miércoles, 29 de abril de 2015

Irregularidades regulares

“La ausencia de liderazgo ha sido patética.  Simple y llanamente han quedado a merced y han sido devorados por toda esta energía social que anda suelta.”

Guatemala es un país de irregularidades regulares.  Suceden cosas que son a ojos vista total y absolutamente irregulares, pero llevan tanto tiempo sucediendo que terminan internalizándose, volviéndose regulares y hasta predecibles.   

Tres ejemplos, así rapidito, solamente para ilustrar el punto:  1) desde la transición democrática de los ochenta, esos comités electoreros, mal llamados partidos políticos, tiene una vida útil que no va más allá de diez o quince años, con lo cual la intermediación política es pobrísima en contenido además de intermitente; 2) proponga lo que proponga (¡literalmente!), el candidato que termina en segundo lugar en una elección se convierte en el siguiente presidente, casi como por derecho adquirido; y 3) cada gobierno debe enfrentar al menos una crisis mayúscula, para la cual obviamente no está preparado, y cuyo desenlace es igualmente inesperado –por no decir de película–.       

El escándalo de “La Línea” fue el mechazo que detonó la debacle patriota, quienes estaban de un triunfalismo y arrogancia como no se veía en el Ejecutivo desde los tiempos de la firma de la paz.  Por algo dicen que no hay que hablar demasiado rápido, ni escupir al cielo, ni jurar que de esta agua no beberé.  Ahora, con la cola entre las patas, nos les ha quedado otra que pedir paciencia y calma, y hasta buscar iluminación divina.   

Pero así como son de predecibles y nefastas estas regularidades en nuestra vida política, así también pareciera estar resurgiendo la dignidad perdida de nuestra clase media, que ya se atreve a indignarse públicamente, asolearse, dar cacerolazos y pedir el cambio.  Si algo nos quedó claro a los guatemaltecos el sábado pasado es que, al igual que con las jornadas de aquel mayo del 93, hay límites que los políticos no deben cruzar.    

Las fotos aéreas de la plaza de la Constitución son realmente conmovedoras.  Transmiten una fuerza ciudadana que muchos creíamos en un coma profundo e infinito.  Ni se diga de la explosión geométrica que tuvo lugar en redes sociales con análisis producidos casi en tiempo real, de mañana, tarde, noche y madrugada, para alimentar así el argumentario de todos nosotros los indignados. 

Como bien leí en una de las muchas frases que circularon: cuando el gobernante pierde la vergüenza, el pueblo pierde el respeto.  No cabe duda que eso es exactamente lo que ha sucedido en este país.  El respeto se esfumó y las figuras del actual presidente y vicepresidenta están muy devaluadas.  La ausencia de liderazgo ha sido patética.  Simple y llanamente han quedado a merced y han sido devorados por toda esta energía social que anda suelta. 

No es para menos.  Menudo favor nos han hecho este par.  No solamente conformaron un equipo infestado de forajidos de quinta categoría, sino que además contribuyeron al descarrilamiento de nuestra ya maltrecha democracia y enclenques instituciones.  ¡Aquí está tu seguridad y tu empleo!, diríamos en buen chapín.       

¿Se acuerda de aquella otra columna que escribí hace un mes titulada “¡Maldita corrupción!”?  Sí, esa en donde decía que (sic) “además del daño que la corrupción ocasiona per se, el efecto de más largo plazo es que impide el florecimiento de una saludable diversidad política.  La sociedad deja de interesarse por la coherencia de los planteamientos programáticos de sus elites dirigentes y comienza a pedir lo básico: un mínimo de decencia.”   Bueno, si entonces me hizo falta un ejemplo, pues allí tiene este botoncito de muestra.   

¿Y ahora qué? ¿qué hacemos después de la protesta? Esas son las preguntas que están en el ambiente.  No es cosa menor, porque de la respuesta que demos derivarán consecuencias inmediatas pero también de más largo plazo.  Será el precedente que indicará si como sociedad supimos o no aprovechar esta ventana de oportunidad hasta hoy abierta, pero que ya hay quienes comienzan a tratar de cerrarla, sigilosos, tras bambalinas, a empujoncitos suaves, con esa paciencia cínica que los ha caracterizado siempre.  Están apostándole a que el clamor ciudadano será otra más de nuestras irregularidades regulares.   

Es hora de romper con ese oráculo.  Que no sea solamente honradez lo que exijamos.  Este es el momento de protestar, pero también de proponer y mucho más aún de reformar. 

jueves, 16 de abril de 2015

Desde el graderío

“Los gobiernos toman decisiones, equivocadas o acertadas, y las consecuencias más profundas y duraderas no se hacen sentir sino años después.”

Vamos a suponer –por un momento solamente– que tenemos ante nosotros a un grupo de ciudadanos que de buena fe quieren hacerse del voto popular para poder ser servidores públicos en un país imaginario, gestionando nuestras múltiples demandas sociales y procurando hacer un uso lo más eficiente y transparente posible de los pocos recursos financieros, humanos e institucionales que todos ponemos a su disposición. 

Si al supuesto anterior añadimos que el tiempo es escaso (¡sobre todo en política!), que el grupo de personas dispuestas a tamaño sacrificio es insuficiente, y que la cantidad de dinero que tienen es menor a la lista de necesidades de la sociedad acumuladas a lo largo de los años, entonces tiene mucho sentido intentar priorizar temas para concentrar energías.  De eso se trata al final todo esto ¿no?, de gestionar escasez. 

La pregunta del trillón de dólares pasa a ser entonces ¿cuáles debieran ser los criterios para elegir este tema y no aquel otro, para asignarle más recursos a la necesidad social “x” que a la necesidad social “y”?  Y la respuesta, como usted seguramente intuye o ya lo ha pensado en más de una oportunidad, es simple y obvia: no hay.  Precisamente allí reside la razón de ser del juego democrático, para tratar de convencernos que las prioridades identificadas por el candidato tal son mucho más urgentes y de mayor impacto social que propone el candidato cual. 

Para terminar de complejizar todavía más esta imaginación, es necesario decir también que en la selección de prioridades sociales debe haber una altísima dosis de convicción, y a veces hasta un poco de fe, de que se está haciendo la elección correcta, pues los resultados que verdaderamente valen la pena, esos que transforman la vida de las personas de manera sustantiva, no llegan de inmediato.  Generalmente son procesos largos que toman mucho tiempo.

Es así como el ciudadano votante tiene ante sí una de las mayores debilidades del sistema democrático: la paradoja de tener que elegir sin poder constatar los resultados de su elección y poder premiar o castigar a su elegido en el momento justo.  Incentivo muy perverso pues desincentiva la participación de los votantes tanto como la necesidad de buen desempeño de los votados.  Los gobernantes deciden y las consecuencias más profundas y duraderas no se hacen sentir sino años después, cuando ya se largaron. 

Luego, si la corrección del rumbo no puede hacerse en tiempo real ni nada que se le asemeje, ¿qué instrumentos nos quedan a los ciudadanos para hacer una elección política y juzgar los méritos de un candidato versus otro, de un equipo versus otro, de un enfoque de desarrollo versus otro?  Básicamente dos. 

Primero, la narrativa que logra articular cada uno de los contendientes, ese cuento donde intentan convencernos que su visión de la sociedad y sus planes a futuro recogen las necesidades más importantes de la sociedad, y las soluciones propuestas son las que procuran el mayor bienestar para la mayoría. 

Y segundo, la solvencia moral y profesional de los colaboradores cercanos al candidato.  Gestionar un gobierno es tarea de muchas personas, y por lo mismo es fundamental entender quién llega a cada puesto.  Así comienzan a gestarse expectativas en la población, tanto en cuanto a capacidad técnica como honradez y habilidad para constituir equipos de trabajo eficaces y eficientes. 

Ahora salgamos de ese imaginario y aterricemos en un país real y concreto, Guatemala, por decir algo.  Donde ni lo primero (narrativa) ni lo segundo (equipos) aplica.  Porque en algún momento decidimos como sociedad que ya no es necesario discutir ideas y propuestas alternativas, sino más bien la tendencia es que todo más o menos se parezca, por aquello de que el que se aleja mucho del hato corre el riesgo de perderse y ser devorado.  Y porque el uso y costumbre de nuestra muy noble y muy leal cultura política chapina tiende a ocultar los nombres de futuros empleados públicos hasta el último minuto. 

¿Y entonces?, me dirá usted.  Entonces, le diré yo, que es justamente allí en donde tenemos que seguir insistiendo desde el graderío.  Para que los toros se pinten tal y como son y nos permitan hacer una elección sin esa enorme catarata en el ojo político del ciudadano común, votante medio, agente económico, como usted quiera verse o llamarse.  De ese ejercicio depende mucho la perspectiva y futuro de nuestra democracia y desarrollo. 

jueves, 9 de abril de 2015

El laberinto

“Los logros sociales y el empoderamiento de una nueva clase media son dos condiciones que posiblemente obliguen a un ajuste quizás más lento, pero a la larga más sostenible e incluyente.”

El último informe macroeconómico del BID se titula “El laberinto. ¿Cómo América Latina y el Caribe puede navegar la economía global?”.  Una buena alerta, sin ser alarmista, sobre las disyuntivas de política económica que los países de la región enfrentan en los tiempos y condiciones actuales: con precios de materias primas a la baja, un repunte de Europa que no llega nunca, una recuperación de la economía estadounidense que solo recién comienza a dar señales alentadoras y unas perspectivas de crecimiento regional muy por debajo de lo experimentado durante los últimos años. 

En ese marco general me pareció muy acertado el esfuerzo analítico del banco en dos sentidos.  Primero, porque es un texto balanceado, que mezcla tendencias regionales, subregionales y detalles individualizados de cada economía. Así, la discusión y recomendaciones reconocen la realidad diversa de nuestros países.  Por consiguiente, la utilidad del texto aumenta.     

Que Latinoamérica va hacia un ajuste y consolidación fiscal parece inevitable.  Pero que dicho ajuste tomará formas muy diversas también lo es.  Afortunadamente los decálogos ya no nos aplican pues hay condiciones suficientes en cada país para pensar y dialogar de manera creativa la gestión de nuestras economías. 

Así por ejemplo, el reporte habla con mucha nitidez a países como Guatemala, que con bajas cargas fiscales y bajos niveles de gasto público dicha consolidación sería difícil de imaginar por la vía de reducir gastos solamente.  Ello automáticamente nos coloca en una discusión que evalúe otras opciones como buscar mayor eficiencia, transparencia y progresividad en el uso de recursos públicos, temas todos que evidentemente hemos descuidado durante los últimos años.   

La otra dimensión que me parece destacable tiene que ver con esta visión más o menos consensuada de que el tipo de ajuste que se de en la región será cualitativamente distinto a la raja-tabla de otros tiempos, que comenzaba siempre a cortar por el eslabón más débil: el social.  ¿Qué ha cambiado? Seguramente el aumento en gasto social durante los últimos veinte años ha generado suficiente inercia, que aunado a un crecimiento importante en la clase media de muchos países han creado hoy un ambiente político distinto, que obliga a ser más dialogantes en épocas de vacas flacas.  La sociedad latinoamericana ha tomado mucha conciencia y valoriza los logros sociales alcanzados, y difícilmente estaría dispuestas a ponerlos en juego por la sola necesidad de cuadrar las cuentas fiscales. 

Paulatina y sanamente nos estamos moviendo hacia la búsqueda de opciones menos bruscas y con más visión de largo plazo.  Los logros sociales y el empoderamiento de una nueva clase media son dos condiciones que posiblemente obliguen a un ajuste quizás más lento, pero a la larga más sostenible e incluyente.        

Un documento por demás pertinente en tiempo de elecciones, cuando comienzan a recalentar los viejos motores simplistas y monotemáticos de política económica.  Ojalá y la evidencia que aportan reportes de este tipo sea aprovechada para obligar a los liderazgos políticos a tener un debate mucho más consciente y ajustado al momento actual del país.  Como en otros países de la región, Guatemala también debe apuntalarse en las voces de su clase media para forzar un diálogo y gestión macroeconómica responsables y con mucha más visión de futuro.  Esa es la naturaleza de nuestro laberinto. 

jueves, 2 de abril de 2015

¡Maldita corrupción!

“(…) que roben pero que por lo menos hagan obra. ¿Obra? Sí, obra.  Que quiere decir asfalto, tubo, cemento y block.”

La diversidad de antecedentes determina la disparidad de expectativas. Por eso la corrupción tiene una proyección distinta sobre la política en cada país.  Así tal cual lo puso Carlos Pagni en su columna “El ABC de la corrupción”, haciendo una reflexión sobre los tres casos de las mujeres presidentas latinoamericanas que están enfrentando de manera simultánea escándalos por corrupción. 

Por supuesto, con el agravante que da haberse hecho del poder político con banderas de izquierda, con lo cual la pena y castigo es doble.  Porque así es muchas veces la moral: doble.  Como si los negocios bajo la mesa fueran exclusivos de tirios y no de troyanos.  No debemos olvidar que la corrupción, como el tango, se baila de a dos.  Y no con esto se disculpa la falta, solamente señalo el cacareo diferenciado.       

En todo caso, lo que no puede dejar de llamarnos la atención es ese enorme distractor en que se convierte la corrupción.  Desviando energías y recursos de aquello otro que en principio es mucho más sustantivo y edificante para la sociedad: el juego y competencia de ideas y propuestas alternativas para atender necesidades sociales.  De eso va la democracia y a eso aspira el desarrollo. 

En países más atrasados en términos de institucionalidad, organizaciones políticas y propuestas conceptuales la cosa es todavía peor, pues la corrupción se convierte en un freno doble.  Además del daño que ocasiona per se, impide el florecimiento de una saludable diversidad política.  La sociedad deja de interesarse por la coherencia de los planteamientos programáticos de sus elites dirigentes y comienza a pedir lo básico: un mínimo de decencia.   

En lugar de estar enfocados en temas sustantivos al desarrollo social, los escándalos que nos regalan a diario las clases dirigentes hacen que las demandas se vuelvan muy primarias: que roben pero que por lo menos hagan obra. ¿Obra? Sí, obra.  Que quiere decir asfalto, tubo, cemento y block.  

Y así es como la corrupción frena el progreso presente y futuro.  En países como Guatemala se nos pasan los años con una democracia que se quedó enana, un Estado anoréxico que no encontró la forma de dejar de serlo, partidos políticos que fueron vaciados de contenido, y una sociedad civil con déficit de atención, limitaciones discursivas e incapaz de resonar sus pocos mensajes para motorizar cambios. Todo, o una muy buena parte, a causa de esta maldita corrupción que nos carcome.    

El clamor por lo esencial, por intentar detener –o cuando menos denunciar– el descaro, paraliza todo lo demás: estrategias de desarrollo, claridad y consistencia en la política económica, consolidación de un modelo de protección social, cualificación y meritocracia en nuestra burocracia, reformas a la Constitución, por decir algo. 

Por supuesto, aunque en este río revuelto perdemos todos, como en la rebelión en la granja de Orwell, unos pierden más que otros porque unos son más iguales que otros.  Porque en Guatemala la espera es un lujo que ya solo se pueden dar unos pocos.  Los mismos pocos de siempre.  Esos a los que el impacto de un fallo de mercado o una ineficiencia gubernamental les representa poco más que una molestia o costo marginal que siempre pueden trasladar.  Mientras que para el resto mayoritario, este descalabro que estamos viviendo supone limitar seriamente las perspectivas de una vida plena. 

Esto es lo que volverá a estar en juego en cinco meses.  Y me temo que no con mucha perspectiva de cambio.  Al menos no dentro de las reglas actuales del juego y de sus actuales jugadores.  Se agotó el sistema, compatriotas.  Démonos cuenta que la pita ya no da para más. ¿Y ahora? 

Le deseo un feliz descanso de Semana Santa.