martes, 19 de abril de 2011

¡O hay pa’todos o hay patadas!

“En Perú aparentemente está rota la conexión entre las condiciones macro (país) y micro (hogares). En otras palabras, el crecimiento económico no está salpicando a todos, ni se está traduciendo en oportunidades de superación individual.”

Un tecnócrata urbano, que no logró arraigar en el voto popular; una senadora muy joven con discurso populista, e hija de ex presidente; un militar con tintes de izquierda radical, luchando por moderarse; un ex presidente, que perdió diez puntos porcentuales en diez días; y un partido en el gobierno, incapaz de articular una candidatura para continuar en el poder. Esa fue la foto instantánea de la primera vuelta en las elecciones presidenciales peruanas el domingo pasado.

El lunes los medios nos dijeron que Ollanta Humala –el ex militar–, y Keiko Fujimori –la hija del polémico ex presidente Alberto Fujimori– fueron los que pasaron a segunda ronda. Y desde ese mismo instante ambos afinan su puntería para capturar el voto de las clases media y alta, que se les escurrió como agua entre los dedos por temor a posibles retrocesos en lo político y económico.

Lo curioso es que el país tiene tasas de crecimiento económico envidiables, en torno al 7% durante los últimos cinco años. Goza de estabilidad macroeconómica, que se tradujo en espacio fiscal para que el Estado pudiera actuar durante las últimas crisis. Y cuenta con recursos naturales que hoy se cotizan bien en los mercados internacionales. Además, sus indicadores dan cuenta de una reducción de la pobreza importante, bajando del 48% al 34% entre el 2004 y el 2009. Todo pintaba para que opciones de centro tuvieran mejores perspectivas en la contienda política.

Pero no fue así. Porque a pesar de lo anterior, muchos analistas señalan a la desigualdad como una de las principales razones que explican el comportamiento del electorado. La hipótesis no es tan descabellada. En Perú aparentemente está rota la conexión entre las condiciones macro (país) y micro (hogares). En otras palabras, el crecimiento económico no está salpicando a todos, ni se está traduciendo en oportunidades de superación individual.

No solamente hay un espacio claro para profundizar una agenda de equidad, política social más activa, y crecimiento pro-pobre, sino que también hay indicios de que una buena parte de los recursos adicionales que está generando el crecimiento podrían asignarse de manera más eficiente. El ejemplo clásico son los millones de dólares anuales que anualmente recibe la región del Cuzco producto de concesiones mineras, y que chocan de frente con las paupérrimas condiciones de vida de mucha gente que vive en esa región.

¿Qué lección podemos rescatar los guatemaltecos de lo que sucede a los peruanos? Básicamente una: es peligroso y poco aconsejable exacerbar la desigualdad y bloquear los canales de movilidad social. Porque entonces se crea un caldo de cultivo ideal para que discursos incendiarios y populistas prendan en la mente de electores, que se sienten relegados y tratados como ciudadanos de segunda o tercera categoría – como suele ser el caso de los pobres, los rurales, los trabajadores de la economía informal y poblaciones indígenas y afrodescendientes.
Me viene a la mente un tarimazo del entonces candidato Alfonso Portillo cuando ante una multitud rural dijo que él (sic) “no había nacido con una cucharita de plata en el hocico”. Esas cosas son muy típicas de países pobres y desiguales.

Cuando la percepción es que la economía está generando riqueza, pero que el bienestar de todas formas no llega, se abre la posibilidad de que segmentos amplios de la población desarrollen un sentido de hastío con respecto a la participación política y las instituciones democráticas.

Al final, resultan siendo conceptos abstractos, lejanos, lentos, escleróticos, que muy poco contribuyen a resolver el día a día. Ello puede generar apatía en la participación y desinterés en la auditoría social, ambos elementos fundamentales para la profundización de la democracia. Así es como poco a poco el juego político va quedando confinado a aquellos que sí logran hacerse escuchar, aunque comparativamente lo necesiten menos.

En suma, Perú nos vuelve a recordar que el crecimiento económico es importante, pero que sus beneficios alcancen a la mayoría de la población también lo es. Que la reducción de la pobreza es un objetivo central, pero al final las personas valoran acceso a oportunidades y movilidad social para procurar su propio bienestar.

No se pueden cargar los dados en un solo objetivo de política. Tarde o temprano la factura llega. ¡O hay pa’todos o hay patadas!

Prensa Libre, 14 de abril de 2011.

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