miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Hacia dónde va la protección social?

“(…) la discusión evoluciona hacia una noción de protección social transformadora, y no solamente como herramienta para paliar momentos críticos en la vida de los pobres.”

Ya llevamos varios años hablando de transferencias condicionadas y algunos otros programas de protección social. Algunos siguen refunfuñando, acusándolos de asistencialismo. De dar pescado en vez de enseñar a pescar. De ser la causa de la politización de masas de pobres, que luego son capturadas por unos cuantos pesos, por un plato de comida caliente, por una escuela que abre los fines de semana para devolverles el derecho a contar con espacios públicos y actividades lúdicas.

Otros hemos creído desde siempre en el potencial que ese tipo de políticas tiene para integrarnos socialmente. Para favorecer un poco la movilidad social, la canalización sana de la energía de nuestros jóvenes, y para ser mínimamente progresivos en la manera como invertimos los pinches 9 len por cada quetzal producido.

Lo cierto es que hoy día prácticamente todos los países de renta media han adoptado políticas similares, fundamentalmente porque son bastante bien focalizadas y porque francamente su costo fiscal no es tan elevado.

Los diferentes estudios que se han hecho, particularmente sobre transferencias condicionadas, consistentemente concluyen dos cosas que debiéramos internalizar y asumir de una buena vez: 1. los impactos son mayores en áreas rurales que urbanas, aunque tampoco son la bala de plata que resuelve el atraso estructural del campo; y 2. la mayor demanda por servicios públicos que se induce a través de la condicionalidad para dar esos pocos dineros a hogares pobres ha provocado, mal que bien, alguna respuesta en la oferta de servicios básicos – aumentos de cobertura –.

Pero además se observan otros efectos de segundo orden. Quizás no tan intencionados como los anteriores, pero no por ello menos relevantes. Por citar un ejemplo solamente, el dinamismo económico que genera la inyección programada de recursos en los territorios dinamiza mercados y abre espacios para que otros actores puedan interactuar con los beneficiarios de las transferencias.

Por otra parte, esos mismos análisis de programas de transferencias, y redes de protección social en un sentido más amplio, también comienzan a generar nuevas preguntas. Ideas preconcebidas pierden razón de ser, y se abre paso a una oportunidad para seguir innovando.

Por ejemplo, en la actualidad la generalidad de programas de protección social reconocen la necesidad de graduar a sus beneficiarios. Algo obvio, pero que hasta hace dos o tres años todavía se debatía acaloradamente en algunos de nuestros países.

Surgen conceptos como umbral de graduación y umbral de sostenibilidad, reconociendo que no basta solamente con lograr que las personas tengan un ingreso suficiente, sino que el objetivo último es asegurar mecanismos para que esa asistencia temporal se transforme en acumulación de activos e ingresos permanentes que impidan volver a caer en pobreza. En ese mismo sentido, ganan terreno innovaciones como la bancarización y promoción del ahorro y el aseguramiento, con diseños ad hoc para segmentos de población que antes eran simplemente ignorados por el sector financiero formal.

Se habla también de transferencias de activos – como tierra, insumos, herramientas – y ya no solamente de efectivo. Experiencias en África han sido muy innovadoras en este sentido. Y con ello emergen con fuerza conceptos como activos comunitarios, en contraposición a activos individuales y-o de los hogares. Es decir, el bien público vuelve a cobrar relevancia en la lucha contra la pobreza.

En síntesis, la discusión evoluciona hacia una noción de protección social transformadora, y no solamente como herramienta para paliar momentos críticos en la vida de los pobres. Algunos van más allá y discuten cómo la protección social está formando parte del contrato social en muchos países en desarrollo. Probablemente gracias a la persistencia de varios gobiernos en América Latina durante la última década y media. Tiempos interesantes y estimulantes los que estamos viviendo.

Al escribir estas reflexiones quiero aprovechar para saludar el nombramiento de Carolina Trivelli como ministra de desarrollo e inclusión social en el Perú. Con Carolina hemos tenido muchas discusiones sobre temas similares a través de proyectos de investigación en la región. Una excelente profesional, comprometida con el progreso y la transformación social en América Latina. Enorme reto y valiente decisión para dirigir una nueva cartera en el gabinete del gobierno peruano. Un intento por pasar de programas dispersos a sistemas integrados de atención y protección social. ¡Le deseamos mucha suerte a la Caro!

Prensa Libre, 27 de octubre de 2011.

jueves, 20 de octubre de 2011

Peronismo, sandinismo, y desmadre

“Los electores y la democracia valoran solamente una cosa el día de hoy: estabilidad.”

¡Qué curioso! Hace un par de mañanas paso revista a algunos diarios de la región. Primero, El País, con una columna de Martín Caparrós, conmemorando el 66 aniversario del peronismo. De una forma muy provocadora avienta, sin muchos pelos en la lengua, una crítica pura y dura, bien planchada, a un término de difícil explicación. Para Caparrós el peronismo es una palabra vacía. Sin contenido. Porque intenta abarcarlo todo y lo ha sido todo a lo largo de su vida.

Esta analogía me encantó: “Si perro quisiera decir mamífero carniza de ojos tristes, engaño socarrón, adolescente que ese día se quedó sin plata, cuarto planeta del sistema solar de la vigésima de Andrómeda, la hojita que al caer produce en su refrote contra el suelo un chistido que recuerda vagamente al canto gregoriano, el tercer órgano sexual, empleado perseverante, verde botella, rojo pecado, blanco radiante, atropello violento con los codos, choricito, y venticuatro más, nadie diría perro porque no está diciendo nada. (…) El peronismo fue sindicalismo perseguido en los cincuentas, sindicalismo propatronal en los sesentas, izquierdismo nacionalista en los setentas, nacionalismo fascistoide al mismo tiempo, intentos democristianos en los ochentas, neoliberalismo antiestatal en los noventas, populismo cuasiestatista en los dosmiles.”

En simultáneo, The Nicaragua Dispatch publica una entrevista hecha al ex comandante del FSLN, Bayardo Arce. Actualmente asesor económico del Presidente Ortega. Allí Arce se desnuda y habla no solamente de los errores de la primera experiencia sandinista en el gobierno y de los correctivos que en esta segunda oportunidad han aplicado, sino de su visión de la práctica política. También recuerda lo aleccionador que fue para algunos dirigentes el haber tenido que salir a ganarse la vida en el sector privado, y las bondades de una relación institucional que han forjado durante los últimos años con el Fondo Monetario Institucional para promover el crecimiento económico.

Me parece que no hace sino dibujar el neo-sandinismo. Uno que se reinventó en el camino, tras 26 años de haber ganado una revolución a tiro limpio, que en 1990 perdió el poder en las urnas, manteniendo al FSLN en la oposición por 16 años, y que ahora recupera el poder. ¿Es esto posible?

Seguramente si el texto de Arce hubiera sido publicado en otra época, lo hubieran acusado de revisionista. Pero los tiempos son otros. Y muy probablemente la lectura sea más bien de sagacidad política y oportunismo ante el nuevo contexto. Los bien pensados hablarán del relanzamiento de una propuesta más adecuada (o menos confrontativa) con el orden que prevalece en la región y el mundo. Los mal pensados comentarán cínica e incrédulamente cada una de sus respuestas.

Lo más probable es que ambos casos no reflejen otra cosa que pragmatismo llevado al límite. ¿Para qué? Pues para mantener el poder político, ¿para qué más? Un personaje de la vida nacional chapina me dijo una vez que hay individuos que no quieren estar en el poder sino con el poder. La sutileza semántica es profunda.

Curioso que ambos movimientos, peronismo y sandinismo, están hoy a las puertas de revalidar su mandato. Las mutaciones en el discurso parecen no hacerles mella. Los electores y la democracia valoran solamente una cosa el día de hoy: estabilidad. Que se traduce concretamente en prudencia macroeconómica y un mínimo de seguridad a la propiedad privada individual o corporativa. A eso hemos reducido nuestras aspiraciones.

En el caso argentino y nicaragüense cuando menos tienen un referente histórico: Juan Domingo y Eva Perón y sus demás sucesores, y el triunfo de la revolución sandinista y su retorno al poder. Nosotros en Guatemala, ¿contra qué nos comparamos? ¿Qué representan las propuestas políticas contemporáneas sino una profunda incapacidad de articular nada y explicarnos nada de nada? Sin idearios y sin un mínimo de cordura y profundidad. El último debate de nuestros presidenciables y el mercado parlamentario son un excelente botón de muestra.

En vez de explicarnos cómo diablos financiarán el presupuesto nacional, cómo abordarán el desarrollo rural, o qué piensan hacer para mejorar el sistema de justicia y la calidad de los servicios de atención hospitalaria y educación secundaria, prefieren gritarse cual placeras, y por un pelo darse a las trompadas. Bochornoso. Aldeano.

Honestamente no sé qué es peor para un país. Si tener una clase política con visión camaleónica, pero mal que bien con una estructura partidista estable en el tiempo. O si por el contrario, es menos dañino un esquema a la guatemalteca, de partidos políticos sin preocupación alguna por darle referente ideológico ni contenido programático a su discurso, burdos inversionistas en cada evento electoral.

En fin, le deseo un buen descanso hoy en el aniversario de la revolución de octubre – probablemente el último referente claro en nuestra historia política contemporánea –.

Prensa Libre, 20 de octubre de 2011.

jueves, 13 de octubre de 2011

De ver dan ganas

“Ya casi nadie parecía estar dispuesto a salir a los espacios públicos a dar la pelea por bienes públicos.”

Primero fue el 15-M y la toma de Puerta del Sol en España. Todo el mundo observaba a un grupo de jóvenes de la sociedad civil europea, volcados a la calle exigiendo respuestas a su gobierno. Esencialmente soluciones al paro laboral. Aunque era un problema que ya venía arrastrándose desde hace varios años atrás, la crisis del 2008 vino a agudizarlo.

Luego el espacio mediático fue tomado por Occupy Wall Street. Métodos muy parecidos: acampar en parques, movilizar redes sociales, marchas, pancartas. Demandas muy parecidas: más fuentes de trabajo, salud y educación más baratas. Corolario: una distribución más equitativa del ajuste que se venía encima. El villano aquí es el sector financiero y el héroe los jóvenes de hogares promedio, que no la están teniendo nada fácil para salir adelante y ascender socialmente.

Ambas expresiones evocan protestas de otra época. Días que quedaron en Woodstock, que se llevaron los hippies, que se fueron con el fin de la guerra en Vietnam. Reacciones que ya habíamos dado por muertas (o por lo menos bien dormidas), enterradas, históricas.

Hasta hace muy poco todo el mundo hablaba con nostalgia de aquella legendaria participación política de los jóvenes. El idealismo propio de mentes y corazones nuevos parecía haber sido derrotado por el “reality check” post muro de Berlín y la fría condición hegemónica de dos máximas que se impusieron sin preguntar: democracia en lo político y mercado en lo económico. La política había sido relegada a los políticos, aunque todos sabíamos que la iban a hacer mal. Y ya casi nadie parecía estar dispuesto a salir a los espacios públicos a dar la pelea por bienes públicos.

Hoy, los conservadores más radicales, monarquistas económicos (economic royalists) – como los llama Krugman parafraseando a Franklin Roosevelt –, llaman a estas expresiones anti-Americanos, alineados con Lenin. ¡Hágame usted el favor! Aún y cuando su escala en las redes sociales sea mucho mayor comparado con lo que modestamente está sucediendo en parques y calles. El mismo alcalde Bloomberg de Nueva York los criticó señalándolos de estar ahuyentando fuentes de empleo de la ciudad. (Pregunto, ¿a quién se señala por haber ahuyentado el otro 9.6% de americanos desempleados desde hace ya varios meses?).

Es como si de repente participación ciudadana se volvió una concepto proscrito. Maldito por alborotador de un orden que, entre otras cosas, nos tiene a todos bastante desordenados. La gran ironía es que esa misma participación ciudadana se promueva en sociedades abajo del Rio Bravo y a ultramar como condición indispensable para el funcionamiento de la democracia y el desarrollo económico de las naciones. Vea usted, “do as I say, not as I do…”

Una cosa debiera ir quedándonos clara. Los movimientos en España, Chile, el mundo árabe y ahora Estados Unidos están mandando mensajes que ya no resuenan sino más bien retumban.

Están interpelando a gobiernos y sistemas políticos, exigiéndoles no seguir guardando un silencio cómplice con respecto a la inequidad. Mucho menos si esta proviene de aquella vieja máxima en la que “las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan”.

Exigen una reforma profunda de los sistemas y partidos políticos. Desde hace años se escucha señalar a las élites intelectuales, de todos los bandos ideológicos, el agotamiento de muchas estructuras y formas de representación democrática. Hay que sentarse pronto a hacer un overhaul a los canales de participación política.

Pero además, se pone de manifiesto un deseo de participación en los jóvenes. Piden más espacios y presentan una capacidad de articulación de demandas y movilización social cada vez mayor – Camila Vallejo es quizás el ejemplo más claro –. Pareciera haber moméntum, deseos de renovación, y eso debe ser aprovechado, contagiado, inoculado a los más posibles. No para construir un sistema perfecto, no. Simplemente para que el cambio de estafeta en la conducción de los países se dé, sobretodo en sociedades jóvenes y diversas como las latinoamericanas.

No es de sorprender que todo esto pueda perfectamente extrapolarse a la Guatemala actual. Aunque también es cierto que históricamente el país reacciona más o menos con una década de rezago ante las tendencias y procesos mundiales. Sin embargo, quizás sea posible que la nueva forma de participación impulsada por redes sociales y mayor conectividad nos haga el favor de acortar un poco esos plazos. El tiempo dirá.

Por ahora tengo que confesar que es muy estimulante y tentador observar el reverdecimiento de la participación ciudadana y el involucramiento de los jóvenes en la vida política. De ver dan ganas, dicen porai…

Prensa Libre, 13 de octubre de 2011.

jueves, 6 de octubre de 2011

Cosas veredes, amigo Sancho

“La falta de empleo es y seguirá siendo el principal y más claro detonante de malestar en los hogares y economías de cualquier parte del mundo.”

Esta recurrente crisis económica ha puesto de manifiesto una de las principales debilidades que tienen la mayor parte de las economías en el mundo: generación de empleo. Y aunque la discusión entre economistas especula ampliamente sobre lo que debe hacerse para alcanzar un crecimiento económico alto y que a la vez genere suficientes puestos de trabajo, la verdad es que el grueso del debate está ya librándose en la arena política – sin mucha más claridad, por cierto –.

¡Obvio! Al final son los ciudadanos en edad productiva, sobre todo los que están desempleados, los primeros en plantarse a exigir a sus gobernantes que hagan algo. Unos pidiendo condiciones para abrirse un espacio en el sector privado, crear sus propias empresas, competir y crecer. Otros serían felices con solo poder salir a la calle y ser capaces de encontrar demanda para sus servicios en el sector privado o público.

Pero cuando estos mecanismos no están presentes o funcionan de manera deficiente, como parece ser el caso a todo nivel – países desarrollados, economías emergentes, y la gran generalidad de países en desarrollo –, los gobiernos entran en estado de alerta y evalúan qué se puede hacer para resolver el problema del paro laboral de sus ciudadanos votantes.

Las respuestas son muy diversas. Van desde distintos esquemas de protección social, que principalmente trata de proteger aquellos grupos que son más vulnerables, hasta aquellas otras intervenciones más “de mercado”, que intentan facilitar actividad privada para la generación de puestos productivos.

En el caso latinoamericano, principalmente durante el último par de décadas, era típico que esta segunda respuesta de los gobiernos se solía dar en un contexto de apertura y liberalización de mercados. La receta era intervenir dentro de los límites que imponían la integración comercial y financiera, tratando de distorsionar lo menos posible precios y decisiones que los agentes económicos se suponía tomaban de manera racional y eficiente.

Sin embargo, la tendencia histórica parece estar cambiando. Por una parte, cada vez más escuchamos acerca de protestas de adultos jóvenes alrededor del mundo en contra de mercados y políticas que simple y llanamente los han dejado de lado. El 15-M en España (ahora con su versión New Yorkina), y las protestas chilenas por la educación son quizás los ejemplos más cercanos y recientes.

Por otro lado, comenzamos a ver respuestas de gobiernos, que no solamente intentan salir en defensa de sus ciudadanos votantes, pero que además cuestionan el supuesto de partida: mayor apertura económica siempre es preferida a menor apertura económica. Dos noticias que leí hace unos días sobre disposiciones de los gobiernos en Argentina y Brasil me han puesto a pensar si esta crisis no podría conducirnos a un replanteamiento y pérdida de relevancia del modelo de crecimiento económico anclado en exportaciones y comercio libre.

En cierta forma reviven viejas discusiones sobre el auge y ocaso de la política industrial como instrumento para promover desarrollo; o aquel modelo de substitución de importaciones que apostaba a construir una base de producción manufacturera local, que a su vez permitiría romper la dependencia de los recursos naturales y materias primas para la generación de ingreso en los países menos desarrollados.

Argentina decide inducir la producción de BlackBerrys en Tierra del Fuego. En palabras de la ministra de industria Débora Giorgi el país tiene (sic) “un mercado doméstico con demanda creciente. El objetivo es abastecerlo con mano de obra y producción locales”. Aunque, a decir de la revista The Economist, cueste 15 veces más producirlo allí que en Asia. (Dicho sea de paso, no es la primera medida de este tipo que adopta el régimen Kirchnerista).

Y Brasil anuncia a través de su ministro de finanzas, Guido Mantega, un aumento a los impuestos sobre vehículos importados. Ello a pesar de que aparentemente China los produce a un costo significativamente menor. Al igual que en el caso de sus vecinos más al sur, esta medida forma parte de un paquete más amplio que incluyen incentivos fiscales a la industria doméstica. Como dijo Don Quijote: cosas veredes, amigo Sancho…

Por el momento leo dos mensajes y tengo dos preguntas. Primer mensaje, la falta de empleo es y seguirá siendo el principal y más claro detonante de malestar en los hogares y economías de cualquier parte del mundo. Segundo mensaje, los gobiernos van a reaccionar en tanto y cuanto haya votantes empoderados que hagan valer sus demandas.

Primera pregunta, ¿estaremos ante un potencial cambio en la manera de hacer política económica o simplemente estamos viendo cómo dos economías grandes de América Latina convergen y se comportan de acuerdo a viejas prácticas, típicas de países desarrollados? Segunda pregunta, ¿qué opciones tienen economías pequeñas y abiertas como las centroamericanas para atender su igualmente urgente necesidad de generar más y mejores puestos de trabajo?

Prensa Libre, 7 de octubre de 2011.