jueves, 25 de agosto de 2011

Recordando ciudades, olvidando el campo

“(…) ahora se habla ya de los riesgos asociados a la urbanización y de cómo esta puede operar más bien como un freno a la productividad.”

En América Latina parece estarse cocinando una nueva ola urbanizadora. Aunque comenzamos tímidamente con discusiones académicas, reportajes periodísticos y de opinión, ya empiezan a movilizarse voces institucionales y recursos técnicos y financieros con miras a atender una nueva preocupación asociada con las urbes de la región.

Y no es que sea un tema menor. ¡Para nada! En números gruesos, cuatro de cada cinco latinos vive en ciudades, comparado con menos de la mitad en Asia o África. Nuestras urbes contribuyen con cerca del 60% del producto, aunque las diez ciudades más grandes, solitas ellas, generan la mitad de los bienes y servicios que producimos.

En décadas pasadas se hablaba del problema de la migración del campo a la ciudad y los costos y beneficios asociados con ese fenómeno. Por un lado más mano de obra barata que baja costos de producción, y supuestas mejoras en la productividad de estos migrantes internos al entrar en contacto con capital y tecnologías, típicamente ausentes en sus pequeños pueblos y aldeas. Por otra parte, saturación progresiva de los servicios públicos y la infraestructura física (calles, desagües, escuelas, hospitales, etc.) al toparse con un crecimiento desordenado de estos grupos humanos que usualmente se asientan en la periferia de las ciudades, pidiendo perdón más que permiso.

El fenómeno ha adquirido tales dimensiones que ahora se habla ya de los riesgos asociados a la urbanización y de cómo esta puede operar como más bien como un freno a la productividad latinoamericana. En algunos casos ciudades de la región ya registran tasas de crecimiento menor a la media nacional. La razón es muy sencilla: los costos de logística y transporte se han disparado. Las economías de escala de hace tres o cuatro décadas fueron rebasadas por déficits en infraestructura social, ambiental, e institucional.

Pero además, también estamos poniendo en riesgo la productividad futura. Le doy un pequeño ejemplo: hoy en día, en casi todas las capitales latinoamericanas se vuelve más y más costoso formar nuestro capital humano. ¿Por qué? Educar a los hijos de manera integral – es decir, además de la instrucción en las aulas, cultivando un arte, practicando un deporte, o aprendiendo idiomas – requiere que pasen muchas horas en transporte público o en vehículos particulares para desplazarse de un lugar a otro. Al final son tiempos muertos en el tráfico, que bien podrían utilizarse en cosas mucho más productivas, pero que hoy consumen un espacio significativo en la agenda diaria de nuestros jóvenes (y sus padres!).

Ahora bien, aunque toda esta discusión puede sonar familiar a muchos de nosotros, la verdad es que solamente retrata la realidad de una parte de la población guatemalteca. Nuestro grado de urbanización es todavía menor al de la media latinoamericana. De cada dos compatriotas, uno es urbano y el otro rural. De hecho, ¿cuántas ciudades intermedias podríamos contar fuera del cinturón metropolitano? Probablemente dos ó tres, no más.

De manera que si bien es importante mantener la agenda de urbanización en el radar, también lo es ocuparse de las grandes necesidades y rezagos de los que viven en el campo. Curiosamente de ellos muy pocos se acuerdan. Generalmente lo hacemos cuando escuchamos de bloqueos en carreteras, violencia en el Polochic, o porque el flujo de remesas registra una subida o bajón considerable en las cuentas nacionales.

Pero ¿por qué es importante no olvidarnos del campo?, preguntará usted. Pues tan sencillo como que allí reside la mayoría de nuestros pobres; allí es donde se identifica el grueso de población con rezagos en oportunidades laborales y de formación productiva; el campo es paradójicamente el gran productor de alimentos pero también el gran expulsor de ciudadanos que se van a las cabeceras departamentales, o bien toman el riesgo de irse más al norte para mejorar su condición material de vida. Pero además, es el terreno más fértil y abonado para cultivar actividades ilícitas porque es justamente allí donde el Estado está más ausente.

Recordando a las ciudades pero olvidándonos del campo es un mal negocio. Es como vestir un santo desvistiendo otro. Por allí no va la cosa.

Prensa Libre, 25 de agosto de 2011.

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Quién será nuestro Buffett?

“En países desarrollados por lo menos las minorías ultra conservadoras tienen que hacer un poco más de talacha para demostrar con evidencia que lo que dicen tiene algún sustento.”

Creo que todos recodamos con mucha frescura los argumentos (de toda la vida, por cierto) de aquellos que históricamente se han opuesto a dotar al Estado de Guatemala de más recursos. Uno de ellos es que más impuestos – sobretodo si son a la renta – espantan la inversión, la generación de empleo, y por ende el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. La cadena de transmisión del susto es la siguiente: si aumentamos los impuestos a la renta, mejor que Dios nos agarre confesados porque la hecatombe será monumental.

Por supuesto que en países como Guatemala, con una fallida capacidad de generar información estadística de manera regular, los petates de los muertos espantan más que en otras sociedades. En países desarrollados por lo menos las minorías ultra conservadoras tienen que hacer un poco más de talacha para demostrar con evidencia que lo que dicen tiene algún sustento. De cualquier manera el debate siempre es a muerte, aunque un poco más aireado.

La mejor muestra la dio el pasado lunes 15 el magnate Warren Buffett, cuando escribió una columna en el International Herald Tribune (edición global del New York Times) titulada “Dejen de mimar a los super ricos.” ¡Sí!, tal y como usted lo acaba de leer: el tercer hombre más rico del planeta haciéndose el harakiri fiscal. Pidiendo a grito pelado, y por escrito, que por favor le suban los impuestos. ¿Qué le parece?

Los argumentos de Buffett son muy directos: 1. El país está atravesando una crisis de sostenibilidad fiscal importante. 2. La clase media en Estados Unidos generalmente calcula su impuesto a la renta sobre la base de sueldos, principal fuente de ingreso y que además no tiene muchas alternativas para hacerse el quite. 3. Los super ricos generan su ingreso principalmente a través de ganancias de capital, con el atenuante de que hay opciones en la ley que les permite reducir la cantidad de impuestos que pagan, llegando incluso a contribuir proporcionalmente menos que los asalariados. (Este dato me recordó discusiones entre guatemaltecos cuando se analizaban los dos regímenes del ISR, el del 5% sobre ingresos brutos, y la ficción del 31% sobre las utilidades. El problema es que este 31%, gracias a exenciones y malabares fiscales, en realidad no equivale ni al 3% de los ingresos brutos.)

Con esto más, Buffett también nos cuenta que durante el último par de décadas el IRS (equivalente a nuestra SAT) estimó la carga tributaria de los 400 ingresos más altos en EUA, y reveló que en 1992 pagaban el 29.2% de sus rentas en impuestos, mientras que en 2008 esa cifra había descendido a 21.5%. Lo más dramático de todo es que en ese mismo período de reducción impositiva se han creado menos empleos que en décadas anteriores, a pesar de que la carga tributaria para los más ricos solía ser mucho mayor. Por lo visto la correlación entre menos impuestos y más empleos no está escrita en piedra.

Palabras más palabras menos el multimillonario dice que (sic) “(…) he trabajado por 60 años con inversionistas y todavía no he visto ninguno – ni siquiera cuando las tasas a las ganancias de capital fueron del 39.6% en 1976-77 – rehuir de una inversión debido a la tasa impositiva sobre ganancias potenciales”. ¿Y entonces?

Sus argumentos confrontan abiertamente e invitan a la clase política y a la elite económica para que cierren filas y encuentren soluciones más equitativas a un problema fiscal que hoy compromete el crecimiento futuro de la principal economía del globo. Salvando las distancias y proporciones, es una urgencia muy parecida a la que vivimos en Guatemala. Sin embargo, la pregunta es ¿quién será nuestro Buffett?

Prensa Libre, 18 de agosto de 2011.

viernes, 12 de agosto de 2011

El encanto de América Latina

“Llama a la reflexión repasar sobre los temas que consumían (y siguen consumiendo) el debate en nuestro país. Básicamente dos: seguridad y fiscalidad.”

No son muchos los economistas que se aventuran a escribir sobre otros temas fuera de su campo de trabajo. Todo lo contrario, con la sobre especialización que la disciplina ha llegado a tener, lo usual es encontrar profesionales de las ciencias económicas que, si por ejemplo son expertos en macroeconomía internacional, no se sienten cómodos opinando, mucho menos escribiendo, sobre temas de organización industrial y viceversa.

Desafortunadamente, en aras de la elegancia formal y sofisticación en la capacidad de diagnosticar el color de la hoja más minúscula de un pequeño árbol nos hemos olvidado lo importante que es tener la capacidad de poder tomar distancia y apreciar la extensión y forma del bosque en su conjunto. Como me dijera un día Fernando Montes, rector de la Universidad jesuita en Chile, hay que tener cuidado de no caer en la trampa de llegar a saber muchísimo pero de muy poco.

Justamente por eso llamó mi atención la portada de un libro que vi hace unos días en el Fondo de Cultura Económica. Su título es “The charm of Latin America: economic and cultural impressions”, escrito por Vito Tanzi. Una obra sabrosa y de fácil lectura, escrita por un especialista para un público no especializado. Que recoge la experiencia de cuatro décadas viajando intensamente a la región, usualmente por razones de su trabajo, pero que aquí se da permiso de compartir anécdotas, divertidas unas, más serias otras, pero siempre salpicadas por el prisma que le da el lente de la ciencia de la escasez.

Cuando vi el autor mi atracción fue doble. No solamente por la mezcla de temas y países, sino porque me hizo recordar mis clases de licenciatura. A principios de los noventa uno de los temas que estudiábamos en política fiscal era el efecto Olivera-Tanzi, que relacionaba períodos de elevada inflación con reducciones en el volumen de recaudación impositiva y consiguiente deterioro de la recaudación fiscal real del Estado.

Me parecía muy curioso entonces que aquel Tanzi, el renombrado economista italiano, ex director del departamento de asuntos fiscales del FMI justo en años de duros ajustes macroeconómicos en la región, fuera este otro Tanzi que sale con un libro así. Está estructurado en tres partes. La primera es enteramente dedicada a Brazil, una mirada desde los años sesenta, pasando por los períodos de alta inflación, y luego el retorno del crecimiento económico.

La segunda parte del libro la comparten Peru y Chile. En Perú, aunque arranca con su primera visita en los años sesenta, se detiene mucho más por los dos gobiernos de Alan García, y los de Fujimori y Toledo. En el caso chileno las anécdotas arrancan desde el gobierno de Salvador Allende, y visitas que hizo al país durante los últimos años de Pinochet y luego durante el gobierno de la Concertación.

La tercera parte está dedicada a dos latinos más pequeños: Costa Rica y Guatemala. En el caso tico narra tres viajes. Uno para participar en una conferencia sobre política económica, otro como miembro de una misión del IMF para reformar el sistema tributario, y el tercero para atender un seminario con parlamentarios de aquel país.

En el caso guatemalteco, la crónica gira alrededor de una visita que hizo en 1996 con motivo de las jornadas económicas que organiza el Banco de Guatemala. Recuerdo muy bien esa fecha, porque el otro gran ponente internacional que nos visitó fue el profesor Rudiger Dornbusch, también referencia obligada para nuestros cursos de macroeconomía en la URL.

Llama a la reflexión repasar la crónica de temas que consumían (y siguen consumiendo) el debate en nuestro país. Básicamente dos: seguridad y fiscalidad. Hace quince años el tema de seguridad estaba enmarcado en una ola de secuestros de todo tipo, precio y duración. Era el tema de conversación formal e informal. Hoy son el narcotráfico y el crimen organizado.

De igual forma, hace quince años, el tema fiscal generaba acaloradas discusiones, incluso a lo interno del mismo equipo gobernante de turno. La coyuntura de aquel entonces eran los acuerdos de paz, el famoso 12% de carga tributaria, aumentos en el gasto social y lucha contra la corrupción. Hoy la consolidación de las cuentas fiscales y un relanzamiento del pacto fiscal. ¡Qué poco y a la vez cuánto hemos cambiado!

Prensa Libre, 11 de agosto de 2011.