jueves, 19 de septiembre de 2013

El carpintero y el Nobel


“(…) el carpintero y el Nobel describen, desde dos trincheras muy distintas, lo perverso y peligroso de vivir bajo estructuras sociales impermeables y rígidas.”

“Estudiá patojo, que es lo único que en este momento tenés que hacer en la vida”.  Esa frase nos la dijeron cuando niños y esa misma hemos repetido nosotros, los que tenemos hijos.  Los que hemos sucumbido bajo el mismo mantra de que la educación es la ruta más expedita y segura para lograr el éxito, o cuando menos un poco de más ingreso. 

Creemos que en el peor de los casos los títulos sirven para dar una señal de mercado (soy pilas), ojalá para construir redes de amistades en quienes apoyarse cuando toque salir a un mercado laboral cerrado y difícil (tengo cuates con pisto), y mejor aún si además dejan un mínimo de conocimiento técnico o profesional, para tener un oficio con que ganarse la vida (sé hacer algo). 

Esa es la “teoría de cambio” que nos han inoculado durante las últimas décadas.  Años de estar martillando que la creación riqueza, desarrollo y prosperidad de las naciones pasa por tener sociedades con clases medias robustas y educadas, con capacidad de compra y de participación ciudadana.  Y que ambas cosas, poder adquisitivo y ciudadanía, se logran automáticamente con mayores niveles de educación.   

¿Pues sabe qué?  No hay tal.  Usted y yo estamos equivocados.  No es así.  El mundo es mucho más descarnado y despiadado que ese cuentito de “Mi hijo el bachiller”.  Es mentira que la educación es condición suficiente para que su hijo y el mío sean prósperos y felices.  La educación no basta para tener más voz económica y política en el barrio donde usted y yo vivimos.    

Más bien, la prosperidad ilimitada parece ser algo finito, reservado a unos cuantos.  Por lo menos esas son las señales que permanentemente recibimos, no solamente en Guatemala sino en el resto del mundo. 

Como dijo un día un carpintero chapín: aquí los ricos ya están cabales usté.  Krugman lo pone en palabras más elegantes y nos dice que en Estados Unidos (sic) “los privilegios heredados están desplazando la igualdad de oportunidades, el poder del dinero está desplazando la democracia efectiva”.  Como sea, lo cierto y curioso es que el carpintero y el Nobel describen, desde dos trincheras sociales, intelectuales y geográficas muy distintas, lo perverso de vivir bajo estructuras sociales impermeables y rígidas.    

El mundo real nos está diciendo fuerte y claro que la educación por sí sola no basta, que la meritocracia no es lo más importante en los mercados laborales, que la movilidad social no sucede por el solo hecho de educarse y trabajar duro, y que la oferta y demanda de trabajo utilizan otros mecanismos mucho más subjetivos para emplear mano de obra – sobre todo calificada –. 

Interpelar de esa manera a la inversión individual y colectiva en educación es algo grave.  Pero al mismo tiempo es una gran oportunidad para revisar e incorporar en la ecuación del desarrollo aquellas otras variables  que deliberadamente hemos omitido.  Un Estado, un mercado y una sociedad construidos sobre la piedra angular de las conexiones y apellidos de sus miembros no es sana ni sostenible.  Entre más rápido asumamos esto más rápido saldremos adelante. 

Prensa Libre, 19 de septiembre de 2013. 

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