Así
como en Washington convergen las instituciones de Bretton Woods, Roma es una
suerte de “hub” agroalimentario. Allí
tienen su sede tres instituciones de las Naciones Unidas: el Programa Mundial
de Alimentos (PMA), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO), y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola
(FIDA).
Como es
de suponer, uno de los mandatos que reciben estas instituciones por parte de
sus respectivos directorios es procurar trabajar de manera conjunta tanto como
sea posible. Y parte de ese esfuerzo
colaborativo es la publicación anual “El Estado de la Seguridad Alimentaria en
el Mundo” (SOFI, por sus siglas en inglés), el cual fue presentado el lunes
pasado en la sede de FAO con ocasión del 41 período de sesiones del Comité
Mundial de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA).
Dentro
de los principales resultados del reporte destacan los importantes avances en
la reducción de la inseguridad alimentaria en el mundo durante las últimas dos
décadas –para ser más precisos desde la medición de 1990-1992–. Aún así, actualmente todavía 1 de cada 9
individuos en el planeta (805 millones de personas) se van a dormir cada día sin
haber comido lo necesario.
Evidentemente
queda mucho trabajo por hacer, no solamente a nivel de apoyo humanitario sino
desde una perspectiva mucho más amplia de generación de condiciones que
permitan a campesinos aumentar su producción, productividad y con ello su
capacidad de abastecimiento. Después de
todo, el 98% de las personas que padecen inseguridad alimentaria viven en
países en desarrollo, y tres cuartas partes de dicha población habita en el
espacio rural, en donde la agricultura a pequeña escala sigue siendo una de las
principales fuentes de generación de ingresos y medios de vida.
El otro
rasgo que llama la atención es que, una vez más, China explica buena parte de
los cambios en la inseguridad alimentaria en el mundo. De hecho, dos terceras partes de los avances
registrados desde los años noventa se explican por el desempeño de este
país. Si bien es cierto es un logro
loable para China, también pone en evidencia que como humanidad no hemos sido
capaces de generar procesos similares en todas las regiones.
De
hecho, mientras que el África Subsahariana ha aumentado el número de personas
con hambre, América Latina aparece como una región con un éxito relativo en
materia de seguridad alimentaria, aunque por supuesto existen todavía
importantes grupos de población que continúan sin poder superar tal situación.
Como es
de esperar en reportes de esta naturaleza, la crítica a las estadísticas no se
ha hecho esperar, a pesar de que al día de hoy no tenemos otra fuente
equivalente para contrastar los resultados.
De ahí la necesidad de seguir insistiendo en invertir cada vez más en
generar estadísticas nacionales y perfeccionar metodologías de cálculo. En este caso para inseguridad alimentaria,
pero la misma recomendación aplica para muchas otras dimensiones del desarrollo
humano.
En un
plano más general, lo interpelante es que en pleno siglo XXI, con tanto
desarrollo tecnológico y capacidad de producción, almacenamiento y distribución
de casi cualquier cosa, todavía tengamos que estar contando personas con hambre. Es algo de lo que tenemos que sentirnos
profundamente avergonzados. Algo (¡o
mucho!) estamos haciendo mal como humanidad.
Si
usted tiene interés en el documento lo puede encontrar en el siguiente vínculo
de internet:
No hay comentarios:
Publicar un comentario