viernes, 12 de febrero de 2010

La formación de economistas en América Latina

“La inversión en capital humano que hace un individuo y una sociedad es justamente eso: una inversión. Y en cuanto tal debe procurar el mayor rendimiento posible”.

El BID publicó en diciembre del año pasado un documento de trabajo titulado “La formación de los economistas en América Latina”. El estudio presenta una visión comparada de la formación de estos profesionales en cinco países de la región – Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, y México –. Para ello analizan planes de estudio, libros de texto, profesores, métodos de enseñanza, perfil socioeconómico de los estudiantes, actitudes y opiniones sobre la carrera.

Aunque la preocupación por la calidad y pertinencia de la enseñanza de la Economía ha sido motivo de otras publicaciones similares en Estados Unidos y en Latinoamérica desde hace varios años, siempre es relevante revisar conclusiones y volver a tomarle el pulso a las nuevas generaciones para saber si se está siendo efectivo.

Al final, la inversión en capital humano que hace un individuo y una sociedad es justamente eso: una inversión. Y en cuanto tal debe procurar el mayor rendimiento posible – en este caso medido a través del perfil de ingresos de los futuros profesionales, así como de la utilidad que prestan a la sociedad en la que viven –.

Es imposible resumir todo el trabajo en este espacio. Por ello, quiero concentrarme en algunos hallazgos que me parecen suficientemente provocadores para el gremio. Los interesados pueden encontrar el documento completo en el sitio de internet del banco.

El primer elemento analizado fueron los planes de estudio. Aunque procuran guardar un cierto balance entre las áreas macro, micro, y cuantitativa, salta a la vista el poco espacio dado al estudio de la historia económica, economía institucional moderna, así como a cursos afines a otras disciplinas a las que la economía ha intentado volver a acercarse recientemente, como la política y la psicología.

A este respecto, el artículo del BID documenta una de las tensiones tradicionales que existe en cualquier plan de estudios en Economía a nivel de licenciatura: el tipo de entrenamiento que se ofrece a los jóvenes universitarios. En otras palabras, ¿se debe ofrecer un enfoque de “caja de herramientas”, en donde prime el uso de métodos cuantitativos y la formalización matemática, ó se debe implementar un enfoque “cable a tierra”, con cursos que pongan en contexto a los estudiantes y les desarrollen habilidad para interpretar los problemas coyunturales y estructurales del país?

A propósito de los libros de texto utilizados, el trabajo constata dos cosas: primero, que actualmente hay un total predominio del enfoque neoclásico tanto en macro como microeconomía. Y segundo, que hay poquísimos textos nacidos de las Facultades de Economía latinoamericanas. En algunos casos ello puede explicarse por no contar con docentes e investigadores de dedicación completa, pero hay universidades de la región en donde ese ya no es el caso.

No se trata de reinventar la rueda, pero como bien se dice en el artículo, “(…) es bien probable que muchos estudiantes lleguen a familiarizarse más con la Reserva Federal y con los bonos de deuda del Tesoro de Estados Unidos, que con los problemas de credibilidad e independencia del Banco Central de su país, con la razón de ser de las metas fiscales, o con los debates sobre la estructura de monedas y plazos de la deuda pública.”

Con respecto a profesores y métodos de enseñanza, sobresale la insatisfacción de los estudiantes con la manera de transmitir el conocimiento, posible reflejo de “(…) falta de innovación, incapacidad para involucrar activamente a los estudiantes en el salón de clase, actualidad y relevancia de los contenidos”. Ello contrasta con que la mayor proporción de docentes es de dedicación parcial. Evidentemente se explota muy poco la experiencia de los profesores en sus respectivas actividades profesionales.

El perfil socioeconómico de los estudiantes de economía revela dos cosas: jóvenes que en un buen porcentaje provienen de hogares en donde sus padres cuentan con educación superior, así como jóvenes que trabajan para costearse sus estudios.

En cuanto a inserción laboral, llama la atención cómo el mito de que los economistas están destinados a engrosar las filas del sector público no es cierto. Entre 30 y 40 por ciento se insertan en el sector privado, otro tanto igual va al sector público, y entre 10 y 20 por ciento va a la academia.

Naturalmente después de leer el trabajo quedan ganas de saber cómo están las escuelas de economía en Guatemala y cómo les va a sus egresados. ¿No valdría la pena coordinarse entre las cuatro o cinco Facultades que actualmente ofrecen la carrera, para replicar este estudio y sacar lecciones más específicas al contexto guatemalteco? Sería un proyecto relativamente fácil y barato de llevar a cabo. Ya se cuenta con la plantilla, conclusiones preliminares a nivel región, el instrumento de recolección de datos, etc. El costo más alto es el de transacción: coordinarse y distribuirse la chamba para producir este pequeño pero útil bien público.

Prensa Libre, 11 de febrero de 2010.