jueves, 11 de junio de 2009

Guatemala ante un cruce de caminos

Guatemala ha vuelto a ser centro de atención mundial. Lamentablemente esta vez por las razones equivocadas. Digo esto no solamente juzgando lo que recientemente nos han reportado medios de comunicación mundiales, información a la vista de cualquiera, con solo tener acceso a internet. Quizás “cualquiera” todavía es una palabra muy grande en nuestro país, dado que para muchos chapines el acceso a tecnología todavía es como Star Treck (viaje a las estrellas). Pero bueno, no es de oportunidades de lo que quiero comentar hoy, sino de la intensa reflexión que ha provocado el país en la comunidad internacional.

Durante los últimos días he podido atender tres eventos distintos, todos relacionados directa o indirectamente con el país. Todos han reunido a grupos diversos de personas, usualmente muy calificadas, y que comparten una característica común: o bien trabajan sobre Guatemala y la región centroamericana, o tienen que ver con temas similares a los que hoy consumen nuestra coyuntura (e.g. gobernabilidad, debilidad institucional, democracia, seguridad, etc.).

Centros de pensamiento, congresistas y burócratas del gobierno de los Estados Unidos, agencias multilaterales, organismos internacionales, grupos de presión, académicos universitarios, son solamente algunas de las voces que he podido escuchar recientemente. La percepción y conclusión es generalizada: Guatemala está ante un cruce de caminos, que claramente desborda a sus capacidades domésticas – institucionales, financieras, y humanas –, y donde el tema de seguridad (democrática) vuelve a ser el centro de gravedad.

La tentación de ver solamente la coyuntura, y tratar infructuosamente de explicarla, es muy grande. Por lo mismo, es bueno tomar distancia y dejar hablar a la historia reciente, recapturando tendencias de unos cuantos años para esta fecha. Ello nos permite identificar ciertos hitos que dan forma a la Guatemala contemporánea.

Después del retorno a la democracia formal de 1985, hecho tan recordado, sobretodo cuando enfrentamos crisis institucionales, los guatemaltecos nos hemos dado el espacio para pensar, ventilar discusiones, y avanzar sobre algunos cuantos temas estructurales.

Primero, la asignatura pendiente de aquel entonces (ochentas y noventas) era ponerle fin al conflicto. Fuimos capaces de montar un proceso de diálogo más o menos representativo, y firmamos unos acuerdos de paz, que en su momento se vieron como carta de navegación para los años venideros.

Segundo, en medio de nuestra gran pobreza económica, profundas inequidades, y permanentes esquemas de exclusión social y política, nos dimos cuenta de lo responsables que hemos sido la mayor parte del tiempo con respecto al manejo macroeconómico. Hecho que, sin duda alguna, nos quita un gran peso de encima, a diferencia de otros países vecinos que hoy ven seriamente limitadas sus capacidades de desarrollo por no haberse administrado con prudencia.

Tercero, después de la ortodoxia que emanó del Consenso de Washington, nos montamos en la ola internacional que reabrió el espacio a temas de reformas para el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. (Y debo decir además que, mientras todo esto pasaba, seguíamos acudiendo a las urnas, consolidando el ejercicio democrático formal, y alejando los fantasmas del fraude electoral).

Cuarto, hoy, tímidamente damos el siguiente paso para incorporar en nuestro léxico conceptos como desigualdad, inequidad, oportunidades, inclusión, política social, y todo ese diccionario que refleja la agenda moderna de desarrollo contemporáneo.

Ahora bien, este resumido tránsito por los grandes temas que hemos abordado en los últimos 20 años descansa sobre un hecho fundamental: participación democrática y decisión política. Probablemente el riesgo más importante que tenemos delante es que lentamente vamos cerrando la ventana de oportunidad a una visión y discusión integral y multifacética de nuestros problemas. Estamos cerca de caer en la tentación de proponer soluciones simplistas y monotemáticas a los grandes temas estructurales que nos mantienen en el atraso.

Sin darnos cuenta reaccionamos y recreamos condiciones para el retorno a una agenda de seguridad, parecida a la vivida en otras épocas. Ahora con un matiz ciudadano que la hace aparentemente legítima, razonable, y hasta necesaria en las condiciones de temor y desesperación que vive el ciudadano promedio.

Lo que entonces fue el pretexto de la guerra interna hoy parece reinventarse en un clamor popular genuino de seguridad ciudadana, por sobre y antes de cualquier otro objetivo nacional. Más que nunca estamos necesitando mucha responsabilidad política, visión de país, y acompañamiento de pueblos amigos, para que todo lo avanzado durante los últimos años no se vuelva una salida en falso.

(Prensa Libre, 11 de junio de 2009)

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