jueves, 21 de abril de 2011

¡Maldita diáspora!

“La decisión de la migración es entonces como un pequeño luto.”

Esta semana se juntaron dos notas que jalan en la misma dirección aunque por caminos diferentes. Una, la columna de opinión de Marcela Gereda titulada “Como el unicornio azul”. La otra, preparada por Lorena Alvarez con base en datos de la encuesta sobre remesas del 2010 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), bautizada como “Fuga de cerebros: se van más profesionales del país”.

La primera línea de Lorena es lapidaria: la migración de profesionales debido a la falta de oportunidades laborales y bajos salarios en el país se incrementó durante el último año, replicando un fenómeno observado en otros países que ven a sus mejores cerebros marcharse. Marcela es todavía más fulminante al decir que (sic) “Es cuestión casi de a diario hallar en mi cuenta de correo electrónico mensajes de amigos que se despiden… Gente lúcida y luchadora que ya no aguanta más”.

El mensaje es fuerte y claro paisano. El país es un expulsor neto de capital humano. Ya no solamente nos estamos quedando sin trabajadores poco calificados, sino ahora también sin aquellas guatemaltecas y guatemaltecos en quienes hemos invertido por años.

Me pregunto ¿qué pasa si ya nunca más regresan? Pues serán como recursos botados al mar. Años de impuestos, ahorros, sueldos y salarios invertidos en educación, libros y maestros, medicinas y vacunas, casa y comida. Todo ese esfuerzo para elevar la productividad de nuestra sociedad habrá que tirarlo a pérdida en las cuentas nacionales.

Los beneficios de su madurez intelectual y profesional se verán reflejados en otros barrios. Serán otras las empresas, universidades, centros de investigación, organizaciones y gobiernos los que se nutran de nuestra camada de “patojos chispudos con moto y papeles en orden”. De nuestra gente luchadora, sonriente y amable, con ideas, cuyo pecado es querer más y mejores oportunidades para salir adelante –ó incluso más básico aún, para salir con vida–.

Evidentemente en algo estamos fallando. Siendo yo mismo uno de esos expatriados, con mucha frecuencia me cuestiono ¿debemos culparlos por irse? ¿Son unos ingratos? ¿Les falta amor a la patria y por eso abandonan el barco? ¿No es acaso en Guatemala en donde más está haciendo falta una reserva moral, capital humano e ideas nuevas? ¿No es aquí en donde su aporte puede hacer la diferencia, en vez de países plagados de bienes públicos, mercados, instituciones, y mano de obra calificada?

Son todas preguntas nada fáciles y de respuesta incierta. Digo nada fáciles porque tampoco es ganga quemar naves y salir del lugar en donde se ha crecido toda una vida. Es, al final de cuentas, el sitio en donde están las redes sociales y los vínculos emocionales más poderosos. La decisión de la migración es entonces como un pequeño luto.

Pero también son preguntas de respuesta incierta porque solamente en unos años sabremos si este fenómeno que hoy tímidamente capturan las encuestas de la OIM y las anécdotas, se logrará revertir en el mediano plazo en algo que sirva al país. Alex Foxley, ex ministro de relaciones exteriores de Chile, reflexionaba hace unas semanas al respecto, y decía que no hay problema en que parte de la población salga al exterior por diez o quince años. La condición es que al final vuelvan. Entonces sí que se convierten en un activo todavía más valioso para el país de origen porque regresan con formación profesional y además con un montón de experiencia práctica. Es lo que sucede hoy en India. Así sí que la migración de cerebros pinta una cara bonita.

El riesgo es que también hay una cara fea. ¿Qué pasa si nos convertimos en una diáspora como la africana? Esa región que tiene magníficos profesionales, académicos e investigadores, pero que una vez logran salir y encontrar un nicho en el mundo desarrollado, nunca más vuelven a reinvertir sus capacidades y reinventar su tierra natal.

Por esa senda iba Colombia cuando vivió su punto más bajo de la guerra contra el crimen organizado. Expulsando gerentes, universitarios y obreros a granel. Afortunadamente logró enrumbar su proceso de pacificación y hoy comienza a parecerse más al modelo indio que al africano.

¿Hacia dónde iremos nosotros? No lo sé, ni creo que nadie lo sepa tampoco. Ya lo veremos en una década o dos. Por ahora le confieso que terminé mi lectura de los diarios por internet con un sorbo de café negro sin azúcar, una mezcla de nostalgia y amargura, y una frase: ¡maldita diáspora!

Prensa Libre, 21 de abril de 2011.

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