jueves, 19 de enero de 2012

El túnel haitiano

“El campo haitiano es muy parecido al resto de América Latina. Vegetación exuberante en algunas partes, erosión en otras. Ríos, pequeñas parcelas, agricultores, pequeñas aldeas.”

Siempre quise visitarlo. Por varias razones. Desde una perspectiva analítica, porque es un país que muchas veces citamos como caso extremo de precariedad en latinoamérica. El ejemplo clásico del Estado fallido. Ese lugar casi surreal en donde todo hace falta: instituciones, infraestructura física, capital social, mercados.

Desde una dimensión más bien política, mi interés aumentó después de haber participado en el proceso de aumento de capital del Banco Interamericano de Desarrollo. Como suele suceder, muchas veces eventos externos e inesperados determinan cursos de acción y acuerdos finales. En este caso, el terremoto de Haití del 2010 se convirtió en el rostro más tangible de la novena capitalización de dicho banco. La emergencia nos puso a todos los países miembros a pensar colectivamente en la manera como podíamos ayudar al socio más débil de la cooperativa durante la próxima década.

La oportunidad finalmente llegó la semana pasada y pude visitarlo. Desde el aterrizaje comenzó el aluvión de estímulos. Aunque trataba de imaginarlo, es una realidad difícil de digerir y aceptar. La miseria humana de Puerto Príncipe provoca una sensación de desasosiego general. De encierro, de trampa de pobreza, de círculo vicioso, de callejón sin salida, de no saber por dónde comenzar.

La ciudad entera, sus calles y viviendas, alcantarillados, el derruido palacio nacional con su bandera ondeando muda y dignamente en el jardín, los campamentos de refugiados por toda la ciudad, caminos llenos de polvo, mucho polvo, basura por todas partes, el campamento logístico de las Naciones Unidas. Todo asemeja un país en guerra. Quizás con menos tiros, pero donde las consecuencias son básicamente las mismas: destrucción, desesperanza, sofoco, muerte.

Hasta este punto de la misión de trabajo la sensación que tenía era una mezcla de angustia y frustración. Si esa es la capital del país, no puedo imaginar lo que vamos a encontrar en el campo – me repetía. Y en efecto no pude. No pude porque el paradigma que tenemos es que el campo es sinónimo de rezago en comparación con las ciudades.

Pero cuando finalmente salimos al suroeste del país, esa pequeña península que se mete al mar frente a las costas de Cuba, la historia fue otra. Salir de Puerto Príncipe nos tomó un buen rato, pero valió la pena. El paisaje comenzó a ser más familiar, los espacios se ampliaban, como indicando un modesto sendero para atajar las inmensas necesidades que tiene ese país.

El campo haitiano es muy parecido al resto de América Latina. Vegetación exuberante en algunas partes, erosión en otras. Ríos, pequeñas parcelas, agricultores, pequeñas aldeas. Allí los desafíos son más conocidos: caminos rurales, sistemas de irrigación, servicios de extensión, asociatividad de los pequeños productores, seguridad alimentaria, acceso a mercados. En fin, cosas mucho más manejables que el laberinto de Puerto Príncipe.

Tampoco es que sea fácil. Por una parte, el país no cuenta con las instituciones necesarias para desarrollar lo rural. La ausencia del Estado es evidente – como en muchas otras partes de nuestro continente – y la construcción de capital social entre pequeños productores rurales es un trabajo lento y pendiente.

El individualismo y la desconfianza no son exclusivos de la ciudad. Aunque fue en la capital donde vi vendedores callejeros colocados en fila, pero separados por algunos metros unos de otros. Como levantando diariamente una pequeña barrera invisible. Así es –me decía un intérprete del creole que nos acompañó durante la visita–, somos producto de nuestra historia. A veces nos cuesta confiar.

Aunque estoy seguro que mi lectura es incompleta, lo cierto es que volví del campo haitiano con un poco de más esperanza. Con una sensación de ´por aquí es la cosa´, de luz al final del túnel.

En todo caso, y guardando las distancias, creo que hay muchas lecciones que destilar para Guatemala de lo que está pasando en el lado oeste de La Española. Allá, igual que aquí, tenemos dos realidades. Allá, tanto como aquí, el desarrollo y destino del país está amarrado al desarrollo y destino rural.

Prensa Libre, 19 de enero de 2010.

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