miércoles, 15 de octubre de 2014

El hambre que nos debiera avergonzar

“Si bien es cierto es un logro loable para China, también pone en evidencia que como humanidad no hemos sido capaces de generar procesos similares en todas las regiones.”

Así como en Washington convergen las instituciones de Bretton Woods, Roma es una suerte de “hub” agroalimentario.  Allí tienen su sede tres instituciones de las Naciones Unidas: el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA). 

Como es de suponer, uno de los mandatos que reciben estas instituciones por parte de sus respectivos directorios es procurar trabajar de manera conjunta tanto como sea posible.  Y parte de ese esfuerzo colaborativo es la publicación anual “El Estado de la Seguridad Alimentaria en el Mundo” (SOFI, por sus siglas en inglés), el cual fue presentado el lunes pasado en la sede de FAO con ocasión del 41 período de sesiones del Comité Mundial de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA).   

Dentro de los principales resultados del reporte destacan los importantes avances en la reducción de la inseguridad alimentaria en el mundo durante las últimas dos décadas –para ser más precisos desde la medición de 1990-1992–.  Aún así, actualmente todavía 1 de cada 9 individuos en el planeta (805 millones de personas) se van a dormir cada día sin haber comido lo necesario. 

Evidentemente queda mucho trabajo por hacer, no solamente a nivel de apoyo humanitario sino desde una perspectiva mucho más amplia de generación de condiciones que permitan a campesinos aumentar su producción, productividad y con ello su capacidad de abastecimiento.  Después de todo, el 98% de las personas que padecen inseguridad alimentaria viven en países en desarrollo, y tres cuartas partes de dicha población habita en el espacio rural, en donde la agricultura a pequeña escala sigue siendo una de las principales fuentes de generación de ingresos y medios de vida. 

El otro rasgo que llama la atención es que, una vez más, China explica buena parte de los cambios en la inseguridad alimentaria en el mundo.  De hecho, dos terceras partes de los avances registrados desde los años noventa se explican por el desempeño de este país.  Si bien es cierto es un logro loable para China, también pone en evidencia que como humanidad no hemos sido capaces de generar procesos similares en todas las regiones. 

De hecho, mientras que el África Subsahariana ha aumentado el número de personas con hambre, América Latina aparece como una región con un éxito relativo en materia de seguridad alimentaria, aunque por supuesto existen todavía importantes grupos de población que continúan sin poder superar tal situación.

Como es de esperar en reportes de esta naturaleza, la crítica a las estadísticas no se ha hecho esperar, a pesar de que al día de hoy no tenemos otra fuente equivalente para contrastar los resultados.  De ahí la necesidad de seguir insistiendo en invertir cada vez más en generar estadísticas nacionales y perfeccionar metodologías de cálculo.  En este caso para inseguridad alimentaria, pero la misma recomendación aplica para muchas otras dimensiones del desarrollo humano. 

En un plano más general, lo interpelante es que en pleno siglo XXI, con tanto desarrollo tecnológico y capacidad de producción, almacenamiento y distribución de casi cualquier cosa, todavía tengamos que estar contando personas con hambre.  Es algo de lo que tenemos que sentirnos profundamente avergonzados.  Algo (¡o mucho!) estamos haciendo mal como humanidad.  

Si usted tiene interés en el documento lo puede encontrar en el siguiente vínculo de internet:

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