jueves, 29 de enero de 2015

Imaginario rural

“Porque en el grito hay pérdida: de nitidez del mensaje, de fidelidad en el sonido, de confianza, de empatía, de humanidad.”

Lo rural es fondo. Cambio lento.  Espacio lejano.  Voces queditas.  Casitas fumando.  Nixtamal, leña y barro.  Paciencia y olvido.  Ausencia de todo: instituciones, sueños, perspectiva, futuro.  Desinterés del gobernante.  Ignorancia del citadino.  Cultivo de revolución romántica. Catapulta del joven.  Migración del campesino.  Frases cortas.  Mensajes sencillos. 

También es paisaje.  Tonos encendidos.  Maíz, café, arroz y trigo.  Fuente estable de vida.  Alimento de todos.  Espacio vivo.  Cultura de siempre.  Tradición oral.  Variedad.  Balance natural.  Ritmo distinto.  Profundidad de antaño.  Anclaje a lo esencial: al tejido.       

Antítesis de lo urbano.  ¿De lo urbano?  Sí.  Lo urbano que es forma.  Ese otro espacio en donde todo se mueve, a pasos de vértigo –aunque no siempre con sentido–, que con suerte da tiempo a ingenieros, abogados, burócratas y escritores de poner un pinche-punto-y-coma para poder seguirle el trote y no quedarse fuera del bullicio, aparecer en la foto, cerrar el contrato, generar ganancias, ahorrar mucho, trabajar tanto, no ver a los hijos, consumir lo propio y ajeno, generar desperdicio, mucho mucho desperdicio.  Anti-paz, anti-tiempo, anti-espacio, anti-despacio, anti-conversa, anti-todo, anti-doto de lo anti-urbano (lo rural).        

Caricaturas son uno del otro.  Que poco se platican.  Casi como desconocidos. Que necesitan más puentes y menos alaridos.  De aquí para allá y viceversa.  Porque en el grito hay pérdida: de nitidez del mensaje, de fidelidad en el sonido, de confianza, de empatía, de humanidad.    

Así es y así ha sido.  Lo hemos remachado tanto que hasta parece disco rayado.  El drama de la estructura está justamente en su condición.  Esa que la define y también condena.  Porque es importante.  Porque no es urgente.  Porque puede ser pospuesta o puesta en suspensión.  Porque siempre puede esperar.  Prima la coyuntura siempre (pariente lejana de la estructura).    

Para acabarla de fregar, me decía un paisano, la nueva tragedia del espacio rural: ahora se le mira como un espacio de neo-derrame, del crecimiento urbano, de petróleo, de minerales, de importados, de deportados.  Espacio residual en donde desarrollo urbano será la locomotora de bondades que terminará por inundar –o cuando menos salpicar– a todos aquellos que se tuvieron que quedar fuera del muro Aureliano. 

Mirada de cemento miope.  Que no aprende porque no ve.  Que no escucha porque el ruido le comió los oídos.  No se da cuenta que no más basta que sople un poquito el viento, o que el río se desboque, o que la roya corroa, o que el cerro se haga cesárea, para que Xibalbá se instale y engorde.  Para que el éxodo comience y la desconfianza ebulla, la gente migre –en realidad abandone–, y el suelo se pudra. 

Es entonces cuando el anciano consejo ya no aconseja, ni mucho menos sirve, porque lo inmediato manda y define.  (Todo urge aunque nada sirva.)  Hasta que caemos bajo, hasta abajo.  Solo entonces nos preguntamos por el origen cuando el caos-cambio están encima.  Es entonces que pedimos otra vez el balance, la vuelta a lo simple, al origen, al ombligo que dejamos botado en el basurero de esta linda ciudad.       

¡Cuánto nos hemos equivocado!  ¡Cuán predecibles somos!

miércoles, 21 de enero de 2015

Factores de Perogrullo

“De allí la necesidad de fortalecer capacidades de organización en la gente para generar una masa crítica tal que haga uso de todo eso que el Estado debe ofrecerle.”

Observo, converso, leo, investigo, vuelvo a observar. Y mientras más lo pienso, mientras más intento bajar de ese nivel conceptual en donde creo que una buena mayoría podemos estar de acuerdo, al reconocer que en la lucha por mejorar los niveles de equidad el Estado tiene un papel muy importante que asumir, indefectiblemente regreso al mismo punto –¡como si todos los caminos efectivamente llevan a Roma!–.  Porque aunque parezca una Perogrullada, las avenidas para lograr una acción pública concreta, efectiva y con capacidad de igualar oportunidades, son básicamente tres: articular lo que existe, crear lo que falta, y fortalecer capacidades de la gente.  Déjeme tratar de explicarlo. 

En prácticamente todos los países existe una oferta pública de programas que buscan alcanzar un objetivo de desarrollo determinado.  Sin embargo, no es secreto que la coordinación y articulación efectiva entre ellos es un desafío mayúsculo para cualquier administración de gobierno.  Guatemala por supuesto no es la excepción.  Aquí hemos ensayado mecanismos muy poco institucionales, que más bien descansan en personalidades fuertes de funcionarios de turno.  Presidentes, primeras damas, vicepresidentes o alcaldes son quienes deciden tomar la función ejecutiva al pie de la letra y por su cuenta.  Precisamente porque no hay mecanismos institucionalizados que induzcan u obliguen a trabajar de manera coordinada, y porque tampoco hay paciencia para construir tal cosa y que rinda frutos a tiempo.   

Pero además, puede darse el caso que los programas públicos que se necesitan simplemente no existan.  Esto tampoco es novedad, pues también sabemos que los Estados van rezagados en relación a la evolución de las demandas de la sociedad.  Desde que se observa una necesidad, hasta que se conceptualiza, se diseña una intervención, se le busca financiamiento, y finalmente se implementa en el terreno, suele transcurrir un largo período de tiempo.  De ahí que no es extraño encontrar grandes vacíos entre demandas sociales y oferta pública para atenderlas.     

Finalmente, suponiendo que se lograra tal coordinación y que existieran todos los programas que se necesitan, aun así es posible que no se logre el efecto deseado porque al ciudadano destinatario final no le llega la acción pública.  Pueden haber muchas razones para ello.  Desde reglas demasiado engorrosas y difíciles de entender; trámites que representan un costo inmediato demasiado alto, sin la certeza de que el beneficio se vaya a concretar; o simplemente un total desconocimiento de la existencia de instituciones, políticas, programas y proyectos a los cuales este mismo ciudadano bien podría calificar, pero a los cuales no accede por ignorar su existencia.  De allí la necesidad de fortalecer capacidades de organización en la gente para generar una masa crítica tal que haga uso de todo eso que el Estado debe ofrecerle. 

A esos tres que he llamado los factores de Perogrullo me atrevería agregar un cuarto.  Y tiene que ver con la incapacidad –y hasta desinterés– de los Estados para experimentar, en el mejor sentido de la palabra.  Es decir, darse el tiempo y oportunidad para aprender qué es lo que funciona y qué es lo que definitivamente es un fracaso –porque de los fracasos también se aprende–.  Aunque la innovación es un término que todos usamos, ninguno asumimos que innovar también implica fracasar en el intento.  Por tanto, volvemos y recurrimos a lo viejo conocido aunque sea subóptimo. 

Con tal diagnóstico, me parece que hay dos cosas que son prioritarias.  Primero, el fortalecimiento de la capacidad de planificar y evaluar desde el Estado.  Y segundo, la necesidad de trabajar necia y sistemáticamente en desarrollar capacidades en la gente para que se organice, para que conozca la oferta pública, para que genere demandas y las canalice a las instituciones, para hacer valer su ciudadanía, más desde la base y menos desde la cúpula. 

miércoles, 14 de enero de 2015

Piketty: ¿una o varias lecturas?

“Desafortunadamente hubo que esperar a que el mundo en desarrollo estuviera sufriéndola en carne viva para que el tema volviera a estar sobre el tapete.”

Con motivo de la presentación en idioma español, durante las últimas semanas se ha vuelto a dar amplia cobertura en Iberoamérica al libro de Thomas Piketty “El capital en el siglo XXI”.  Una publicación que desde su primera aparición en el 2013 ha puesto a economistas de todo el mundo y de todas las escuelas de pensamiento a debatir sobre la desigualdad. 

Es verdad.  Desafortunadamente hubo que esperar a que el mundo en desarrollo estuviera sufriéndola en carne viva para que el tema volviera a estar sobre el tapete.  Aunque por otra parte, desde una perspectiva más bien pragmática, esta infeliz coyuntura ha logrado retomar una agenda redistributiva que evidentemente no es –de hecho nunca lo ha sido– exclusiva de países menos desarrollados; como tampoco pertenece a épocas pasadas, cuando la búsqueda de justicia social cobró expresiones menos dialogantes y más violentas.  Al contrario, si algo nos debiera quedar claro es que la equidad es un objetivo global más vigente que nunca. 

Pero son dos factores poderosos los que actúan como gran caja de resonancia a propuestas como las del economista francés.  Primero, la agudización de la desigualdad a lo interno de los países, ricos y pobres; y segundo, la conectividad que nos ha dado el avance tecnológico.  Sin ello seguramente la agenda de investigación de Piketty no tendría la tracción que hoy goza. 

Ahora bien, más allá del sexapil que despierta el libro entre intelectuales, ¿será que la tesis del libro nos corta parejo a todos o más bien prende fuego en unos países más que en otros?  A juzgar por los datos y opiniones de especialistas más parece lo segundo. 

Paradójicamente son ahora los países en desarrollo, otrora laboratorios vivos de inequidad y revoluciones, quienes han aportado la principal válvula de escape a los efectos nocivos de la desigualdad.  Con el crecimiento económico en países de renta media la desigualdad entre países ha disminuido.  Y al aumentar el ingreso de los hogares más pobres, la desigualdad se aleja del imaginario y discurso de esa nueva clase media que está viviendo su pequeña bonanza.  Por lo tanto, la preocupación de Piketty de que el rendimiento del capital crezca a tasas mayores que el resto de la economía pasa a un segundo plano.     

Pero esto no es más que un espejismo.  Un efecto temporal.  Porque también hemos comprobado cómo esa nueva clase media, al ver aumentado su nivel de renta, comienza a demandar otra serie de servicios, instituciones, y accesos que le siguen estando vedados, precisamente por esa estructura social y económica tan desigual en la que vive.  Salvo contadas excepciones, el crecimiento de la clase media en países en desarrollo, aunque sea medida sola y burdamente por aumentos en el nivel de ingreso de los hogares, no implica un cambio en la estructura productiva ni mucho menos en la retribución de los factores de la producción. 

Por el contrario, en la Europa de la eurozona y Estados Unidos la historia es otra.  Allá es el desempleo de una clase media distinta, una que ya existía desde hace años, lo que está avivando discusiones y planteamientos como los que propone este libro. 

Entonces, ¿no será que hay que desmenuzar el mundo en una tipología más amplia para entender las diferentes lecturas y efectos que puede tener el trabajo de Piketty?  Por ejemplo, países donde el capital financiero tiene un peso específico muy alto (EUA); donde la estructura del empleo formal y el desempleo son socialmente muy relevantes (eurozona); donde la clase media ha crecido recientemente (BRICs); o donde la estructura rentista clásica de las elites económicas continúa frenando reformas (Sudáfrica o Guatemala). 

¿Qué pasaría si más países le dieran acceso a datos de recaudación tributaria como los que él ha analizado para Europa?  ¿Cambiarían sus conclusiones y recomendaciones?  Bien valdría la pena hacer la prueba, ¿no le parece? ¿Será que Guatemala daría el paso al frente?

Como sea, es tarea de todos, y no solamente de Piketty, mantener esta ventana de debate abierta el mayor tiempo posible.  ¡A ver cuánto aguantamos!

miércoles, 7 de enero de 2015

Déjese evaluar, presidente

“Tener que enfrentarse a una narrativa diferente de la oficial es una buena forma de obligar a construir una explicación o, mejor aún, encontrar nuevos caminos y corregir el rumbo.”

Dentro de menos de una semana el presidente Pérez Molina deberá rendir su informe de actividades.  El penúltimo de su gestión, aunque para todos los efectos prácticos quizás será este al que se preste más atención ya que dentro de pocos meses habrán nuevos presidente y vicepresidente electos, y presumiblemente la atención de la población en enero 2016 estará centrada más en quiénes conformarán el nuevo equipo de gobierno y menos en los logros y déficits del grupo que va de salida.  

Desafortunadamente este ejercicio de rendición de cuentas actualmente está reducido a un mero acto formal, totalmente intrascendente y carente de consecuencia y tracción política alguna.  Distinto a lo que pasa en otros países, donde se espera con interés el mensaje y señales que emanen del jefe del Ejecutivo. 

Me pregunto ¿por qué no es así en Guatemala?  Bien podría ser algo mucho más relevante y útil, pues al final es un esfuerzo de compilación de datos al que muchos funcionarios públicos le invierten horas de su tiempo, lo que a la postre se traduce en un costo que todos pagamos.  Pero en su formato actual me temo que es un bien público que no usa el público. 

Quizás el problema es que no tenemos punto de contraste para lo que el presidente dice que hizo durante el último año.  El país carece de un alter ego que ponga en remojo las barbas del mandatario de turno, y lo interpele a la luz de evidencia sólida, comprobable y recolectada de manera sistemática.  Así, los incentivos, incluso de aquellas instituciones que podrían estar jugando un papel de asesoría técnica y evaluación como la SEGEPLAN, carecen de un interlocutor técnicamente solvente y políticamente legítimo, con quien poder contrastar la información que año a año recolectan, empaquetan y tratan de comunicarnos.  

Reflexiono hoy sobre esto porque hace unos días leí notas de prensa que salieron en México a partir del Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2014 elaborado por el CONEVAL.  El resumen es crudo y al hueso: ingreso real que no se ha elevado en dos décadas, salario mínimo real sin movimientos significativos, pobreza que no ha disminuido a pesar de una mucho mayor cobertura en educación y salud, programas de gobierno sociales y productivos dispersos y con resultados magros, déficit en calidad de los servicios públicos, baja integración de hogares rurales a mercados fuera de sus localidades, entre otros.

Seguramente no son noticias que caen bien a los funcionarios de turno.  Pero visto más allá de la coyuntura, es un mecanismo democrático para provocar que la burocracia trate de argumentar de manera seria.  Tener que enfrentarse a una narrativa diferente de la oficial es una buena forma de obligar a construir una explicación o, mejor aún, encontrar nuevos caminos y corregir el rumbo. 

Es un ejercicio de auditoría que, bien conducido y aprovechado, puede provocar reflexiones y decisiones de política que vayan construyéndose cada vez más sobre la base de evidencia empírica y cada vez menos sobre lo que conviene a tal o cual funcionario y su agenda personal o de partido.   

¿Por qué no pensar en algo parecido para Guatemala?  ¿Por qué no apostarle seriamente a construir y legitimar una cultura de evaluación de la política pública? ¿A quién le interesa que no se sepa en qué se utilizan los recursos públicos? ¿Y a quién sí podría interesarle? Un esfuerzo de esta naturaleza ¿no facilitaría otras discusiones estructurales y recurrentes como la impositiva o las reforma institucional y de servicio civil? 

Ahí le dejo estas preguntas para arrancar el 2015 y aprovecho para desearle un año feliz y en paz.