jueves, 11 de abril de 2013

Vacío ideológico y subdesarrollo


“Justamente lo opuesto a lo que países desarrollados han logrado, y que explica sus mayores niveles de bienestar: capacidad de pensar el mediano y largo plazos y cohesionarse socialmente.”

Para el ciudadano de a pie, ese que tiene que lidiar cada poco con el robo de su celular, con el aumento del pan francés, el litro de leche, y el precio del menú Campero para sacar a los patojos a pasear los domingos, las ideologías políticas son algo tan ajeno e irreal como Narnia o el Sandokan de Emilio Salgari.  No puede importarle menos, porque siente – y quizás con razón – que las ideologías no ayudan a resolver lo cotidiano.  Peor aún, para buena parte de los guatemaltecos, la palabra viene asociada con la noción de conflicto. 

Si a eso sumamos el nivel de debate tan primario que tenemos en el país, me temo que las ideologías políticas hoy día ya no le sirven ni a los estudiantes de ciencia política – válgame la caricaturización, por supuesto.  Como sea, persisten dos preguntas de fondo: ¿pasa algo si vivimos sin ideologías? ¿podemos promover el desarrollo en tales condiciones?

Según el diccionario de la Real Academia Española, ideología se define como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.  Es decir, son eso que nos permite calibrar la propuesta de una persona o grupo, sobre todo de aquellos que buscan su voto y el mío. 

En el caso de los partidos políticos, debiera ser la columna vertebral, el pegamento que los mantiene unidos, pero también eso que les permite diferenciarse de otros.  Aquí es donde comienza a hacer agua la cosa, porque desde hace algunos años casi ningún político criollo se juega por una idea concreta. Curioso, ¿no?

Lo que impera es un pragmatismo impuesto por las reglas de nuestra democracia formal, por cierto escritas ya hace más de un cuarto de siglo y necesitadas de una buena revisión porque ya no responden a las exigencias de la Guatemala contemporánea.  En vez de promover más bien desmotivan la participación de nuevas generaciones en política, y recrean una clase que se enfoca más en conocer los entresijos del Estado para explotar esa asimetría de información y hacer negocios turbios, que en generar ideas y soluciones de beneficio común. 

Entonces, probablemente sí tiene algo que ver ese vacío ideológico en nuestro sistema de partidos y el nivel de desarrollo del país.  Para comenzar genera dos efectos perversos.  Por un lado, ahuyenta la participación de una parte de la población que, teniendo altos niveles educativos y relativamente resuelta su vida en términos económicos, podría ver en el activismo político una forma de servicio a su sociedad.  Cosa muy distinta de los vividores que ven en los ciclos políticos la oportunidad de hacerse de una pequeña fortuna que los haga ascender velozmente unos cuantos deciles en la distribución del ingreso.

Por otro lado, ese vacío ideológico contribuye a la confusión y fomenta en el electorado niveles de apatía y cinismo ante sus gobernantes y aspirantes. Cuando no hay claridad todo se vale, no hay referentes contra los cuales se pueda juzgar las acciones de líderes y organizaciones.  La coherencia y los principios dejan de ser características deseables, siendo desplazados por el comportamiento oportunista.  El objetivo del político contemporáneo se reduce a dos cosas: gestión de crisis y obtención del voto.

La consecuencia es una sensación de crisis y zozobra permanente, de espiral descendente en la calidad del gobierno, de inviabilidad y asfixia como sociedad, en donde el que pueda que se vaya y mande remesas, el que no que rece y sobreviva, y el último en salir que apague la luz.   Justamente la antítesis de lo que han logrado países más desarrollados, y que explica sus mayores niveles de bienestar: capacidad de pensar el mediano y largo plazos y cohesionarse socialmente. 

Así las cosas, flaco favor nos hacen los precandidatos a la presidencia cuando salen en los medios dando declaraciones con actitud de pescadores con atarraya.  Dispuestos a jalar cuánto ciudadano – votante y financista – mal parado encuentren.  Tirando con perdigones a diestra y siniestra (¡literalmente!) y apelando a conceptos vagos como el nacionalismo, el cansancio, o a la necesidad de incluir mujeres, indígenas y jóvenes en sus plataformas. ¡Qué barra más baja la que nos hemos puesto!

Más constructivo sería escucharlos con propuestas coherentes, que conecten ideología con medidas de política, permitiéndonos así elegir, discriminar, diferenciar su visión de cómo puede transformarse Guatemala. Para eso sí que pueden servirnos las ideologías políticas.  

Prensa Libre, 11 de abril de 2013.

  

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