jueves, 14 de junio de 2012

Dicho a Pedro para que oiga Juan


“(…) ¿o sea que las decisiones económicas se ensucian con el barro de la política partidista?, jamás me lo hubiera imaginado...”

La coyuntura económica mundial se pone cada día más interesante, por decir lo menos.  Ahora no solamente hay que preocuparse por seguir el ciclo económico, algo ya de por sí bastante complejo, sino que además debemos sobreponerle el ciclo político, que indudablemente está condicionando muchas de las alternativas que se barajan para salir del atolladero.  Tres ejemplos son muy ilustrativos del amplio espectro que va de lo técnicamente aconsejable a lo políticamente factible. 

Por un lado tenemos el análisis puro y duro que hacen Ferguson y Roubini, dos economistas estadounidenses, quienes plantean un conjunto amplio de medidas técnicas para el rescate de la unión monetaria europea.  Estas incluyen, en la parte más ortodoxa, recapitalización bancaria, seguro europeo de depósitos y mutualización de la deuda.  Pero también sugieren acciones que estimulen el crecimiento de la productividad, tales como una mayor flexibilización monetaria por parte del banco central europeo, un euro más débil, más gasto en infraestructura e incrementos salariales por encima de la productividad para dinamizar ingresos y consumo de la población.

El segundo ejemplo, más mezclado, lo ofrece Paul Krugman al disparar contra la obsesión que tienen bancos centrales para no bajar tasas de interés, aun cuando (sic) “la inflación se ralentiza y las expectativas del mercado en cuanto a la inflación futura se han hundido. Y de acuerdo con cualquiera de las normas habituales de la política monetaria, la situación exige una rebaja drástica de los tipos de interés.”  

Lo interesante de Krugman es que lleva su argumento todavía más lejos, saliendo del terreno tecnocrático, y nos sugiere que, probablemente en el caso de la Reserva Federal de los Estados Unidos, la razón para la inacción sea tomar distancia del momento electoral, y no ser percibidos como partidarios de las propuestas del actual presidente.   ¡Madre mía!, ¿o sea que las decisiones económicas se ensucian con el barro de la política partidista?, jamás me lo hubiera imaginado…

Finalmente, en el otro lado del espectro están las recientes declaraciones del presidente Obama quien, a propósito de la crisis en España, alerta sobre la necesidad de moderar el discurso de austeridad a rajatabla que pregonan algunos.  El argumento que da es muy simple: austeridad a secas no hará sino deprimir salarios y nivel de empleo, lo cual se traduce en una menor capacidad de compra de los ciudadanos europeos. 

Esto no sería un problema para la (aún) economía más grande del mundo si no fuera porque la globalización nos ha vuelto interdependientes.  El mensaje del presidente norteamericano es que el consumo europeo puede ser un dinamizador de la producción y economía norteamericanas.  Ninguna novedad en ello.  Al fin y al cabo algún costo habríamos de pagar, ¡oh dichosos consumidores!, por vivir en una aldea global que abarata precios y amplía menú de bienes y servicios de nuestra canasta. 

Algunos han interpretado las palabras de Obama como argumento electoral, en donde “se lo digo a Pedro (europeos) para que lo oiga Juan (norteamericanos)”.  Al recalcar la naturaleza internacional de la crisis, trata de tomar distancia del juicio político que los votantes están haciendo de su gestión económica.

Todos los análisis, desde los más técnicos a los más político-electorales, coinciden en reconocer que la solución no puede verse en términos excluyentes entre crecimiento versus austeridad, sino más bien en una mezcla de medidas que, corrigiendo desequilibrios macroeconómicos, preserven la democracia y la paz social.  Para lo segundo, estimular empleo (primero) y productividad (después) son fundamentales.

Dicho de otra manera, el fin último debe ser el bienestar de las personas.  La salud de sistemas financieros y de las finanzas públicas son simples medios para alcanzar aquello. 

Prensa Libre, 14 de junio de 2012. 

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