jueves, 23 de diciembre de 2010

Viviendo con un dólar al día

“Aquel famoso Servicio Social o las Misiones, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las disparidades que componen nuestro país.”

Mira este video en YouTube. Ese fue todo el mensaje que leí en el correo electrónico que me mandó mi hijo Javier. Se me había perdido hasta que hace un par de días di con él y finalmente pude abrirlo. Después de ver el primero vi que no solamente eran una serie de mini documentales, sino que hasta tenían un sitio web en donde poder leer más información que explicaba la génesis y desarrollo del proyecto.

Al final de la mañana, lo que debió tomarme un par de minutos se convirtió en una zambullida de más de dos horas por el internet, viendo, escuchando, leyendo, reflexionando. Así es la vida. Las lecciones aparecen donde menos lo esperamos.

“Living on One Dollar-A-Day” es la historia de un grupo de cuatro estudiantes universitarios del Claremont McKenna College en California, quienes un buen día dispusieron salir de su zona de confort y tener la experiencia de vivir justamente así: con menos de un dólar diario. Es decir, vivir en pobreza extrema.

Para hacerlo decidieron dedicar sus vacaciones de verano del 2010. Durante nueve semanas tuvieron una inmersión total en un mundo y condiciones de vida que para muchos seguramente solo se compara con haber tenido ido y regresado a Marte, o bien haberse transportado en la máquina del tiempo un par de siglos atrás. Escogieron nada menos que la comunidad de Peña Blanca en la región del Lago de Atitlán.

Pero el cuento no termina allí, la idea iba más allá de la sola experiencia de vivir en condiciones precarias y administrar un presupuesto ínfimo. Además decidieron producir un documental, que después les permitiera tratar de explicar a sus pares cómo es que vive la gran mayoría de nuestros agricultores indígenas.

Cada uno de los videos va contando en pequeños capítulos las aventuras que tuvieron que pasar. Instalarse en una vivienda mínima, piso de tierra, cocinar a leña, adecuarse a una dieta de frijol y arroz (¡a veces aguacate y banano!), disciplinarse financieramente para vivir dentro del presupuesto asignado (un dólar por cabeza), aprender algo español y cackchiquel, enseñar un poco de inglés, tomar un microcrédito (¡y repagarlo a tiempo!), aprender el juego del regateo en el mercado local, cultivar la tierra, involucrarse con la comunidad y construir así un pequeño capital social que les sirvió de ventana para ese microcosmos.

El proyecto me hizo recordar otras experiencias similares que se practicaban en centros educativos en Guatemala hace algunos años. Aquel famoso “Servicio Social” o las “Misiones”, eran ejercicios que intentaban acercar a jóvenes urbanos a la realidad de ese mundo rural e invisible, parándonos frente al incómodo espejo de las enormes disparidades que componen nuestro país. Dicho sea de paso, sigo creyendo que la vivencia es una herramienta mucho más poderosa para construir lazos y acercar extremos.

Para fortuna nuestra, hoy parecen reverdecer estas ideas y poco a poco más y más jóvenes se organizan en proyectos de sensibilización y transformación social. Creo que es algo muy bueno y debiera fomentarse aún más. Hay que dejarlos despertar y procurarles canales sanos y propositivos para que desfoguen su innata rebeldía ante aquello que perciben como injusto. Es, además, una forma de reconstruir tejido social y crear puentes de confianza y entendimiento entre mundos y realidades muy distintas.

Devuelve la ilusión y la esperanza ver la fuerza interior y el entusiasmo que desprende de los ojos de jóvenes como Zach, Chris, Sean y Ryan, y muchos otros guatemaltecos que están haciendo cosas interesantes para entender y tratar de transformar lo que no les gusta. Haber acercado la lente de la cámara, el estómago, el cerebro y el corazón, a una realidad que para tantos es cotidiana o simplemente invisible, esforzándose por traducirla en lenguaje de juventud, seguramente es una experiencia que los dejará marcados por muchos años.

Lo invito a que se de una vuelta por su sitio web y vea cada uno de los videos y diarios que han colgado allí (http://onedollaraday.weebly.com/index.html). Le garantizo que serán minutos muy bien invertidos para abonar un poco más esa atmósfera reflexiva de fin de año. ¡Gracias patojos, hicieron un excelente trabajo!

Prensa Libre, 23 de diciembre de 2010.

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