jueves, 22 de diciembre de 2011

Solidaridad y confianza en quiebra

“(…) están en quiebra los dos pilares sobre los que se articula cualquier sociedad: solidaridad y confianza.”

Cuando le preguntaron al filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, qué pensaba del futuro de Europa en estos momentos cruciales, se refugió en cuatro palabras, cuatro conceptos que ciertamente han movido a la humanidad por siglos, y cuyas interrelaciones explican en buena medida la evolución de la sociedad. Estas son: política, poder, solidaridad y confianza.

Para Bauman, es justamente en la manera de asociar o disociar estos cuatro términos donde subyacen las explicaciones a la crisis actual. En donde lo único que parece cambiar cada poco es el epicentro y la sensación de ansiedad y catástrofe, cada vez mayores que en la crisis precedente. Lo ejemplifica diciendo que “[a]ntes el poder y la política residían en el estado nación, podía haber contradicciones, debates y posiciones contrapuestas sobre un tema, pero una vez se había decidido qué era lo que se iba a hacer ya no había ninguna duda: el estado nación lo haría. Nada de esto sucede ahora. Los políticos han perdido el brazo ejecutor. (…) El poder, el poder real que controla nuestras vidas ya es global, pero nuestros políticos piensan y actúan como si todavía fuera local. Nos enfrentamos a la necesidad de crear un nuevo paradigma, un nuevo modelo que vuelva a conectar la política con el poder. La soberanía es un concepto zombie, que hace creer que está viva, pero está muerta.”

Y por si eso no fuera suficiente, concluye que están en quiebra los dos pilares sobre los que se articula cualquier sociedad: solidaridad y confianza. Conceptos que en la actualidad parecen haberse depreciado a tal punto que “[e]n estos momentos sólo se construyen alianzas ad hoc, mientras dure la satisfacción. No existe la lealtad. Una cosa sirve sólo hasta que sale la siguiente que la reemplaza. De la misma manera que las relaciones entre el yo y el resto son extremadamente volubles, lo mismo sucede para entrar o salir de una alianza. La confianza es la base de las relaciones humanas y ahora no hay nada en que confiar. De hecho se produce una especie de círculo vicioso. La gente cree que las cosas son frágiles y quebradizas, que nada es permanente, lo que hace que se comporten como si todo fuera frágil y quebradizo, lo que hace que esta percepción acabe cumpliéndose”.

¿Cómo resuena esto en nuestra América Latina? Curiosamente la región compró en los últimos diez o quince años, más en el discurso que en la práctica me dirá usted con mucha razón, dos paradigmas que reflejan la crítica de Bauman. El primero tiene que ver con la promoción del capital social y la importancia de construir redes de confianza como elemento fundamental para aumentar la eficiencia económica y profundizar la cohesión social. Mayores niveles de confianza entre agentes económicos y sociales resultarían en costos de transacción menores entre agentes privados, cumplimiento de contratos, certeza para planificar inversiones en un horizonte temporal más largo, apropiación de la democracia como marco de convivencia.

El segundo tiene que ver con el relanzamiento de la protección social como expresión concreta de la solidaridad ejercida desde el ámbito público. Apostamos a la idea de que era posible llegar a un acuerdo en el que aquellos grupos más aventajados de nuestra sociedad contribuyeran (o por lo menos no vetaran) a la institucionalización de programas para atender a aquellos otros históricamente rezagados, y que en muchos países son mayoría.

Así pues, la región parece estar en la senda correcta en cuanto a solidaridad y confianza. Ahora bien, en lo que corresponde al campo de la política y el poder hay ciertamente muchas más sombras que luces. La disfuncionalidad de los sistemas de partidos políticos, el pobrísimo debate parlamentario, y la creciente amenaza que supone el crimen organizado hacen sonar alarmas tanto en América Latina como en el viejo continente y la actual potencia hegemónica.

Aunque todavía falta tiempo para saber si la lectura de Bauman es la correcta, lo cierto es que sus argumentos dan un marco para observar el impasse que viven los países desarrollados, por un lado, y la atípica resiliencia latinoamericana ante esta crisis, por el otro.

¡Le deseo a usted y su familia una Navidad en paz!

Prensa Libre, 22 de diciembre de 2011.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿Pan francés o pan de rodaja?

“(…) probablemente allí se explica por qué en países como Guatemala, con una clase media que no termina de dibujarse con nitidez, las discusiones son más primarias.”

Moisés Naim y Andrés Oppenheimer publicaron hace unos días sendas columnas de opinión en el diario El País de España. Una sobre desigualdad y la otra sobre pobreza. Rico que ambos temas parecen estar ya bien sembrados en el jardín latinoamericano. ¡Pero pucha que costó sangre, sudor y lágrimas, eh!

Oppenheimer comenta las últimas cifras publicadas por CEPAL con relación a la pobreza en la región. De los años 80s para acá hemos logrado reducir como nunca, tanto la pobreza general como extrema (en 17 y 10 puntos porcentuales respectivamente). Sin embargo, dice Andrés, no hay razón para ufanarse demasiado. Asia ha conseguido cifras y ritmos mucho mayores. Y se lo atribuye a tres condiciones objetivas: mejor distribución del ingreso, mayor integración económica y mejores niveles de educación, ciencia y tecnología.

Naim se centra en el descontento ciudadano de los chilenos. Las protestas por una educación de calidad y menos onerosa. Señala dos factores clave para leer el momento por el que atraviesa Chile: el crecimiento de la clase media y la desigualdad económica. Paradójicamente, uno de esos factores es reconocido como un síntoma de desarrollo más que como fuente de malestar. Una aspiración de la gran mayoría de sociedades latinoamericanas.

Estábamos mucho más acostumbrados a pensar en las bondades de una amplia clase media: mercados más amplios para los productores locales, salarios más altos, productividad mayor, crecimiento más sostenido, ciudadanía más apropiada de conceptos abstractos como democracia y Estado de Derecho, demanda vigorosa por productos de mayor valor agregado, profundización financiera, etcétera. Eso era lo que incluía el combo de hacerle un upgrade a nuestro software social, para ponerlo en términos de cibernauta.

Lo que no se nos ocurrió, o no fuimos capaces de anticipar con suficiente precisión, fue la velocidad y beligerancia con que la clase media exigiría instituciones, bienes y servicios públicos, de calidad y con un mínimo de equidad en su provisión. Ahora bien, una clase media exigiendo calidad y equidad no tendría por qué ser un problema en sí mismo. Obviamente, siempre que exista una oferta capaz de satisfacer a ese colectivo creciente que, además, nos ha dejado bien claro que está cada día más dispuesto a la exigencia y movilización social.

Si lo anterior es verdad, probablemente allí se explica por qué en países como Guatemala, con una clase media que no termina de dibujarse con nitidez, las discusiones son más primarias: mucho o poco, presente o ausente, provisión pública o privada. Y solo en los últimos años hemos comenzado a hacer tiritos al marco para plantear temas de calidad institucional, en el sector educación fundamentalmente.

¿Somos diferentes al resto? No, no lo somos. Simplemente estamos en otro estadio de desarrollo. Por eso agendas de discusión como la que ya se plantean los chilenos en las calles de Santiago, en Guatemala siguen confinadas (cada vez menos, hay que reconocerlo) a espacios bastante limitados. Todavía suenan demasiado ajenas, abstractas, salvo por lo concreto que es para la mitad de la población, vivir en pobreza y con oportunidades tan dispares que hasta rayan en lo injusto.

La tendencia regional todavía no nos llega, la reducción de pobreza y mejoras en equidad observadas en otros países no se ve en el nuestro. La expansión de la clase media sudamericana es por ahora un enano de otro cuento. Para nosotros el reto es poner pan sobre la mesa de todos los chapines. Luego quizás podremos tener la discusión de si mejor pan francés o pan de rodaja.

Prensa Libre, 15 de diciembre de 2011.

jueves, 8 de diciembre de 2011

¿Y las estadísticas rurales?

“(…) al igual que los seguros contra accidentes, las mejores estadísticas son las que se tienen en el momento que se necesitan.”

Para nadie es un secreto que durante los últimos quince años el sector rural ha sufrido las consecuencias de una desafortunada retirada de instituciones públicas. Es verdad que eso fue motivado, en muchos casos, por servicios públicos que tenían una calidad mediocre, en donde prevalecían programas con incentivos clientelares y con poca o ninguna visión estratégica. Y para ajuste de penas, la solución fue gestionarlo a través de una iniciativa privada que francamente no dio todos los frutos que se esperaban.

Tampoco nos toma por sorpresa cuando repetimos ad nauseam que los sistemas estadísticos nacionales nunca han sido una prioridad para los gobiernos de turno. Son contadas las excepciones, generalmente motivadas por una coyuntura internacional favorable, que ofrecía recursos técnicos y financieros sobre determinados temas – pobreza, población, salud materno-infantil, por citar un par de ejemplos –.

Si sumamos los dos párrafos anteriores, imagínese usted lo que podríamos concluir de los sistemas estadísticos del sector agrícola y rural. Algo así como “crónica de un vacío de información anunciado”.

Eso es grave para cualquier país. Pero lo es más todavía para uno que, como Guatemala, tiene a la mitad de su población habitando en el sector rural. Somos un territorio con una vocación forestal en ciertas partes, una altísima productividad agrícola en otras, pero que también conjuga territorios en condiciones de crisis profundas y recurrentes.

Tales características debieran ser razón suficiente para tener un sistema de información que nos permitiera planificar nuestro desarrollo rural, para que efectivamente contribuya a una agenda de crecimiento económico inclusivo y sostenible. Pero no es así.

El problema de no contar con información es que, al igual que los seguros contra accidentes, las mejores estadísticas son las que se tienen en el momento que se necesitan. En otras palabras, a la hora de los pepitazos se trabaja con el dato que hay o, peor aún, se planifica la acción estatal y privada “al oído”. Como ejemplo tenemos desastres naturales y shocks externos de precios, que ponen a todo el sector público a pegar carreras para costear intervenciones sin mayor evidencia, mucho menos líneas de base.

Por supuesto que este vacío de información no es exclusivo de Guatemala. Ha sido más bien una tendencia observada en casi todo el mundo en desarrollo. Tan grave, que durante el último par de años se han ido alzando y alineando voces, señalando la importancia de volver a contar con mejores estadísticas para el campo.

Hoy está dando vueltas en el ambiente una “Estrategia global para mejorar las estadísticas agrícolas y rurales”, esfuerzo promovido por varias agencias del Sistema de Naciones Unidas, Banco Mundial, y varios gobiernos nacionales en América Latina y el resto del mundo.

En el papel, esencialmente se propone tres cosas: 1. establecer un conjunto mínimo de datos que los países recojan de manera regular para monitorear el sector rural, 2. integrar al sector rural en los sistemas estadísticos nacionales, de manera que puedan estar en el radar de hacedores de política (más allá de los ministros de agricultura), analistas y sociedad en general, y 3. apoyar en la construcción de capacidades nacionales para hacer que este esfuerzo sea sostenible en el tiempo.

Hasta donde he podido averiguar, los guatemaltecos no estamos en la lista de países que han dado el paso al frente para servir como piloto, y francamente creo que deberíamos estarlo. Porque, independientemente de lo que al final pueda aportar esta estrategia global, ofrece una oportunidad muy favorable para revisar el tema en Guatemala.

La necesidad de más y mejores estadísticas rurales es una realidad en nuestro país. Que no solamente coincide hoy con un apoyo de varias instituciones internacionales, sino también con la entrada de un nuevo equipo de cuadros técnicos que llegarán a ministerios, secretarías y demás dependencias del Ejecutivo.

Unos necesitarán mostrar resultados de su gestión, y otros necesitamos hacer auditoría social. De modo que hay condiciones para una alianza muy positiva, que de regularidad y consistencia a los datos. Es también una forma efectiva de seguir posicionando el desarrollo rural como tema de agenda nacional.

Sólo hace falta (¡otra vez!) un poco de pensamiento estratégico dentro de la burocracia estatal, y una pizca de voluntad política y gerencial para alinear intereses de gobierno y de país con tiempos y plazos internacionales. Una batalla fácil de ganar, en la que si por lo menos lográramos beneficios parecidos a aquel otro programa llamado “Mejoramiento de las encuestas de condiciones de vida (MECOVI)”, podemos darnos por muy bien pagados.

¡Pan para el matate del INE, MAGA, SEGEPLAN y MINECO!

Prensa Libre, 8 de diciembre de 2011.