy claramente es el proceso. Esa mezcla esfuerzo del maestro, dedicación del alumno, apoyo en el hogar, y una infraestructura adecuada para transformar capacidades potenciales en habilidades desarrolladas y aplicadas por el estudiante. Mucho menos aún sabemos cuánto pesa cada uno de esos factores en el producto final que se espera de la educación. Una pregunta para nada trivial cuando lo que está en juego es el retorno a una inversión de muchos años.

Por sentido común intuimos algunos de los factores que pueden determinar el éxito de las personas. Por ejemplo, nos parece que los maestros deben jugar un papel importante. ¡Será para menos, si nuestros hijos pasan interactuando con maestros la parte más productiva de sus días!

Pero además, no hay que perder de vista que el maestro es solamente uno más de muchos otros elementos. El nivel de ingreso de la familia a la cual pertenece la niña o el niño, así como el nivel de educación de sus padres son factores que esconden una dinámica mucho más profunda y compleja, que explica rendimientos diferentes entre estudiantes que atienden la misma escuela y son educados por el mismo maestro.

De hecho, algunos estudios documentan que mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo. De allí se desprenden dos mensajes importantes: primero, para lograr calidad educativa, la calidad de los maestros es condición necesaria pero no es suficiente.

Y segundo, la responsabilidad que tienen padres y madres en el proceso de enseñanza de sus hijos es algo que no se puede ni debe desaprovechar. Para cerrar el círculo de calidad educativa, productividad, competitividad, crecimiento económico y desarrollo social, hay que descubrir y potenciar “todo lo demás” que rodea al niño.

Hacer una apología de la calidad de nuestros maestros es ignorar los muchos otros problemas estructurales que hacen más inclinada la pendiente del logro educativo para ciertos grupos de la población en Guatemala. La pobreza, violencia y desintegración familiar, el bajo nivel educativo de nuestra población adulta, la desnutrición, son todos lastres muy pesados que tienen un efecto en nuestros jóvenes. La calidad educativa es una tarea que no comienza ni termina en la escuela.

Prensa Libre, 18 de noviembre de 2010.

Quito y su centro histórico

“La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos.”

A más de 2,800 metros sobre el nivel del mar, Quito es una de las ciudades más altas del continente. Para quien no está acostumbrado, se le recomienda que al llegar tome las primeras horas con actividad relativamente suave. La fatiga producto de la escasez de oxígeno es un malestar típico con que esta ciudad, de poco más de 2.3 millones de habitantes, recibe al extranjero. Hay que darle tiempo al organismo de irse aclimatando.

Hace 32 años, junto a Croacia, Quito fue declarada patrimonio de la humanidad. Según nos contó su alcalde, en parte ello se debe a la crisis por la que atravesaba la Real Audiencia de Quito en el siglo XVI y XVII, lo cual impidió que los gobernantes de entonces tuvieran la capacidad económica y política de derrumbar obras de arquitectura de la época. Hoy, esos 600 edificios constituyen un tesoro, testigo mudo de la vida colonial de aquel país.

Sin embargo, y como ha sido el destino casi indefectible de las principales ciudades latinoamericanas, durante la segunda mitad del siglo XX entró en un severo deterioro. Dejado al descuido, abandonado por las clases medias y altas, quienes se mudaron a la parte norte de la ciudad, el centro histórico se volvió cueva de rateros, comercio informal, edificios hediondos y muy deteriorados, calles sucias, caóticas y poco señalizadas. En fin, el centro de Quito se convirtió en cualquier cosa menos en un lugar vivible.

Durante la década de los años noventa la municipalidad inició un esfuerzo de mediano plazo, con el objetivo de recuperar el centro histórico. Y fue así como desde entonces ha desarrollado una agenda muy compleja de transformación urbana. Han restaurado edificios coloniales que estaban convertidos en palomares, cantinas y baratillos.

Negociaron una relocalización pactada con más de seis mil comerciantes informales que habían hecho de las calles un mercado de quinta categoría. Habilitaron parques, pequeños centros comerciales para diferentes grupos socioeconómicos. Las iglesias de jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos han sido reabiertas al público, y las plazas han vuelto a ser espacios para todos los vecinos y visitantes.

Veinte años después, el ambicioso proyecto de recuperación del centro histórico de Quito es una realidad que se puede palpar. Y lo que más entusiasma es escuchar a sus habitantes hablar con mucho orgullo de lo que se han logrado. Tanto así que se han trazado una nueva agenda que contempla proyectos de mucha más envergadura.

La actualización de su catastro, obras de saneamiento y purificación del agua, la construcción de la primera línea de metro subterráneo, regularización de barrios marginales, la reubicación del aeropuerto para poder atender mejor al millón de turistas que visitan la capital ecuatoriana todos los años, son solamente algunos de los proyectos en los que las autoridades municipales están trabajando.

Y así como Quito, esfuerzos de recuperación de centros históricos se están llevando a cabo en otras ciudades ecuatorianas y varios países latinoamericanos como Perú, Uruguay, México y Brasil. En definitiva son ejercicios de planificación urbana que se hacen necesarios para hacer de las urbes lugares con un mínimo de calidad de vida.

La tendencia de los pueblos latinoamericanos es a urbanizarse, y en consecuencia toca a las ciudades prepararse para crear y recrear espacios que permitan el desarrollo de los vecinos. Todos estos proyectos de recuperación comparten elementos comunes. Comienzan con obras básicas de infraestructura, para poder cerrar ciertas brechas de servicios básicos entre su población. A veces financiadas con recursos del gobierno central, a veces con recursos municipales. Más recientemente con modalidades de concesión y-o participación público privada.

Luego pasan a fases de promoción del desarrollo económico local para procurar fuentes de empleo e ingreso. Y después se centran en intervenciones de desarrollo social y reconstrucción de tejido ciudadano para poco a poco ir devolviendo un sentido de pertenencia e identidad a los habitantes del lugar.

Pero además, estos esfuerzos son una gran caja de resonancia que puede favorecer la cooperación entre países de ingreso medio. Las latinoamericanas son ciudades con retos y recursos más o menos similares. Ello nos debe facilitar encontrar soluciones creativas a los muchos retos que desprenden de la urbanización.

Por de pronto, mandarle un fuerte abrazo y sinceras felicitaciones a los Quiteños por haber hecho de su ciudad un espacio cada vez más público, vivible, y lleno de cultura. ¡Adelante!

Prensa Libre, 11 de noviembre de 2010.

Tomando el pulso de las microfinanzas (II)

“Guatemala tiene mucho camino recorrido en el sector, pero también enfrenta retos muy concretos para potenciar aún más ese mercado cautivo que espera tener acceso a mayores y mejores productos financieros.”

En octubre del año pasado escribí una columna de opinión titulada “Tomando el pulso de las microfinanzas” en la cual comentaba el informe “Microscopio global sobre el entorno de negocios para las microfinanzas”. Dicho trabajo es elaborado por The Economist Intelligence Unit con el apoyo de FOMIN (BID), Corporación Andina de Fomento (CAF) y la IFC del Banco Mundial. Este año repito el ejercicio porque me parece útil comparar la evolución del sector desde el 2009.

El Microscopio es un esfuerzo que arrancó en el 2007. Construye un indicador que ordena a los países de acuerdo al nivel de desarrollo del sector de las microfinanzas. Para ello toma en cuenta tres categorías principales: marco regulatorio, clima de inversión y desarrollo institucional.

En aquella época era solamente para países de la región de América Latina y el Caribe, pero desde el año pasado se ha ampliado para incorporar a otras regiones del mundo como África Subsahariana, Este y Sur de Asia, Europa del Este y Asia Central y Oriente Medio y Norte de África.

En cuanto a marco regulatorio se analiza principalmente la capacidad del gobierno para supervisar el sector. En cuanto a clima de inversión se observan factores como estabilidad política, sistema judicial, transparencia de las instituciones de microfinanzas (IMF). Y en desarrollo institucional se considera la variedad de servicios ofrecidos por las IMF y el nivel de competencia del sector.

Al igual que el año pasado, Perú aparece como el mejor país evaluado del total de 54 países que componen la muestra. El mejor ubicado en Centro América es El Salvador (6), seguido por Nicaragua (13), Honduras (18), Guatemala (19) y Costa Rica (29).

El último país en la clasificación del Microscopio es Venezuela. Dentro de las razones que cita el informe anual están (sic) “distorsiones del entorno competitivo por causa de la fijación de tasas de interés y de la participación de entidades públicas subsidiadas, (…) deterioro del entorno macroeconómico y regulatorio, y la ausencia de una definición clara de microfinanzas, normativa y supervisión específicas”.

En el contexto centroamericano, el movimiento más drástico en el índice lo tuvo Nicaragua, quien el año pasado se ubicó en la posición 7 y este año descendió a la 13. Es el país que perdió la mayor cantidad de puntos debido a (sic) “los efectos negativos del movimiento No Pago sobre el marco regulatorio y las condiciones de financiamiento para las IMF.”

De las tres áreas que evalúa el índice, Guatemala obtiene el mejor puntaje en desarrollo institucional (puesto 7 de 54), seguida por clima de inversión (27 de 54) y finalmente marco regulatorio (32 de 54). El área en la que más posiciones retrocedimos con respecto al 2009 fue marco regulatorio, cayendo de la 26 a la 32.

La principal observación que el reporte hace a Guatemala tiene que ver con el marco regulatorio y supervisión. La ausencia de una legislación adecuada para atender al sector – algo que desde hace varios años se ha venido señalando, pero que por alguna razón no encuentra tracción suficiente en el parlamento. Consecuencia de lo anterior es que tenemos una reducida capacidad de supervisión hacia las instituciones no bancarias que atienden el sector, aún cuando son las IMF quienes han hecho una parte sustantiva del trabajo de profundización del mercado.

Paralelo al Microscopio se publicó un pequeño informe titulado “Microfinanzas en América Latina y el Caribe: el sector en cifras”, el cual hace un recuento de los principales indicadores de desempeño del sector en la región. Allí se citan las 20 mejores IMF de América Latina y el Caribe, evaluadas en tres dimensiones: alcance, eficiencia y transparencia. Guatemala vuelve a aparecer con dos instituciones: FONDESOL en el puesto 13, y Fundación Génesis Empresarial en el puesto 18. ¡Felicitaciones a ambos equipos por mantenerse en la lista!

Termino con la misma reflexión de hace un año: índices como Microscopio son valiosos porque ilustran las tendencias, los atributos, las cualidades, que internacionalmente se consideran valiosas en la industria microfinanciera moderna. Al final, estamos en un mundo globalizado, y por lo mismo somos observados y evaluados con una vara internacional.

Es verdad que Guatemala tiene mucho camino recorrido en el sector, pero también tiene una agenda muy concreta para potenciar aún más ese mercado cautivo que espera tener acceso a mayores y mejores productos financieros. Por lo tanto debemos seguir insistiendo y cuestionando qué piensan los jugadores locales al respecto – MINECO, REDIMIF, banca comercial, Comisión de finanzas del Congreso de la República, Junta Monetaria –. ¿Cuál es nuestro plan de acción para desarrollar esta industria nacional?

Prensa Libre, 4 de noviembre de 2010.