jueves, 4 de octubre de 2012

De la anécdota al dato

“(…) si no hay información estadística de soporte, la acción del Estado aparece muy débil, miope, carente de memoria de largo plazo, y limitada en sus capacidad para ser más eficiente y oportuna.”

La información estadística juega un papel fundamental en la administración pública moderna.  No es casualidad que países con un mínimo de institucionalidad y eficiencia en el funcionamiento de su Estado también cuenten con institutos de estadística autónomos y de mediana calidad. 

Sin información regular y sistemática estamos condenados a reinventar la rueda cada tantos años.  A soportar una práctica política repleta de discursos y buenas intenciones – a veces con la razón de su lado – pero sin la fuerza que da la evidencia empírica.  Así, sin información de soporte, los grandes debates se resuelven por el que somate la mesa más duro, el que tenga la narrativa más apasionada, el que cuente la anécdota más dramática, y no por quién tenga la propuesta más coherente, realista y viable. 

Sin sistemas de información es muy difícil imaginar y proyectar el mediano plazo, impulsar procesos de transformación productiva, evaluar impactos de política social, identificar retrocesos en reformas institucionales, corregir ineficiencias en el gasto público, documentar procesos, modificar rumbos, desmentir populismos. ¿Por qué? Porque el protoplasma cambia, la gente envejece, se harta, decide cambiar de empleo, se les termina el período de gobierno, y si no hay datos simplemente no hay memoria institucional. 

Por ejemplo, en el Estado, los que están en puestos de toma de decisión, en el mejor de los casos aguantan cuatro años la peña.  Y los de niveles técnicos, cuando no se mueven dentro del organigrama público de manera lateral, se quedan donde están con la boca callada para cuidar su chamba, ó simplemente se tienen que ir cuando llega el momento de pagar la factura política del partido gobernante de turno.    

De forma similar, proyectos y consultores financiados con recursos de cooperación internacional también cambian.  Se agotan sus financiamientos – sean de préstamo, donación o cooperación técnica –.  Y si bien es cierto que logran acumular un bagaje y experiencia que en ocasiones es muy útil, no siempre logran tener una visión de conjunto para hacer recomendaciones estratégicas que vayan mucho más allá del ámbito de acción de su proyecto específico.   

La academia, que podría ser el Pepe Grillo de la sociedad, contrastando teoría con evidencia empírica, analizando y recomendando cursos de acción a la acción del gobierno, sin no cuenta con datos estadísticos también queda maniatada.  Confinada a lo que puedan hacer con los recursos limitados que logren procurarse para levantar su propia información, la mayoría de las veces sin poder ir más allá de espacios territoriales pequeños.   

Finalmente, los ciudadanos, sujeto y razón de ser de proyectos y políticas de desarrollo, tampoco son tontos.  Aprenden con mucha rapidez a sacarle raja y maximizar los beneficios que les ofrezcan los de transferencias públicas que tienen a su disposición.  Saben que si para recibir unos pocos quetzales tienen que dedicar tiempo y energía a responder cuestionarios, encuestas, participar en talleres y grupos focales, pues que así sea.  A la postre, si no hay información estadística de soporte, la acción del Estado aparece muy débil, miope, carente de memoria de largo plazo, y limitada en sus capacidad para ser más eficiente y oportuna.    

Para proponer, implementar e innovar en política pública, hay que pasar de la anécdota al dato.  Con cuentos chinos difícilmente se convence a un inversionista, a un ministro, a un presidente, a un parlamento, a un donante ó a una institución financiera internacional.    

Prensa Libre, 4 de octubre de 2012.

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