sábado, 7 de septiembre de 2013

Nuestro eslabón social más frágil


“¿Aquellos que están más arriba en la pirámide de capacidades o aquellos otros que no pueden ni podrán nunca escalarla?”

Hablamos mucho de modelos de crecimiento económico, de cómo evoluciona el índice de desarrollo humano de Guatemala, del cambio en el tiempo de nuestros indicadores de pobreza y desigualdad, de conceptos como desarrollo rural y territorial, de redes de protección social, y tanta otra herramienta analítica de la que echamos mano para intentar entender lo que sucede a nuestro alrededor. 

Todos son conceptos importantes.  Todos son necesarios y estratégicos por cuanto dan un sentido de dirección global y permiten priorizar esfuerzos públicos y privados.  Pero no podemos olvidar que detrás de todos ellos subyace un estrato de población muy particular: aquellos que tienen un nivel mínimo de capacidades humanas o que tienen el potencial de adquirirlas con un poco de inversión pública o privada – el pequeño empresario, la empresa familiar, la gran corporación, la población que pasa hambre, los territorios que son golpeados de manera recurrente por desastres naturales, la población en edad escolar. 

Sin embargo, hay otro grupo de población. Una que es más silenciosa, no porque así lo quiera, sino porque se encuentran en la base de la pirámide de capacidades.  Y como en sociedades con Estados muy débiles son esas mismas capacidades las que determinan en un 100% el estrato socio-económico que la población ocupa; y como en sociedades con Estados muy débiles la ciudadanía no es pareja sino que viene asociada al nivel de ingreso de las personas; y como la capacidad de escucha de nuestros liderazgos políticos esta correlacionada uno a uno con el poder adquisitivo de sus votantes; pues entonces tenemos a un montón de guatemaltecas y guatemaltecos que simplemente salen del radar de aquellos que deciden las prioridades del gasto público. 

Si hemos de concebir un Estado al servicio de su población quizás tenemos que comenzar por preguntarnos quienes deben ser los primeros en ser atendidos.  ¿Aquellos que están más arriba en la pirámide de capacidades o aquellos otros que no pueden ni podrán nunca escalarla?

No es una pregunta menor.  Todo lo contrario.  Justamente en esa definición de prioridades de gasto público es en donde se manifiesta el concepto de sociedad que tenemos y que anhelamos para nuestros hijos y nietos. 

Hablar de clases pasivas, de población vulnerable, de población en riesgo es un tecnicismo elegante pero frío.  Toda esa población tiene nombre y apellido.  Son nuestros ancianos y jubilados que deben tomar su camioneta para ir a ser pobremente atendidos en los servicios de salud pública y que reciben una pensión miserable para poder sobrevivir sus últimos años.  Es nuestra juventud en sus primeros mil días de vida, que no cuentan con los servicios de estimulación temprana para desarrollar todas sus capacidades.  Es nuestra población con alguna discapacidad mental o física, que no cuenta con una infraestructura mínima para desarrollarse al máximo de su potencial. 

Esa población es a la cual nuestro Estado y sus servidores públicos debieran volcarse de lleno para atenderlos con la mayor calidad posible.  Porque para ellos no hay ley del mercado que los asista.  Son personas que requieren una infraestructura social que se acerque a ellos y les provea los medios para vivir, desarrollarse y terminar sus días dignamente.  Esa es la población en la base de la pirámide de capacidades.  Son nuestro eslabón social más frágil.

Prensa Libre, 5 de septiembre de 2013.

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