jueves, 28 de junio de 2012

Más arte que ciencia


“No hay que olvidar que las sociedades mastican despacito y que el guatemalteco siempre está buscando por dónde le quieren meter gol.”

Poco a poco comienza a levantarse el velo de la ignorancia con respecto a las reformas constitucionales que propone el gobierno.  En nombre de los que estamos en la diáspora, agradezco a los medios de comunicación escrita por la cobertura y la socialización de textos, opiniones y análisis, que van poniendo a disposición de lectores.  Su papel en este proceso es fundamental para traducir una discusión que, de más decirlo, escapa al interés de la gran mayoría de guatemaltecos, aún y cuando lo que está en juego redefina el tono de su interlocución con el Estado y sus instituciones. 

Dicho lo anterior, la información que circula ya nos da para hacer unos primeros tiros al marco.  Indiscutiblemente en la propuesta hay muchas ideas.  Algunas ciertamente interesantes, que atienden preocupaciones sobre disfuncionalidades de larga data en la administración pública, sobre temas que quedaron inconclusos del proceso de paz, o sobre actualizaciones que deben hacerse al contrato social ante la nueva realidad que claramente ha rebasado los alcances de la Constitución vigente. 

El número de diputados que integran el parlamento, el proceso de interpelación a ministros, la carrera de servicio civil meritocrática para optar a cargos públicos, el proceso de aprobación del presupuesto nacional, idiomas oficiales, ó la participación del Estado en empresas explotadoras de recursos naturales, son solamente algunos ejemplos.  

Por otra parte, dada la magnitud de la reforma que se están proponiendo, queda la sensación de que el tiempo de deliberación con la sociedad civil y otros actores políticos relevantes puede no ser suficiente.  Más fácil decirlo que hacerlo, ya lo sé, pues al final es un proceso político que tiene más de arte que de ciencia.  En donde se debe calibrar con mucha maestría la velocidad del ejercicio, de manera que no se agote la ventana de oportunidad política, pero que tampoco la prisa se convierta en fuente de desconfianza. 

El diablo siempre está en los detalles, y hacer alusión a leyes que todavía no existen, ó dejar gruesos vacíos de interpretación puede, en el mejor de los casos, despertar suspicacias, y en el peor, traerse al traste el esfuerzo completo.  No hay que olvidar que las sociedades mastican despacito y que el guatemalteco siempre está buscando por dónde le quieren meter gol.

Por otra parte, aún y cuando los temas elegidos sean los correctos, y las medidas concretas puede que satisfagan el espíritu de la reforma, hay otro gran riesgo que debemos perder de vista: la forma de consultar al pueblo.  Dada la amplitud del contenido que se vislumbra, si se consulta en bloque, en el formato “se aprueba todo o no se aprueba nada”, el riesgo de fracasar aumenta. 

La evidencia nos dice que la fórmula de sumar votos por afinidad con tal o cual artículo reformado generalmente no sucede.  Lo que termina aglutinándose es el voto que se opone a una medida por aquí y otra por allá.  Aquí las lecciones de la consulta popular anterior debieran percolar.  

Por de pronto, sigamos observando esta interesante coyuntura.

Prensa Libre, 28 de junio de 2012. 

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