viernes, 29 de enero de 2010

Estado, unos más y otros menos

“En el mundo desarrollado probablemente haga falta menos Estado, en Centro América claramente nos está haciendo falta más peso, calidad, y presencia del mismo”.

Todo parece indicar que el siguiente gran debate en economía será repreguntarnos cuál es el papel que debe jugar el Estado. Una discusión que (ingenuamente) creímos superada desde hace ya algunos años, sobre todo después de haber transitado durante el siglo pasado de un extremo a otro. Primero con los excesos de la planificación central post segunda guerra mundial, y luego con el “Reaganomics” – reformas estructurales, reducción, y desmantelamiento de lo público – aplicado a rajatabla durante los años ochenta y noventa.

Para los latinoamericanos, este debate todavía resuena en la mente y memoria de muchos, unos porque tuvieron que implementarlo, y otros porque vivieron las consecuencias de tales medidas. Como todo, algunas cosas dejaron buen sabor de boca, y otras nos quedaron debiendo.

La importancia de ser responsables y consistentes macroeconómicamente fue una lección asumida, que en muchos casos aprendimos con sangre, pero que demostró ser el camino correcto. Así lo constatan las estadísticas recientes que describen a América Latina como una región que no fue afectada de manera tan profunda con la última crisis, y para la que anticipan la mayor aceleración (recuperación) de todas las subregiones en el 2010.

Por el contrario, privatizaciones y la regulación que debió acompañarla, la tercerización de servicios básicos, y el ninguneo de las oficinas de planificación económica, probaron ser ejercicios incompletos, en algunos casos, y francamente equivocados, en otros.

Interesante y rico es el debate actual en el hemisferio norte, donde ya comenzaron a escucharse cañonazos intelectuales y políticos con relación a cuánto más Estado se necesita. Las razones que resuenan son todas meritorias. Elevados déficits fiscales, alta participación del Estado en la economía, condiciones demográficas que vaticinan una presión mayor sobre el gasto en pensiones y salud para una población que envejece, son solamente algunos de los motivos de preocupación.

En contraste, ese no es el panorama en nuestro istmo – mucho menos en nuestro país. Mientras que allá se discute cómo hacer menos metiche a un Estado que probablemente se está pasando de la raya, aquí todavía tenemos una inmensa geografía y población para la cual el Estado “ni fu ni fa”.

Allá, los americanos se acongojan con déficits fiscales del 12% del producto; los ingleses y franceses cuestionan el tamaño del gobierno cuando ven que ya rebasó el 50% del PIB. Aquí se nos para el pelo por subir la carga tributaria un punto y medio, aunque todavía no tengamos una escuela secundaria en cada municipio.

Allá se discute cuál debe ser la edad mínima de retiro para hacer sostenible el sistema de pensiones. Aquí preguntamos cuál es la edad mínima para salir a trabajar. Como dice Rubén Blades en una canción: “(…) así fue la baraja, en casa del pobre, hasta el que es feto trabaja”.

En ese sentido, es adecuado volver a reflexionar sobre el tamaño y funciones óptimas el Estado en pleno siglo XXI, pero hacerlo acorde a la realidad de cada cual. En el mundo desarrollado probablemente haga falta menos Estado, en Centro América claramente nos está haciendo falta más peso, calidad, y presencia del mismo. Ni siquiera hemos agotado discusiones elementales como cobertura total y gratuita en la provisión de bienes y servicios básicos, ni qué decir en cuanto a calidad mínima en la provisión de los mismos.

Por si eso fuera poco, acontecimientos recientes son ejemplos dolorosos de que indiscutiblemente hay un Estado mínimo para hacer viable a cualquier país. El terremoto de Haití, el huracán Mitch en Honduras, linchamientos, narcotráfico, y depredación ambiental en Guatemala, son claras manifestaciones de la poquísima capacidad de reacción que tienen nuestros Estados.

Dos reflexiones finales: primero, queda demostrado que las discusiones en ciencias sociales son recurrentes, y se explican por la misma naturaleza cambiante del ser humano y su entorno. El Estado del siglo XX no es el Estado que se necesita en el siglo XXI. De modo que revisitar estos temas es saludable, siempre que los interlocutores hayan evolucionado al ritmo que lo ha hecho el contexto que los rodea.

Y segundo, en Guatemala debiéramos prepararnos para reabrir el tema – que no quiere decir estar a la defensiva, sino más bien dispuestos a ventilar puntos de vista de forma abierta y libre. Debatir siempre es positivo, es la base del progreso de toda sociedad, siempre que no se convierta en un recitar letanías adecuadas para una sociedad que no es la nuestra, mucho menos para un Estado que jamás hemos visto.

Prensa Libre,28 de enero de 2010.

Paul Samuelson

“(…) muchos economistas desearían haber escrito tan siquiera un artículo seminal – uno que cambiara de manera fundamental la forma en que la gente piensa sobre algún tema. Samuelson escribió docenas de ellos”.

El pasado domingo 13 de diciembre falleció el Profesor Paul Anthony Samuelson a la edad de 94 años. Primer americano en obtener el premio Nobel de economía, incansable investigador, formador de opinión pública y de generaciones de estudiantes universitarios. Pero sobretodo, reconocido por colegas y alumnos por su profunda calidad humana y sencillez. Sin duda alguna uno de los economistas más influyentes del siglo XX, no solamente por sus aportaciones en el campo teórico, sino también en el ámbito metodológico y docente.

Difícil (además de osado) intentar hacer el recuento de las aportaciones de Samuelson. Paul Krugman, premio Nobel de Economía del 2008, y durante algún tiempo colega de Paul Samuelson en el MIT, escribió un editorial en el New York Times diciendo: “(…) muchos economistas desearían haber escrito tan siquiera un artículo seminal – uno que cambiara de manera fundamental la forma en que la gente piensa sobre algún tema. Samuelson escribió docenas de ellos…”

En el campo teórico destacan su modelo “multiplicador-acelerador” para explicar ciclos de negocios, el “teorema Stolper-Samuelson” para explicar el impacto diferenciado del comercio sobre distintos grupos de agentes económicos, contribuciones a la teoría de bienes públicos, y modelos de generaciones traslapadas – que han sido de mucha utilidad para estudiar temas como seguridad social y el manejo de deuda pública –. Así también desarrolló lo que él mismo bautizó como la “síntesis neoclásica”, en donde conjuga dos aparatos de análisis, neoclásico y keynesiano, en función de las condiciones en que se encuentre la economía.

En cuanto al método, el Profesor Samuelson fue reconocido desde muy temprano en su carrera como lúcido economista matemático. De allí que otra de sus grandes contribuciones a la disciplina haya sido la formalización matemática de principios económicos.

En el campo docente, me atrevería a decir que una gran mayoría de estudiantes universitarios alrededor del mundo han pasado por las páginas de su famoso libro de texto “Economía”, cuya primera edición data de 1948. Todavía recuerdo la sensación que me causó leer el párrafo final de su prefacio. Me permito reproducirlo aquí porque creo que captura un momento único en la vida de cualquier estudiante de economía.

Dice así: “(…) Es comprensible que al comenzar su viaje por las tierras de los mercados, el lector esté algo inquieto. Aní¬mese. Lo cierto es que envidiamos al principiante que se adentra por primera vez en el fascinante mundo de la economí¬a. Es ésta una emoción que, por desgracia, sólo puede experimentarse una vez en la vida. Así¬ pues, dispuesto ya a comenzar, le deseamos ¡buen viaje!”.

Con esas palabras, Samuelson nos introdujo a los conceptos de escasez, mercados, desempleo, impuestos, comercio, gobierno, externalidades, bienes públicos, y muchos más. Cómo él mismo declaró en una entrevista: “No me importa quién escribe las leyes de una nación si yo puedo escribir sus libros de texto de economía”.

Contemporáneo de John Maynard Keynes, fue un activo promotor de muchos de sus postulados. Convencido del papel que los gobiernos pueden jugar para tratar de acelerar procesos de recuperación económica. En una de sus últimas entrevistas concedida a la BBC, al comentar sobre los paquetes de estímulo fiscal impulsados actualmente por muchos gobiernos, hizo el contraste con las medidas (keynesianas) de política que se tomaron en la década de los años treinta, diciendo “no fue el dinero lo que nos sacó de la gran depresión, fue el gasto…”.

Por toda esta herencia intelectual, me parece oportuno concluir recordándolo con un texto atribuido al economista inglés:

“El estudio de la Economía no pareciera requerir atributos muy especiales. ¿No es considerado acaso un tópico relativamente simple cuando se compara con disciplinas más elevadas como la filosofía o la ciencia pura? ¡Un tópico simple que muy pocos dominan! Esta paradoja probablemente se explica en que el economista verdadero tiene que poseer
una rara combinación de cualidades. Tiene que tener algo de matemático, historiador, político y filósofo. Tiene que entender símbolos, pero hablar con palabras. Tiene que observar lo particular a través de lo general, y combinar lo abstracto y lo concreto en un mismo pensamiento. Tiene que estudiar el presente a la luz del pasado para saber qué hacer en el futuro. Ninguna parte de la naturaleza humana o de la sociedad puede quedar completamente fuera de su campo de atención. Tiene que ser intencionado y objetivo simultáneamente; tan puro e incorruptible como un artista; pero, a veces, tan pragmático como un político”.

Prensa Libre, 17 de diciembre de 2009.

La guerra que se comió nuestro capital humano

“Una sociedad en guerra se educa menos porque parte de su población en edad escolar está combatiendo en vez de estar estudiando”.

Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar la presentación de un artículo académico titulado “The human capital consequences of civil war: evidence from Guatemala” (Las consecuencias de la guerra civil sobre el capital humano: evidencia para Guatemala). Los autores son dos economistas de la Universidad de Indiana y del Banco de Guatemala, Rubiana Chamarbagwala e Hilcías Morán. El título mismo del trabajo ya atrapa la atención de cualquier interesado en temas de desarrollo, no digamos si se tiene una noción mínima de lo devastador que fueron los conflictos armados en Centro América.

La pregunta que se hacen los autores es ¿cuánto afectó los 36 años de guerra en la acumulación de capital humano en Guatemala? Por supuesto que con un poco de intuición se puede adelantar una respuesta cualitativa.

Una sociedad en guerra se educa menos por varias razones. Porque parte de su población en edad escolar está combatiendo en vez de estar estudiando, porque se distraen recursos públicos que debieran asignarse a educación y salud (formación de capital humano), porque se destruye la infraestructura productiva y con ello las oportunidades laborales de las personas, etc. Al final del día la consecuencia es una sola: una sociedad menos educada es menos productiva, con lo cual reduce sus oportunidades de crecimiento económico y de desarrollo social.

Sin embargo, la novedad del trabajo está en otra parte. En primer lugar, en su diseño metodológico y uso creativo de fuentes de información para intentar darle respuesta a la cuestión – ¿cuánto menos dejamos de educarnos por culpa de la guerra? –. Y en segundo lugar, porque se suma a la literatura sobre el conflicto en Guatemala desde una perspectiva de desarrollo económico, cosa que no ha sido usual en el caso de nuestro país.

Para lograr dicho objetivo los autores combinan distintas bases de datos – los censos de población de 1983 y 2002, el informe de la Comisión del Esclarecimiento Histórico que surgió de los compromisos adquiridos en los Acuerdos de Paz, y el informe del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) –, así como varias técnicas microeconométricas propias del tipo de información al que tuvieron acceso.

De las muchas cosas interesantes que se pueden extraer del trabajo destaca cómo, a pesar de las restricciones metodológicas y de acceso a información, el estudio refuerza hallazgos que otros investigadores han tenido al tratar de explicar fenómenos relacionados con el rezago de ciertos grupos de nuestra sociedad: la población rural y la población indígena. Por ejemplo, en aquellos departamentos en donde se registraron la mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos, los hombres indígenas de las zonas rurales llegaron a educarse en promedio hasta un 23 por ciento menos, y las mujeres indígenas de zonas rurales hasta un 30 por ciento menos.

No está de más recordarnos que cuando se analizan trabajos como estos, deben interpretarse como meras aproximaciones a algo que sabemos es más complejo. Con efectos que trascienden más allá de variables simples como la escolaridad de las personas o el ingreso que dejaron de percibir por no educarse lo suficiente. Evidentemente existen otras dimensiones que no se pueden medir con los datos disponibles. Desde esa óptica, los resultados pueden ser considerados como un “límite inferior” de los efectos negativos del conflicto en nuestro nivel de desarrollo.

Después de leer el artículo y de escuchar a uno de los autores exponer sus principales conclusiones pensé en qué hubiera sido de nuestro país si en vez de poner a nuestros jóvenes a disparar tiros hubiéramos formado miles de maestros, contadores, bachilleres, y técnicos agrícolas. Si en lugar de asesinar líderes los hubiéramos puesto a debatir de forma amplia y vibrante desde el seno de nuestros partidos políticos y desde el Congreso de la República para que imaginaran la Guatemala de hoy. O si en lugar de gastar en armas y municiones hubiésemos becado a jóvenes para que salieran al exterior y volvieran a prestar servicio público en vez de militar.

Pero también pensé en la esperanza que da saber que la condición humana reverdece, y ya hay otra vez una cantidad importante de jóvenes guatemaltecos que están fuera del país educándose, y que estarán volviendo a dar su aporte en unos pocos años. Señal inequívoca de que la marea comienza a cambiar. ¡Ojala nunca más se nos vuelva a ocurrir la grandiosa estupidez de desterrar a miles de compatriotas ó decapitar a nuestras cabezas pensantes!

Prensa Libre, 3 de diciembre de 2009.

Impuestos, atraso, y nuestras voces calificadas

“A veces nos comportamos como un país poco serio. No solamente incapaz de sentarnos a la mesa y construir una ruta hacia la autosuficiencia fiscal para costear nuestra propia salida del atraso, sino que además, lo poquísimo que recaudamos muchas veces no lo gastamos de la forma más eficiente y transparente posible”.

Leer los diarios de cualquier país es siempre muy interesante. Son como un termómetro que refleja las preocupaciones de la sociedad en un momento dado, pero además, pone al desnudo a una parte de su intelectualidad, su elite educada, sus voces calificadas, que intentan comunicarse con un pueblo que, aunque no tenga para un lustre, se compra un periódico y lo hojea mientras espera la camioneta para ir al trabajo.

Últimamente la tinta y el papel se consumen, una vez más, en temas fiscales. Entre el presupuesto 2010, préstamos para aprobación en el Congreso, y la reforma tributaria enviada hace un par de días por el Ejecutivo. La gritería esta puesta. En notas, entrevistas, columnas de opinión, dimes y diretes, cachetadas, vasos de agua, conferencias de prensa, chistes y sarcasmos, reuniones clandestinas, salidas en falso, frenazos, arranques de optimismo, y lo que usted guste y mande.

De todo hay. Todo menos un espacio amplio y serio para discutir el tema. Todos vociferan desde su metro cuadrado. Ninguno abandera un esfuerzo serio y comprometido, con capacidad de abstraerse del vértigo de la politiquería aldeana que nos define. Dicho sea de paso, y solo para que no se nos olvide, el Pacto Fiscal está por cumplir 10 años y los Acuerdos de Paz 15. Como que nos está haciendo falta relanzarnos como sociedad y sacudirle un poco el polvo a ambos documentos, que al día de hoy son nuestros referentes más cercanos a un pensamiento nacional con visión de mediano plazo.

Después de darle una pasada en diagonal a los argumentos expuestos recientemente por nuestras voces calificadas, queda una sensación de alarma ante la miopía que irradia de frases como: “la carga tributaria que tenemos ya es suficiente…”, “otra vez vienen estos dueños del esfuerzo ajeno contra los que sí nos fajamos trabajando…”, “con los impuestos matamos la creatividad y la inversión de los exitosos…”, “para qué más, ¿para que se lo roben?...”, “que le entren al contrabando y la economía informal…”. Me recordó a un amigo que me dijo: “mire profesor, es que aquí le entramos surtido…”. (Vea esta gráfica y me cuenta qué le parece).

Por supuesto que es igual de miope pretender fortalecer al Estado única y exclusivamente dándole más recursos financieros, condición necesaria pero no suficiente. Cae de su peso que la corrupción y el contrabando son dos tumores que debemos extirpar, pero esa es una cirugía mayor, y creo que va a costarnos mucha plata.

Expresar oposición a un planteamiento es perfectamente válido y saludable para la democracia. Eso está muy bien. Pero hacerlo en forma de chojín, mezclando todo con todo, carne con hueso, Chana con Juana, no auguro que nos lleve muy lejos. No entiendo una oposición al tema tributario que en el camino sataniza conceptos como el servicio público, la focalización del gasto para reducción de la pobreza, las instituciones del Estado, la política social, y todo lo que se ponga enfrente.

¿Sabe usted cuál es el “chambre” que se escucha en los pasillos de la comunidad internacional – esa misma a la que nos queremos insertar flamantemente en el nombre de la globalización y la integración económica? Que a veces nos comportamos como un país poco serio. No solamente incapaz de sentarnos a la mesa y construir una ruta hacia la autosuficiencia fiscal para costear nuestra propia salida del atraso, sino que además, lo poquísimo que recaudamos muchas veces no lo gastamos de la forma más eficiente y transparente posible.

Lo más irónico es que hasta las calificadoras de riesgo han dicho que los recursos fiscales son importantes para la estabilidad de un país (si no me cree pregúntele a México). Ni se diga organismos como el FMI, ó el Banco Mundial, y demás agencias de cooperación. Esto no es un tema que abandera solamente Naciones Unidas y sus pobretólogos, como leí en alguna parte. Es mas bien una realidad que todos ven menos nosotros. Curiosamente sobre lo anterior no comentan gran cosa nuestras voces calificadas.

Leer los diarios de cualquier país es siempre muy interesante… cuando se tienen el tiempo para leer, los tres quetzales para comprarlo, y se entiende lo que se lee. Eso todavía es un privilegio de pocos en Guatemala, y cambiar esa realidad nos va a costar no solamente muchos quetzales sino muchas horas de trabajo de nuestros servidores públicos.

Prensa Libre, 26 de noviembre de 2009.

Fijese que no me acuerdo...

“Cada vez es más clara la evidencia que sugiere el tránsito de sociedades pobres y densamente pobladas hacia sociedades ricas y con una tasa de crecimiento poblacional menor”.

El tema del crecimiento poblacional es un debate viejo en la historia de la humanidad. Que despierta acaloradas discusiones y que generalmente se plantea desde dos campos. Por una parte, a nivel macro, hay los que argumentan a favor o en contra de las ideas de Thomas Malthus, intelectual inglés, quien a finales del siglo XVIII pronosticaba que la tasa de crecimiento poblacional llegaría a ser tal que no sería posible alimentar al mundo.

Vale decir que la evidencia demostró que el análisis de Malthus estaba incompleto al no anticipar el fenómeno de la revolución industrial, aumento de la productividad de las personas, y la consabida caída en la tasa de fertilidad de los hogares en países que hoy se consideran desarrollados. Sin embargo, su propuesta todavía hoy se debate a la luz de la relación entre población y fragilidad de los ecosistemas.

Por otra parte, hay otro grupo de reflexiones sobre el tema poblacional que se va por un enfoque más micro, apelando al derecho de las personas a decidir por sí mismas. Usualmente es aquí donde se discute el papel que debe o no jugar el Estado, en la provisión de bienes públicos – ¡la información uno de ellos! –, y en la formulación de políticas que tienen que ver con población.

Cualquiera sea el enfoque, lo cierto es que en la vida de las personas probablemente haya muy pocas decisiones de tanta trascendencia como la de planificar el tamaño del hogar. Y en eso, idealmente se esperaría que una sociedad moderna acepte mínimamente dos principios: el primero, que esta fuera una decisión que involucra a la pareja. Es decir, que no fuera algo unilateral, porque los sacrificios materiales y emocionales que supone una paternidad y maternidad responsable son de tal magnitud, y porque tanto el padre como la madre juegan un papel fundamental en la formación de los hijos, que idealmente debe ser una decisión y tarea compartidas.

Y el segundo principio, que dicha decisión se debe procurar en una ambiente en donde lo que menos debe faltar es información. Aquí es donde juega un papel central el Estado, no para imponer o coaccionar, sino para informar y poner a disposición de la sociedad, educación y tecnología propias de un mundo moderno, de manera que las personas elijan informada y libremente.

Desde una óptica estrictamente macroeconómica, cada vez es más clara la evidencia que sugiere el tránsito de sociedades pobres y densamente pobladas hacia sociedades ricas y con una tasa de crecimiento poblacional menor. Similarmente, al observar la dimensión micro, o sea la dinámica interna de los hogares contemporáneos, cada vez es más evidente que el tiempo de los padres y madres dedicado a la formación de sus hijos es finito, como también son los ingresos que generan para sostener una familia. Cada vez son menos las familias que pueden cubrir sus necesidades con un solo ingreso, de lo cual se deduce que a más hijos menor proporción de tiempo, ingreso familiar, y por consiguiente, oportunidades para su formación y desarrollo futuro.

Solamente una decisión libre e informada hará que la construcción de ese proyecto de vida familiar sea una experiencia que provoque ilusión y amor, y no se constituya en fuente de frustración y resentimiento. Un proyecto familiar que verdaderamente pueda brindar oportunidades y condiciones de vida mejores a los nuevos seres humanos y no perpetuar ciclos de pobreza y miseria. Un proyecto familiar que contribuya a una sana discusión y crecimiento en la pareja, y no algo donde uno decide y el otro calla y se aguanta.

La discusión que se ha ventilado durante los últimos días en los medios de comunicación me hizo recordar la imagen de una adolescente indígena del área Chortí, con quien pude conversar por unos pocos minutos hace unos días. Creo que no tendría más de 17 años. De cada lado de su vestido se prendía firmemente un niñito y en su vientre crecía un tercero. Al preguntarle su edad me respondió con toda naturalidad “fijese que no me acuerdo”. Una frase tan sencilla, pero igualmente lapidaria. Que refleja una realidad plagada de negación, ignorancia, y desigualdad. Eso que en desarrollo se conoce como trampa de la pobreza, y que en el lenguaje de esa chiquita se resume en un “fíjese que no me acuerdo”.

En países como Guatemala, en donde todavía el ejercicio de los derechos entre hombres y mujeres dentro y fuera del hogar se distribuyen de forma tan desigual, es todavía más importante que los liderazgos nacionales – religiosos, políticos, intelectuales, empresariales, etc. – adopten posiciones progresistas y constructivas. Que orienten a aquellos que desafortunadamente todavía no han tenido tiempo ni medios para informarse mejor, y poder decidir sobre algo tan importante: el número de hijos desea tener y las consecuencias que acompañan tal decisión.

Prensa Libre, 12 de noviembre de 2009.