Visité Pearl Lagoon hace poco más de un año. Esa vez llegamos a Bluefields por aire, y de allí tomamos una “panga” (lancha) que nos llevó hasta allá. Fue un trayecto inolvidable. Vegetación exuberante, población amable, era como estar metido en una novela de García Márquez, atravesando la versión nica del Magdalena colombiano.
Esta
vez teníamos muy poco tiempo, así que nos fuimos directo desde Managua. Al llegar nos recibió la comunidad con su
característica calidez. Como de costumbre, durante la visita nos mostraron
algunos de sus proyectos de desarrollo y también tuvimos espacio para dialogar con
miembros de las organizaciones de productores y autoridades locales.
A la
hora del almuerzo comenzaron las palabras de agradecimiento, obsequios, fotos, y
despedidas. De repente se levanta un
orador en nombre de los Miskitos y con mucha sencillez y claridad comenzó a
darnos una explicación del sentido que para ellos tiene la propiedad comunal de
la tierra. Nos hizo una reseña del
significado que tiene para esas poblaciones que han habitado el lugar desde
hace varios siglos. Nos habló de cómo la
propiedad colectiva es para ellos no solamente factor de generación de
ingresos, sino de cohesión social e identidad.
“Si
tomas a uno de nosotros y le quitas la tierra, ¡se vuelve nadie! Para nosotros
la tierra es tan importante que la llamamos Mother Land. Esa es la manera como nos relacionamos con la
tierra, como con nuestra mamá, y por eso estamos dispuestos a defenderla hasta
con el último aliento de vida que nos quede.
Porque ¿quién de ustedes no defendería a su propia madre así?”
Continuó
hablando sin notas en la mano, sin ningún discurso preparado, simplemente como
le fuera saliendo. Y a medida que
avanzaba capturó nuestra atención por completo, se emocionaba él y nos
contagiaba a todos los demás.
Pero
más allá de la emotividad de la anécdota, lo que quiero rescatar hoy es este
tema viejo de la tenencia de la tierra.
El reconocimiento de distintas formas de propiedad, incluyendo la
comunitaria, aporta una perspectiva distinta al pensamiento económico
“mainstream”, muy acostumbrado a pensar en clave individual. Lo colectivo, lo social, como que muchas
veces estorba a los economistas, y para salir del problema analítico o práctico
que nos provoca, lo asociamos con teorías de bienes públicos, la tragedia de
los Comunes, e ineficiencia económica en el uso de los recursos.
Los economistas usualmente omitimos de nuestro análisis el valor
cultural y de cohesión social que pueda tener un factor de la producción, en
este caso la tierra. Y en países con
tejidos sociales complejos como Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Perú, Brasil,
por citar algunos ejemplos de la región, este es un vacío muy importante que
genera lecturas incompletas y equivocadas sobre la sociedad en la que vivimos y
a la que aspiramos darle unas condiciones de vida cada vez mejores.
Pedro
Enrique Ordoñez se llama este hombre de origen Miskito, que con la sabiduría
que dan los años y la riqueza cultural de estos pueblos de la costa atlántica
nicaragüense, fue capaz de provocar esta reflexionan. Creo que de la historia de aquel país y sus
regiones autónomas en el Atlántico Norte y Sur (RAAN y RAAS), así como de los
ejidos y comunidades en México, podemos los guatemaltecos obtener elementos
para sacarle más partido a nuestra propia multiculturalidad.
La diversidad
es riqueza, no lastre.
Muy buen articulo. Lo acabo de leer en Prensa Libre.
ResponderEliminarCreo que no has cambiado mucho de como te recuerdo de cuando estudiaba en el Liceo.