jueves, 26 de septiembre de 2013

Economía, estratificación social y bienestar


“Si creen que pueden escalar estratos sociales tendrán un comportamiento distinto de si tienen una expectativa de inmovilismo y encierro.”

La aspiración a lograr mayores niveles de bienestar es algo así como el amor a la madre.  Nadie se atreve a negarlo, todos lo buscan de una manera u otra.  Y los que trabajamos en temas de desarrollo estamos permanentemente intentando respondernos una pregunta esencial: ¿cómo damos cuenta que una persona, hogar o grupo humano efectivamente tiene más bienestar que antes?  Una pregunta sencilla en su formulación pero compleja en su respuesta. 

Desde la perspectiva económica hay que reconocer que estamos (mal) acostumbrados a relacionar la noción de bienestar con variables como el consumo y el ingreso de los hogares.  Es la ruta más sencilla.  Consumo e ingreso se pueden observar, se pueden monitorear en el tiempo, se puede traducir en magnitudes de dinero, y se pueden agregar –lo cual nos permite pasar del bienestar de una persona al de una región o país entero–.  Todo eso hace que ambas variables, aunque incompletas, sean muy convenientes para los economistas.  Pero hay dos problemas en esto. 

Por una parte, hemos caído en la trampa de igualar bienestar con ingreso o consumo per cápita.  Es decir, haciéndonos de la vista gorda sobre todas aquellas otras dimensiones del bienestar que no siempre se pueden monetizar – la confianza, los bienes públicos, el capital social, etc. 

Pero más grave aún, los economistas hemos dejado de lado un análisis que es realmente esencial para entender el funcionamiento de la sociedad y la economía: la manera como se conforman los diferentes estratos socioeconómicos.  Entender la dinámica de generación de bienestar, sus distintos niveles, y conectar con eso que los sociólogos llaman movilidad social es algo tan importante como obvio, pero que extrañamente ha sido abandonado por el “mainstream” de las escuelas de Economía, cuando menos durante las últimas dos décadas. 

En los planes de estudio de Economía que rigen actualmente – de los cuales yo mismo fui responsable de construir uno hace algunos años – hemos dejado fuera el análisis de la conformación de grupos socioeconómicos en Guatemala.  En su lugar nos hemos conformado con inocular a los estudiantes de licenciatura un instrumental microeconómico que concibe a las personas como consumidores racionales, homogéneos, y que siempre son capaces de maximizar su consumo sujeto a una restricción presupuestaria. 

Es incuestionable la importancia de tener una base teórica desde la cual poder observar la realidad.  Pero es incompleto hacer caso omiso del entorno que rodea a ese consumidor etéreo que modelamos en los problemas de optimización.  Los economistas guatemaltecos de las últimas generaciones deben estar expuestos al tipo de sociedad en la cual se desarrollan los fenómenos económicos que intentan explicar con su instrumental analítico. 

No es lo mismo observar a un individuo en sociedades homogéneas como Montevideo, Helsinki o Calgary, que imaginarnos un consumidor en Sao Paolo, Guatemala o Lima.  Sus nociones de bienestar serán obviamente muy diferentes, y estarán condicionadas por lo que esperan de esa sociedad en donde viven y se desarrollan. 

Si creen que pueden escalar estratos sociales tendrán un comportamiento distinto de si tienen una expectativa de inmovilismo y encierro en la clase social donde nacieron.  En consecuencia, aquello que les genera bienestar también será distinto en cada lugar. 

Quizás es momento de sacudirle un poco el polvo a los programas de Economía que se ofrecen en el país, y hacer del estudio de los estratos socioeconómicos de Guatemala una práctica que equivocadamente hemos cedido a profesionales de la sociología y de la mercadotecnia.     

Prensa Libre, 26 de septiembre de 2013. 
 

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