jueves, 1 de mayo de 2014

Después de la M viene la S

“(…) hasta dónde fuimos capaces de pensar en clave planetaria y entender el desarrollo como un concepto marcado por la complejidad, la incertidumbre y la interdependencia.”

Hace catorce años mi hijo mayor tenía tres.  Vivíamos en Santiago de Chile.  Cambiaba el siglo, renovábamos esperanzas, soñábamos y nos comprometíamos a trabajar por un mundo mejor.  La pobreza estaba al centro del debate de desarrollo y era el enemigo a vencer por todos. 

Tales eran las condiciones que casi doscientos países decidieron firmar un compromiso para acabar con la pobreza mundial y mejorar las condiciones de vida de mucha personas a través de una lista de compromisos que rimbombantemente bautizaron como los objetivos de desarrollo del milenio (ODM).  De entonces para acá todo es historia.

Los avances fueron variopintos.  En lo sustantivo, digamos que la parte medio llena del vaso tiene que ver con una importante reducción de pobreza extrema en todo el mundo, aumento significativo en acceso a educación primaria, combate a malaria y acceso a agua potable.  En lo operativo, logramos una agenda común y sistemas de seguimiento, cosa no menor cuando de temas de desarrollo se trata.   

Sin embargo, igualdad entre los sexos y el empoderamiento de la mujer, sostenibilidad del medio ambiente, reducción en la mortalidad infantil y el compromiso con una alianza mundial para el desarrollo como que siguen siendo asignaturas pendientes.

La renovación de votos vendría en el 2015, justo para sus bodas de cristal –curiosa frágil analogía–.  Allí se haría un corte de caja, rendición de cuentas para saber si vamos bien o nos regresamos.  Un ejercicio de autoevaluación sin dolientes directos porque casi ninguno de los de entonces son los de hoy.  Más bien serán análisis que sirvan de base para la siguiente etapa.  Esa que hoy ya se ha bautizado como objetivos de desarrollo sostenible (ODS).  

Una sostenibilidad que se está entendiendo desde la inclusión de temas nuevos en la agenda de desarrollo global –energía, empleo, alimentos, desigualdad, entre otros–, así como un esfuerzo por lograr una mayor legitimidad.  Esta vez ya no se propone construir la agenda desde un abordaje “top-down”, en donde los mismos de siempre recetan a los mismos de siempre. 

Para bien o para mal el mundo ha dado varias vueltas de tuerca en estos quince años y la correlación de fuerzas es otra.  Por una parte, países emergentes gritan por ensanchar la tienda y tener más voto en las decisiones –suponemos que también están dispuestos a más corresponsabilidades–.  Y por la otra, los países industrializados no terminan de reponerse de sus descalabros financieros y fiscales.  Es de esperar entonces que los ODS serán un espacio de expresión de estas pujas globales que están teniendo lugar. 

Como sea, parece que avanzamos en fondo (temas de agenda) y forma (mecanismos para consensuarlos) y pasamos de la M a la S.  Aunque la verdad de la milanesa se sabrá en año y medio cuando veamos en blanco y negro hasta dónde fuimos capaces de pensar en clave planetaria y entender el desarrollo como un concepto marcado por la complejidad, la incertidumbre y la interdependencia. 

Mientras tanto, catorce años después mi hijo mayor está por entrar a la universidad, y yo me pregunto qué tanto hemos hecho los adultos de hoy por esa generación de relevo que está saliendo de la pecera y se alista para salir en unos años a nadar océano abierto en busca de su lugar en la historia. 

Prensa Libre, 1 de mayo de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario