miércoles, 23 de abril de 2014

El homo economicus y su zoon politikon

“Al final el homo economicus necesita de su zoon politikon.”

Hace un par de semanas apareció un artículo en una revista de economía haciendo una comparación entre Perú e Italia.  La línea argumental iba en el sentido de la disfuncionalidad de los sistemas políticos en ambos países, las consecuencias que ello tenía para crear condiciones de desarrollo en el mediano plazo, y la ilusión óptica de creer que períodos de relativa bonanza económica en el corto plazo son sostenibles cuando la política va por su lado (¡o no va a ninguna parte!). 

En otras palabras, creyendo que solamente con tecnocracia se puede alcanzar el progreso para la mayoría; haciendo caso omiso al descrédito acelerado que los liderazgos de turno enfrentan y al bloqueo sistemático de parlamentos que hace muchos años dejaron de cumplir su función deliberativa, y se han acomodado en una zona de confort que simplemente bloquea lo que se le ponga enfrente, a menos que unte la olla.

Países en donde la ciudadanía, harta del circo político y acostumbrada a salir adelante en la informalidad económica, afianza la percepción de que el país puede prescindir de la política y sus políticos –al menos en su formato actual–.  Países en donde las diferencias étnicas y regionalismos pesan mucho en el imaginario nacional y en las posibilidades que se barajan para cualquier proyecto de nación concebido en la mente de sus elites. 

Señalar las similitudes con Guatemala sale sobrando.  Más parece aquel juego de encuentre las 7 diferencias.  Pero a diferencia del Perú, que entre sus cuentas nacionales cuenta con esa bendición que pueden ser los recursos naturales para mantener los macro números a flote y-o comprar el oxígeno que la Política no sabe o no quiere generar en su dinámica diaria, aquí no tenemos esa muleta.  Desde hace años dejamos de tener una sola gallina de los huevos de oro –ahora son tres o cuatro, incluyendo las gallinas ilícitas–, sin que ello signifique que hemos consolidado un portafolio de motores de crecimiento económico que diversifica y reduce nuestra exposición a las volatilidades de los mercados internacionales.                  

Valga de cualquier manera la comparación y el jalón de orejas.  No cuesta nada ver o suponer que justamente allí, en el desastre de la Política (con mayúscula) y sus operadores (con minúscula), pero también en la actitud de una sociedad civil con un poco de lustre pero mucho asco a lo público, radique la causa de este equilibrio socioeconómico de tan baja intensidad que acarreamos ya por varias décadas.  Que no nos tira al abismo pero tampoco nos catapulta a un estadio de desarrollo mayor.     

Lo que está claro es que de seguir así, sin partidos, sin participación amplia y plural, sin aterrizar discusiones que pueden ser sabrosas pero francamente etéreas y completamente irrelevantes para el diario de los chapines, y con el cepo mental que impide proponer soluciones más atrevidas e innovadoras a las que ya hemos intentado, será muy lento el despegue.      

Sin una práctica política sana no hay economía estable y sostenible.  Al final el homo economicus necesita de su zoon politikon.  El desarrollo de los países pasa por utilizar ambas dimensiones de manera complementaria, permanente y vigorosa. 

Prensa Libre, 24 de abril de 2014. 

 

 

miércoles, 16 de abril de 2014

Desvaríos de un afortunado

“(…) en ciertos países el que nació muy jodido si bien le va logrará morir jodido; y el que nació multimillonario, si mal le va morirá millonario.”

El diagnóstico es más o menos el mismo en todas partes de América Latina –y quizás en casi todo el mundo– .  Lo único que cambia son  tres cosas: el tamaño de los territorios, el nivel de pobreza, y el grado de ausencia del Estado que allí se vive. Entre más alejado se está de los centros urbanos, de toma de decisión política, y de dinamismo económico, más lento pasa el tiempo y los cambios se dan a cuenta gotas. 

Así, lo que termina sucediendo es que los jóvenes salen centrifugados a la primera oportunidad que tienen.  Y los que se quedan son carne fresca para la penetración galopante de actividades ilícitas –que en tal ambiente de encierro social, bien sabe casi como a maná del cielo–.  Porque de otra manera no queda más que el abismo.  Caída libre que toma la forma de desnutrición, de bajo rendimiento escolar, de empleo precario, de baja productividad de la mano de obra y de la tierra exhausta que año a año tienen que parir mazorcas y frijoles.   

Cuando hay presencia del Estado, se parece más a un rocío casi imperceptible que a un torrente con oportunidad y posibilidad real de transformación.  Cuando hay mercados, la falta de movilidad social impone un techo psicológico que, sumado a un entorno de exclusión, minimiza las capacidades de convertirlo en una ruta de crecimiento y progreso basado en el esfuerzo personal.  No nos engañemos, en ciertos países el que nació muy jodido si bien le va logrará morir jodido; y el que nació multimillonario, si mal le va morirá millonario.    

Ante semejante y tan pesimista pinturita, entonces ¿por qué fregados seguirle buscando tres pies al gato, sabiendo que tiene cuatro?  ¿Por qué no mejor dejar que implosione esta vaina para comenzar con la mesa limpia? 

El problema es que no es así no más la cosa.  Primero, no va a implosionar, si acaso, se volverá más inviable e invivible, pero no saltará en pedazos.  No somos Haití ni Burundi ni Ucrania.  Nuestro DNA tiene otra codificación.  Por eso para gritar hay que salirse del cuarto, hay que tomar distancia, hay que buscar una lomita donde pegue un poco de aire fresco.    

Segundo, porque justamente lo que no hemos hecho es intentar la fórmula contraria: pensar en clave de largo plazo, institucional, sin prisa pero sin pausa, con una presencia del Estado mucho más fuerte y oportuna, con burocracias con vocación de servicio y remuneración acorde a sus méritos.  Eso es lo que no hemos probado, aunque la crítica diga lo contrario.

¡Ah!, casi lo olvido… por supuesto que estoy pensando y escribiendo sobre la pobreza rural profunda.  No se sienta aludido que no es para usted el cuento.  Me refiero a ese otro submundo que ni siquiera conocemos bien sino solo por asomos.  Al que no le llegará la Prensa Libre de este jueves para poder discutir desvaríos como este que nos hacemos los que, un poco por mérito y otro poco por fortuna, estamos del otro lado del cerco.  Los que caímos en el grupo de los incluidos, los no pobres, los aventajados.  Tanto, que hasta vemos las tripas del país desde muy afuera. 

Prensa Libre, 17 de abril de 2014.

jueves, 10 de abril de 2014

Corriendo tras la realidad

“Una estructura sencilla es más fácil de medir para conocer impactos, es más fácil de implementar en el terreno e institucionalizar, y es más fácil de asumir por la clase política.”

Siempre en esta brega por entender un poco más el desarrollo rural, la semana pasada nos encerramos en el Colegio de México algunos colegas investigadores de distintos países latino y norteamericanos (Perú, Colombia, Brasil, Chile, El Salvador y México, Argentina y Estados Unidos).  Convocados por un proyecto de investigación que intenta mirar las sinergias que pueden existir entre programas de transferencias condicionadas en efectivo (TCE) y de desarrollo productivo. 

La motivación estaba frente a nuestras narices: más de 27 millones de hogares pobres en América Latina reciben algún tipo de TCE.  Buena parte de ellos reside en el campo, en donde seguramente también son beneficiarios de algún programa de desarrollo productivo.  Luego, al ser beneficiarios de uno y otro, puede que los efectos de cada uno se refuercen.  ¿Cómo? Cambiando las decisiones de inversión y-o aversión al riesgo de los hogares al saberse con un mínimo de ingreso que les será transferido regularmente; generando dinámicas de mercados locales e inversión en pequeñas actividades productivas a partir de la inyección de recursos que generan los programas de protección social; promoviendo una mayor inclusión financiera al bancarizar las transferencias de cualquiera de estos programas, por citar algunos ejemplos. 

Bajo esa lógica solo sería cuestión de conectar bases de datos de programas de transferencias condicionadas con algunas bases de datos de proyectos de desarrollo rural y buscar que está pasando con aquellos beneficiarios que reciben uno, otro o ambos tipos de programas.

Así de sencillo pero así de complejo porque, como suele suceder, es siempre más fácil intuir que demostrar.  O dicho en buen chapín, no es cuestión de soplar y hacer botellas. 

El asunto es que algunos países teniendo mucha información estadística no terminan de dar con el método correcto.  Otros, con un método interesante no lograban juntar una muestra suficiente para hacer análisis.  Y también hubo aquellos en donde lamentablemente ni siquiera logramos armar el equipo de trabajo con investigadores locales. 

Por lo menos dos lecciones llevamos en lo que va del proyecto.  La primera, que los programas de desarrollo rural son un tiro con perdigones, inmensamente más complejos que los programas de TCE.  Los primeros (desarrollo rural) pueden ir desde provisión de semillas, insumos, sistemas de riego, obras de almacenamiento hasta programas de asistencia técnica, capacitación y apoyo a la formalización de organizaciones de productores, por citar solo algunas combinatorias posibles.  Los segundos (TCE) en cambio, son una receta mucho más estándar, como un helado de vainilla: dinero en efectivo cada tantos meses a cambio del cumplimiento de alguna condición.

Seguramente allí reside buena parte de la ventaja que la protección social le ha sacado al fomento productivo en el imaginario de los funcionarios públicos.  Una estructura sencilla es más fácil de medir para conocer impactos, es más fácil de implementar en el terreno e institucionalizar, y es más fácil de asumir por la clase política.  

Y la segunda, en todos los países que estamos trabajando constatamos que la realidad siempre va más rápido que el análisis, y el análisis va siempre más rápido que la política pública, y la política pública va siempre más rápido que los sistemas de seguimiento y evaluación que son tan necesarios para recabar la evidencia empírica que se necesita para saber los objetivos propuestos se alcanzan o no. 

Es como si siempre andamos corriendo tras la realidad para tratar de pescarla aunque sea por un instante.  Pero es justamente en las limitaciones que impone el mundo real, que la creatividad del investigador se pone a prueba.  A fin de año le cuento cómo termina esta historia.  Por ahora denos chance de volver al terreno y seguirla pensando un poco más. 

Prensa Libre, 10 de abril de 2014.

jueves, 3 de abril de 2014

Áspera seda

“Todas ellas responden lo mismo: organización y mercados.”

No sé de dónde vienen ni sé cuánto les costó llegar hasta aquí, pero les doy las gracias por visitarnos, por venir a ver lo que hacemos, cómo vivimos, cómo estamos saliendo adelante.  Con esas palabras doña Irma nos recibió en la comunidad de San Miguel Cajonos, Estado de Oaxaca.  Era como si estuviera hablando a seres de otro mundo.  Quizás tenía algo de razón.    

Salimos muy temprano sin desayunar en un bus que muy pronto comenzó a escalar la sierra oaxaqueña.  Los paisajes campestres siempre son muy especiales.  El frío mañanero, el sol que poco a poco comienza a dejarse ver y entibiar el entorno, el camino que va pasando de cuatro a dos carriles, de asfalto a terracería, el gris del cemento que va cediendo a tonalidades de verde.

Al llegar nos recibieron las autoridades locales.  El comisariado ejidal nos recibió y habló en nombre de los suyos.  Sentado a mi lado, hombre pequeño, delgado, campesino, de unos 70 años, camisa a rayas y pantalón oscuro, sandalias, gastada su ropa y su cuerpo a punta de trabajo.  De un cuaderno saca una hoja mecanografiada, en donde había escrito el saludo que nos iba a dar.  

Los usos y costumbres de las comunidades y ejidos del sur de México dictan que así debe ser, me dijo un colega mexicano: si te van a abrir sus casas y dar parte de su tiempo, empiezas por presentarte, decir a qué vienes, cómo se tiene planificado el trabajo durante el tiempo que permanezcas.  Así lo hicimos. 

Acto seguido nos dividimos en grupos más pequeños.  A mí me tocó seguir otro tramo más hacia una localidad cercana para visitar a un grupo de mujeres que trabajan la seda.  Nunca había visto semejante cosa, confieso.  Desde el módulo agroforestal para producir la hoja que alimenta el gusano, las bandejas llenas de huevecillos de gusano de seda criollo y mejorado, otras bandejas con gusanos ya crecidos y comiendo incansablemente, los capullos que semejan esos huevos de dulce que damos en las fiestas de primera comunión.  Las mariposas muertas después de desovar cierran el ciclo. 

Son como bebés, nos dijo una señora, mirando sus gusanos.  Por dos meses tenemos que estar muy pendientes, todo el tiempo, trayéndoles hojas, viendo que crezcan y coman, que no se nos vayan.   

Y en medio de todo ese proceso la mano humana, manos de mujer, manos ásperas por el trabajo diario que hacen para producir la seda.  Cuidando que cada paso se cumpla como debe ser, porque de esa materia prima sale buena parte de los ingresos que apoyan su frágil economía familiar. 

Hierven los capullos en unas ollas viejas calentadas a leña.  Eso afloja un poco el hilo. En otras ollas hirviendo aplican tinte, corteza del palo de Brasil para el rojo, pericón para el amarillo, añil para un azul-morado intenso.  Lo secan al sol y van deshebrando para formar carretes de hilo.  La materia prima queda constituida y solamente entonces pasan a la confección de chales, chalinas y bufandas. 

¿Qué les hace falta? Preguntamos de distintas maneras, en grupo y en conversaciones uno a uno mientras caminábamos por las veredas que nos llevaban de una casa a otra.  Todas ellas responden lo mismo: organización y mercados.  Necesitamos organizarnos más para tener más poder de negociación y quedarnos con una tajada de lo que nos llevan los coyotes.  Y necesitamos mercados para poder colocar nuestros productos, que no compiten con los chinos, lo nuestro es un producto distinto, fino, de mejor calidad.

Al salir de allí pensé en lo inútil que es la mano invisible para llegar a lugares invisibles.  Pensé también en lo importante que es la acción del Estado para mitigar esos fallos que no se corrigen de manera espontánea. 

La pobreza rural no desaparecerá sentándonos a esperar que aparezcan los mercados como por arte de magia.  Exige una acción deliberada que cree condiciones, servicios, y bienes públicos.  Esos mismos que nunca han llegado hasta allá y que despreciamos aquí.  ¿Por qué nos cuestsa tanto aprender esa lección?. 

Prensa Libre, 3 de abril de 2014.