miércoles, 15 de febrero de 2012

Más que la suma de las partes

“(…) la política social no es la simple suma aritmética de una colección de programas de atención a grupos vulnerables.”

La oportunidad de crear instituciones de cero es algo que en política pública no sucede muy a menudo. Menos aun teniendo condiciones políticas favorables y un cúmulo de experiencia internacional sobre la cual poder capitalizar, lo cual permite anticipar lo que funciona bien y aquello que debe evitarse para no cometer errores innecesarios.

Eso es lo que nos está pasando hoy con el Ministerio de Desarrollo Social. Una entidad que ha nacido de la necesidad de institucionalizar los programas que el gobierno anterior puso en marcha en su afán de crear una mínima red de protección social en el país. Y aunque hoy la experiencia está demasiado fresca y los desaciertos son lo que más asalta la memoria, no me cabe duda que con el tiempo seremos capaces de hacer una evaluación más equilibrada de la política social en Guatemala durante el cuatrienio anterior. Así como hoy vemos a la administración Cerezo como la de transición democrática, y la de Arzú como la de liberalización económica, probablemente el sello de la administración anterior será, con luces y sombras, colocar a la política social en el centro de la acción estatal.

Hoy el reto es de otro tipo. Es de institucionalizar, de afinar criterios técnicos para focalización, de construir capacidades en el sector público para dar continuidad, de implementar sistemas de monitoreo y evaluación robustos, de comunicar a la población avances y desafíos. Pero sobre todas las cosas, de dar sentido estratégico a nuestra política social.

Y en ese esfuerzo hay que tener claridad en cuanto a dos cosas: primero, que la política social no es la simple suma aritmética de una colección de programas de atención a grupos vulnerables. Y segundo, la política social no se limita a políticas para reducción de pobreza.

De allí que el equipo que llega al nuevo ministerio debe darse el espacio no solo para corregir el funcionamiento de lo que ya está en marcha, sino de evaluar las diferentes intervenciones y tratar de compatibilizarlas en sus esquemas de incentivos. Como sucede en muchos países, hay programas sociales que atienden a población en pobreza, otros a la niñez rural, a trabajadores informales, a trabajadores formales, etcétera. Y cada uno manda señales que los beneficiarios rápidamente aprenden a interpretar para obtener el mayor provecho posible.

Nada de malo en ello, así debe ser. Por algo asumimos que los individuos son racionales, aunque sean pobres o extremadamente pobres. El reto está en trasladar esa misma racionalidad individual a un plano mayor, y convertirla en racionalidad sistémica. Porque la evidencia internacional también nos ha enseñado que programas sociales bien intencionados pero mal diseñados pueden perpetuar a la población en situación de pobreza, cuando justamente lo que se quiere es lo contrario. Como sugiere Santiago Levy en su libro “Pobreza y transición democrática en México”, si no hacemos el ejercicio de compatibilizar los incentivos de las políticas sociales, (sic) “las buenas intenciones estarían atrapando a los pobres en la pobreza y haciendo que la economía sea menos eficiente”. Este es entonces un trabajo silencioso pero esencial.

En el caso de Guatemala, además de la inmensa tarea de construir una institucionalidad que coordine y perfeccione el conjunto de programas sociales que hasta muy poco pendían de la presidencia de la república, hay que agregar una complejidad adicional. Por razones que seguramente obedecen más al realpolitik que a una lógica técnica, se han quedado fuera del paraguas del MIDES instancias que debieran habérsele trasladado. Por ejemplo, la secretaría de bienestar social y la de obras sociales de la esposa del presidente, entre otras dependencias. Con ello la coordinación adquiere una dimensión todavía más compleja.

¡Menuda tarea se ha echado a hombros la ministra Lainfiesta! Pero una que ciertamente es muy necesaria para un país en donde mucha de su elite urbana todavía percibe a la política social como el pescado y no como la forma de enseñar a pescar.

Prensa Libre, 16 de febrero de 2012.

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