martes, 3 de agosto de 2010

La paradoja de la educación

“Ambas fuerzas (fertilidad y participación) operan en el mismo sentido: a mayor educación se acceden a mejores trabajos, se planifica más el tamaño del hogar, y por ende el ingreso per cápita de la familia aumenta.”

Si hay una recomendación cajonera en el ámbito del desarrollo económico es la inversión en educación. Los ejemplos nos vienen por docenas, en estudios teóricos, en análisis de política pública, en diseño de programas sociales, en recomendaciones de ajuste macroeconómico cuidando de tocar lo menos posible el gasto público social. En fin, para donde uno voltee a ver se topa con que indefectiblemente es bueno que los países inviertan en más y en mejor educación para su gente.

Pero más allá de esa conclusión general, al tratar de hilar un poco más fino nos damos cuenta que hay menos discusión sobre los efectos que tiene la inversión en educación sobre variables como la pobreza y la desigualdad. Campo fértil en países con características como las de Guatemala.

Evidencia empírica reciente para el caso de países en Asia y América Latina ha revelado que hay fuerzas que operan de manera contrapuesta sobre estos dos fenómenos (pobreza y desigualdad). Tanto así que han dado por llamarlo “la paradoja del progreso”. Cuando se analizan por separado los impactos de la educación en la pobreza y la desigualdad aparecen por lo menos cuatro efectos muy claros, dos relacionados con la pobreza y dos con la desigualdad.

En el caso de la pobreza, la expansión en educación tiene un efecto directo y uno indirecto. El efecto directo tiene que ver con el mayor número de años de escolaridad que las personas pueden vender en el mercado laboral por un salario. Es lo que comúnmente se conoce como retornos a la educación, ya que educarse es finalmente una inversión en un tipo particular de capital (ie. capital humano) y por lo tanto se espera obtener algún retorno. Luego, a mayor educación mayor posibilidad de ingreso.

Por otra parte, el efecto indirecto tiene que ver con el ingreso disponible de los hogares. A mayor educación mayor ingreso disponible. ¿Por qué? Aquí operan dos factores básicamente: el primero tiene que ver con las tasas de fertilidad de la población. Hay evidencia que señala una correlación negativa entre el nivel de escolaridad de las personas y el número de hijos que desean tener. Pero además, porque a mayor educación también aumenta la participación de las personas en el mercado laboral. Este último factor es particularmente visible en el caso de las mujeres. ¡Obvio!, no es lo mismo salir a trabajar con un hijo que con cuatro o cinco.

En todo caso, ambas fuerzas (fertilidad y participación) operan en el mismo sentido: a mayor educación se acceden a mejores trabajos, se planifica más el tamaño del hogar, y por ende el ingreso per cápita de la familia aumenta.

En cuanto a la desigualdad la historia es un poco más compleja. Aquí operan otros dos mecanismos. El primero tiene que ver con los retornos diferenciados a la educación. No se gana lo mismo por aumentar un año de escolaridad de primero a segundo de primaria que de tercero a cuarto de bachillerado. Al contrario, la evidencia apunta a que cuando se aumenta un año de educación en la población, se benefician en una proporción mayor aquellos que ya tenían más escolaridad que el resto.

El segundo mecanismo tiene que ver con las implicaciones de corto plazo que tiene mandar a nuestros jóvenes a la escuela. Es ampliamente reconocido que, sobre todo en hogares pobres, la fuerza laboral del hogar la constituyen incluso niños y adolescentes. Luego pedirles que se eduquen implica una reducción en el ingreso corriente del hogar. Con ello no solamente se corre el riesgo de profundizar la pobreza, sino que además se aumenta la desigualdad, ya que esa decisión no la tienen que tomar hogares con más posibilidades económicas.

De manera que ambas fuerzas apuntan en dirección a aumentar la desigualdad, por lo menos de forma transitoria, hasta que la población más pobre logra acumular un stock de educación tal que le permite beneficiarse de los retornos crecientes que tiene la educación.

Es aquí en donde reside la paradoja. Por una parte reduce pobreza y cierra la brecha histórica que existe entre diferentes grupos – hombres versus mujeres, indígenas versus no indígenas, etc. –. Pero por otra parte también hay que reconocer que la inversión en educación también puede implicar por un tiempo aumentos en la desigualdad de ingresos.

Por supuesto, tal evidencia de ninguna manera significa que debamos dejar de educar a nuestra población, ¡para nada! Simplemente señala que hay que estar preparados para asimilar posibles aumentos transitorios en la desigualdad de ingresos a través de redes de protección social. Por lo menos mientras se logra que la mayoría pueda educarse lo suficiente y desarrollarse según sus capacidades.

Prensa Libre, 29 de julio de 2010.

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