miércoles, 14 de enero de 2015

Piketty: ¿una o varias lecturas?

“Desafortunadamente hubo que esperar a que el mundo en desarrollo estuviera sufriéndola en carne viva para que el tema volviera a estar sobre el tapete.”

Con motivo de la presentación en idioma español, durante las últimas semanas se ha vuelto a dar amplia cobertura en Iberoamérica al libro de Thomas Piketty “El capital en el siglo XXI”.  Una publicación que desde su primera aparición en el 2013 ha puesto a economistas de todo el mundo y de todas las escuelas de pensamiento a debatir sobre la desigualdad. 

Es verdad.  Desafortunadamente hubo que esperar a que el mundo en desarrollo estuviera sufriéndola en carne viva para que el tema volviera a estar sobre el tapete.  Aunque por otra parte, desde una perspectiva más bien pragmática, esta infeliz coyuntura ha logrado retomar una agenda redistributiva que evidentemente no es –de hecho nunca lo ha sido– exclusiva de países menos desarrollados; como tampoco pertenece a épocas pasadas, cuando la búsqueda de justicia social cobró expresiones menos dialogantes y más violentas.  Al contrario, si algo nos debiera quedar claro es que la equidad es un objetivo global más vigente que nunca. 

Pero son dos factores poderosos los que actúan como gran caja de resonancia a propuestas como las del economista francés.  Primero, la agudización de la desigualdad a lo interno de los países, ricos y pobres; y segundo, la conectividad que nos ha dado el avance tecnológico.  Sin ello seguramente la agenda de investigación de Piketty no tendría la tracción que hoy goza. 

Ahora bien, más allá del sexapil que despierta el libro entre intelectuales, ¿será que la tesis del libro nos corta parejo a todos o más bien prende fuego en unos países más que en otros?  A juzgar por los datos y opiniones de especialistas más parece lo segundo. 

Paradójicamente son ahora los países en desarrollo, otrora laboratorios vivos de inequidad y revoluciones, quienes han aportado la principal válvula de escape a los efectos nocivos de la desigualdad.  Con el crecimiento económico en países de renta media la desigualdad entre países ha disminuido.  Y al aumentar el ingreso de los hogares más pobres, la desigualdad se aleja del imaginario y discurso de esa nueva clase media que está viviendo su pequeña bonanza.  Por lo tanto, la preocupación de Piketty de que el rendimiento del capital crezca a tasas mayores que el resto de la economía pasa a un segundo plano.     

Pero esto no es más que un espejismo.  Un efecto temporal.  Porque también hemos comprobado cómo esa nueva clase media, al ver aumentado su nivel de renta, comienza a demandar otra serie de servicios, instituciones, y accesos que le siguen estando vedados, precisamente por esa estructura social y económica tan desigual en la que vive.  Salvo contadas excepciones, el crecimiento de la clase media en países en desarrollo, aunque sea medida sola y burdamente por aumentos en el nivel de ingreso de los hogares, no implica un cambio en la estructura productiva ni mucho menos en la retribución de los factores de la producción. 

Por el contrario, en la Europa de la eurozona y Estados Unidos la historia es otra.  Allá es el desempleo de una clase media distinta, una que ya existía desde hace años, lo que está avivando discusiones y planteamientos como los que propone este libro. 

Entonces, ¿no será que hay que desmenuzar el mundo en una tipología más amplia para entender las diferentes lecturas y efectos que puede tener el trabajo de Piketty?  Por ejemplo, países donde el capital financiero tiene un peso específico muy alto (EUA); donde la estructura del empleo formal y el desempleo son socialmente muy relevantes (eurozona); donde la clase media ha crecido recientemente (BRICs); o donde la estructura rentista clásica de las elites económicas continúa frenando reformas (Sudáfrica o Guatemala). 

¿Qué pasaría si más países le dieran acceso a datos de recaudación tributaria como los que él ha analizado para Europa?  ¿Cambiarían sus conclusiones y recomendaciones?  Bien valdría la pena hacer la prueba, ¿no le parece? ¿Será que Guatemala daría el paso al frente?

Como sea, es tarea de todos, y no solamente de Piketty, mantener esta ventana de debate abierta el mayor tiempo posible.  ¡A ver cuánto aguantamos!

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