jueves, 14 de febrero de 2013

El presidente, el economista, y el migrante

“Si bien no están exentos de costos, dichos flujos generan beneficios que pueden compensar de sobra a aquellos segmentos de población que pierden bienestar en el corto plazo.”

Tal y como se esperaba, en el discurso sobre el estado de la Unión que dio el presidente Obama el martes pasado, uno de los temas a los que hizo referencia fue la reforma migratoria.  Hizo un llamado a los parlamentarios para que le enviaran en los próximos meses una propuesta de reforma que viabilizara la regularización de los millones de indocumentados que viven en ese país. 

A propósito, hace unos días el economista Gregory Mankiw publicó una columna de opinión reflexionando sobre el valor de los inmigrantes para los Estados Unidos.  Hacía referencia a tres razones básicas por las cuales los economistas nos sentimos cómodos con una política migratoria que permita el flujo de talentos y mano de obra. 

Muchos economistas, dice Mankiw, pero especialmente los conservadores, tienen una veta libertaria.  Por lo mismo, son reticentes a obstaculizar cualquier intercambio que sea mutuamente beneficioso entre dos personas adultas.  El ejemplo que pone es el del granjero americano que quiere contratar mano de obra para la época de cosecha, transacción económica que debiera suceder, independientemente del lugar de nacimiento del trabajador o del granjero.  

Pero también hace referencia a la veta igualitaria que tienen muchos economistas liberales.  Para ello cita la visión Rawlsiana de la justicia, que nos recuerda cómo las políticas públicas deben ser especialmente sensibles a las necesidades de los menos afortunados en la sociedad.  En este caso los trabajadores que (sic) “añoran con [irse] a los Estados Unidos para tener una mejor vida para ellos y sus familias”.

El tercer argumento tiene que ver con el amplio reconocimiento de lo beneficioso que ha sido para la profesión económica el influjo de talentos de otros países.  Jóvenes que llegan a formarse en programas de pre y postgrado provenientes de casi cualquier rincón del mundo, muchos de los cuales terminan sus estudios y se incorporan a universidades y centros de investigación norteamericanos. 

Por supuesto que esta es solamente una parte de la historia.  Esa que pueden contar aquellos que se educan a nivel superior ya que, como también señala Mankiw, la brecha salarial se ha profundizado con respecto a los trabajadores con poca o ninguna cualificación.  La razón está en el cambio tecnológico y la demanda de mano de obra cualificada que este genera.  

Dos mensajes destilan de su análisis.  El primero tiene que ver con las ganancias en eficiencia económica que pueden tener los países desarrollados al permitir flujos migratorios.  Si bien no están exentos de costos, dichos flujos generan beneficios que pueden compensar de sobra a aquellos segmentos de población que pierden bienestar en el corto plazo. 

El segundo tiene que ver con el papel que tiene el Estado para mitigar algunos de los efectos indeseados de la migración.  Por ejemplo, a través de programas de capacitación para la reconversión productiva y la inserción laboral, o esquemas de protección social focalizados a aquellos que no logran alcanzar niveles de remuneración suficientes para llevar una vida digna.
 
Por supuesto que la retórica de Mankiw y Obama, aunque apuntan en la misma dirección, son movidas por lógicas distintas.  En el caso del presidente, a todo este aparato teórico de racionalidad económica hay que agregar el hecho político (cosa no menor) de haberse beneficiado con más del 70% del voto hispano en las urnas para este segundo mandato que recién inicia.  En eso tampoco hay que perderse. 

Prensa Libre, 14 de febrero de 2013. 

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