jueves, 7 de junio de 2012

Nuevas Trenzas

“Es necesario visibilizar ante el Estado y la sociedad la realidad de aquellos segmentos de población que enfrentan oportunidades desiguales para alcanzar su desarrollo.”

En América Latina hay muchas cosas que ya sabemos de las dinámicas rurales, pero también hay un vació de información que, a menos que se llene con evidencia reciente, lo que termina pasando es que se alimenta de clichés sin mucho fundamento o, en el mejor de los casos, de nociones incompletas.   Así por ejemplo, sabemos que la pobreza golpea más fuertemente a la población rural e indígena que a la población urbana, y que en el caso de la desigualdad la historia es al revés. 

Y aunque también estamos conscientes de que somos un continente joven, la verdad es que no nos hemos dado mucho a la tarea de husmear los rasgos de la juventud rural, mucho menos de las mujeres jóvenes rurales.  Ese es justamente el objetivo de un proyecto regional llamado Nuevas Trenzas (www.nuevastrenzas.org).  Conocer (sic) “quiénes son hoy en día las mujeres rurales jóvenes, sus aspiraciones y expectativas, aquello que las conecta y aquello que las diferencia de sus madres y abuelas, los problemas y oportunidades que encaran y los retos que deben enfrentar para salir de situaciones de estancamiento y pobreza y acceder a una vida digna.” 

En él participan seis países de la región: Perú, Nicaragua, Ecuador, El Salvador, Colombia y Guatemala, planteándose metodologías tanto cuantitativas como cualitativas.  Han salido a buscar los últimos censos de población y encuestas de condiciones de vida, y también han construido grupos focales e historias de vida.  Ello les está permitiendo construir una narrativa muy interesante alrededor de la nueva mujer rural.

Ya han comenzado a salir algunos resultados de su trabajo, revelándonos tendencias interesantes.  Por ejemplo, el proceso de desfeminización del campo, en parte explicado por los procesos migratorios; la reducción de la brecha educativa entre mujeres y hombres rurales,  llegando casi a desaparecer (o incluso revertirse en favor de las mujeres) en el nivel primario; ó la reducción de la brecha educativa entre las mujeres urbanas y rurales, probablemente explicada por un aumento del gasto público social, pero también por una narrativa de superación que ha logrado arraigarse en las nuevas generaciones; así como el mayor acceso a tecnología (celular e internet), con lo cual se amplía el menú de opciones y comparadores de vida para este grupo social.

Sin embargo, no todo son buenas noticias ya que aún persisten fuertes diferencias (brechas) que deben ser atendidas.  Una de ellas tiene que ver con las opciones de empleo a las que acceden las mujeres jóvenes rurales.  El trabajo no remunerado dentro del hogar persiste más que para los hombres jóvenes rurales, y con una clara diferenciación de actividades que son vistas como típicas de cada sexo.  Asimismo, la percepción que hay sobre el matrimonio y el punto de quiebre que supone en los proyectos de vida de las jóvenes en el campo.

¿Por qué son importantes ejercicios analíticos como este?  En un sentido amplio, porque para pensar en políticas de desarrollo rural hay que conocer a los actores que habitan el territorio.  Y en un plano más específico, porque es necesario visibilizar ante el Estado y la sociedad la realidad de aquellos segmentos de población que enfrentan oportunidades desiguales para alcanzar su desarrollo.

Si bien es cierto la mujer joven rural sigue siendo un colectivo en desventaja, la evidencia también nos dice que está en un claro proceso de transición.  Los nuevos estímulos y condiciones a los que está expuesta hoy, no solamente la hacen distinta de sus madres y abuelas, sino que pueden ayudar a desarrollar sus capacidades, y con ello transformar el medio en donde vive. 

Esperamos ansiosos la divulgación de los resultados finales, pero sobre todo la discusión que deberá generar en la región.  ¡Muchos éxitos y adelante!  

Prensa Libre, 7 de junio de 2012.

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