jueves, 18 de diciembre de 2014

¿Qué le pasa al de al lado?

“(…) Imposible no hacer el paralelismo con los señalamientos que en Guatemala se han hecho de la alianza entre el partido de gobierno y el principal partido de oposición.”

México está sobre el tapete.  Ahora por razones distintas a las de hace dos años y un poco menos, cuando la recién inaugurada administración Peña Nieto daba una demostración de voluntarismo y capacidad de operación política para la ejecución de sus prioridades de gobierno.  La cruzada nacional contra el hambre, las diferentes reformas que impulsaron en diferentes campos –educación, financiera, energética, fiscal, política–, el Pacto por México con los principales partidos de oposición, el plan nacional de desarrollo que colocaba en el centro de la discusión a la productividad e inclusión como ejes para la transformación estructural del país, eran todas señales alentadoras.   

Todo ello hizo pensar que estábamos ante el inminente despegue de una de las principales economías de la región, lo que también hubiesen sido buenas noticias para todos nosotros centroamericanos.  Pero de la cuchara a la boca se cae la sopa, dice el refrán.  Y los indicadores macro y micro se han tomado su tiempo en dar signos vitales vigorosos, lo que sería la prueba última de que las decisiones fueron las correctas.  Esta ha sido la pregunta impaciente del ciudadano medio. 

Por supuesto que, como en todo, hay un lapso de tiempo entre lo que se decide y aprueba políticamente y lo que finalmente se manifiesta en la economía cotidiana de los hogares.  Entre otras cosas, porque el contexto internacional, en donde la economía de Estados Unidos juega un papel preponderante para nuestro país vecino, pues tampoco ayudaba mucho.  Esta fue parte de la respuesta técnica que emanaba desde el poder. 

Hasta ahí todo más o menos bien.  Luego vino el remezón, con Guerrero como último detonante, poniendo el acento en ese otro gran tema de agenda nacional: seguridad ciudadana y crimen organizado. 

En ese contexto, Jesús Silva Herzog escribió una columna en el diario Reforma titulada “El deber de oponerse”, a propósito de la delicada situación por la que atraviesa el país, y la pobre respuesta que ha dado la oposición política.  Imposible no hacer el paralelismo con los señalamientos que en Guatemala se han hecho de la alianza entre el partido de gobierno y el principal partido de oposición, manifiesta en la aprobación del presupuesto público 2015 y la voladura controlada de varios de los candados para asegurar una ejecución eficaz pero sobre todo transparente del gasto público.     

Silva Herzog lo pone en términos muy claros cuando nos dice (sic) “[l]o más lamentable de esta crisis ha sido el silencio de las oposiciones, su indisposición a serlo y a cumplir su responsabilidad democrática. Decía el politólogo Gianfranco Pasquino que uno de los deberes esenciales de toda oposición es ‘actuar conscientemente para permanecer como tal’: cumplir su papel de cuestionador, preservar distancia y autonomía, cuidarse de los peligros de la absorción. Es que a la democracia no le basta establecer el derecho a oponerse. Requiere también que la oposición cumpla el deber de oponerse. Sin una oposición activa, responsable y exigente, la democracia es una farsa.”

Palabras escritas al norte del Suchiate, pero que sin problema pasan el río y pareciera que hubieran sido dichas por cualquier paisano chapín.  La diferencia es que allá cuando menos tienen una sociedad civil con capacidad de indignación, de organización para salir a la calle, y de hacerse escuchar.    

miércoles, 10 de diciembre de 2014

El qué y cómo de Veracruz

“Hoy la cruda realidad nos recuerda que fue una tremenda metida de pata el desmantelamiento físico y mental de lo público como eje central de la vida en sociedad.”

De la cumbre Iberoamericana celebrada en Veracruz han salido algunos (pocos) mensajes interesantes, que bien vale la pena decodificar y ponerles un poco de contexto.  Como dirían los patojos, déjeme hacer este tirito al marco y veamos qué sale.      

Primero, la toma de conciencia regional de que estamos ante el fin de un ciclo de alto crecimiento económico.  Las economías se desaceleran, el boom de las materias primas se esfuma y el financiamiento barato en dólares se terminó.  El PIB de 2004 creció a una tasa 5 veces más alta que la previsión para 2014.  No hace falta decir más.    

Segundo, estamos ante una región desigual, característica que se manifiesta incluso en los estilos de gobierno y prioridades que cada uno está dando para promover el desarrollo de sus respectivos países.  Así, no son comparables los casos de Argentina o Venezuela con los de México o Perú, por decir algo.  Eso que parece tan obvio, tiene un impacto claro en las opciones que se evalúan al pensar en una agenda de integración regional.  No en balde la frase del el rey de España “lleguemos hasta donde sea posible”.                 

Tercero, los presidentes del poder ejecutivo de Iberoamérica cerraron filas sobre la necesidad de seguir manteniendo en el centro del debate a la educación.  Pero ahora con un énfasis distinto al de hace veinte años.  La cobertura deja de ser el desafío principal y es más bien la calidad educativa el dolor de cabeza de nuestros sistemas de enseñanza.  Allí es donde hoy aprieta el zapato de la inequidad.   
 
Con esas tres pinceladas gruesas no sorprende que los términos que emanan de la cumbre sean diversificación productiva, innovación tecnológica, productividad, calidad educativa, infraestructura pública.  Si lo vemos fríamente, es un replanteo de la agenda de capital humano que estuvo en boga a principios de los años noventa.  Aparentemente no hay ningún énfasis nuevo, solamente desempolvamos un concepto que habíamos puesto a hibernar ante la buena racha por la que estábamos pasando.    

Sin embargo, lo que sí diferencia la discusión actual de la de hace dos décadas es la inclusión de la política industrial dentro del instrumental de política pública.  En aquella época hablar de política industrial estaba casi mal visto, pues eran los años de maldecir a todo lo que sonara a Estado.  Hoy la cruda realidad nos recuerda que fue una tremenda metida de pata el desmantelamiento físico y mental de lo público como eje fundamental de la vida en sociedad.  

Así nos lo recordaron dos mujeres latinas que, con propiedad y solvencia, sintetizaron el nuevo qué y cómo que la región debe priorizar. 

Por una parte, Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de CEPAL, insiste en el qué.  Señala tres rubros que no debiéramos negociar en estos momentos de ajuste: inversión pública en infraestructura, educación y diversificación productiva.

Y por la otra, Rebeca Grynspan, de la Secretaría Iberoamericana, pone el acento en el cómo.  Al decir “si quieres ir rápido, ve solo; pero si quieres ir lejos, hazlo acompañado”, nos recuerda la importancia de mantener la integración regional como un importante y potente instrumento de desarrollo.  

Qué y cómo invertir serán sin duda dos elecciones que los gobiernos latinoamericanos tendrán que hacer en estos años de ajuste que se nos vienen encima, y que ciertamente definirán el rostro de Latinoamérica a mediano plazo.   

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Transformación en 4 tiempos

“(…) la transformación rural está teniendo lugar, lo queramos aceptar o no, actuemos sobre ella o no.  Y las consecuencias de que suceda con un Estado ausente son nefastas.”

Hace un par de semanas escribí una columna titulada ¿vaciar o transformar?  Allí hacía referencia a lo importante que es mantener viva la discusión en Guatemala con relación al futuro de nuestro sector rural.  Planteaba dos visiones que actualmente compiten entre sí. 

Una que apela a la innegable tendencia a la urbanización y por consiguiente preparar a los habitantes rurales para en algún momento ser ciudadanos de ciudades intermedias o metrópolis; versus otra que, sin negar tal realidad, propone opciones de transformación rural que amplíen su viabilidad como espacio en donde nuevas generaciones quieran y puedan efectivamente quedarse o volver, porque allí pueden desarrollarse económica y políticamente.  En otras palabras, desmontar la nefasta igualdad que hemos hecho de ruralidad con atraso. 

Curiosamente durante los últimos días cayeron en mis manos un par de documentos muy interesantes sobre el mismo tema. 

Uno es un estudio que está por comenzar en Asia, coordinado por la Academia China de las Ciencias, cuyo objetivo es analizar procesos de transformación rural en China, Vietnam y Myanmar.  Pero ya no solamente para discutir el concepto de transformación rural y sus determinantes sino ir un paso más allá, buscando patrones y secuencias de políticas que puedan apoyar tal transformación.   

La tesis que empuja el estudio es que la transformación rural no solamente es posible sino que de hecho ya está teniendo lugar, a distintas velocidades y con distintos resultados, según las condiciones de cada país. 

Sin embargo, con todo y las diferencias idiosincráticas se pueden identificar por lo menos cuatro grandes fases.  La primera, en donde predomina la pequeña agricultura orientada a la seguridad alimentaria. En dicha fase el reto principal es aumentar su productividad.  La segunda fase es la introducción de cultivos de mayor valor agregado, que permita a productores pequeños ya no solamente satisfacer sus necesidades de alimentación, sino intercambiar en mercados más dinámicos y rentables, aumentando así su nivel de ingreso.  En la tercera, se observa una mayor diversificación en las estrategias de ingreso de los hogares más allá de la agricultura.  Aumenta la importancia de actividades rurales no agrícolas. 

Finalmente, la cuarta fase es una en donde los hogares rurales buscan especializarse.  Por una parte estarían aquellos que adoptan la migración como estrategia de empleo e ingresos y logran construir conexiones y relaciones económicas estables con mercados urbanos secundarios o ciudades principales.  Y por la otra, estarían aquellos otros hogares con ventajas comparativas para seguir trabajando la tierra, y por lo tanto alcanzando niveles de eficiencia y valor agregado en su producción tales que les permite generar un nivel de ingreso, acumulación y aseguramiento ante choques externos.     

El otro documento es un artículo que salió publicado en la edición de fin de semana del New York Times titulado “La desintegración de la China rural”.  Escrito por Joe Zhang, un ex gerente del Banco Popular de China, narra su experiencia al observar en un lapso de treinta años la transformación que han tenido aldeas chinas, explicado en buena medida por la retirada del Estado.  A su juicio, hoy la calidad de vida y el tejido social se han deteriorado significativamente en el campo chino. 

Guardando la distancia que obviamente existe entre la reflexión académica versus la narración de una experiencia individual, lo interesante de combinar ambos relatos es la conclusión a la que apuntan: la transformación rural está teniendo lugar, lo queramos aceptar o no, actuemos sobre ella o no.  Y las consecuencias de que suceda con un Estado ausente son nefastas.  

Es una nueva alerta a no dejar todo ingenuamente en manos del mercado.  Tiene que haber una acción afirmativa de parte del gobierno, que se materialice en inversión pública para generar condiciones mínimas que hagan viable a los territorios rurales.  Pero para eso es necesario un Estado fuerte política, técnica, institucional y financieramente.  Un Estado con capacidad de respuesta pero también de transformación.  

Lecciones que nos manda Asia y que son absolutamente extrapolables a países como Guatemala.