jueves, 7 de marzo de 2013

Salario mínimo y el petate del muerto


“(…) sobre los efectos negativos que aumentos al salario mínimo podrían tener en el nivel de empleo, expertos en la materia nos dicen que en realidad nos hemos estado asustando con el petate del muerto.”

Dentro de los varios temas que tiene en agenda el presidente Obama está la discusión sobre el aumento al salario mínimo.  Un tema que en cualquier parte del mundo despierta pasiones, argumentos políticos y explicaciones técnicas sobre cuál puede ser la mejor forma de ayudar a que los trabajadores logren un salario suficiente para cubrir sus necesidades básicas hoy, pero además, que también tengan la posibilidad a lo largo de su vida laboral de algún nivel de movilidad social ascendente. 

En el país del norte como en el resto del mundo, una de las principales razones para dudar de la efectividad del salario mínimo en el nivel de vida de los trabajadores tiene que ver con el aumento que ocasiona en la estructura de costos de las empresas.   En otras palabras, si la planilla se encarece, yo como empresario aparentemente tengo dos opciones: no contratar nuevos trabajadores, con lo cual no hay creación de nuevos empleos; o peor aún, destruir empleos, despidiendo a aquellos que son menos productivos o esenciales para la actividad del negocio. 

Dicha lógica es de una simpleza y claridad tal que ha logrado posicionarse como uno de los argumentos más utilizados al momento de discutir temas como salario mínimo y-o flexibilizaciones al mercado laboral.  Pero, ¿realmente es así? ¿es eso lo que sucede siempre y en todos los casos? ¿es ese el razonamiento que debiera seguir la política salarial de un país?

Curiosamente, sobre los efectos negativos que aumentos al salario mínimo podrían tener en el nivel de empleo, expertos en la materia nos dicen que en realidad nos hemos estado asustando con el petate del muerto.  La razón es muy simple: la destrucción de empleo no es el único -de hecho ni siquiera es el más importante- canal de ajuste, hay muchos otros.   

Para compensar el aumento que ocasiona en su estructura de costos, empresas y trabajadores echan mano de un menú más amplio que incluye reorganizar los procesos productivos para hacerlos más eficientes, reducir la rotación de personal, reducir pagos a empleados mejor remunerados (compresión salarial), aumentar ligeramente el precio de sus productos, reducir el número de horas trabajadas, o incluso ajustar la rentabilidad del negocio.  La mezcla precisa dependerá del contexto.  Es decir, del país, del sector de la economía, y del momento específico en que tales medidas se adopten. 

Por supuesto que tanto en Estados Unidos, Guatemala y cualquier otro país del mundo, hay también otros factores extra económicos que juegan y pesan al momento de fijar el salario mínimo.  Sin embargo, la ventaja de contar con análisis técnicos es que al menos obliga a los decisores a sincerar las variables que utilizan para fijar dicho precio.   

Dado que el salario mínimo es un tema recurrente en Guatemala, pero sobre todo a partir del énfasis en el discurso que la actual administración hace sobre la generación de empleo como objetivo de política pública, entonces ¿por qué no aprovechar esta convergencia de condiciones para que gobierno y academia desarrollen una agenda de análisis y propuestas de política con relación al funcionamiento de los mercados laborales en el país? 

La gran mayoría de guatemaltecos tenemos la sospecha que sobre ese tema vamos, en el mejor de los casos, navegando por instrumentos.    

Prensa Libre, 7 de marzo de 2013. 

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