jueves, 28 de febrero de 2013

El dragón rural

“(…) el músculo de la política fiscal debe estar presente incluso (o sobretodo) allá en comunidades remotas y apartadas.”

Hace pocos días tuvo lugar la 36 asamblea de gobernadores del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA).  Una reunión que este año tuvo algunas peculiaridades: se reeligió al Doctor Kanayo Nwanze como presidente de la institución; Cuba tuvo presencia y participación después de más de veinticinco años de ausencia en dicho foro multilateral; y como uno de los oradores principales se contó con la participación del vice premier del Consejo de Estado de la República Popular China, Hui Liangyu.

Es sobre este último punto que quisiera detenerme y comentar un poco.  Simplemente porque de nuestro lado del mundo las noticias que llegan de China generalmente tienen que ver más con sus altos niveles de crecimiento, con el enorme peso de su demanda en la economía global, o con su proceso de apertura e inversión, del cual América Latina ya está siendo parte.  Por el contrario, se escucha poco de su visión de desarrollo rural y del papel que tiene el pequeño productor en la reducción de la pobreza. 

El señor Liangyu habló de los aprendizajes que en las últimas tres décadas y media su país ha tenido en materia de desarrollo rural, resumiéndolas más o menos así: primero, la importancia de mantener el desarrollo agrícola y la reducción de la pobreza como prioridad de la agenda social y económica, focalizando tanto obras de infraestructura como programas sociales para el campo, y manteniendo el énfasis no solamente en los grupos de población pobre sino en los territorios en donde estos habitan. 

Segundo, desarrollar la agricultura familiar, formas de organización cooperativa, y los servicios de apoyo que se requieren para mejorar la productividad del productor pequeño.  Es decir, una visión micro del desarrollo, que por un lado reconoce el valor de la actividad e iniciativa individual, pero también las ganancias que derivan de asociarse para competir y hacer mejor uso de las políticas, bienes y servicios públicos.

Tercero, mejorar las condiciones de producción agrícola a través de ampliar sistemas de riego y sistemas de conservación del agua así como la mecanización del campo.  Agua y tecnología parecen ser la restricción fundamental, no solamente en el Artibonite haitiano, en el nordeste brasileño o en la montaña de Guerrero mexicana, sino hasta en China.  

Cuarto, incentivos fiscales para el campo, que también incluye medidas pro mercado para la promoción de la agricultura, así como programas de compras públicas para los principales productos agrícolas que cultivan los pequeños.  En otras palabras, el músculo de la política fiscal debe estar presente incluso (o sobretodo) allá en comunidades remotas y apartadas. 

Pero a pesar de todo, Liangyu no presentó una visión autocomplaciente.  Más bien señaló con mucha claridad los inmensos desafíos que tienen por delante.  La necesidad de continuar cerrando las brechas entre el mundo urbano y el rural, igualando el acceso a servicios básicos para toda la población, no hace sino ejemplificar la importancia que tiene la equidad en su modelo de desarrollo. 

El mensaje que manda China en cuanto a desarrollo rural es claro y consistente.  La seguridad alimentaria debe constituirse en objetivo nacional para los países en desarrollo; la política social debe articularse con la política productiva, en una visión integral del desarrollo rural; la reducción de la pobreza pasa por un acelerado proceso de crecimiento y productividad del pequeño productor agrícola, y dicho proceso descansa en formas de organización cooperativa.  Tres lecciones que ciertamente no son nuevas en cuanto a contenido, mucho menos ajenas a la realidad guatemalteca, pero que dichas con el respaldo de la economía con mayores niveles de crecimiento anual en las últimas décadas adquieren un significado todavía mayor. 

Bien haríamos entonces escuchándolas y aplicándolas, ¿no?

Prensa Libre, 28 de febrero de 2013. 

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