jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Acuerdos o recuerdos de paz?

“A inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.”

Ayer se cumplieron 14 años de la firma del último de los acuerdos de paz. Léase bien: el último de los acuerdos, porque el primero tiene fecha 25 de julio de 1991. Y si el punto de partida fuera el inicio de las conversaciones entre las partes, probablemente rozaríamos ya el cuarto de siglo. En otras palabras, a tres cuartas partes de nuestra población el capítulo del conflicto armado interno que les tocó vivir fue su fase de negociación, acuerdos, e implementación de lo pactado.

Una lógica lineal, en donde yo recuerdo más aquello que me acaba de suceder, haría pensar que los Acuerdos de Paz debieran estar dentro de los referentes históricos que se guardan con mayor frescura en la mente de nuestra población adulta (no digamos nuestros dirigentes políticos). Y si eso fuera así, debieran ser usados como referentes, lo mismo que otros esfuerzos de diálogo nacional igualmente valiosos – el Pacto Fiscal es otro ejemplo.

Pero no es así. Del contenido de todos los acuerdos, probablemente el dato que ha podido inmortalizarse con mayor efectividad es el relativo a la carga tributaria del país. El famoso, mágico y elusivo 12% al que todos nos referimos cada poco, cuando se discute el papel del Estado y los recursos que necesita para cumplir con sus funciones.

Irónicamente ni siquiera recordamos con precisión la cifra de muertos, desaparecidos y desplazados. Salvo aquellas familias – la mía es una de ellas – en donde todavía tenemos en la sala de la casa la foto y presencia de uno de aquellos jóvenes idealistas, que supieron tenerlos bien puestos y creyeron – equivocadamente o no, la historia será quien los juzgue – salir a la calle a solidarizarse, protestar e intentar transformar una realidad que les parecía injusta y abusiva con los derechos de la mayoría.

Hoy escuchamos en tarimas gritos y discursos delirantes que, cuando no son epidérmicos para la magnitud del problema social que tenemos entre manos, ponen en evidencia un minimalismo e inconsistencia conceptual, que francamente solo se puede explicar por una sola razón: a inversiones políticas, económicas y sociales de la magnitud que tuvieron los Acuerdos de Paz, les estamos aplicando una tasa de depreciación demasiado alta.

La coyuntura actual nos hace pensar que bien valdría la pena desempolvarlos y agitar nuevamente la discusión nacional que plantearon aquellos acuerdos, llevarlos un poco más lejos del sitio de internet de la SEPAZ, los cambios diarios de la rosa en el Palacio Nacional de la Cultura, o el cumpleaños de cada 29 de diciembre. En esa letra están identificados con mucha claridad y precisión, probablemente los principales grandes temas que hoy todavía nos afligen: seguridad, empleo, crecimiento económico, reducción de pobreza, institucionalidad democrática, derechos humanos, reforma del sector justicia, derechos de los pueblos indígenas, papel de la sociedad civil, poblaciones desarraigadas y excluidas, entre otros.

Pero además, el proceso de paz guatemalteco tiene la ventaja de que todavía los jóvenes podrían interactuar vivamente con la mayoría de personajes que los tejieron. Ese es otro gran activo que nos debiera ser de gran utilidad, más allá de la letra muerta y los análisis publicados que pueden contar solamente una parte del proceso.

Fue un esfuerzo valioso, amplio, lento, doloroso, lleno de sobresaltos, pero que definitivamente resume y demuestra una capacidad de diálogo y convivencia pacífica de los guatemaltecos. Capacidad de sentarnos a una misma mesa a pesar de nuestras profundas diferencias de origen; de identificar una agenda estructural, bajándola del campo de las generalidades y buenas intenciones a un plano un poco más tangible, con deducción de responsabilidades más claras y un cronograma más o menos preciso.

En fin, no me cabe la menor duda que las causas de muchos de los problemas identificados en los Acuerdos de Paz siguen vigentes, como tampoco es secreto que otros nuevos retos han aparecido desde entonces, y que seguramente necesitaríamos una segunda generación de acuerdos nacionales que tuvieran la capacidad de reconocer esos nuevos problemas que hoy nos agobian.

Creo que el diálogo sigue siendo la mejor avenida por la cual transitar para poder seguir viviendo en sociedad y en democracia. En todo caso, aprovecho para darles las gracias a todos ustedes, hombres y mujeres, que trabajaron en primera, segunda o tercera fila en el proceso de paz. Dejaron un legado valioso, que hoy debemos tratar de no convertir en simples recuerdos de paz.

Apreciado lector, ¡que tenga un buen inicio de año!

Prensa Libre, 30 de diciembre de 2010.

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