México
está sobre el tapete. Ahora por razones
distintas a las de hace dos años y un poco menos, cuando la recién inaugurada
administración Peña Nieto daba una demostración de voluntarismo y capacidad de
operación política para la ejecución de sus prioridades de gobierno. La cruzada nacional contra el hambre, las
diferentes reformas que impulsaron en diferentes campos –educación, financiera,
energética, fiscal, política–, el Pacto por México con los principales partidos
de oposición, el plan nacional de desarrollo que colocaba en el centro de la
discusión a la productividad e inclusión como ejes para la transformación
estructural del país, eran todas señales alentadoras.
Todo ello
hizo pensar que estábamos ante el inminente despegue de una de las principales
economías de la región, lo que también hubiesen sido buenas noticias para todos
nosotros centroamericanos. Pero de la
cuchara a la boca se cae la sopa, dice el refrán. Y los indicadores macro y micro se han tomado
su tiempo en dar signos vitales vigorosos, lo que sería la prueba última de que
las decisiones fueron las correctas.
Esta ha sido la pregunta impaciente del ciudadano medio.
Por
supuesto que, como en todo, hay un lapso de tiempo entre lo que se decide y
aprueba políticamente y lo que finalmente se manifiesta en la economía cotidiana
de los hogares. Entre otras cosas,
porque el contexto internacional, en donde la economía de Estados Unidos juega
un papel preponderante para nuestro país vecino, pues tampoco ayudaba mucho. Esta fue parte de la respuesta técnica que
emanaba desde el poder.
Hasta
ahí todo más o menos bien. Luego vino el
remezón, con Guerrero como último detonante, poniendo el acento en ese otro
gran tema de agenda nacional: seguridad ciudadana y crimen organizado.
En ese
contexto, Jesús Silva Herzog escribió una columna en el diario Reforma titulada
“El deber de oponerse”, a propósito de la delicada situación por la que
atraviesa el país, y la pobre respuesta que ha dado la oposición política. Imposible no hacer el paralelismo con los
señalamientos que en Guatemala se han hecho de la alianza entre el partido de
gobierno y el principal partido de oposición, manifiesta en la aprobación del
presupuesto público 2015 y la voladura controlada de varios de los candados para
asegurar una ejecución eficaz pero sobre todo transparente del gasto público.
Silva
Herzog lo pone en términos muy claros cuando nos dice (sic) “[l]o más
lamentable de esta crisis ha sido el silencio de las oposiciones, su
indisposición a serlo y a cumplir su responsabilidad democrática. Decía el
politólogo Gianfranco Pasquino que uno de los deberes esenciales de toda
oposición es ‘actuar conscientemente para permanecer como tal’: cumplir su
papel de cuestionador, preservar distancia y autonomía, cuidarse de los
peligros de la absorción. Es que a la democracia no le basta establecer el
derecho a oponerse. Requiere también que la oposición cumpla el deber de
oponerse. Sin una oposición activa, responsable y exigente, la democracia es
una farsa.”
Palabras
escritas al norte del Suchiate, pero que sin problema pasan el río y pareciera
que hubieran sido dichas por cualquier paisano chapín. La diferencia es que allá cuando menos tienen
una sociedad civil con capacidad de indignación, de organización para salir a
la calle, y de hacerse escuchar.