miércoles, 21 de enero de 2015

Factores de Perogrullo

“De allí la necesidad de fortalecer capacidades de organización en la gente para generar una masa crítica tal que haga uso de todo eso que el Estado debe ofrecerle.”

Observo, converso, leo, investigo, vuelvo a observar. Y mientras más lo pienso, mientras más intento bajar de ese nivel conceptual en donde creo que una buena mayoría podemos estar de acuerdo, al reconocer que en la lucha por mejorar los niveles de equidad el Estado tiene un papel muy importante que asumir, indefectiblemente regreso al mismo punto –¡como si todos los caminos efectivamente llevan a Roma!–.  Porque aunque parezca una Perogrullada, las avenidas para lograr una acción pública concreta, efectiva y con capacidad de igualar oportunidades, son básicamente tres: articular lo que existe, crear lo que falta, y fortalecer capacidades de la gente.  Déjeme tratar de explicarlo. 

En prácticamente todos los países existe una oferta pública de programas que buscan alcanzar un objetivo de desarrollo determinado.  Sin embargo, no es secreto que la coordinación y articulación efectiva entre ellos es un desafío mayúsculo para cualquier administración de gobierno.  Guatemala por supuesto no es la excepción.  Aquí hemos ensayado mecanismos muy poco institucionales, que más bien descansan en personalidades fuertes de funcionarios de turno.  Presidentes, primeras damas, vicepresidentes o alcaldes son quienes deciden tomar la función ejecutiva al pie de la letra y por su cuenta.  Precisamente porque no hay mecanismos institucionalizados que induzcan u obliguen a trabajar de manera coordinada, y porque tampoco hay paciencia para construir tal cosa y que rinda frutos a tiempo.   

Pero además, puede darse el caso que los programas públicos que se necesitan simplemente no existan.  Esto tampoco es novedad, pues también sabemos que los Estados van rezagados en relación a la evolución de las demandas de la sociedad.  Desde que se observa una necesidad, hasta que se conceptualiza, se diseña una intervención, se le busca financiamiento, y finalmente se implementa en el terreno, suele transcurrir un largo período de tiempo.  De ahí que no es extraño encontrar grandes vacíos entre demandas sociales y oferta pública para atenderlas.     

Finalmente, suponiendo que se lograra tal coordinación y que existieran todos los programas que se necesitan, aun así es posible que no se logre el efecto deseado porque al ciudadano destinatario final no le llega la acción pública.  Pueden haber muchas razones para ello.  Desde reglas demasiado engorrosas y difíciles de entender; trámites que representan un costo inmediato demasiado alto, sin la certeza de que el beneficio se vaya a concretar; o simplemente un total desconocimiento de la existencia de instituciones, políticas, programas y proyectos a los cuales este mismo ciudadano bien podría calificar, pero a los cuales no accede por ignorar su existencia.  De allí la necesidad de fortalecer capacidades de organización en la gente para generar una masa crítica tal que haga uso de todo eso que el Estado debe ofrecerle. 

A esos tres que he llamado los factores de Perogrullo me atrevería agregar un cuarto.  Y tiene que ver con la incapacidad –y hasta desinterés– de los Estados para experimentar, en el mejor sentido de la palabra.  Es decir, darse el tiempo y oportunidad para aprender qué es lo que funciona y qué es lo que definitivamente es un fracaso –porque de los fracasos también se aprende–.  Aunque la innovación es un término que todos usamos, ninguno asumimos que innovar también implica fracasar en el intento.  Por tanto, volvemos y recurrimos a lo viejo conocido aunque sea subóptimo. 

Con tal diagnóstico, me parece que hay dos cosas que son prioritarias.  Primero, el fortalecimiento de la capacidad de planificar y evaluar desde el Estado.  Y segundo, la necesidad de trabajar necia y sistemáticamente en desarrollar capacidades en la gente para que se organice, para que conozca la oferta pública, para que genere demandas y las canalice a las instituciones, para hacer valer su ciudadanía, más desde la base y menos desde la cúpula. 

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