viernes, 25 de marzo de 2011

Los rezagados

“Ellos, por diferentes razones, siguen siendo los rezagados, los invisibles, los que hemos sido incapaces de montar a la bicicleta y pedalear al unísono para salir del fango del atraso, todos juntos.”

Hace unos días tuve el gusto de sentarme a conversar con un grupo muy interesante de especialistas en temas de desarrollo rural y reducción de pobreza en América Latina. La idea era intercambiar opiniones para tratar de entender por dónde va la agenda en dicha materia, y con ello tratar de extraer señales, tendencias que mandan gobiernos, organismos multilaterales y agencias de cooperación.

Al revisar los números gruesos de pobreza, pobreza extrema y desigualdad de la región durante los últimos 30 años, y casi independientemente del indicador de bienestar que utilicemos, el mensaje es claro: los ochentas nos dejaron con un repunte de pobreza y desigualdad. Esa fue la maldición de la década perdida. Pero a partir de los noventas hemos ido ganando la batalla, aún a pesar de la seguidilla de crisis de los últimos cuatro años.

Como siempre, números agregados esconden realidades diferentes entre las subregiones del continente. Por ejemplo, la reducción en el número absoluto de pobres ha estado liderada por los países del Mercosur, y en mucho menor medida por los centroamericanos. Por otra parte, los países de la región andina más bien han incrementado el número total de pobres en los últimos años.

De manera que los hechos estilizados de América Latina pintan hoy una región que reduce su pobreza, aunque todavía se encuentra en niveles suficientemente altos como para que sigan siendo una prioridad en la política pública. Una región que también reduce desigualdad, en buena medida gracias a un gasto social mejor focalizado y con sabor a transferencias condicionadas en efectivo.

Sin embargo, a pesar de dichos avances – que no son para nada despreciables –, tampoco se puede perder de vista que en el camino hemos dejado botados a ciertos grupos sociales. Ellos, por diferentes razones, siguen siendo los rezagados, los invisibles, los que hemos sido incapaces de montar a la bicicleta y pedalear al unísono para salir del fango del atraso, todos juntos.

El primero de ellos es el grupo rural. Producto del acelerado proceso de urbanización y crecimiento de nuestras ciudades grandes e intermedias, las estadísticas nos dicen que dos terceras partes de nuestros pobres se ubican en centros urbanos. Ello quiere decir que, por definición, una tercera parte se ha quedado en el campo, en condiciones estructuralmente distintas.

El riesgo es que el tercio de pobres del campo con facilidad puede volver a quedar fuera de la discusión y prioridades de desarrollo e inversión pública en la región. Están mucho más aislados de los polos productivos y de centros donde se toman las principales decisiones políticas en nuestros países. Pero además, enfrentan un rezago en inversión pública y privada que los pone ya de entrada en una posición de desigualdad en oportunidades respecto al resto. Son actores políticos con menor capacidad de articularse de manera ordenada y hacer escuchar sus demandas por un Estado débil y un mercado roto ó inexistente – por lo menos en los términos en que los definen nuestros libros de texto de introducción a la economía.

El segundo grupo es el de los informales. Una masa de difícil cuantificación, a la que tradicionalmente hemos fracasado en atender economistas, políticos y tecnócratas. La vemos de cuando en cuando, así de refilón, durante las épocas en que el desempleo y la recaudación fiscal aprietan el zapato. Pero solamente desempolvamos argumentos sin mayor capacidad de innovar y proponer una nueva forma de leerlos. La informalidad no es cosa de dar NIT y facturas a chicleros y achimeros. Va mucho más allá de lo que revelan aceras y mercados. Toca la médula de las economías latinas: baja productividad y poquísima capacidad e absorción de su mano de obra.

El tercer grupo es el de los históricamente olvidados. Los que salen a luz de cuando en vez cuando se ponen de moda porque hay un aniversario importante, un premio nobel, un presidente, o un alzamiento armado para el cual constituyen en fuerza de tarea. Los que el sistema de justicia no entiende y el de educación y salud ve con asco. Nuestros pueblos indígenas y afrodescendientes son ese otro segmento con el cual el resto de la ciudadanía de países como Guatemala, Perú y Bolivia sigue estando profundamente en deuda.

Todos ellos, los rurales, los informales, los indígenas y afrodescendientes son los rezagados de nuestro magro proceso de desarrollo en la región. Es allí en donde debemos volcar una buena parte de nuestra atención. Pero las prioridades regionales parecen ir en otra dirección. Una que opera con un paradigma de actores sociales homogéneos, en donde movilidad y protección social, cobertura y calidad en la inversión pública, aparecen todos como conceptos de aplicación y beneficio universal.

Hay que afinar la criba. La historia ya nos lo ha dicho, en reiteradas ocasiones, que seguirlos viendo con el rabo del ojo ó apostando al milagro de un “melting pot”, no va a ponernos en posición de despegue.

Prensa Libre, 24 de marzo de 2011.

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