La
semana pasada tuve la oportunidad de participar en el 35 período de sesiones de
la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Nunca antes había asistido a una de sus
reuniones y debo decir que salí con una impresión muy grata. Es un espacio privilegiado para tomarle el
pulso a la región y escuchar cómo están leyendo los gobiernos de cada país la
coyuntura económica y política.
Pero
además, es una buena oportunidad para conocer el trabajo y propuesta conceptual
de este organismo de Naciones Unidas, que desde sus orígenes se ha
caracterizado por generar ideas alternativas y pensamiento crítico con relación
a los desafíos de desarrollo que enfrenta Latinoamérica. Durante los últimos años han enfocado su
trabajo en lo que hoy llaman “la trilogía de la igualdad”. Partieron con un primer documento presentado
en Brasil en el año 2010 titulado “La hora de la igualdad: brechas por cerrar,
caminos por abrir”; luego con una segunda reflexión discutida en El Salvador en
el año 2012, “Cambio estructural para la igualdad: una visión integrada del
desarrollo”; y ahora en Perú (2014) ponen sobre la mesa “Pactos para la
igualdad: hacia un futuro sostenible”.
Seis
años de esfuerzo y reflexión sistemática que debiera servirnos de referente
para seguir profundizando la discusión que estamos teniendo en la región sobre
cómo reducir esas diferencias tan abismales que existen entre poblaciones y
territorios, en una región tan rica como desigual.
Escuché
tres ideas con mucha fuerza y consistencia.
Tres mensajes latinos para los latinos pero también para el resto del
mundo.
El
primero, reconocer lo oportuno de este planteamiento sobre equidad, que llega en
momentos en los cuales se está definiendo la agenda de objetivos de desarrollo
sostenible (ODS). Eso que llamamos el post
2015, y que sin duda alguna dará forma y contenido a la manera en que el mundo cooperará
en los siguientes diez o quince años.
Así, en
una coyuntura internacional tan especial, es importante que los
latinoamericanos logremos construir una narrativa mínima sobre el papel que tiene
la desigualdad y el imperativo que supone superarla para garantizar la
sostenibilidad de nuestras democracias y economías. Bien sabemos que la región no es la más pobre
del mundo pero sí la más desigual.
Esto me
lleva al segundo mensaje, el cual tiene que ver con la crítica generalizada que
la región está haciendo a la renta nacional como indicador de desarrollo, y la
necesidad de revisar ese clasificador de países de renta media (MIC, por sus
siglas en inglés). En contextos de mucha
desigualdad sabemos muy bien que los promedios son una ilusión óptica del
bienestar. No son la variable más
informativa ya que esconden diferencias extremas entre grupos e individuos. Para muestra un botón: solamente en América
Latina y Caribe el arco es tan amplio que va desde Chile hasta Haití.
Finalmente,
escuché repetir mucho la cifra de los 600 millones de latinoamericanos, de los
cuales cerca del 80% habita en ciudades.
Eso pareciera que en automático se está colocando el acento en lo urbano
al momento de pensar nuestro mediano plazo.
Sin embargo, no podemos perder de vista que es un mensaje que, mal
interpretado, puede complicar la vida a la friolera de 120 millones de
ciudadanos rurales. Y como también sabemos,
ellos se alojan en la cola inferior de la distribución. Es justamente en el espacio rural en donde se
manifiestan con más nitidez esas brechas estructurales que definen a América
Latina.
Cualquiera
sea nuestra opinión o preferencia, no podemos desconocer que la región, con
ayuda de insumos como estos que hoy nos comparte CEPAL, está consolidando una
propuesta bastante articulada y con muchas posibilidades de tener tracción en
la arena global. Será cuestión de seguir
trabajando coordinados en la venta política para que efectivamente se traduzca en
acuerdos, metas e indicadores, pero sobre todo en acciones concretas de
nuestros Estados nacionales.
Prensa Libre, 15 de mayo de 2014.
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