miércoles, 15 de febrero de 2012

Qué, cuánto, ¿con qué?

“(…) la estructura es por definición largo plazo. Viene desde muchos años y se extiende por muchos más. Y un cambio sostenible implica modificar estructuras.”

Hay condiciones para hacer cosas. Una mezcla del entusiasmo natural que los cambios generan, pero apoyado esta vez con un cierto síndrome fatalista de es ahora o nunca. De cualquier manera, ambas son percepciones que empujan en la misma dirección y que explican la expectativa que el inicio del ciclo político ha despertado entre ciertos estratos de la ciudadanía, aunque evidentemente aún es muy temprano para definir con precisión cuál será el rostro más tangible del cambio anunciado.

La crítica recurrente ante la ausencia o inmovilidad de los gobiernos es falta de voluntad política. Que, como bien nos señalaba uno de los integrantes del actual equipo, se puede descomponer en dos elementos: falta de liderazgo y poca claridad en lo que se quiere lograr.

Bien, esos dos ingredientes parecen estar presentes en buena medida. Sin embargo, eso no necesariamente disipa preocupaciones ni es garantía de éxito. En otras palabras, ¿es posible que aun así el país no despegue? Es posible. Totalmente indeseable, pero crudamente posible. Porque superado el primer test de la voluntad política, la complejidad la impone ahora una muy grande e histórica debilidad institucional.

¿Es eso razón para desanimarse o una elegante salida para justificar lo que no funcione? De ninguna manera. Simplemente es parte del esfuerzo que hay que hacer. Estamos topándonos de frente con restricciones estructurales de toda la vida. Y la estructura es por definición largo plazo. Viene desde muchos años y se extiende por muchos más. Y un cambio sostenible implica modificar estructuras. Trabajo paciente, con frecuencia invisible a primera inspección, pero permanente. No hay atajos para transformaciones de fondo.

El fortalecimiento institucional, que pasa por el fortalecimiento de la burocracia estatal, pero que no se agota allí, es el siguiente escalón en la batalla por el fortalecimiento del Estado. Es lo que toca resolver una vez superadas las discusiones primarias de qué se quiere hacer y cómo se logran recursos financieros mínimos para financiar eso que se quiere hacer. Es un reto igual de básico que los anteriores, aunque ciertamente un peldaño o dos más arriba.

El tipo de instituciones, su fragilidad y ausencia o estabilidad y fuerte presencia es lo que responde la pregunta de ¿con qué se cuenta para impulsar esas transformaciones necesarias? En este momento hay mucho más de lo primero que de lo segundo. No estamos descubriendo el agua tibia. Sin embargo, la pregunta es ¿cómo nos apuntalamos en aquellas dos o tres islas en las mal que bien las cosas suceden con un nivel mínimo de eficiencia y estrategia – BANGUAT, SEGEPLAN, MINFIN, MINEDUC – y contagiamos al resto?

Más en lo inmediato, es urgente un plan estratégico de fortalecimiento de las instituciones del Estado, que defina con la misma claridad con la que se han identificado los tres grandes ejes de trabajo – hambre, fiscalidad y seguridad – y que sea consecuente con tales objetivos. Que nos deje saber por dónde y cuándo comenzarán. Sin eso las probabilidades de éxito y cambio se minimizan.

La forma como el nuevo equipo de gobierno atienda las instituciones del Estado determinarán hasta dónde se logre avanzar. Un delicado balance entre lo que el país necesita a mediano plazo y lo que la campaña ofreció para los próximos cuatro años.

Prensa Libre, 9 de febrero de 2012.

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