jueves, 16 de mayo de 2013

Sampués y San Onofre


“(…) la importancia que tienen la formación de servidores públicos de carrera y con el suficiente criterio para identificar y apoyar emprendimientos que tengan un valor más allá de lo económico y productivo.”

Sampues, no tenía idea de que pudiera existir un pueblo con ese nombre.  Me causó tanta gracia porque nosotros los guatemaltecos usamos mucho la muletilla en nuestras conversaciones.  Lo fui a encontrar en un rincón de Colombia haciendo visitas de campo a comunidades en donde opera Oportunidades Rurales, un programa del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural que está orientado a fortalecer las capacidades empresariales de los pobladores rurales.

Allí pude ver la experiencia de un grupo de productores de muebles, organizados desde ya varios años para poder tecnificarse, lograr economías de escala en su proceso productivo y abrirse más mercado.  Una de las cosas que me llamó la atención es que han logrado involucrar a jóvenes de la comunidad. 

¿Y qué tiene eso de novedoso?, dirá usted.  Pues resulta que uno de los principales fenómenos que se observan en el campo latinoamericano es el desinterés de los jóvenes por quedarse en sus territorios de origen.  La norma es que si logran adquirir algún nivel de escolaridad y experiencia quieran migrar a centros urbanos o a otros países, y por supuesto casi ninguno quiere continuar desarrollando actividades agropecuarias.      

Ese es el éxito de la experiencia de los muebleros de Sampues.  Haberle dado una razón a la juventud para que piense en su territorio como algo económicamente viable. 

También visitamos otra comunidad en San Onofre.  Allá, a tan solo veinte metros de una playa paradisíaca nos reunimos en un ranchón que funcionaba como salón comunal.  Nos esperaba otro grupo de jóvenes que también lograron el apoyo de Oportunidades Rurales.  Esta vez para realizar actividades de reciclaje y construcción de capital social en su comunidad.

Estas dos experiencias son muy ilustrativas.  En primer lugar porque revelan con nitidez esa ruralidad latinoamericana que ya no pasa por el campesino, el arado y la yunta.  En segundo lugar, porque reflejan el cambio que debe darse en los ministerios de agricultura de la región, ampliando el menú de instrumentos de política pública para promover el desarrollo rural. Y en tercer lugar, reflejan la importancia que tienen la formación de servidores públicos de carrera y con el suficiente criterio para identificar y apoyar emprendimientos que tengan un valor más allá de lo económico y productivo. 

¿Por qué gastar yo mi tinta y usted su tiempo leyendo sobre anécdotas de la ruralidad colombiana? Quizás, pensé yo, porque al final hay varias similitudes entre ellos y nosotros.  Convergencias que van más allá del café, la marimba, poblaciónes afrodescendientes en la costa Atlántica y un pasado de conflicto armado interno.

Pero aunque no las hubiera, siempre es bueno hacer viajar el conocimiento y las experiencias exitosas, los aciertos que han logrado otros y que con poco esfuerzo se pueden replicar en nuestro propio patio.  Eso fertiliza la mente, expande las fronteras de los hacedores de política y de nuestra sociedad.  Además, porque entre más viajo y observo más me convenzo que el desarrollo de los pueblos, a pesar de lo mucho que se investigue, documente, teorice y evalúe, siempre es más arte que ciencia. ¿Usted qué piensa?  

Prensa Libre, 9 de mayo de 2013. 
 
 

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