lunes, 21 de marzo de 2011

Clientelismo y manipulación

“La gente recibe la lámina, la gorra, el fertilizante ó la remesa. Va al mitin, aplaude, se pone la camiseta y grita. Pero al final del día – y cada vez lo hace menos – ya no transa tan fácilmente su voluntad soberana por cascarones de carnaval.”

Hace unos días leí una columna de opinión de mi amigo y colega economista, Hugo Maúl, titulada “clientelismo y manipulación”. En ella reflexiona y hace sonar algunas alarmas con relación a estrategias clientelistas de gobiernos para tratar de buscar (sic) “el apoyo electoral para tratar de concentrar el poder y eliminar los límites al uso del mismo.”

La provocación de Hugo me parece interesante porque en el fondo interpela el uso del clientelismo como instrumento para impulsar modelos afines al socialismo del siglo XXI. Supongo que es una alusión a un grupo de países latinoamericanos que se han cobijado bajo ese término tan etéreo y confuso, y que de alguna manera han seguido un cierto patrón para irse quedando en el ejercicio del poder. Al final su columna lanza la pregunta: ¿seremos nosotros la excepción?

Como la pregunta fue lanzada a todos, voy a aventurar unas ideas al respecto. Comienzo diciendo que desde mi perspectiva Guatemala no va en esa dirección. Es decir, parafraseando a mi colega, creo que sí somos y podemos seguir siendo la excepción. ¿Por qué creo esto?

Primero, porque la estructura y dinámica de nuestro sistema político es incapaz de engendrar caudillismos del calibre de los que reclama esa nuevo experimento de socialismo. Aunque ciertamente la psiquis política del guatemalteco es más proclive a la personalización que a modelos institucionales para encauzar sus demandas, también es verdad que los caudillismos contemporáneos en este país ya no van demasiado lejos. Poco a poco están mutando hacia ejercicios artificiales, construcciones mediáticas, producto de la ausencia de un sistema de participación política más sólido y estable, sobre el cual se pueda conformar una propuesta programática más allá de lo meramente electorero.

Segundo, si bien es cierto que el clientelismo es una práctica vieja en política, también vemos en Guatemala a un elector que da muestras de mayor madurez. En cada evento electoral va aprendiendo a utilizar mejor el sistema, ese mismo que aún no le resuelve sus necesidades de fondo. Es decir, la gente recibe la lámina, la gorra, el fertilizante ó la remesa. Va al mitin, aplaude, se pone la camiseta y grita. Pero al final del día – y cada vez lo hace menos – ya no transa tan fácilmente su voluntad soberana por cascarones de carnaval. El proceso de discriminación de opciones electoreras es cada vez más complejo, y hoy va más allá de la grotesca dádiva manipuladora.

Tercero, Guatemala difícilmente caerá en ese socialismo del siglo XXI porque no tiene los interlocutores ni operadores locales para poder implementarlo. Somos una sociedad conservadora aún, con una clase política que históricamente ha sido incapaz de articular una propuesta progresista viable y coherente, con posibilidad real de tomar el poder, no digamos una opción más radical. Con esfuerzo hemos tenido efímeros alumbrones en algunos espacios muy puntuales de la acción pública.

Finalmente, debo decir que en la reflexión que hace Hugo sí me parece importante el llamado a no prostituir ni contaminar más de lo necesario la batería de instrumentos de política para atender a grupos vulnerables ó rezagados. De igual forma es fundamental estar vigilantes de no trastocar ciertos fundamentos básicos del funcionamiento de nuestra democracia. Cualquiera de ambas cosas sería un gran retroceso para la transformación institucional y fortalecimiento del Estado guatemalteco.

Lo que necesitamos es airear y profundizar aún más el debate. Trascender la opción política que se haga del poder en cada ciclo. Llevar discusión verdadera a distintos foros, y procurar que sea amplia y lo más plural posible, en vez de seguir dándonos misa entre curas. Claudicar en esta responsabilidad ciudadana sería como tirar el agua sucia con el niño adentro.

Prensa Libre, 3 de marzo de 2011.

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