jueves, 28 de julio de 2011

Cada mico en su columpio

“Provocar pérdida de confianza en la economía americana, en el mejor de los casos, pospondría la recuperación económica y la generación de empleo por varios (nadie sabe cuántos) trimestres.”

Uno de los temas más candentes en la política norteamericana estos días tiene que ver con el límite de endeudamiento de aquel país. Por ley federal, el Congreso es quien tiene la facultad de autorizar la capacidad de endeudamiento que tiene el gobierno. Desde los años cincuenta esta ha sido una práctica usual en el diálogo político de Washington, tanto durante administraciones demócratas como republicanas. De hecho, el Presidente Reagan solicitó 18 veces aumentar el límite de endeudamiento y el Presidente George W. Bush lo hizo en 7 ocasiones.

Por supuesto que siempre es una oportunidad que moros y cristianos aprovechaban para alzar la voz y levantar temas de responsabilidad y prudencia fiscal. Pero al final prevalecían criterios de estabilidad macroeconómica y juicio técnico sobre los espíritus animales de los parlamentarios de turno.

La razón es sencilla: las condiciones bajo las cuales oferentes de recursos están dispuestos a prestarle –dicho de otra manera, a invertir en títulos públicos– a un gobierno dependen en buena medida de la confianza que tengan de que aquel será capaz de devolverles sus dineros más algún interés. Un indicador de confianza es la calificación que otorgan las agencias calificadoras de riesgo (triple A es la mejor nota).

Hasta el momento el gobierno de los Estados Unidos goza de triple A, entre otras cosas, porque ha mantenido una larga tradición de honrar sus compromisos con todos aquellos que han colocado recursos en títulos públicos. Hoy eso es algo que puede estar en riesgo ya que desde hace unos meses los parlamentarios de aquel país se han enfrascado en un pleito a muerte, contaminando una discusión de carácter técnico con otros dos temas mucho más grandotes, más complejos, más politizados.

El primero tiene que ver con la forma de balancear el presupuesto público. Tras una década de déficit fiscales (Republicanos, por cierto), más una crisis económica histórica que también demandó una respuesta enorme en términos de gasto público, ahora la preocupación es cómo recortar el tamaño de la deuda y consolidar las cuentas del gobierno. Volver a vivir dentro de sus posibilidades, como suele decirse.

Así, a la solicitud de ampliar el límite de endeudamiento vienen engrapadas propuestas de ajuste en el gasto, que a la postre refleja visiones del tipo y tamaño de Estado que se quiere financiar a mediano plazo. El Presidente Obama resume las opciones que hoy están sobre la mesa en dos tipos: simplemente recortar el gasto público versus combinar recortes al gasto con contribuciones de los estratos más altos de la población, de manera que la carga se distribuya de forma más equitativa.

Resulta hasta curioso releer un cuarto de siglo después al Presidente Reagan. Suena hoy más Demócrata que Republicano: “(…) ¿Preferiría usted reducir déficits y tasas de interés a través de aumentar los ingresos del gobierno provenientes de aquellos que no pagan su justa contribución, o preferiría aceptar déficits presupuestarios más altos, tasas de interés más altas, y mayor desempleo? Yo creo conocer su respuesta”.

El segundo gran tema, que poco a poco adquiere más virulencia y espacio en el debate parlamentario, tiene que ver con el proceso electoral del 2012. La propuesta republicana ampliaría el límite de endeudamiento pero solamente para el 2011, forzando un debate similar en el próximo año, en medio de elecciones presidenciales. No es muy difícil anticipar el diálogo de sordos que será el Congreso en plena campaña, teniendo que discutir un tema de estabilidad macroeconómica tan importante, revuelto con la carrera por la sucesión en la Casa Blanca.

Por otra parte, la otra gran dimensión que parece estar perdiendo de vista la clase política norteamericana es la repercusión que tendría a nivel mundial un eventual default del gobierno norteamericano. Provocar pérdida de confianza en la economía americana, en el mejor de los casos, pospondría la recuperación económica y la generación de empleo por varios (nadie sabe cuántos) trimestres.

Es verdad que los parlamentos son los foros por excelencia para debatir el tipo de Estado y sociedad a la que se aspira. Sin embargo, es prudente mantener una clara diferenciación entre discusiones técnicas como los límites de endeudamiento, debates estructurales como el tamaño y papel del Estado, y ciclos políticos como la reelección del 2012. Cada cosa en su lugar. Cada mico en su columpio.

Prensa Libre, 28 de julio de 2011.

miércoles, 27 de julio de 2011

Precariedad en la tierra de la abundancia

"La gravedad de la pobreza aparece cuando se hace acompañar de desigualdad y poca movilidad social. Entonces comienza a destilar un cierto determinismo perverso."

La precariedad es por definición inestabilidad e insuficiencia. Entre los seres humanos se traduce en no tener que comer, no tener donde dormir. Acceso a pocas escuelas y aspirinas, caminos de polvo y lodo sin tragantes. Techos de cartón que gotean hasta con la brisa de un estornudo. Perros flacos correteándose con niños flacos, basura con juguetes rotos, hambre con ropa vieja, pocos metros para mucha gente, un solo foco para muchos pares de ojos. En una palabra, precariedad es escasez, falta de, ausencia de… De todo: comida, techo, oportunidades, vivienda, educación, salud, esperanza.

Es el día a día de una masa enorme de gente en América Latina. Sumados solamente los supera la población de Brasil. Muchos con muy poco. Hombres, mujeres y niños que parecen condenados a nacer, crecer, reproducirse y morir en el sótano más feo de nuestro continente. Irónicamente coexistiendo codo a codo con la abundancia, a veces hasta con el despilfarro, y la indiferencia del resto.

La gravedad de la pobreza aparece cuando se hace acompañar de desigualdad y poca movilidad social. Entonces comienza a destilar un cierto determinismo perverso. Que se alimenta de la incapacidad de la sociedad de generar oportunidades y la imposibilidad de soñar en las nuevas generaciones.

De allí la urgencia de engancharnos pronto y reconocernos unos a otros, como parte de un mismo colectivo. Con necesidades materiales distintas pero con derechos iguales. Quizás el punto de partida sean los jóvenes, porque es allí en donde cuajan los sueños y se moldean percepciones de lo que puede y debe transformarse.

Tal vez eso sea lo que explica el nuevo reverdecer de estas ideas. Poco a poco son los nuevos jóvenes latinoamericanos quienes se vuelven a organizar alrededor de proyectos de sensibilización y transformación social. Eso es bueno. Hay que inducir su despertar procurándoles canales sanos y propositivos para que desfoguen su innata rebeldía ante la injusticia. Un Techo Para Mi País (www.untechoparamipais.org) es un ejemplo de ello. Una idea simple pero muy poderosa: un techo construido por los que tienen para los que anhelan. ¡Lo invito a unirse a este esfuerzo!

(Artículo escrito para la campaña Precaria que ha lanzado Un Techo Para Mi País - UTPM, disponible en http://www.untechoparamipais.org/precariedad-en-la-tierra-de-la-abundancia)

viernes, 22 de julio de 2011

Dos visiones, una Guatemala

“(…) que el electorado no se lleve una falsa impresión de que estamos hablando de objetivos mutuamente excluyentes: o se crece o se redistribuye. Eso es falso.”

Es difícil tratar de leer los mensajes sustantivos que manda la clase política en medio de tanta bulla. Por una parte, las tragedias ocasionadas por una violencia desbordada no nos dejan escuchar en paz. Y por la otra, la coyuntura electoral, lejos de convertirse en el espacio por excelencia para discutir propuestas y visiones de país que compiten entre sí, cae indefectiblemente en epidérmicos cantos de sirena, promesas mesiánicas, ó ataques al adversario político. En una frase, mucho cascarón de carnaval y poquísima pica-pica.

Afortunadamente de vez en cuando hay “alumbrones”. Y eso merece ser rescatado y visibilizado, porque es el tipo de campaña que muchos estaríamos gustosos de ver en tarimas y foros. Una en la que se develen ideas fuerza, imaginarios de un Estado y una sociedad, y del tipo de transformaciones que cada equipo en contienda planea impulsar.

Un poco de eso sucedió esta semana en dos entrevistas publicadas en El Periódico. Fueron hechas a las, hasta hoy, dos caras más visibles de los equipos económicos que puntean en las encuestas: Carlos Barreda de la UNE y Emanuel Seidner del Partido Patriota.

Barreda fue viceministro de finanzas y luego asesor presidencial en temas económicos. Actualmente forma parte del grupo de expertos económicos de la candidata oficial. Por su parte, a Seidner se le asocia desde hace años con la agenda de competitividad y promoción de exportaciones. Su participación más reciente fue durante la administración del Presidente Berger.

El diálogo con Barreda fue sobre los programas sociales, centro de gravedad de la política pública impulsada por la actual administración. Sin embargo, aprovecha para mandar mensajes en cuanto al rol del Estado y objetivos de la política social en la agenda uneísta. Queda claro el espacio que tiene la política redistributiva como instrumento para reducir pobreza y cerrar brechas de inequidad, así como la universalización de derechos sobre la focalización.

El papel del Estado es mucho más activo. Así se deduce de propuestas como la creación de la Empresa Nacional de Comercialización, emulando al modelo brasileño. Pero también en el planteamiento de crear un ministerio de desarrollo rural y otro de desarrollo social –cabe recordar que durante el gobierno democratacristiano ya habíamos experimentado con un ministerio de desarrollo, el cual fue suprimido años más tarde–.

Asimismo, al hablar de recursos, no tiene empacho en reconocer que seguirán dando la batalla fiscal a través de una nueva ley antievasión, pero retomando (sic) “el tema de los ingresos”. Asumimos que es una alusión a la reforma integral que plantearon al inicio del gobierno y que incluía cambios al impuesto sobre la renta.

Emanuel Seidner, por su parte, al describir su propuesta de política económica para el país de inmediato habla de conceptos como Estado facilitador. Uno que (sic) “no ponga trabas a la actividad privada. (…) que motive al sector privado. (…) que cree condiciones para atraer inversión extranjera.”

Menciona temas concretos como promover al sector energético, call-centers, facilitar inversiones público-privadas para la construcción de infraestructura así como de sistemas de certificación de calidad. Pero además saca a colación la utilización de zonas francas y las correspondientes exenciones que las acompañan como instrumento de política.

Y en cuanto a política social la focalización sería priorizada sobre el universalismo básico. El mensaje es claro, una agenda de crecimiento y promoción de la competitividad recuperaría espacio prioritario en un eventual gobierno patriota.

En lo fiscal es más elusivo que Barrera. Propone retomar el Pacto Fiscal y el trabajo realizado por el Grupo Promotor del Diálogo Fiscal. Privilegiando el proceso de llegar a una agenda mínima en la que coincidan las partes, más que medidas concretas.

Lo interesante en ambas entrevistas es que ninguno de los dos se adentra mucho en el tema contrapuesto. Ni Barreda habla mucho de crecimiento ni Seidner entra a las aguas de la equidad y redistribución.

Pero también es verdad que las entrevistas con cada uno dio estaban enmarcadas, predefinidas, hacia los temas en los que cada cual ha sido más visible. De allí que sería muy saludable un segundo intercambio pero ahora alternado temas. Esto nos permitiría conocer la otra cara de la moneda y hacer una valoración mucho más objetiva de las dos propuestas de política económica y social que hoy lideran la preferencia de voto.

Desde una perspectiva de país cabe un comentario adicional. Es muy saludable para nuestra democracia y para nuestra madurez política promover más y más estos ejercicios. Contrastar y debatir propuestas programáticas que compiten por hacerse del poder político nos ayuda.

Pero además, es fundamental balancear la comunicación de las mismas de manera que el electorado no se lleve una falsa impresión de que estamos hablando de objetivos mutuamente excluyentes: o se crece o se redistribuye. Eso es falso, y seguirlo remachando le hace un flaco favor al proceso de desarrollo guatemalteco.

Prensa Libre, 21 de julio de 2011.

jueves, 14 de julio de 2011

El compromiso con la equidad

“Sin cerrar las grandes brechas que nos definen no habrá tasa de crecimiento que nos saque del atraso.”

Siempre he dicho que la agenda de discusión sobre temas de desarrollo en Guatemala avanza. Despacito, pero avanza. Es verdad que mucho de ella está condicionada y se comporta de manera reactiva a los temas de moda que se repican en las campanas de los grandes centros políticos y financieros del mundo multilateral – Washington, New York, Roma, Ginebra, y en menor medida Santiago de Chile y México D.F. –. Es casi un fenómeno natural. Nos guste o no, en países pequeños la masa crítica de expertos nacionales todavía es demasiado pequeña como para imponer y exportar una visión.

Así, de una mera prédica y culto casi fundamentalista a la estabilidad macroeconómica y las reformas liberalizadoras y privatizadoras de fines de la década de los ochenta y principios de los noventa mutamos hacia temas de crecimiento económico. Allí nos quedamos unos buenos años hasta que apareció en la agenda internacional el tema de reducción de pobreza, cuyo parteaguas probablemente sea el reporte de desarrollo mundial – WDR por sus siglas en inglés – del año 2000 elaborado por el Banco Mundial.

Se nos vino encima la era de la pobretología y con ella todo un instrumental para medir y diagnosticar carencias y condiciones de vida en territorios y poblaciones. Aprendimos a hacer mapas, perfiles, análisis de determinantes de pobreza, y comenzamos a entrar en una sana práctica de generar información estadística a nivel de hogares.

Acto seguido comenzó a cacaraquearse, cual bala de plata, el éxito de las transferencias monetarias condicionadas como un instrumento de política pública efectivo, no solamente para reducir la pobreza inmediata sino para tratar de romper el círculo intergeneracional de la pobreza a través de educar y cuidar la salud de nuestros niños.

A mediados de los años dos mil aparece otro hito, el WDR del 2006 dedicado al otro fenómeno que generalmente acompaña la pobreza: inequidad. Y con él surgieron una batería de conceptos e instrumentos analíticos como la trampa de desigualdad, la desigualdad de oportunidades, ó el índice de oportunidades humanas, que han servido para posicionar la agenda de equidad como tema fundamental para la transformación estructural de los países en desarrollo.

Recientemente comenzamos a hablar de otra herramienta adicional que construye y se complementa con lo andado a la fecha. El “commitment to equity assesment (CEQ)”. Es un instrumento que busca evaluar aquella política pública que persigue objetivos de equidad. En otras palabras, analiza el grado de compromiso de gobiernos para contrarrestar y revertir inequidades.

Para hacer esta evaluación, el CEQ considera cuatro dimensiones. La primera tiene que ver con suficiencia de recursos y capacidad de los gobiernos para redistribuir.
La segunda analiza la asignación de dichos recursos públicos de acuerdo a criterios de equidad. Por ejemplo, que lo prioritario sea garantizar un mínimo nivel de vida a la población.

La tercera dimensión da una mirada a la calidad de las intervenciones así como a la sostenibilidad de las mismas. Es decir, no embarcarse en esfuerzos redistributivos que aunque puedan tener un alto impacto en el corto plazo, no se puedan sostener en el tiempo.

La cuarta dimensión tiene que ver con transparencia y capacidad de generar información que permita evaluaciones externas de la política pública. En otras palabras, promover auditoría social.

Lo novedoso de este ejercicio es la aproximación a la política fiscal como herramienta activa para promover mayor equidad, pero complementada por otros tres ingredientes: suficiencia de recursos, calidad en las intervenciones y rendición de cuentas tanto en uso de fondos como en impactos obtenidos.

Quizás plantear la agenda de equidad en Guatemala a ese nivel haga más fácil lograr consensos mínimos entre los diferentes actores políticos y sociales. De cierta forma atiende las diferentes preocupaciones de la sociedad con relación a la acción pública.

¿Por qué es importante seguirle la pista a este tipo de discusiones conceptuales y herramientas analíticas? Básicamente porque es una forma de permear ideas, internalizar conceptos en la función pública y modernizar el debate en el resto de la sociedad. Para que poco a poco conceptos como equidad se conviertan en la función objetivo tanto de esa burocracia estable como de aquella otra masa más etérea de consultores y analistas que gravitan alrededor del gobierno.

Al final, son esos dos actores a quienes se encarga implementar y evaluar programas y proyectos. De manera que inocularlos con estudios y herramientas analíticas de tal naturaleza hace que poco a poco el elefante blanco del Estado y la manada de gacelas nerviosas que componen nuestra sociedad civil presten más atención a los temas estructurales del país.

En el corto plazo es racional que nuestra mayor preocupación deba ser el crecimiento económico. Sin embargo, en el mediano y largo plazos la brújula de nuestra sociedad tiene que ser más equidad. Sin cerrar las grandes brechas que nos definen no habrá tasa de crecimiento que nos saque del atraso.

Prensa Libre, 14 de julio de 2011.

jueves, 7 de julio de 2011

China: desigualdad, sostenibilidad y productividad

“China es un modelo construido en un delicado balance entre apertura económica y centralismo político, para la cual gobernabilidad y paz social son ingredientes esenciales.”

La economía china es sin duda alguna la más dinámica del planeta. Tasas de crecimiento cercanas al diez por ciento desde hace muchos años. Cuantiosas sumas de recursos asignados a inversión en capital físico (infraestructura productiva y habitacional), un modelo de urbanización que casi tiene a la mitad de su población viviendo en ciudades, y una férrea política de control poblacional que ha mantenido bajo control la explosión demográfica.

Sistemas político y económico que partieron enteramente centralizados a partir de la revolución comunista de 1949. Planes quinquenales que en su apogeo de ortodoxia pretendían cuadricular la mayor cantidad de decisiones económicas, pero que con el paso del tiempo han mutado hacia orientaciones más de carácter estratégico, alertando sobre los grandes retos de desarrollo nacional a mediano plazo.

Sin duda alguna la experiencia china en lo económico ha sido mucho más exitosa que la soviética, norcoreana y cubana. Hasta hoy ha sido capaz de incorporar en su proceso de desarrollo la necesidad de liberalización y apertura económica. Eso sí, manteniendo el control político encarnado en el Partido Comunista Chino (PCCh).

El secreto de su élite gobernante fue saber leer las señales y reconocer a tiempo un patrón generalizado de comportamiento humano: los individuos, en su proceso natural de procurarse mejores condiciones de vida, prefieren tener más opciones para escoger entre los diferentes bienes y servicios que consumen diariamente; y además quieren contar cada vez con productos de mejor calidad.

Ambas cosas (variedad y calidad) no se pueden planificar desde un escritorio ni con la más sofisticada matriz de insumo producto. Para ello se requiere de un sistema distinto de organización y asignación de recursos en la sociedad: el mercado.

Hoy los retos que enfrentan son diferentes. Están a las puertas de convertirse en la economía más grande del planeta – con todas las responsabilidades geopolíticas que ello acarrea –. Sin embargo, surgen preguntas sobre la sostenibilidad de su modelo de crecimiento, el cual ha descansado fundamentalmente en dos elementos: inversiones domésticas en capital físico y un agresivo esquema exportador.

Ambas características no tienen posibilidades de crecimiento ilimitado. Por una parte, la capacidad instalada de la infraestructura física eventualmente enfrenta rendimientos decrecientes. Y por la otra, el consumo en el resto del mundo – es decir, los compradores de sus exportaciones – no termina de recuperarse de las diferentes crisis.

La recomendación natural es entonces mirar hacia adentro y dinamizar el consumo interno. Pero dado el tamaño de la población y la rápida transformación en los patrones de consumo de su clase media, la interrogante pasa a ser el efecto ambiental que ejercerá esa masa gigantesca de consumidores con más y más poder adquisitivo.

Desde otro ángulo, si bien es cierto han sido exitosos en tener un crecimiento económico robusto y prolongado, lo cual les ha permitido reducir los niveles de pobreza de su población, también se han creado brechas socioeconómicas que no pueden desestimarse. En otras palabras, la desigualdad vuelve a ser un tema relevante – como lo fue en los orígenes de la revolución misma –. Sobretodo porque China es un modelo construido en un delicado balance entre apertura económica y centralismo político, para la cual gobernabilidad y paz social son ingredientes esenciales.

Para redondear el cuadro, la sociedad china no puede perder de vista su demografía. La política de población probablemente les ha rendido ciertos frutos en término de planificación y ordenamiento territorial – otro cuento son los costos sociales que han debido pagar las familias –. Ahora toca revisar las perspectivas a futuro de una población que comienza a envejecer y los consabidos efectos en términos de productividad y seguridad social.

En resumen, la agenda de desarrollo de China pasa por atender tres grandes temas en los próximos años: las desigualdades que ha creado un crecimiento económico acelerado pero a la vez desordenado; la sostenibilidad de su modelo de crecimiento económico y las implicaciones ambientales que tendría para el planeta la explosión de consumo de la clase media china, y garantizar niveles de productividad crecientes así como esquemas de protección social en un contexto demográfico que apunta al envejecimiento.

Lo más interesante en todo esto es que, como dijera Moisés Naím, (sic) “(…) las ideologías rígidas no ayudarán a encontrar salidas. Hay que echar mano de todas las ideas, inventar otras nuevas, y darle rienda suelta al pragmatismo y la experimentación”.

Prensa Libre, 7 de julio de 2011.