viernes, 5 de abril de 2013

Tories queriendo torearnos

“(…) la gran mayoría de chapines, sobre todo los pobres, nunca ha visto un Estado, mucho menos que le de bienestar.”

Los medios internacionales señalan a todo volumen el recorte que están haciendo al Estado de bienestar británico.  Por cierto, dos palabras casi proscritas en ciertos círculos de Guatemala, ya sea por separado: Estado y bienestar; o juntas: Estado del bienestar. 

Dios guarde a aquel que se atreva a enarbolar esa bandera porque le cae sobre la nuca la de Damócles afiladita y de a romplón.  Aunque para ser francos, en una cosa tienen razón los escuderos del minimalismo económico, la gran mayoría de chapines, sobre todo los pobres, nunca ha visto un Estado, mucho menos que le de bienestar o que al menos le permita menguar ese estado de malestar crónico en el que viven.  Entonces ¿por qué habríamos de alborotar el gallinero y hablar de conceptos tan subversivos y demodé?

Pero bueno, guste o no, la cosa es que en otras latitudes hay ciudadanos que han vivido, no una sino por varias generaciones, con un mínimo de prestaciones sociales por el solo hecho de vivir así: en sociedad.  Porque la cohesión social en el país donde nacieron se reconoce y entiende como algo importante, y porque figuras como tejido social o conceptos como capital social no son elucubraciones calenturientas de mentes utópicas trasnochadas sino vivencias cotidianas.  Se plasman nítidamente en la guardería del barrio, en el trabajador social que atiende a la tercera edad, en la escuela, en parques y plazas públicos a donde todos pueden ir a jugar.

Probablemente por eso es que allá se está fraguando el despelote, porque la gente no está contenta y ha salido a la calle a protestar.  Ningún jefe de familia, y menos los de hogares pobres o clase media ignora la importancia de ser responsables en el manejo de su gasto.  De manera que el descontento no es por el ajuste de cinturón que la crisis está exigiendo, como probablemente querrán hacernos ver los Panza conservadores, sino porque hay una valoración negativa, casi aversión diría yo, por la desigualdad.  Esa que en este caso se manifiesta con medidas de austeridad emanadas de un gobierno que trata de poner a dieta a varios y dejar en el hartazgo al pushito de siempre. 

La Iglesia Reformada de Escocia en su crítica al gobierno tory lo colocó muy bien (sic) “la manipulación [de los conservadores] para perpetuar los mitos de la pobreza y justificar los recortes sociales”.  En otras palabras, una vez más el imaginario que se intenta construir es el de unos pobres que lo son por holgazanes y abusadores de la política social y apoyos públicos.  El cuento no varía mucho, solamente el narrador.  Hoy son los nietos de los tories de antaño. 
  
Lo dramático para un guatemalteco escribiendo de tales afanes en ultramar es saber que, por supuesto, para nosotros toda esta discusión es casi de ciencia ficción.  En el mejor de los casos, servirá para que tiremos un par de indirectas los tres gatos que nos damos cita en los medios de comunicación desde nuestras atrincheradas columnas de opinión. 

Y para la mayoría ni se diga.  Seguirá siendo como de película porque para que tales discusiones se den en nuestro gallinero primero hace falta tener un Estado mucho más presente, una sociedad civil mucho más involucrada, una elite más aireada, y una clase política más próxima a su votante que a la constructora de cartón que usa para capturar fondos públicos. 

Aun así, en condiciones adversas, vale la pena seguir ladrando, maullando, cacareando y pataleando.  Porque para moverse hacia adelante sigue siendo mucho mejor la utopía que el conformismo.  De eso sigo estando seguro y por eso continúo arando (¡aunque por ratos parezca en el mar!).   

Prensa Libre, 4 de abril de 2013. 

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