miércoles, 27 de noviembre de 2013

Perversa estabilidad


“A nadie le interesa, o más bien, nadie tiene el tiempo suficiente de dar la pelea y exigir que las cosas cambien.”

Entre más lo pienso más me convenzo.  La percepción que hay entre la población de que la estabilidad se ha transformado en estancamiento no es algo que debamos tomar tan a la ligera. 

Primero, porque la nuestra es una estabilidad perversa.  Es decir, no son esas condiciones que proponemos los economistas a partir de las cuales se puede planificar el futuro, o al menos el mediano plazo.  Al contrario, es una suerte de vilo que mantiene a la mayoría de la población paralizada y al borde del derrumbe.  Como cuando se construyen covachas en las laderas pelonas, a sabiendas de que al menor movimiento de la tierra se irán al fondo del barranco. 

Asimismo sucede con las condiciones económicas del cincuenta o sesenta por ciento de la población en Guatemala.  Al menor brote de inflación, quiebra de una entidad financiera, enfermedad grave de un pariente, o suspensión de la remesa mensual que manda el familiar que vive en los Estados Unidos, se retroceden algunos deciles de ingresos.  

Segundo, porque la nuestra es una estabilidad frágil.  Y como con los años los seres humanos vamos aprendiendo a vivir al filo de la navaja, o para decirlo más elegantemente, desarrollando estrategias de medios de vida innovadoras y creativas, entonces los incentivos para la transformación se esfuman.  A nadie le interesa, o más bien, nadie tiene el tiempo suficiente de dar la pelea y exigir que las cosas cambien.  Para ejercer la ciudadanía hay que tener un mínimo de seguridad social.  Así, la posibilidad del cambio se comienza a percibir como algo lejano y utópico.      

Y tercero, porque es absolutamente cierto que la estabilidad macroeconómica y política, que en Guatemala se traducen en cosas tan sencillas y concretas como inflación baja y estable y ejercicios de elección popular que suceden de manera regular cada cuatro años, son condiciones necesarias, aunque muy mínimas, para poder avanzar en una agenda más ambiciosa y compleja de desarrollo.  El problema es que al quedarnos en eso solamente, sin mayor perspectiva de seguir escalando peldaños de bienestar individual y colectivo, pues como que la población comienza a cuestionarse si no sería mejor un poco menos de esa aburrida y pasmosa estabilidad a cambio de tener la oportunidad de que, por lo menos algunos, logren ascender social y económicamente.  En río revuelto…

Allí es donde se comienza a complicar la cosa, porque brotan espejismos, clichés, frases encendidas y propuestas simplistas colocadas en “muppies”, que van prendiendo en la mente de los ciudadanos.  Hombres y mujeres cansados e indiferentes, que estamos dispuestos a dar el voto con tal de asegurar el 029 otro par de años.  Esa actitud individual cuando se multiplica por los casi 6 millones de paisanos que conforman la población económicamente activa se convierte en una modorra colectiva que refuerza el círculo vicioso de estabilidad, estancamiento, parálisis y sensación de atasco. 

Por eso la necesidad de mantener viva la discusión de ¿qué hacer? ¿cómo comenzar a desenmarañar este asunto para darle forma a una agenda mínima de desarrollo? ¿qué priorizar?  No con el ánimo de torpedear a los burócratas de turno, no es eso.  Sino porque como bien dice el gato de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas “(…) si no sabes a dónde vas, cualquier camino te llevará allí”.  Y ya va siendo hora que el país se enrumbe y todos cerremos filas construyendo un sueño colectivo. 

Prensa Libre, 28 de Noviembre de 2013. 
 

martes, 26 de noviembre de 2013

¿Estabilidad o estancamiento?


“(…) aunque la subregión goce de estabilidad macroeconómica, esa misma estabilidad parece que se ha convertido en estancamiento.”

Cuando uno observa los números macroeconómicos de Centro América y México – crecimiento, inversión, inflación, tipo de cambio, déficit fiscal, gasto social, cuenta corriente, entre otros – y los principales indicadores de bienestar – pobreza, desigualdad y desarrollo humano – fácilmente se construye una historia. 

La subregión ha experimentado durante los últimos quince o veinte años un crecimiento económico moderado pero insuficiente – salvo algunas excepciones y solamente para algunos años, como en el caso de Panamá y República Dominicana –.  Crecimiento que, además, se explica mucho más por buenos precios internacionales que por productividad, con lo cual el mérito no es tanto nuestro sino de un viento en cola favorable.

Al mismo tiempo ha tenido lugar alguna reducción de pobreza, aunque si se la compara con otras subregiones de América Latina ha sido más bien débil e insuficiente.  Además, seguimos conviviendo con una persistente desigualdad, manifiesta no solamente en el ingreso de las personas sino también en grandes brechas territoriales. 

En suma, los grandes agregados macro nos cuentan la historia de una subregión estable que da algunos signos moderados de avance en las variables que caracterizan el bienestar de una sociedad. 

Pero lo curioso en todo esto es que a pesar de la estabilidad persiste una sensación de incomodidad y desasosiego en segmentos importantes de la población.  Su malestar es concreto y se traduce en desencanto con la democracia.  Tal y como señala el último informe de Latinobarómetro (sic) “vemos que de los países centroamericanos, son cinco en total los que no logran aumentar el apoyo a la democracia. Costa Rica, ya lo analizamos más arriba, es el país que más apoyo a la democracia había perdido en el período 1995- 2013, pero se encuentran en la misma situación además Panamá, Honduras, Nicaragua y El Salvador”.  Es como si la estabilidad no tuviera ningún impacto ni importancia en la vida cotidiana. 

¿Y entonces?¿Quiere decir que los mesoamericanos estamos teniendo una lectura dual o esquizofrénica de la realidad? ¿quién está diciendo la verdad, las cifras y los tecnócratas o los ciudadanos y sus percepciones?  No lo sé bien.  Lo que sí me atrevo a decir es que muy probablemente analistas y clase política no estamos logrando hacer las conexiones suficientes para leer la coyuntura y conectar con la población en las soluciones que planteamos.  Porque es claro que cuando se incorporan en el análisis otras variables extra económicas, la narrativa cambia sustancialmente.

Lo que nos está diciendo la ciudadanía es que, aunque la subregión goce de estabilidad macroeconómica, esa misma estabilidad parece que se ha convertido en estancamiento, y a veces en atraso.  Dicho de otra forma, el mensaje es que sigue haciendo falta más músculo de la política pública para generar más bienestar y no solamente períodos de calma.       

Si seguimos ignorando estas señales muy fácilmente nos podemos ir con la finta de una mal entendida estabilidad, que quizás no hace otra cosa que fermentar silenciosamente un descontento social, que luego y con muy poco alcanza expresiones violentas y desproporcionadas. 

De ahí que el principal reto que tienen las elites mesoamericanas es conectar de mejor manera todas las señales que manda la sociedad, y no solamente las que se recogen en grandes agregados macroeconómicos.  Más bienestar con mayor equidad es el objetivo más importante de esta subregión.  De la capacidad que tengamos de lograrlo depende la viabilidad de nuestras democracias. 

Prensa Libre, 21 de noviembre de 2013.  
  
 

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Condicionar o no condicionar?


“La miopía en la política pública tiende a mirar la coyuntura con mucha nitidez y la estructura como un cuadro impresionista.”

Hacer o no hacer transferencias en efectivo a los pobres ya no está en discusión. Por fortuna esa etapa ya la hemos superado la mayoría de latinoamericanos, al menos en aquellos países que han logrado instalar redes de protección social mínimas para ayudar a los grupos más vulnerables –comunidades rurales, mujeres, niños, indígenas, afro descendientes–.

Las preguntas hoy son otras: ¿cómo ayudar a que esta población salga de dichos programas y por esfuerzo propio pueda asegurarse el ingreso necesario para ya no ser pobre?¿cuál es la mejor mezcla de deuda y recursos propios para financiar estos programas? ¿qué tipo de condicionalidad es la que mejor funciona para cada tipo de beneficiario (e.g. rural versus urbano, prescolar versus escolar)? ¿qué otras cosas además de transferencias en efectivo podemos hacer como parte de una política de protección social?  En fin, la discusión es amplia y sustantiva.  Pero mejor aún, en el caso de América Latina, está llena de evidencia empírica, producto de dos décadas de estar invirtiendo en dicha agenda.  

En esa línea la revista The Economist publicó esta semana un artículo titulado “Pennies from heaven”, en donde trata de comparar programas de transferencias condicionadas contra programas de transferencias no condicionadas.  Me pareció interesante porque me hizo pensar en por qué los latinoamericanos hemos apostado más por la condicionalidad que por la no condicionalidad. 

El discurso más conservador dirá que así debe ser.  Porque no es bueno dar la papa pelada a los pobres.  ¡Que por lo menos les cueste la caminata a la escuela o al centro de salud!

Curioso porque esas mismas voces que siempre andan buscando cómo ahorrarle gastos al Estado –para que sea más chico y no se entrometa tanto, no crea usted que por otra cosa– deciden omitir en su argumentación que los programas no condicionados son más baratos.  Se da la plata y listo.  No hay que monitorear condicionalidades; no hay que preocuparse por la oferta, mucho menos por la calidad de la educación y la salud públicas; no hay que hacer complicados y costosos sistemas de seguimiento y evaluación, entre otros posibles ahorros.  

Personalmente pienso que las razones de mantener las condicionalidades van más allá del cuento del pescado y enseñar a pescar.  Sobre todo cuando se comparan experiencias de otras regiones del mundo en donde la capacidad del Estado es aún más limitada. 

Los latinos partimos de un piso mínimo que nos permite construir con el Estado y no a pesar de su total ausencia.  Y con ello podemos preocuparnos por tratar de resolver no solamente la falta de ingresos  suficientes que los pobres tienen hoy, sino también intentar ayudar a las nuevas generaciones para que con educación y salud puedan estar mejor equipados el día de mañana.  

Más aún, la condicionalidad sienta las bases para que las mismas comunidades beneficiarias exijan al Estado más oferta pública para poder cumplir con el requisito de educar y vacunar a sus hijos.  Esa es una externalidad positiva muy importante para nuestra democracia: devolverle el poder al pueblo para que exija a los servidores públicos de turno que cumplan con su trabajo.  Y así hay varios otros beneficios indirectos de condicionar versus no condicionar. 

En suma, el éxito o fracaso de estos programas de protección social van mucho más allá de aumentos en el ingreso de los pobres.  Hay que tener mucho cuidado de no caer en esa trampa.  La miopía en la política pública tiende a mirar la coyuntura con mucha nitidez y la estructura como un cuadro impresionista.  Pero es justamente la estructura la que debe ser transformada para superar el atraso.     

Prensa Libre, 7 de noviembre de 2013.