jueves, 16 de diciembre de 2010

Maestros, padres y capital humano

“Mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo.”

Todos estamos de acuerdo con que todos nuestros niños y niñas tengan acceso a un aula en donde formarse. La gran mayoría de nuestra población tiene eso claro hoy día. Es por eso que los padres buscamos la mejor educación a nuestro alcance para nuestros hijos. Y es por eso mismo que los gobiernos generalmente encuentran menor resistencia para dirigir recursos públicos hacia educación que hacia otras áreas.

En ese proceso de aumentar nuestro capital humano hay dos grandes retos: cobertura y calidad educativa. Por un lado están el aula, los pupitres, el bolsón de útiles escolares, el número de maestros, los libros de texto, son todos elementos que con relativa facilidad se pueden ver, cuantificar, y por tanto evaluar si se han alcanzado ciertas metas. Esta es la pelea por la cobertura.

Por otro lado está el conjunto de habilidades críticas que nuestros niños y jóvenes deben adquirir para poder insertarse en una sociedad y mercado laboral que demanda y retribuye cada vez más en función de lo que saben hacer y cada vez menos en función de los títulos alcanzados. Tales dimensiones del proceso educativo son de mucho más difícil medición. No se pueden tocar tan fácilmente como una escuela o un cuaderno. Esa es la pelea por la calidad educativa.

Lo interesante aquí es observar como prácticamente todos los países siguen más ó menos la misma secuencia. Primero se preocupan por abrir muchas escuelas, luego por garantizar los insumos que maestros y estudiantes requieren, y en un tercer momento caen al debate de lograr calidad en la educación. Vamos de lo más básico e inmediato a lo más complejo y de más largo plazo.

Sin embargo, la verdad es que la gran mayoría de personas no tenemos mucha idea de cómo procurar educación de calidad. Nos guiamos por señales incompletas – prestigio social de ciertas disciplinas, renombre de algunos centros educativos y maestros –. Vemos sujetos (nuestros niños y jóvenes y sus maestros), vemos insumos (aulas y útiles escolares), y vemos productos finales (profesionales exitosos o mediocres). El problema es que al momento de ver el producto final generalmente ya es muy tarde.

Lo que no podemos ver muy claramente es el proceso. Esa mezcla esfuerzo del maestro, dedicación del alumno, apoyo en el hogar, y una infraestructura adecuada para transformar capacidades potenciales en habilidades desarrolladas y aplicadas por el estudiante. Mucho menos aún sabemos cuánto pesa cada uno de esos factores en el producto final que se espera de la educación. Una pregunta para nada trivial cuando lo que está en juego es el retorno a una inversión de muchos años.

Por sentido común intuimos algunos de los factores que pueden determinar el éxito de las personas. Por ejemplo, nos parece que los maestros deben jugar un papel importante. ¡Será para menos, si nuestros hijos pasan interactuando con maestros la parte más productiva de sus días!

Pero además, no hay que perder de vista que el maestro es solamente uno más de muchos otros elementos. El nivel de ingreso de la familia a la cual pertenece la niña o el niño, así como el nivel de educación de sus padres son factores que esconden una dinámica mucho más profunda y compleja, que explica rendimientos diferentes entre estudiantes que atienden la misma escuela y son educados por el mismo maestro.

De hecho, algunos estudios documentan que mientras los maestros explican entre un 10% y 20% el logro educativo de los estudiantes, estos otros factores “fuera de la escuela” representan hasta un 60% del mismo. De allí se desprenden dos mensajes importantes: primero, para lograr calidad educativa, la calidad de los maestros es condición necesaria pero no es suficiente.

Y segundo, la responsabilidad que tienen padres y madres en el proceso de enseñanza de sus hijos es algo que no se puede ni debe desaprovechar. Para cerrar el círculo de calidad educativa, productividad, competitividad, crecimiento económico y desarrollo social, hay que descubrir y potenciar “todo lo demás” que rodea al niño.

Hacer una apología de la calidad de nuestros maestros es ignorar los muchos otros problemas estructurales que hacen más inclinada la pendiente del logro educativo para ciertos grupos de la población en Guatemala. La pobreza, violencia y desintegración familiar, el bajo nivel educativo de nuestra población adulta, la desnutrición, son todos lastres muy pesados que tienen un efecto en nuestros jóvenes. La calidad educativa es una tarea que no comienza ni termina en la escuela.

Prensa Libre, 18 de noviembre de 2010.

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