miércoles, 17 de junio de 2009

¿Hay dos sociedades en Guatemala? (Edelberto Torres Rivas, elPeriodico, 7 de junio de 2009)

La raíz de la crisis guatemalteca no está (solamente) en la economía o en la política. En la situación actual, la crisis es la manera de cómo la sociedad, que es en esencia el conjunto de relaciones interpersonales, va produciendo en la gente la pérdida de las certezas naturales, de las conductas predecibles, del respeto a normas y valores que se internalizan en el hogar y en la escuela. El deterioro viene desde la época del conflicto armado –un brutal escenario sangriento con la mayor impunidad– y es visible en la manera en cómo “la vida en el país se ha vuelto insoportable en todos sentidos”, sobre todo para la gente de menos recursos: “inseguridad objetiva que ha producido una grave inseguridad subjetiva”: la sensación de estar siempre al borde de la muerte, o de caer en una mayor pobreza, de que el mañana será peor, en medio del abuso o la desatención de las autoridades, escasez de bienes públicos, efectos de discriminación y en general, malos tratos de los que están (ligeramente) mejor, además de hambre, huracanes, desigualdades, lluvias, deforestación, impunidad, drogas.

Se ha producido ya una situación de anomia colectiva, que es una dificultad para reconocer las normas y los valores que rigen la vida en comunidad. Hemos perdido la sensibilidad frente al dolor ajeno, ¿cómo se reacciona frente a la noticia de 3 niñas violadas y brutalmente asesinadas… o a la de 15 homicidios diarios?; nos movemos entre la indolencia moral y el cinismo de la indiferencia; nos refugiamos en las excusas más egoístas al decidir sobre la vida en sociedad, carecemos de sentido de futuro. A la explicable obsolescencia del horror del pasado, “se advierte un desvanecimiento del futuro como un horizonte con sentido”, algo esperado; hoy día se vive el presente con desesperación que alimenta imágenes sin futuro, o una visión negativa del mismo. ¿Por qué hacemos este diagnóstico sobre el guatemalteco promedio?

Porque creo que está (estamos) en crisis la personalidad del guatemalteco, su naturaleza íntima, que se forma en un “clima de ilegalidades y abusos, actos de fuerza que más que castigados, son premiados por la sociedad”. En la sociedad, el matón es el héroe; con un Estado que no nos sirve, ineficaz, y una élite de millonarios egoístas, sin planes para hoy o para mañana, indiferentes a los imperativos de la equidad con la que hay que desarrollar las relaciones laborales. Han sido muchos los ciudadanos, conocidos por honestos, como buenas personas, que hoy día al acceder a situaciones de mando y/o donde se manejan recursos públicos, practican la violencia, el abuso, el aprovechamiento ilegal. Es entonces cuando las facetas más negativas de su personalidad tienden a manifestarse. Sorprende, por ello, que las formas más inverosímiles de corrupción surjan cotidianamente y por todos lados de la actividad pública.

Es preciso calificar bien esto. Se trata de una incierta condición en que se ha generalizado la creencia de que todos los valores han perdido fuerza, se han relativizado. En situaciones de crisis generalizada el buen hombre cambia y es elementalmente corruptible, violento, arbitrario.
Abusa no porque necesariamente ha sido abusado sino porque si no lo hace, pierde. No es inmoral sino amoral, pues no opta sino actúa; los límites de lo legal o ético se borraron. El dinero fácil atrae y el número de los que delinquen va en aumento.

Vivimos en un clima donde lo penado es lo normal. Max Weber, pensando en sociedades que se retrasan como Guatemala, dice que “El dominio de la absoluta inescrupulosidad es la búsqueda de intereses egoístas para hacer dinero, que ha sido precisamente un rasgo muy específico de aquellos países cuyo desarrollo capitalista ha permanecido ‘rezagado’ de acuerdo con las pautas de desarrollo occidental” (La ética protestante y el espíritu del capitalismo).

Del funcionario público, cualquiera que sea su categoría, se espera desde la mala atención, la coima menor, hasta el acto más corrupto y arbitrario. Entiéndase bien, lo que estoy señalando es la fácil: “corruptibilidad” que en tiempos de descomposición social cambia al hombre honrado.
Se produce un efecto de proyección que es el mecanismo de defensa por el que el sujeto que delinque atribuye a otras personas los propios motivos, deseos o emociones. Se ha manoseado por tanto tiempo la independencia o la honradez de instituciones o personas que ya el ciudadano común no puede imaginar que aún existan. “Esa es la raíz de la crisis: la desconfianza total”.

Dos aspectos son síntomas graves: la “democratización” de la criminalidad y el aumento de los que no creen en el futuro. El número de personas que hoy día delinque va en aumento. De 330 pasamos a 615 actos de extorsión, en el primer trimestre de 2008 y 2009; un tercio de los alcaldes del país han cometido más de un delito en 2008; en 12 horas se roba un promedio de 30 autos; aumentan los asaltos en los barrios y crece exponencialmente el número de personas que no resisten las ofertas del narcotráfico. En dos encuestas recientes se pregunta sobre ¿cómo cree será su vida en 2 años más? Y el 60 por ciento dice “muy mal”; y ¿dentro de una década?, y responden que será peor. Esto revela una ausencia de futuro, un abyecto conformismo.
Aumentan los delincuentes y los pesimistas. Ya nos acostumbramos a leer, con falsa vergüenza, que ocupamos los índices internacionales más bajos en aspectos sociales, de educación y cultura, salud, bienestar, etcétera.

Las causas son muchas y quedan para una segunda parte. Ahora sólo quería afirmar que esta vez la crisis, por su gravedad, sólo es un oscuro y prolongado pasado. El país ha atravesado muchas dificultades, esta es la primera vez en que resulta difícil ver una salida. Una opción viable, posible, efectiva. En esta ceguera reside la magnitud de la crisis. Hay dos Guatemalas sin duda.
Hemos hablado de una de ellas.

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